Cantando el cuco
Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:
—Axiña se foi este ano o inverno!
¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…
Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado