04 febrero 2022
03 febrero 2022
Sobre el cuco (24) - del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año
El cuco en Armagh
Un domingo, yendo a visitar en Mondoñedo a un alfarero amigo mío —muy conocido por Vendaval, que es nombre de viento como es sabido, el ventus validus, el viento poderoso, según dijeron latinos— del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año. ¡Voz amarga, pero anunciadora del tiempo alegre! Y pudo ocurrírseme que salía el agorero a saludarme, porque quizás era un cuco visitante de pasados años, que me conocía de paseos de otro tiempo. En el fondo de mi corazón agradecí al Señor aquella caricia sonora, nacida en verde rama de aliso o de abedul. Y ya en Vigo, sentándome en mi mesa en el «Faro de Vigo», abrí una revista inglesa en la que tropecé con un reportaje sobre Armagh, la ciudad capital eclesiástica de Irlanda, la ciudad de las dos catedrales y los dos arzobispos, cabeza del Ulster, y sede de San Patricio, el evangelizador de gaélicos. Y en dicho reportaje aprendí que Armagh tiene su nombre en Ard Macha, es decir, la Colina de Macha. Y Macha era el onomástico de una reina que allí se estableció en el siglo V, y desde entonces, y durante varias centurias, Armagh fue en arpas, en libros santos encuadernados en plata, la residencia de los nobles reyes del Ulster, ricos en yeguas negras, en hebillas de oro y en escudos redondos. Y cuentan las historias erínicas que cuando la reina Macha abandonó el bosque donde vivía con los suyos para ir a reinar a la colina que habría de llevar su nombre, e main Macha, a su diestra fueron volando, compañeros, los cucos que anunciaban abril a la isla toda. Y desde entonces, siempre hay cuco primaveral en Armagh y nadie duda de que el que canta ahora desciende por línea directa de los cucos amigos de la reina trashumante. Cuando el deán Swift vivía en Armagh con la familia Acheson, y paseaba con su amigo el doctor Jenny, éste le explicaba al autor de los Viajes de Gulliver el efecto sedante que el canto de cuco ejerce sobre los nervios primaverales. El doctor Jenny, teólogo e hidroterapeuta, reconocía a cada cuco por su acento, y podía afirmar, sin lugar a dudas, que el que estaba cantando en aquel momento era un nuevo barítono del bosque, acabado de llegar a Armagh… La mayoría de los clientes del doctor Jenny eran viudas de oficiales ingleses, afectadas de nubes de calor en el pecho y en el rostro. Con baños alternados fríos y calientes, y canto de cuco, el doctor las dejaba para segundas nupcias o para un tranquilo servicio en las obras parroquiales. Que cada cual reacciona a su manera.
No hace falta decir lo que me gustaría ir un día de abril o mayo a Armagh a escuchar el cuco en los árboles que rodean cualquiera de las dos catedrales. ¡Cucos con el acento mismo de Ossian, el sonoro mago, bardo y cabalgador…! Hay que suponer que los cucos de Armagh no distinguirán de catedral, la católica y la protestante. Las dos se llaman de San Patricio. Los protestantes se establecieron en la antigua, famosa por su cripta del siglo IX, donde está enterrado Brian Boru, el gran héroe, más fuerte que Sansón, vencedor de normandos en la batalla de Clontarf, en el 1014. Hubo la muerte Brian Boru porque se quedó admirado de la destreza de un danés, que, caído en el verde campo, tendió el arco y le disparó una flecha emplumada. Fue tan gracioso el gesto, venía la flecha tan ondeante de cola, que Brian Boru siguió su viaje, asombrado, sin percatarse de que venía a hacer nido en su indomable corazón… Y si los cucos no distinguen de catedral, es de suponer que no los haya entre ellos católicos y protestantes, sino cucos simplemente, avecillas libres en el bosque, augurando viajes y bodas. Lo mismo que en mi valle natal, oscuros mánticos de oscura pluma.
Quede, con estas líneas escritas a vuela pluma, saludado el cuco que me saludó, viéndome entrar al obrador de Vendaval.
No hace falta decir lo que me gustaría ir un día de abril o mayo a Armagh a escuchar el cuco en los árboles que rodean cualquiera de las dos catedrales. ¡Cucos con el acento mismo de Ossian, el sonoro mago, bardo y cabalgador…! Hay que suponer que los cucos de Armagh no distinguirán de catedral, la católica y la protestante. Las dos se llaman de San Patricio. Los protestantes se establecieron en la antigua, famosa por su cripta del siglo IX, donde está enterrado Brian Boru, el gran héroe, más fuerte que Sansón, vencedor de normandos en la batalla de Clontarf, en el 1014. Hubo la muerte Brian Boru porque se quedó admirado de la destreza de un danés, que, caído en el verde campo, tendió el arco y le disparó una flecha emplumada. Fue tan gracioso el gesto, venía la flecha tan ondeante de cola, que Brian Boru siguió su viaje, asombrado, sin percatarse de que venía a hacer nido en su indomable corazón… Y si los cucos no distinguen de catedral, es de suponer que no los haya entre ellos católicos y protestantes, sino cucos simplemente, avecillas libres en el bosque, augurando viajes y bodas. Lo mismo que en mi valle natal, oscuros mánticos de oscura pluma.
Quede, con estas líneas escritas a vuela pluma, saludado el cuco que me saludó, viéndome entrar al obrador de Vendaval.
NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro
02 febrero 2022
Sobre el cuco (23) - y tuvo el canto del cuclillo por un feliz augurio para su embajada
La edad de oro
Me refiero a la edad de oro de la diplomacia, que tal es el título de un libro de Philippe Amigüet, publicado en París, y que lleva por subtítulo Maquiavelo y los venecianos. En una faja verde que lo ciñe se define en gruesas letras rojas: «l’Ambassadeur est un espion honorable…». Realmente, la frase no parece que pueda aplicarse con mucho acierto ni al señor Maquiavelo y sus embajadas en Francia, ni a los embajadores venecianos con cuyas «relaciones» a la Serenísima se ha podido escribir media historia de Europa de los siglos XVI y XVII. Maquiavelo, que unas veces fue secretario de las embajadas de Florencia y otras veces él mismo nuncio u orador, cuenta a la Señoría florentina lo que ve en Francia, cómo es aquella Corona, rentas, soldados, costumbres, y al mismo tiempo hace política, pretendiendo llevar al Cristianísimo a las opiniones de Florencia, al único designio de aquellos complejos días: durar en libertad. Francia es la aliada de Florencia, pero es una aliada demasiado poderosa. El secretario florentino probará cien veces su inteligencia excepcional, su capacidad dialéctica, su visión objetiva de los sucesos, la excelencia de sus artes suasorias… Pero no puede llamársele espía, por mucho que se matice el término, porque haya pretendido profundizar en la situación política y económica de Francia y averiguar lo que llevaban dentro aquellos de quienes dependía la acción francesa en Italia. De las cartas de Maquiavelo a Florencia, cuando sus estancias gálicas, brota para el lector una enorme seducción. Tenacidad, paciencia, imaginación, don de profecía, saber de historia política y del alma humana… ¡Frágil y constante araña, tejiendo sin desaliento! Y todo por aquella pequeña y lejana ciudad, llena de miedo y de discordias, mezquina y celosa, pero cuyas torres en el horizonte toscano y el dulce río, Arno al fin claro como los ojos de Beatrice, son amados como ninguna otra cosa en el mundo. En una de las cartas de micer Nicolás Maquiavelo cuenta este que yendo hacia Blois, en la feliz Turena, donde posaba por unos días la nómada corte de los Valois, desde unos abedules a mano diestra del camino fue saludado, pues era mayo, por el cuco. El corazón de Maquiavelo sonrió, pese a la aspereza de los días, y tuvo el canto del cuclillo por un feliz augurio para su embajada y su patria… Cómo sonreiría mi propio corazón si yo fuese embajador de Mondoñedo en lejana corte, y mi ciudad natal tuviese filo de espada enemiga enfriándole el cuello.
Maquiavelo ha tenido muy mala prensa. En la Inglaterra del XVI —en El judío de Malta de Marlowe, por ejemplo—, pasa por abogado de toda traición y crimen. Los venecianos eran más complejos y, además, tenían la manía de que en todas partes se conspiraba contra Venecia, lo que, a su vez, llevaba a Venecia a conspirar. Los suizos, que entonces eran gente crédula, beoda y con la manía de cobrar puntualmente en las guerras para las que se alquilaban, aceptaban que los nuncios venecianos que iban a los cantones a levantar banderas, dejaban enterrados aquí y acullá unos homúnculos todo boca y orejas, nacidos de los amores de la mandrágora con un elixir antiguo, que oían todo lo que se murmuraba entre helvéticos y lo repetían después al Dogo, cuando eran llevados a Venecia. Éstos sí eran espías, pero no los señores Giustinian, Correre, Dalavisi, Loredano, Giusti…, siempre tan vestidos de seda, dueños de la lengua latina, perfumados con secante de lirio, buenos bailarines, alguno poeta y en los temas del amor y odio, avaricia y lujuria, apetito de poder, etcétera, vivos en el humano corazón, tan sabios como Shakespeare.
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado
01 febrero 2022
Sobre el cuco (22) - el tordavisco va a donde durmió el cuco y aprovecha el nido viejo o la rama que dejó caliente
El tordavisco
Yo le había contado a un niño muy amigo mío del pájaro llamado «tordavisco», y que forma parte de nuestra zoología fantástica. La piedra de afilar las agujas con la que los sastres se burlan de los aprendices que salieron algo tontos, no es tal piedra, que es un huevo del pájaro tordavisco. El tordavisco es como un gallo en miniatura, y no hay quien logre verlo, que de día en el bosque es verde, de noche es negro y si nieva blanco es. Es uno de los pájaros más listos que hay, más que el cuco, porque, cuando este despierta por las mañanas y se va a ganar la vida, el tordavisco va a donde durmió el cuco y aprovecha el nido viejo o la rama que dejó caliente. El huevo del tordavisco es verde, y habla. Cuando un niño que anda vigilando nidos —en gallego decimos «velar niñadas»— se acerca, el huevo grita, para asustarlo, con voz de trueno:
—¿Quién anda ahí?
Pues el niño, mi amigo, a quien le conté lo del tordavisco, me asegura que lo ha visto y que me lo va a pintar. Para la próxima primavera.
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado
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