15 abril 2022

Sobre el cuco - Tan sólo se oía, de vez en cuando, la voz de un cuco en los castaños.

 —¡Usted debe de saber de eso, señor Maia, que tiene experiencia con españolas!…

Alencar, que se había quedado atrás encendiendo un cigarro, curioso, quiso saber qué era aquello de las españolas. El maestro le puso al tanto del encuentro en el Nunes y de los furores de la Concha.

Ambos caminaban por una de las alamedas laterales, verde y fresca, sumida en una paz religiosa, como un claustro hecho de follaje. La explanada estaba desierta, la hierba que la cubría crecía libremente, punteada de margaritas blancas y de botones de oro que brillaban al sol. Las hojas no se movían. Por entre las ramas ligeras caían los haces dorados del sol. El azul del cielo parecía haber reculado a una distancia infinita, impregnado de aquel silencio luminoso. Tan sólo se oía, de vez en cuando, la voz de un cuco en los castaños.

Aquel edificio, con su gran verja que lindaba con la carretera, sus florones de piedra roídos por la lluvia, el pesado blasón rococó, las ventanas con telas de araña, las tejas rotas, semejaba estar dejándose morir voluntariamente en aquella verde soledad, a disgusto con el mundo tras la desaparición de los tricornios y los espadines, desde que los últimos miriñaques rozaran aquellas hierbas… Cruges le describía a Alencar la escena de Eusèbiozinho yendo a pedirle perdón a la Concha con una taza de café en la mano. Y a cada instante el poeta, con su gran sombrero panamá, se agachaba a coger florecillas silvestres.

Cuando pasaron bajo el arco triunfal, hallaron a Carlos sentado en uno de los bancos de piedra, fumándose un cigarrillo pensativamente. El palacete arrojaba allí la sombra de sus muros tristes. Del valle ascendía frescor, aire puro. Y abajo, en algún lugar, se oía el lloro de un salto de agua. Entonces el poeta, sentándose junto a su amigo, habló con desagrado de Eusèbiozinho. Si había una torpeza que él, Alencar, nunca había cometido, era la de hacer una escapadita a Sintra con meretrices… ¡Ni a Sintra ni a ninguna parte! ¡Pero mucho menos a Sintra! Siempre había profesado, y todo el mundo debería profesarla, la religión de aquellos árboles, el amor a aquellas sombras…

José María Eça de Queirós
Los Maia
Episodios de la vida romántica

Los Maia es una de las obras más conocidas del escritor portugués Eça de Queirós. Su primera edición se realizó en Oporto en 1888. La obra cuenta la historia de la familia Maia a lo largo de tres generaciones. Los Maia relata la historia del deterioro de una gran familia portuguesa a través de dos de sus miembros: el viejo Afonso de Maia, el patriarca y un hombre admirado y su nieto, el joven Carlos de Maia, idealista, diletante y romántico, representante de la elegancia finisecular y auténtico protagonista del relato. Al hilo del desprendimiento, de la conclusión del tiempo y de un modo de vida, los personajes viven su tiempo y su vida y la novela escenifica los ritos del amor (y del escondido sexo burgués del siglo XIX, de adúltero o de pago).

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857 (grabados y una historieta)

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857
Érase una vez que se era y estaba quien estuviera con ganas de contar una conseja: Hombre ilustre de la ilustre ciudad de Tarragona cuando agasajaba a un señor más importante que él y con libertad para arrugar su ceño fue en pleno convite atacado por mil ratas que parece ser que sí las hubo o había por aquél entonces en aquel lugar. De la actitud de las dueñas y damas no quisieron hablar pajes, ¡cómo sería el griterío y alboroto! El personaje principesco del arrugado ceño conminolo a librar batalla contra las ratas y hasta su total exterminio él no volvería a traspasar el umbral de su morada. Empleó a todos los sus criados, lacayos, pobres de pedir y chicos del hospicio en el empeño y extermino de los voraces roedores. Sin resultado. ¡Un gran fracaso! El cuñado de un primo del canónigo racionero le habló del mayor experto en el exterminio masivo de ratas. Era un gatazo enorme huido de la tierra de los francos porque estaba cansado de comer todos los días corteza de queso y que se hallaba en poder de su primo en el campo, por allá. Hízolo venir al gato y este siendo sólo no daba abasto con tanta rata, porque como ratas corrían. El gato pensó y pensó y decidió morirse y se murió. Muerto su enemigo mortal los ratones y ratas decidieron enterrarlo en solemne funeral y duelo y todas juntitas acudieron a comprobar el hecho y cuando todas reunidas llevaban al buen gatazo a enterrar, pidió el gato por una de sus restantes vidas y húbose de despertar y no me digáis amigos la gran matanza, la colosal matanza, la matanza ratil total. Mas o menos el rico agradecido pidió al primo del canónigo racionero que le enviase al canónigo fabriquero para que a su cuenta ordenara la perpetuación de la memoria de los hechos del gato emigrado al que no le gustaban nada nada las cortezas del queso francés. Parece ser que se encuentra en el cimacio. (MMV)

14 abril 2022

Sobre el cuco - no sólo cantasen las alondras, sino también los mirlos, los tordos, los pardillos y los cucos

»Zillah me trajo vino caliente y pan de especias y se mostró encantadora. Linton se sentó en la butaca y yo en una pequeña mecedora junto a la chimenea. Hablamos muy animadamente, nos reímos mucho y nos contamos muchas cosas. Estuvimos planeando los sitios adonde iríamos y las cosas que haríamos cuando llegara el verano. No te voy a repetir todo, porque te parecerían tonterías.

»Hubo un momento, con todo, en que estuvimos a punto de enfadarnos. Se puso a decir que la manera más grata de pasar un día caluroso de julio era tumbarse de la mañana a la noche en un ribazo lleno de brezos en medio del páramo, con las abejas zumbando como en sueños en torno a las flores, con las alondras cantando allá arriba sobre nuestras cabezas y el cielo resplandeciendo brillante y azul, imperturbable y sin nubes. Esa era su noción de la más perfecta y celestial felicidad. La mía, en cambio, era columpiarme en un árbol verde y susurrante bajo el soplo del viento del oeste y con las nubes brillantes y blancas agrupándose vertiginosamente allá en lo alto; y que no sólo cantasen las alondras, sino también los mirlos, los tordos, los pardillos y los cucos, exhalando música en derredor. Y el páramo viéndose a lo lejos recortado en frescos valles de sombra, cuando visto de cerca, en cambio, los cerros cubiertos de alta yerba parecen un oleaje movido por la brisa. Y bosques y aguas turbulentas, y el mundo entero despierto y estallando de salvaje alegría. Él quería verlo todo yaciendo en un éxtasis de paz. Yo lo quería todo centelleando, agitándose en una danza magnífica y jubilosa.

»Le dije que a su paraíso le faltaba media vida, y él me dijo que el mío sería un paraíso ebrio. Yo le contesté que en el suyo me moriría de sueño, y él que en el mío no podría respirar, y se fue poniendo cada vez más arisco. Al final acordamos que en cuanto llegara el buen tiempo probaríamos ambos paraísos. Luego nos dimos un beso e hicimos las paces.

»Al cabo de una hora de estar allí sentados sin hacer nada, me quedé mirando la espaciosa habitación con su suelo embaldosado sin alfombra, y pensé lo bien que se podría jugar allí si se apartara la mesa.

»Le dije a Linton que llamara a Zillah para que nos ayudase. Podíamos jugar a la gallina ciega y que ella tratara de pillarnos, como hacías tú, Ellen, ¿te acuerdas? Pero no quiso. Dijo que no le divertía.

Emily Brontë
Cumbres borrascosas

Como dijo Virginia Woolf, Emily Brontë era capaz de liberar la vida de su dependencia de los hechos; con un par de pinceladas podía retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo, conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera. La magnífica traducción de Carmen Martín Gaite vierte al castellano toda la pasión y verdad poética contenidas en esta gran obra.

Cumbres borrascosas, que se convertiría en una de las novelas más indiscutibles del siglo XIX, tuvo una acogida decepcionante cuando se publicó en 1847, pues los lectores victorianos se sintieron incomodados por lo que consideraron una descripción demasiado cruda de pasiones sin control. Al igual que Jane Eyre, de la hermana de Emily, Charlotte Brontë, Cumbres borrascosas se basa en la tradición de novela gótica de finales del XVIII, con apariciones sobrenaturales, noches sin luna y efectos de misterio y terror. Pero la novela trasciende ampliamente el género gracias a sus penetrantes observaciones y a su complejidad, así como, por encima de todo, a sus inolvidables caracterizaciones. La trágica historia de amor entre la apasionada Catherine y el atormentado Heathcliff es sin duda uno de los romances más inolvidables de la literatura de todos los tiempos.

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857 (grabados)

Claustros de la catedral de Tarragona, 1857

13 abril 2022

Sobre el cuco - Durante uno de estos oyeron el canto lejano del cuco, y Effi contó las veces que repetía su reclamo.

 Sí, Effi se llevaba muy bien con Jahnke. Pero, pese a todos sus conocimientos sobre el lago Hertha, Escandinavia y Wisby, en el fondo era un hombre simple, y por tanto era inevitable que una mujer joven y solitaria como Effi prefiriese la conversación de Niemeyer. Durante el otoño pudieron hablar tranquilamente dando largos paseos por el parque, pero la llegada del invierno interrumpió sus agradables charlas, ya que a Effi no le apetecía en absoluto ir a la casa parroquial. La señora Niemeyer siempre había sido una mujer muy desagradable, pero ahora había adoptado una actitud de intolerancia moral difícilmente soportable, pese a que, en opinión de la comunidad de feligreses, no había sido ella ningún modelo de honestidad intachable.

Y con gran pesar por parte de Effi, esta interrupción se prolongó durante todo el invierno. Pero cuando a principios de abril los arbustos comenzaron a reverdecer y los senderos del parque se secaron, volvieron a retomar sus paseos.

Durante uno de estos oyeron el canto lejano del cuco, y Effi contó las veces que repetía su reclamo. Iba cogida del brazo de Niemeyer, y le dijo:

—¿Oye cantar al cuco? A él no puedo preguntárselo, pero dígame usted, amigo mío, ¿qué piensa de la vida?

—¡Ah, querida Effi, no me hagas estas preguntas tan transcendentes! Deberías consultar a un filósofo, o enviar un escrito a una universidad. ¿Qué pienso yo de la vida? Mucho y poco. A veces pienso que es lo más importante, a veces que vale demasiado poco.

—Eso está bien, amigo mío, me gusta. No necesito saber nada más.

Mientras tanto, habían llegado hasta el columpio. Effi se subió a él con la misma agilidad de cuando era una niña, y antes de que su viejo acompañante se hubiera repuesto de su momentáneo sobresalto, la joven ya se había colocado en cuclillas entre las dos cuerdas y, balanceando hábilmente su cuerpo adelante y atrás, había empezado a columpiarse. Al cabo de unos segundos ya volaba por los aires y, sosteniéndose con una sola mano, se quitó con la otra el pequeño pañolón de seda que le cubría el cuello y el pecho, y lo agitó en el aire, revoltosa y feliz. Luego empezó a balancearse más despacio, bajó de un salto y se cogió nuevamente del brazo de Niemeyer.

—¡Effi, sigues siendo la misma de siempre!

—Oh, no. Ya me gustaría, pero todo eso ha quedado muy atrás. Sólo he querido volver a probarlo otra vez. ¡Ah, qué hermoso ha sido, qué bien me he sentido! ¡Era como si volara hasta el cielo! Quién sabe si entraré en él. Dígamelo usted, amigo mío, usted debe saberlo. Por favor, por favor…

Theodor Fontane
Effi Briest

El ambiente plúmbeo y la rigidez moral que caracterizan a la aristocracia prusiana no logran someter la vitalidad de la joven Effi Briest, que cede a la tentación del adulterio sabiendo perdida su oportunidad de ser feliz. Su marido, el barón Von Innstetten, no se siente especialmente ofendido, pero no tendrá más remedio que hacer valer su autoridad por la presión de las normas sociales. Theodor Fontane se basó en un hecho real para retratar los conflictos de la recién creada nación alemana, tan dispuesta como reacia a asumir los nuevos modelos de subjetividad y progreso.
Este volumen recoge la fiel y canónica traducción que en su día realizara F. de Ocampo. Asimismo, al texto de Fontane lo precede la formidable introducción firmada por el Premio Nobel de Literatura Thomas Mann, declarado admirador de la obra del máximo representante del realismo alemán.

Flores de magnolia

Magnolia x loebneri 'Merrill'

¡A volar!