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27 enero 2022

Sobre el cuco (17) - En abril me gusta escuchar el cuco agorero

 El ruiseñor

En abril me gusta escuchar el cuco agorero, con su voz amarga madrugando en el bosque. Y ahora, en agosto, el ruiseñor. Lo escuché hace cuatro o cinco días en un valle ourensano de viñas, en un otero, un pazo con dos cipreses en el jardín. «Palomar y ciprés, pazo es», dice el refrán, enseñándole al viajero la calidad de la casa que contempla desde una vuelta del camino. Hubo un pintor inglés que le gustó mucho a Dickens, un pintor fantástico. Se llamó Francisco Oliverio Finch. Uno de sus cuadros se titulaba «El castillo de la Indolencia», y se aseguró que adormilaba al contemplador. Yo tuve durante muchos años en una carpeta una reproducción de un cuadro de Finch, una lámina recortada de una revista. Se titulaba el cuadro «Ideal landscape from Keats’ Ode to the Nightingale», «Paisaje ideal para la oda de Keats al ruiseñor», y escuchando el cantor vespertino en aquel pequeño valle recordé el cuadro de Finch y me pareció que el país era el mismo, tan vestido de verde, tan hondo hacia Levante, el río en sus vueltas y revueltas imitando lagunas plateadas y el sol ciñendo de oro las fatigadas cumbres que cierran el valle. Creo recordar que en el cuadro de Finch había un hombre que contemplaba, desde la puerta de una casa, en primer término, el valle donde cantaba el ruiseñor. Donde cantaban el ruiseñor y Keats. Tenía un sombrero azul en la mano —¿lo tenía o sueño que lo tenía?—. Escuché durante un rato el ruiseñor, tan melancólico como suele, y recordé un verso de mocedad: «reiseñor, corazón do meu silencio fonte»… («ruiseñor, corazón, de mi silencio fuente»…).

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Se recogen aquí gran parte de los artículos publicados por Álvaro Cunqueiro en la revista catalana Destino entre 1961 y 1976. Aunque su colaboración comenzó en 1938, se reúnen en este volumen sólo aquellos artículos que no han visto la luz en formato de libro. En total, se presentan casi trescientos artículos, clasificados en las siguientes secciones: «En la ruta de la seda», un itinerario que transcurre entre Venecia, Córdoba y China; «Florilegio» recoge publicaciones de tema literario, de Sherlock Holmes al caballero de Olmedo; «Onírica», un conjunto de textos mágicos donde habitan brujas, demonios y unicornios; «Retratos de hermosas», con cinco visiones femeninas, desde la bailarina Cléo de Mérode a la reina de Saba; en «Del lejano país» surge el mundo gallego, con sus tópicos revisitados (lobos, curanderos) y el Camino de Santiago; unas «funestas lentejas» o una «teoría e iluminaciones del aguardiente» son ejemplos, en «De lo coquinario y vinícola», del Cunqueiro gastrónomo; «De santos y otras gentes», un recorrido por las vidas de santos y otros personajes singulares; «El variado mundo», artículos de la década de 1970 donde se analiza la actualidad; por último, «En tiempo de adviento» recorre las tierras gallegas en busca de las tradiciones paganas y religiosas de la Navidad.

03 mayo 2007

En Roma

Roma 261

El Ruiseñor canta de noche por John Crowley


El Ruiseñor se llama Ruiseñor, Nightingale, porque canta de noche. Hay otras aves que gritan en la noche: el dormilón lloriquea y la lechuza ulula, el somorgujo chilla y el atajacaminos clama y reclama. Pero el Ruiseñor es el único que canta: tan melodiosamente como canta la alondra cuando despunta la mañana, como el zorzal cuando se pone el sol, canta en la noche el Ruiseñor. Pero no siempre ha cantado de noche el Ruiseñor. Hubo un tiempo, mucho después del principio del mundo, pero de todos modos un tiempo muy, muy remoto, en que el Ruiseñor cantaba sólo de día, y dormía toda la noche —como el mirlo y el reyezuelo y la alondra. Cada mañana, en aquellos tiempos, cuando la noche huía y la Tierra volvía de nuevo su cara al Sol, el Ruiseñor se despertaba junto con la alondra y el petirrojo y el reyezuelo. Desembozaba su pico de entre las plumas de su hombro, esponjaba su oscuro plumaje y, mientras los largos rayos del sol se abrian paso a través de la fronda en que habitaba, el Ruiseñor cantaba. Cada mañana, en aquel entonces, parecía ser la primerísima mañana; todo cuanto veía el Ruiseñor, las hojas verdes perladas de rocío, el cielo irisado del amanecer, los árboles altos, el suelo musgoso pululante de insectos, las aves y las bestias despertando al sol, todo parecía nuevo, creado esa misma mañana. Y era así porque el Tiempo no había sido inventado todavía. Aunque estaba a punto de ser inventado.

¡A volar!