11 febrero 2022

Sobre el cuco (32) - en Carpi, donde nos saludó el cuco

 VERO dei Pranzi se dirigió hacia donde tenían los suyos atado a un roble a Fanto Fantini della Gherardesca, y durante largo rato contempló a este en silencio. Vero se había puesto sus mejores ropas, con cintas de colores en la esclavina, y llevaba tras él a uno de sus pajes, dándole aire en la amolletada y colorada nuca. Era casi enano, mofletudo de rostro, estrecho de frente bajo la que, pasando un selvático bosque de cejas, se hundían unos ojos negros que las más de las veces miraban coléricos. Los brazos, en demasía largos, le llegaban hasta las rodillas, balanceándolos al andar, con lo cual parecía que marchaba tordeando un borracho. Le hacían zapatos de tacón doble en Bolonia, y para dar más alto, usaba además sombrero de pico con plumas, una moda que trajo a Italia aquel inglés Giovanni Acutto. Que anduvo con Catalina de Siena en las batallas que devolvieron el papa a Roma desde su palacio de Aviñón. Vero dei Pranzi era un capitán de reconocida dureza, cruel en los saqueos, generoso con sus soldados, sufriendo con ellos la aspereza del campo, pero sin ahorrarles la muerte. Vero mismo podía exhibir una docena larga de cicatrices. Se decía que estaba casado en tres lugares diferentes. Andaría por los cuarenta años. Los suyos habían entrado, nocturnos, en una granja, a robar un ternero para asarlo en el campo, que era dos días después la fiesta de San Crisógono de Aquilea, que es santo a la jineta, y tropezaron con Fanto, que iba secreto a Borgo San Sepolcro, y dormía a pierna suelta. Nito había llevado, en Lionfante, al can Remo, a que le curasen unas anginas en Parma, y el capitán estaba solo, que dejara su gente en Rávena, en cuarteles de invierno venecianos. Fanto amaba pasar, cuando podía, en su ciudad natal los últimos días del otoño, no regresando a sus tropas hasta que cataba el vino nuevo.

—Corren por ahí noticias, amigo Fanto —dijo Vero al prisionero—, de que has hecho dos canciones, una en la que alabas la hermosura de tu dama en un campo, en mayo, despidiéndote para la guerra, y otra en la que comparas tu vida con las hojas del bosque en otoño, que el viento lleva de aquí para allá. Busca en tu memoria la primavera pasada, porque otra ya no verás. ¿Por dónde andabas?

Fanto recordó, y sonrió.

—Por Adria, cabalgando por caminos entre cerezos, pasando el río de Julieta por vados en cuyas orillas florecía el manzano, cargando en Copparo contra los señores de Guastalla, y haciendo paces por Venecia en el claro de una robleda, en Carpi, donde nos saludó el cuco. Florecían las viñas, y los prados de Viadana eran una alfombra verde bordada en oro y carmesí.

—No verás otra, Fanto. Tengo para ti en los montes más allá del Paso della Cisa, una torre cuadrada. Antes, pasaba a sus pies un río que iba tumultuoso al Secchia, pero lo desviaron los duques de Módena para hacer leguas abajo, y a media jornada de su ciudad, un jardín de septiembre. La torre se llama Aquilasola. Y habiéndose ido el agua, todo el país es de tierra arenisca donde no nace una hierba. No volverás a ver verde en tu vida. Ya no hay prados en la vallina, y han muerto los chopos de la ribera. ¡Tierra rojiza, arenisca, tierra y solamente tierra! Te dejaremos allí con víveres para un mes. Oveja salpresa, claro, y un jarro de agua que administrarás prudentemente.

Vero rió, rieron los suyos.

—Las propias ratas abandonaron Aquilasola, Fanto, por ir a cualquier lugar de fuentes.


VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

10 febrero 2022

Sobre el cuco (31) - Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.

 El campamento dormía. Dormía quizá desde hacía siglos, esperando el regreso de César. Seguiría durmiendo mientras él no dijese que había regresado. Acaso conviniese dejar pasar el otoño y el invierno, y esperar a la primavera. Entonces, desde el podio, situado a nueve pasos de su tienda, a la sombra de las águilas, César, armado de hierro, de nostalgia y de gloria, diría: «¡Ahora son los idus de abril!». Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.


EL AÑO DEL COMETA CON LA BATALLA DE LOS CUATRO REYES
AUDIENCIA CON JULIO CÉSAR. FINAL
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

09 febrero 2022

Sobre el cuco (30) - —¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés.

 CERDEIRA DO MARCO

JOSÉ Onega Viador, conocido por Cerdeira do Marco, pasó toda la vida deseando tener un loro hablador. Cerdeira era un casi albino, esmirriado, friolento, metido debajo de un sombrero negro de ala ancha. Casara con una de las herederas de Sirmunde, la señora Eugenia, alta, pechugona, blanca. Parece ser que hubiera un desliz en el tiempo de varear las castañas, y por ello se hizo tal boda. Cuando murió la señora Eugenia y Cerdeira se encontró dueño del capital, decidió que habían llegado los días de comprar el loro. Además, que no le habían quedado hijos del matrimonio. En Lugo le dieron la dirección de una casa de Barcelona que mandaba, de puerta a puerta, loros, papagayos y toda clase de aves exóticas. Cerdeira escribió pidiendo precios, y le contestaron que precisamente en aquel momento tenían dos loros que hablaban francés, y que los vendían a buen precio, ya el par, ya por pieza. Le mandaban a Cerdeira la fotografía en colores de los dos loritos, y un folleto sobre la cría de estas aves, alimentación, enfermedades más propias, etc. Uno de los loros se llamaba Briand y el otro Calumet, y eran haitianos. Cerdeira fue a consultarse con Domingo de Moure, agrimensor y capador de cerdos, con licencia por León. Cerdeira se inclinaba por Briand, pero Domingo prefería a Calumet.

—¡Tiene levantada la cabeza! ¡Parece más honrado!

—¡Tira algo a soberbio! —apuntaba Cerdeira.

—¡En un forastero no está mal mirado! —sentenció Domingo.

Cerdeira se vino a razones y compró el loro Calumet. Llegó a Lugo sin novedad por La Camerana. Era pequeño, muy inquieto y en un ojo tenía una nube roja. No bien lo sacaron de la caja comenzó a saludar:

—Bon jour, mesdames et messieurs! Mon biscuit, s’il vous plait!

—Biscuit es bizcocho —dijo el maestro del Marco, que estaba presente y era alicantino.

—¡Está aviado! —comentó Cerdeira—. ¿No le serán lo mismo unas sopas en vino con azúcar?

—Voulez-vous une soupe de vin sucre? —le preguntaba el alicantino al loro.

—Landru aupoteau! —se puso a gritar este.

El maestro le explicó a Cerdeira quien fuera Landru. Después, con Domingo de Moure, discutieron cómo ir acostumbrando el loro a la cocina gallega y que se dejase de bizcocho. Calumet estaba calladito, y de vez en cuando se buscaba los piojos con el pico. Aquella jornada le dieron una galleta María mojada en leche y medio melocotón en almíbar.

—¡Sale algo caro este Calumet! —dijo Cerdeira.

El loro durmió en su percha, que la hiciera el propio Cerdeira, quien carpinteaba algo. Antes de apagar la luz, Cerdeira se quedó a solas con el loro y le advirtió:

—¡Yo soy José Onega, tu amo!

—Bon soir, papa! —le respondió Calumet.

A Cerdeira le hizo gracia lo de papá. Soñó que aprendía francés y hablaba con el loro, y este le contaba de su familia, de cómo eran la América Central y Barcelona. Pero, a la mañana siguiente, cuando Cerdeira fue a darle los buenos días al loro, este había desaparecido. Me lo contaba el propio Cerdeira:

—¡Ni rastro del loro!

Durante muchos días, mañana, tarde y noche, Cerdeira buscó a Calumet por la robleda de Eirís, por los castañares de Vilega, en las casas de los vecinos. ¡Nada! Y Cerdeira no sabía consolarse de aquella pérdida. Pasaron dos, tres años, y todavía se recordaba de Calumet.

—¡Qué pronto se había dado cuenta de que yo era su amo! Bon soir, papa!

Y se echaba a llorar. Compró un diccionario francés-español por si Calumet volvía. Un día fue Cerdeira a Lugo, y se sentó donde dicen Vilares a esperar el autobús, a la sombra de unos álamos. Levantó la cabeza porque muy cerca cantaba el cuco.

—¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés. ¡No me explico bien, quizás! Cantaba con el acento mismo de Calumet. ¿Andaría por allí? ¿Dicen algo los libros de si puede haber cría de loro y cuca?

Cerdeira nunca se consoló, repito, de la pérdida de Calumet. Cada vez aparecía más sumergido debajo del sombrero negro. Andaba con el diccionario franco-español debajo del brazo. Pescó una pulmonía y murió. Sus sobrinos me regalaron el diccionario, dentro del cual estaba la fotografía de Calumet que le mandaran de Barcelona a Cerdeira, un loro con la cabeza levantada, y encima de ella un letrero que decía On parte frangais.


SEMBLANZAS Y NARRACIONES BREVES
Álvaro Cunqueiro

Un rincón cordobés

 Córdoba, tres días de un octubre

Serie: azulejos