Unos cuantos gorriones se aproximan a compartir el grano que se ha echado a las gallinas, y éstas reaccionan vivamente, como cuando a un Estado le pisan su soberanía, Intentan alejar los a picotazos, pero no lo logran, porque los pájaros son más inteligentes y ligeros en sus movimientos, y, con que se aparten quince centímetros, ya se engullen buena porción de granos antes de que lleguen allí las gallinas. Estas deben de pensar que, además de ladrones, esos gorrioncillos tienen la cabeza a pájaros.
Tener la cabeza a pájaros es una expresión llena de polisemia, y su significado exacto en cada momento nos viene dado no sólo por el contexto, circunstancia o relativo, que decían los antiguos, sino por el tono mismo de la voz. El abanico de las significaciones puede ir desde la afirmación de que alguien no está en sus cabales, o es un fantasioso, hasta que vive en su propio mundo, y está como volando por ahí en galaxias que nos parecen extrañas. Pero, pensándolo bien, todos los que han hecho algo en este mundo, en todos los planos de cosas, desde la técnica hasta el arte y el pensamiento, o los meros inventos útiles que suponen hoy nuestra comodidad, tenían la cabeza a pájaros. Todo lo verdaderamente serio y profundo se ha hecho porque alguien ha volado y correteado allá en sus adentros con la libertad de un pájaro. Las gallinas odian a los pájaros, creo que fundamentalmente porque ellas no pueden volar, y quizás no tanto por la incapacidad física de sus alas como por su sobra de practicidad e inclinación a la comodidad y a la rutina. No sé si hay animal más lerdo que la gallina, pero, a la vez, con más sentido de la propaganda. Es suficiente comprobar el escándalo de autosatisfacción y de alabanza de su producto cuando pone un huevo, que es cosa que hacen todas las otras aves sin chistar, y con frecuencia productos más hermosos, los huevos azules sobre todo, que son mayor maravilla que una cúpula de una soberbia mezquita. Es como si las gallinas no tuvieran abuela o un medio de comunicación disponible, y se tienen que alabar ellas mismas; pero tampoco es caso de negarse a reconocer que los huevos de gallina son un excelentísimo producto. Se dijo que llegaron a Europa, a la vez que la consolación por la filosofía, como el alimento básico en proteínas que podían permitirse las gentes más pobres. Así que Anicius Manlius Severinus Boethius, magister officiorum, autor de la Consolatio philosophiae y reputado como introductor de las gallinas en nuestro viejo continente, tiene tanto derecho a ser recordado en las aulas, o en tiempos de aflicción, como cuando nos comemos un pincho bien dorado y calentito de tortilla.
José Jiménez Lozano
Los cuadernos de letra pequeña