23 enero 2022

Sobre el cuco (13) - cuando un cuco macho se aparea, lo hace con un cuco hembra

  El libro genético de los muertos

Recuerda la sabiduría de los viejos días… *
W.B. Yeats, The Wind Among the Reeds [El viento entre las cañas] (1899)
* Remember the wisdom out of the old days…
La primera redacción escolar que puedo recordar llevaba por título «El diario de un penique». Uno tenía que imaginar que era una moneda y contar su historia, de cómo pasó cierto tiempo en un banco hasta que fue entregada a un cliente, cómo sintió el tintineo de las demás monedas en el bolsillo, cómo fue entregada en pago de alguna compra, cómo fue entregada a otro cliente como cambio, y después… bueno, seguro que el lector escribió también una redacción similar alguna vez. Es útil pensar del mismo modo en un gen que viaja no de un bolsillo a otro, sino de un cuerpo a otro a través de las generaciones. El primer punto que la analogía de la moneda deja claro es que, por supuesto, no hay que tomar la personificación del gen al pie de la letra, del mismo modo que cuando teníamos siete años de edad no pensábamos que nuestras monedas pudieran hablar. La personificación es a veces un artificio útil, y el que algunos críticos nos acusen de tomarla al pie de la letra es casi tan estúpido como el hecho mismo de tomar la personificación al pie de la letra. Los físicos no están literalmente «encantados» por sus partículas, y el crítico que les acusara de ello sería un fastidioso pedante.
Llamamos «acuñación» de un gen a la mutación que lo hizo nacer por alteración de un gen previo. Sólo una de las muchas copias de un gen en la población se modifica (por un evento de mutación, pero una mutación idéntica puede modificar otra copia del mismo gen en el acervo genético en algún otro momento). Las demás continúan produciendo copias del gen original, que ahora puede decirse que compite con la forma mutante. Producir copias es, desde luego, algo que los genes, a diferencia de las monedas, hacen extraordinariamente bien, y nuestro diario de un gen debe incluir las experiencias no de los átomos concretos que constituyen el ADN, sino las experiencias del ADN en forma de múltiples copias a lo largo de generaciones sucesivas. Como vimos en el capítulo anterior, gran parte de la «experiencia» de un gen de las generaciones anteriores consiste en interactuar con otros genes de su misma especie, y ésta es la razón por la que cooperan de manera tan amigable en la empresa colectiva de construir cuerpos.

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

22 enero 2022

Sobre el cuco (12) - La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos

Hállanse numerosas especies de aves en las verdeantes llanuras que rodean a Maldonado. Hay allí varias especies de una familia que por su conformación y sus hábitos se aproxima mucho a nuestro estornino; una de esas especies (Molothrus niger) tiene unas costumbres muy notables. Con frecuencia puede verse a muchos de sus individuos posados en los lomos de un caballo o de una vaca; cuando se encaraman sobre un seto, limpiándose las plumas al sol, intentan algunas veces cantar o más bien silbar. El sonido que emiten es singularísimo: se asemeja al ruido que haría el aire saliendo por un pequeño orificio debajo del agua, pero con fuerza suficiente para producir un sonido agudo. Según Azara, este ave deposita sus huevos en los nidos de otras, como hace el cuco. Los campesinos me han dicho varias veces que hay ciertamente un ave que tiene esta costumbre; mi ayudante, persona muy cuidadosa, encontró un nido del gorrión de este país (Zonotrichia matutina), nido que contenía un huevo mayor que los otros, de color y forma diferentes también. Hay otra especie de Molothus en la América del Norte (Molothrus pecoris) que tiene esa misma costumbre del cuco y que desde todos los puntos de vista se asemeja mucho a la especie del Plata, hasta en el insignificante detalle de posarse en el lomo de las reses; sólo difiere de ella en ser un poco más pequeña, y en que su plumaje y sus huevos tienen un tinte algo diferente. Esta semejanza chocante de conformación y de costumbres en especies representativas que habitan en los dos extremos de un gran continente, tiene siempre sumo interés, aunque se encuentra con frecuencia.

Mr. Swainson ha advertido con mucha razón que, excepto el Molothrus pecoris (al cual conviene añadir el Molothrus niger), los cucos son las únicas aves que realmente pueden llamarse parásitas, es decir «que se adhieren, digámoslo así, a otro animal vivo, animal cuyo calor hace desarrollarse a su cría, que alimenta a sus hijuelos y la muerte del cual causaría la de éstos». Es muy de notar que algunas especies del cuco y del molotro, aunque no todas, hayan adoptado esta extraña costumbre de propagación parásita, cuando difieren casi todas sus otras costumbres. El molotro es un ave esencialmente sociable, como nuestro estornino, y vive en llanuras abiertas sin tratar de esconderse o de ocultarse; por el contrario (como todo el mundo lo sabe), el cuco es tímido en extremo, no frecuenta sino los matorrales más retirados y se alimenta de frutos y de orugas. Estos dos géneros tienen también una conformación muy diferente. Se han propuesto muchas teorías, llegándose a invocar hasta la frenología, para explicar el origen de ese tan curioso instinto que induce al cuco a poner sus huevos en los nidos de otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost han dado alguna luz respecto a este problema. La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos; según la mayor parte de los observadores; y, según M. Prévost, tiene que ayuntarse con el macho cada vez que ha puesto uno o dos huevos. Pues bien, si la hembra se viese obligada a incubar sus propios huevos, tendría que incubarlos todos juntos, y por consiguiente, los de las primeras puestas quedarían abandonados tanto tiempo que se pudrirían, o tendría que ir incubando cada huevo por separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en nuestro país mucho menos tiempo que ninguna otra ave emigrante, la hembra no dispondría del necesario para ir incubando uno tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación, cuanto que, como pronto se verá, he llegado de una manera independiente a adoptar las mismas conclusiones respecto a los avestruces de la América meridional, cuyas hembras son parásitas unas de otras, si así puede decirse; en efecto, cada hembra deposita varios huevos en los nidos de otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación, como los padres postizos respecto al cuco.

Charles Darwin,
Viaje de un naturalista alrededor del mundo

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

21 enero 2022

Sobre el cuco (11) - Entraba y salía, en los círculos de la tarde serena, el frívolo cuclillo con su flautín irreverente.

Negro, sobre la lumbrada del ocaso, el arruinado molino tenía inmóviles las aspas. El Marqués de Bradomín, a mitad de la cuesta, muy velazqueño con atavíos de cazador, oía los cuentos de la molinera, y atendían de lejos, sentadas en un ribazo del camino, Feliche y la Marquesa Carolina. Agorinaba la molinera:

—¡Subitáneo, mi señorita! ¡Subitáneo! ¡Fue aquel desate un propio santiamén de Lucifer! ¡Como lo pinto! ¡A pique de perecernos sin el aviso de la viga!… ¡Y vaya un revuelo de tejas por los aires, más negras que cárabos! ¡Como lo pinto! ¡Propio desboque de yeguas era aquel tumulto de mares monte abajo! ¿Y ahora qué se hace? ¡Buscar una cueva para acabar estos tristes años! ¡Todo aquel arreglo bendito se lo llevó el desate de aguas! ¡Santísimo Dios! ¡Ya nos tienes otra vez coritos como al nacer! ¿Qué cueva nos deparas, Justo Juez? ¡Y si tampoco quieres darnos una cueva, mándanos un tabardillo y acaba tu obra misericordiosa, ya que tan desnudos nos dejaste! ¡No lo descuides, Rey de los Cielos! ¡Cinco inocentes, dos de un parto, un hombre impedido que pinga los reumas!… ¡Y qué te cuento, si sabido lo tienes!

En el cielo raso y azul, serenaban las lejanías sus crestas de nieves, y en pujante antagonismo cromático encendía sus rabias amarillas la retama de los cerros. Remansábase el agua en charcales. Asomaba, en anchos remiendos, el sayal de la tierra. Volaban los pájaros en aparejado noviazgo: Entraba y salía, en los círculos de la tarde serena, el frívolo cuclillo con su flautín irreverente.

Ramón María del Valle-Inclán
La Corte de los Milagros
El ruedo ibérico - 1

En los últimos años del reinado de Fernando VII el absolutismo va mitigando su rigor, mientras que en la corte se va formando una vasta intriga alrededor del hermano del monarca, que continúa con la subida al trono de Isabel II tras la derogación de la ley sálica. Todo su reinado será una serie ininterrumpida de conspiraciones, revueltas y camarillas. Trazando la caricatura de la ya de por sí esperpéntica realidad, Valle acierta a exponer todos los tópicos vigentes, todos los lemas de los partidos, y a componer un mosaico de personajes reales e inventados, a través de la historia de la familia Torre-Mellada. Una obra protagonizada por las intrigas, el cabildeo y las camarillas de una época en la que no faltaron milagros palaciegos ni monjas estigmatizadas.

Patios de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

20 enero 2022

Sobre el cuco (10) - Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú»

Los niños estaban en el teatro; representaban ante las Tres Vacas todo lo que recordaban de El sueño de una noche de verano. Su padre les había preparado un pequeño resumen de la gran obra de Shakespeare, y ellos lo habían repetido, con su madre y con él, hasta aprenderlo de memoria. Comenzaban allí donde Nick Bottom, el tejedor, aparece entre los arbustos con una cabeza de asno sobre los hombros, y encuentra dormida a Titania, Reina de las Hadas. De ahí saltaban al momento en que Bottom pide a tres pequeñas hadas que le rasquen la cabeza y le lleven miel, y deteníanse cuando Bottom se duerme en los brazos de Titania. Dan hacía los papeles de Puck y Nick Bottom, y también los de las tres hadas. Llevaba un casquete de tela de orejas puntiagudas, para representar a Puck, y una cabeza de asno de papel, procedente de uno de los navideños petardos con sorpresa —pero se rompía cuando no se tenía cuidado con ella—, para representar a Bottom. Una, en el papel de Titania, llevaba una guirnalda de ancolias y una rama de digital como varita.

El teatro se hallaba en una pradera llamada el Campo Largo. Un canalillo, que alimentaba a un molino situado a dos o tres prados de allí, rodeaba una de las esquinas, y, en medio de ellas, se encontraba un viejo Ruedo de hadas de yerba oscurecida, que hacía las veces de escena. Los bordes del canalillo, cubiertos de mimbres, de avellanos y de bolas de nieve, ofrecían cómodos rincones para esperar el instante de entrar en escena; y una persona mayor que había visto el lugar decía que el mismo Shakespeare no hubiese podido imaginar mejor cuadro para su obra. Con toda seguridad no se les hubiera permitido representar en la misma noche de San Juan, pero la víspera de esta fiesta habían bajado después del té; a la hora en que las sombras crecen, y habían llevado sus cenas: huevos duros, galletas «Bath Oliver» y sal en un paquete. Las Tres Vacas habían sido ya ordeñadas y pastaban incesantemente y el sonido que producían al arrancar la yerba podía oírse hasta el límite del prado; el ruido del molino, al trabajar, imitaba el de los pasos de unos pies descalzos sobre la hierba. Un cuco, posado sobre el montante de una puerta, cantaba su entrecortada canción de junio: «cucú», mientras un martín pescador cruzaba afanoso la pradera entre el canalillo y el arroyo. El resto no era más que una especie de calma espesa y soñolienta, perfumada de ulmarias y de yerba seca.

La obra marchaba de maravilla. Dan se acordaba de todos sus papeles, —Puck, Bottom, y las tres hadas—, y Una no olvidaba una sola palabra del de Titania, incluso el difícil pasaje en que ella dice a las hadas que habrá que alimentar a Bottom con «albaricoques, higos maduros y zarzamoras», y donde todos los versos tenían la misma rima. Los dos estaban tan contentos que la representaron tres veces, de cabo a rabo, antes de sentarse en el centro del Ruedo para comerse los huevos y las galletas «Bath Oliver». Fue entonces cuando oyeron entre los chopos del ribazo un silbido que los sobresaltó bastante.

Los arbustos se abrieron. En el mismo lugar en que Dan había representado el personaje de Puck, vieron a un pequeño ser cetrino, de anchos hombros, orejas puntiagudas, nariz roma, ojos azules y separados y en cuyo conjunto una mueca sonriente hendía el rostro cubierto de manchas rojizas. Se protegió los ojos como si mirara a Quince, Snout, Bottom y los demás en trance de repetir Piramo y Tisbe, y con una voz profunda, como la de las Tres Vacas cuando pedían ser ordeñadas, comenzó:

¿Qué rústicos bribones aquí se pavonean

tan cerca de la cuna de nuestra Hada Reina?

Se detuvo y llevó una de sus manos tras su oreja, y con la mirada chispeante de malicia continuó:

¿Es esto una comedia? Yo seré espectador

y, si veo un motivo, seré también actor.

Los niños le miraron embobados. El hombrecillo —apenas llegaría al hombro de Dan— entró tranquilamente en el Ruedo.

—Ya he perdido un poco de práctica —dijo—, pero así es cómo se representa mi papel.

Los niños no habían cesado de mirarle, desde su sombrerillo azul oscuro, semejante a una flor de ancolia, hasta sus pies descalzos y velludos. Por último él se echó a reír.

—Os ruego que no me miréis así. No es ciertamente mi defecto. ¿Qué podíais esperar de otro? —dijo.

—Nosotros no esperamos nada —repuso Dan lentamente—. Este campo es nuestro.

—¿Sí? —dijo el visitante, sentándose—. Entonces, ¿por qué, gran Dios, representáis El sueño de una noche de verano tres veces seguidas en víspera de San Juan, en medio del Ruedo y al pie sí precisamente al pie de una de las más viejas colinas que poseo en la vieja Inglaterra? La colina de Pook; la colina de Puck; la colina de Puck; la colina de Pook. Está tan claro como el agua.

Rudyard Kipling
Puck de la colina de Pook

Enriketa ve un fantasma