30 enero 2023
29 enero 2023
28 enero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 17 de 365
27 enero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 16 de 365
es mi criatura, como tú;
se alimenta de hierba, como el buey.
16 Fíjate en la fuerza de sus lomos,
en el vigor de los músculos del vientre;
17 empina su cola como un cedro,
se traban los nervios de sus muslos;
18 sus huesos son tubos de bronce,
sus miembros son barras de hierro.
19 Es la obra maestra de Dios,
su Hacedor lo amenazó con la espada.
20 Los montes le pagan su tributo,
junto a él retozan las bestias.
21 Se tumba debajo de los lotos,
oculto en el carrizal de la marisma;
22 los lotos lo cubren con su sombra,
los sauces del río lo protegen.
23 No teme que el río se desborde,
que un Jordán espumee en su hocico.
24 ¡A ver quién lo atrapa si él lo advierte,
o le perfora la nariz con ganchos!
25 ¿Pescarías con anzuelo a Leviatán?,
¿sujetarías su lengua con cuerdas?
26 ¿Le pasarías un cordel por la nariz?,
¿traspasarías su mandíbula con garfios?
27 ¿Te vendría con súplicas insistentes?,
¿te aplacaría con suaves palabras?
28 ¿Firmaría un contrato contigo,
para ser tu siervo de por vida?
29 ¿Jugarías con él como con un pájaro?,
¿lo atarías para diversión de tus hijas?
30 ¿Podrían subastarlo los pescadores
o ponerlo en venta los mercaderes?
31 ¿Le acribillarías la piel con arpones,
la cabeza con artes de pesca?
32 ¡Si le pones la mano encima,
no querrás recordar la batalla!
Capítulo 41
1 La esperanza de atraparlo es ilusoria;
su sola presencia aterra;
2 ¡nadie intentaría provocarlo!
¿Quién resistirá frente a él?
3 ¿Quién fue hacia él impunemente?
¡Nadie bajo el cielo!
4 Tendré que hablar también de su arrogancia,
de su palabra firme y su alegato.
5 ¿Quién atravesó su envoltura
y penetró por su doble coraza?
6 ¿Quién abrió las puertas de sus fauces,
rodeadas de dientes espantosos?
7 Su lomo son hileras de escudos,
bien apretados y sellados;
8 sus piezas tan unidas y trabadas
que ni el aire se filtra entre ellas;
9 se sueldan unas con otras,
formando un sólido bloque.
10 Su estornudo emite destellos,
sus ojos parpadean como el alba.
11 Sus fauces escupen antorchas,
emiten chispas de fuego;
12 de sus narices sale una humareda,
como caldero que hierve atizado;
13 su aliento enciende carbones,
expulsa llamas por su boca.
14 Su fuerza reside en su cuello,
ante él se estremece el espanto.
15 Son compactos los repliegues de su carne;
soldados al cuerpo, ni se mueven.
16 Su corazón es duro como roca,
resistente como piedra molar.
17 Su majestad espanta a los dioses,
al oír su estrépito retroceden.
18 No valen espadas contra él,
ni dardo, lanza o jabalina.
19 El hierro le resulta paja,
madera podrida el bronce.
20 No hay flecha que le haga escapar,
las piedras de la honda son tamo.
21 Tamo le parece el mazo,
se burla del venablo que vibra.
22 Su vientre son lastras afiladas,
que arrastra como trillo por el lodo.
23 Hace hervir el fondo como olla,
convierte el mar en pebetero.
24 A su espalda deja un surco luminoso,
una blanca cabellera en el abismo,
25 Nadie se le iguala en la tierra,
pues es criatura sin miedo.
26 Se enfrenta a todo lo arrogante,
es el rey de todas las bestias».
26 enero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 15 de 365
El mayor de los tesoros de Aarón, además de su mujer —Esther—, era su hijo: un muchacho que jugaba sobre las alfombras, un muchacho de redondos y negros ojos que estaba provisto de toda la belleza oriental de su estirpe. Este muchacho era Abdías, quien más tarde sería un hombre desdichado, pero que ahora era todavía una tierna y bella flor que había brotado del seno de Esther. Sobre estas dos riquezas acumulaba Aarón todo lo que pensaba que podría hacerles afortunados: bienes de los que él sabía que los poderosos de la tierra, los sultanes y los antiguos reyes de su pueblo, habían luchado por conseguir como los más preciados de la vida. Bien es verdad que algunas veces él vislumbraba, en horas de aislamiento, que podría haber otra dicha que se hallase en el espíritu y en el corazón; pero, no llegando a comprender su fugaz sentimiento, tuvo esto por una especie de dolor que había que alejar. El único provecho que sacó de semejantes pensamientos fue el propósito de coger un día a su hijo, cuando fuese mayor, y montarle en un camello para conducirle a Kahira a trabajar junto a un médico, para que así fuese más sabio —como en tiempos hicieron los antiguos profetas de su estirpe—. Pero fuera de eso nada más, porque ese sentimiento cayó de nuevo en el olvido; así que el muchacho no tenía nada en lo que su espíritu pudiera desarrollarse, salvo el ancho cielo sobre sí, que él tenía por el manto de Jehová: el Dios que había creado las montañas, las nubes y todo lo demás, y cuyos hijos se reunirían con él algún día para la gloria eterna. Vamos a pasar de largo su infancia y adolescencia, puesto que no hay otra cosa que decir que se crio en la opulencia del reino y que vivió bajo el excesivo amor de sus padres.
Pero por fin llegó el día en el que también Abdías tuvo que introducirse en su destino, lo mismo que ese destino, bueno o malo, había quedado dispuesto desde hacía siglos para su pueblo; ¡y sabe Dios el tiempo que todavía lo seguirá disponiendo! A partir de ese día, el padre, Aarón, le condujo fuera, haciéndole pasar de los más ricos aposentos de los que había gozado hasta entonces a los más pobres, ya que le puso un andrajoso caftán y le dijo: «Abdías, hijo, ve por el mundo y, dado que el hombre no posee nada sino lo que puede conseguir por sí mismo, y que a cada momento tiene que volver de nuevo a obtener, y dado que este no puede asegurarse nada sino solamente la aptitud para esta obtención, así marcha y apréndela tú; aquí te doy un camello y una moneda de oro porque hasta que no hayas logrado por ti mismo tanto como para que un solo hombre pueda subsistir en la vida, no te daré nada más; si fueses un haragán, entonces no recibirías nada tras mi muerte. Visítanos a tu madre y a mí con frecuencia, y regresa cuando tengas tanto como para que un ser humano pueda vivir. Te daré entonces tanto como para que pueda vivir una segunda persona contigo: puedes traerte una esposa; intentaremos alojaros y buscaros un lugar en nuestra choza para vivir allí dentro y gozar de la felicidad con la que Jehová os bendiga. Pero ahora, sin embargo, querido hijo Abdías, yo te bendigo. Tienes que marcharte y no seas desleal al nido en el que te has alimentado».
Adalbert Stifter
Abdías
Título original: Abdias
Adalbert Stifter, 1853
Traducción: Carlos d’Ors Führer
Esta nouvelle ha sido considerada una de las más hermosas de la literatura en lengua alemana y Thomas Mann llegó a decir que su autor era «uno de los narradores más singulares, más enigmáticos, más discretamente osados, más curiosos y más seductores de la literatura mundial».