12 diciembre 2021

12 de Diciembre,

 CAPÍTULO LIII

Dábanle a entender los indios, que traía consigo, que la tierra que él creía de Babeque ser isla, que era Tierra Firme; y torna a rectificarse en su opinión que la gente de Caniba, que oía decir a los indios que debía ser la del Gran Khan. —Hizo poner una gran cruz a la boca del puerto en señal que la tierra era de los reyes de Castilla. —Tres marineros entráronse por el monte adentro. —Sintieron mucha gente. —Huyó toda. —Alcanzaron una mujer que traía un pedazo de oro en las narices. —Vistióla el Almirante y dióle joyas; tornáronla a enviar. —Envió otro dia nueve cristianos a tierra con un indio de los que traía. —Cuatro leguas hallaron una población de 1.000 casas y habría 3.000 hombres. — Huyen todos. —Da voces el indio que no teman que es gente buena. —Vuelven todos. —Admíranse de los cristianos. —Lléganles las manos, temblando, a las caras. —Hácenles mil servicios. —Creen haber venido del cielo. —Vino mucha más gente con el marido de la mujer. —Vieron tierras felicísimas. —Induce el autor a cierta consideración. Tuvo el Almirante cierta experiencia, etc.

Tenia gran deseo de ver aquel entremedio destas dos islas, Española y Tortuga; lo uno, por descubrir e ver toda esta isla Española, que le parecía la cosa más hermosa del mundo, lo otro, porque le decían los indios, que consigo traía, que por allí se había de ir para la isla de Babeque, y, según entendía dellos, era isla muy grande y de grandes montañas, valles y ríos. Decían más, cuanto el Almirante creía que entendía, que la isla de Bohío, que era esta Española, era mayor que la isla Juana, que era la isla de Cuba, y decían verdad. Parece que los indios dichos daban a entender que el Babeque era Tierra Firme, porque decían que no estaba cercada de agua, y que estaba detrás desta isla Española, la cual llamaban Caritaba o Caribana, que era como cosa infinita; y a mi parecer, que, cierto lo decían por Tierra Firme, y que debían tener noticia de la Tierra Firme, que estando aquellos indios en las islas de los lucayos, donde nacieron, y allí en el puerto de la Concepción, donde al presente estaban, les caía Tierra Firme detrás, o, más propiamente hablando, desa parte o adelante desta Española isla.

Dice aquí el Almirante, que le parece que tienen razón en nombrar tanto a Babeque, y por otro nombre a Garibana, porque debían de ser trabajados de la gente dalla, por parecerle que en todas estas islas viven con su temor. De aquí torna el Almirante a afirmar lo que muchas veces ha dicho, que cree que esta gente de Caniba no ser otra cosa sino la gente del Gran Khan, que debía ser de allí vecina, que tenían navíos con que los venían a captivar, y, como no tornaban, creían que se los comían.

Esta opinión tenía, y harto le ayudaba a tenerla la carta o mapa, que traía, de Paulo, físico, y la información que le había dado por sus cartas, como arriba veces se ha referido, y los muchos indicios y argumentos de las tierras tantas y tales, y cosas dellas que iba viendo cada dia.

El miércoles, 12 de Diciembre, viendo que todavía ventaba viento contrario y no podía partirse, hizo poner una gran cruz a la entrada del puerto de la parte del gueste, en un lugar eminente, muy vistoso, en señal, dice él, que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo, nuestro Señor, y honra de la cristiandad; la cual puesta, tres marineros se metieron por el monte a ver los árboles y hierbas, y oyeron y vieron un gran golpe de gente, todos desnudos como los de atrás, a los cuales llamaron y fueron tras ellos, pero dieron los indios a huir, y finalmente tomaron una mujer; que no pudieron más porque el Almirante les había mandado que tomasen algunos para honrarlos y hacerles perder el miedo, y por saber si había en estas tierras alguna cosa de provecho, porque no le parecía que podía ser otra cosa, según la hermosura destas tierras, y así trujeron la mujer, muy moza y hermosa, a la nao, la cual habló con los indios que el Almirante traía, porque toda era una lengua.

Hízola el Almirante vestir y dióle cuentas de vidrio, y cascabeles, y sortijas de latón, y tornó a enviarla honradamente, según solía el Almirante hacer, enviando algunas personas de la nao con ella y tres indios de los que traía, porque hablasen con aquella gente; los marineros que iban en la barca cuando la llevaban a tierra dijeron al Almirante, que ya no quisiera salir de la nao sino quedarse con las otras mujeres indias que traía del puerto de Mares, en la isla Juana o de Cuba. Todos estos indios que venían con aquella india, dizque, andaban en una canoa, por ventura, pescando, y, cuando asomaron a la entrada del puerto y vieron los navíos, volviénronse atrás y dejaron la canoa y huyeron camino de la población. Ella mostraba el paraje de la población; traía, diz que, un pedazo de oro en la nariz, por lo cual juzgó haber en aquella oro, y no se engañó.

A tres horas de noche volvieron los tres cristianos que el Almirante había enviado con la mujer, los cuales no fueron con ella hasta la población por que les pareció lejos, o por ventura dejaron de ir por miedo. Trajeron, empero, nuevas, que otro día vendría mucha gente a los navios, porque les pareció, o supieron, que, por las nuevas que la mujer les dio, de la buena conversación y tratamiento que le hicieron los cristianos, estaban ya no tan sobresaltados.

El Almirante, con deseo de saber si había en aquella tierra, tan hermosa y tan fértil, alguna cosa de provecho, y haber lengua de la gente, y para disponerla a que tuviesen gana de servir a los Reyes, determinó de tornar a enviar nueve hombres a la población, con sus armas, bien aderezados, y con ellos un indio de los que traía de las islas, confiando en Dios y en las nuevas que habría dado la india del buen tratamiento que le había hecho el Almirante. Estos fueron a la población, que estaba cuatro leguas y media hacia el Sueste, la cual hallaron en un grandísimo valle, y toda vacía de gente, porque, como sintieron ir los cristianos, todos huyeron, dejando cuanto tenían, la tierra dentro. Era la población de 1.000 casas y de más de 3.000 hombres; el indio que los cristianos llevaban corrió tras ellos dando voces, diciendo que no hobiesen miedo, que los cristianos no eran de Caniba, antes eran del cielo, y que daban muchas cosas hermosas a todos los que hallaban. Tanto les imprimió lo que decia, que se aseguraron y vinieron juntos más de 2.000 dellos. Venían todos a los cristianos y les ponían las manos sobre la cabeza, que era señal de amistad y gran reverencia, y, cuando esto hacían, estaban todos temblando, hasta que los cristianos del todo los aseguraron. Dijeron aquellos que el Almirante envió, que, después que perdieron el miedo, iban todos a sus casas y cada uno los traía de lo que tenia de comer, pan de unas raíces que siembran de que hacen pan, de las cuales se dirá adelante, pescado y otras cosas cuantas de comer tenían; y, porque el indio que iba con los cristianos dijo a los indios que se holgaría el Almirante haber algún papagayo, luego les trujeron papagayos y cuanto los cristianos les pedían, sin querer nada por ello. Todo esto cuenta el Almirante. Rogaban a los cristianos ahincadamente, que no se viniesen aquella noche, y que les darían otras muchas cosas que tenían en la sierra.

Al tiempo que toda aquella gente junta estaba con los cristianos, vieron venir una gran multitud de gente, con el marido de la mujer que había el Almirante honrado y enviado, la cual traían sobre los hombros, que venían a dar gracias a los cristianos por la honra que el Almirante le había hecho, y dádivas que le había dado. Dijeron los cristianos al Almirante, que aquella gente toda era más hermosa y de mejor condición que ninguna otra de las que habían hasta entonces visto; pero aquí dice el Almirante, que no sabe cómo pueda ser de mejor condición que las otras, dando a entender que las otras todas, de las otras islas que habían hallado, eran de humanísima condición. Cuanto a la hermosura, decían los cristianos que no había comparación, así en los hombres como en las mujeres, y que eran blancos más que los que habían visto, y, señaladamente, decían que habían visto dos mujeres mozas, tan blancas como podían ser en España. De la hermosura de las tierras que vieron, referían que excedían a todas las tierras de Castilla, en fertilidad, hermosura y bondad. El Almirante asi lo concedía, por las que tenia presentes y las que dejaba atrás. Señaladamente encarecían las de aquel valle, las cuales a la campiña de Córdoba les parecía exceder, cuanto el día excede a la noche en claridad. Estaban, diz que, todas labradas, y por medio de aquel valle pasaba un río muy grande y ancho, con el cual todas se podían regar. Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta; las hierbas, todas floridas y muy altas; los caminos, muy anchos y buenos; los aires eran como por Abril, en Castilla; cantaban el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España; las noches, cantaban algunos pajaritos suavemente, que, diz que, era la mayor dulzura del mundo; los grillos y ranas se oían muchos de noche; los pescados como en España. Vieron muchos almástigos, lignaloe, y algodonales; oro no hallaron, y no es maravilla que en tan poco tiempo no se halle. Todo esto dice el Almirante.

Debe aquí el lector considerar la disposición natural y buenas calidades de que Dios dotó a estas gentes, cuan aparejadas estaban por natura para ser doctrinadas e imbuidas en las cosas de la fe y religión cristiana, y en todas virtuosas costumbres, si bebieran sido tractadas y atraídas virtuosa y cristianamente; y qué tierras estas tan felices, que nos puso la Divina providencia en las manos para pagarnos, aun en esta vida, sin lo que hablamos de esperar en la otra, los trabajos y cuidados que en atraerlas a Cristo tuviéramos. Temo que no merecimos ni fuimos dignos, por lo que Dios cognosció que hablamos de ofenderle, de tan sublimes y no comparables a otros ningunos bienes.

Tomó aquí el Almirante experiencia de qué horas era el día y la noche, y halló que, de sol a sol, habían pasado veinte ampolletas de a media hora cada una, que son los relojes de arena que sabemos, y así parece que de sol a sol había en el dia diez horas; puesto que dice poder allí haber algún defecto, porque los marineros, o se olvidan de volverlas cuando han pasado, o ellas se azolvan y no pasan por algún rato. Y bien creo yo, que, por aquel tiempo, hay en el dia en esta isla once horas y algo más, que viene a la cuenta quel Almirante dice.

Bartolomé de las Casas
Historia de las Indias
Libro I

Dentro del voluminoso conjunto de los escritos lascasianos, ocupa la Historia de las Indias un puesto a toda luz excepcional. No es que sea, ni de le jos, la obra más famosa de fray Bartolomé, cuya figura histórica ha sido y sigue siendo tantas veces identificada, para bien y para mal, a través de la única Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en vida del autor y propagada por el mundo entero. Muy distinto, por supuesto, es el caso de la Historia, libro de mucho bulto y de muy diferente índole, cuyo manuscrito, por otra parte, permaneció inédito durante más de tres siglos. Distínguese sobre todo la Historia, dentro de su categoría, por la abundancia y precisión de las noticias, respaldadas por una enorme documentación de primera mano, cuando no por la propia experiencia del historiador. Señálase aún por los prolijos comentarios, desde luego casi siempre acusadores, que acompañan sistemáticamente la relación de los sucesos, y vienen a ocupar no menos espacio, y a veces más, que la misma narración.

Según indicación contenida en el texto, anunciaba Las Casas que su obra comprendería seis libros, correspondiendo cada uno a un período de diez años —excepto el primero, reducido a ocho por empezar en 1492 y terminar en 1500. No descartaba, además, la posibilidad de prolongarla, pero la Historia, tal como la conocemos, consta solamente de tres décadas.

Luanco. Asturias

muelle

11 diciembre 2021

11 de diciembre

 A principios de la guerra del rey Guillermo, el capitán Kidd mandaba un corso en las Antillas, y por varias audaces acciones adquirió reputación de hombre valeroso, así como de experto marinero. Por este tiempo, los piratas eran muy molestos en aquellas zonas, por cuyo motivo el capitán Kidd fue recomendado por lord Bellamont, entonces gobernador de Barbados, así como por diversas personas, al gobierno de aquí como persona muy digna de confianza para el mando de un barco del Gobierno y para que se emplease en perseguir a los piratas, dado que conocía perfectamente bien esos mares y estaba familiarizado con todos sus escondrijos; sin embargo, no podría decir qué razones gobernaban la política de aquellos tiempos, pero este propósito no encuentra estímulo aquí, aunque lo cierto es que habría sido de gran importancia para el tema, ya que nuestros mercaderes sufrieron daños increíbles por estos ladrones. Ante este abandono, lord Bellamont y algunos otros, que sabían de las enormes capturas que habían hecho los piratas y las prodigiosas riquezas que debían de poseer, sintieron la tentación de aparejar un barco por su propia cuenta y dar el mando al capitán Kidd, y para dar a la cosa una más grande reputación, así como para mantener a sus marineros bajo un mando mejor, se procuraron la comisión del rey para dicho capitán Kidd, de la que es exacta copia lo siguiente:

Guillermo Rex,

Guillermo III, por la gracia de Dios, rey de Inglaterra, Escocia Francia e Irlanda, defensor de la fe, etc. A nuestro leal y bienamado capitán William Kidd, comandante del barco galera Adventure, o a cualquier otro comandante eventual del mismo, saluda; por cuanto estamos informados, que el capitán Thomas Tew, John Ireland, el capitán Thomas Wake, y el capitán William Maze, o Mace, y otros súbditos, nativos o habitantes de Nueva York y de otros lugares de nuestras plantaciones en América se han asociado con diversas otras, perversas y mal dispuestas personas y, yendo en contra de la ley de las naciones, cometen muchas y grandes piraterías, robos y depredaciones en los mares de las partes de América y otras partes, con gran obstáculo y desaliento del comercio y la navegación y gran peligro y daño a nuestros amados súbditos, nuestros aliados y todos los demás que navegan en los mares con sus legales ocasiones. Por lo que OS HACEMOS SABER que nos, deseando prevenir los antedichos desacatos en lo que de nos depende y traer a los dichos piratas, filibusteros y ladrones de mar a la justicia, hemos considerado apto y, por ende, damos y otorgamos al dicho William Kidd, a quien nuestro comisionado para la función de lord almirante mayor de Inglaterra ha concedido una comisión como buque de guerra privado, con fecha del día 11 de diciembre de 1695, así como al eventual comandante del dicho barco, oficiales, marineros y otros que estarán bajo vuestro mando, pleno poder y autoridad para detener, apresar y conducir bajo vuestra custodia al dicho capitán Thomas Tew, John Ireland, capitán Thomas Wake y capitán William Maze, o Mace, y a todos los piratas, filibusteros y ladrones de mar, ya sean súbditos nuestros o de otras naciones asociadas con ellos, a quienes encontraréis en los mares o costas de América o en cualesquiera otros mares o costas, con todos sus buques y embarcaciones y todas las mercancías, como dinero, género y quincalla que se encuentren a bordo o con ellos, en caso de que se rindan de grado; pero si no se rinden sin lucha, entonces tendréis por fuerza que obligarles a la rendición. Y también os requerimos a que traigáis o mandéis que sean traídos a los tales piratas, filibusteros y ladrones de mar, pues los detendréis para someterlos a juicio legal, a fin de que ellos puedan recurrir en contra según la ley para tales casos. Y por esto mandamos a todos nuestros oficiales, ministros, y cualesquiera otros de nuestros amados súbditos colaboren y os asistan en lo que sea. Y os ordenamos por esto que llevéis un exacto diario de vuestros actos relativos a la ejecución de estos asuntos y consignéis los nombres de tales piratas y de sus oficiales y de su compañía, y los nombres de los buques y embarcaciones que detendréis y apresaréis en virtud de esta presente, y las cantidades de armas, municiones y provisiones, y el país de tales barcos, y el verdadero valor de los mismos lo más aproximadamente que podáis. Por tanto, os encargo y ordeno estrictamente, dado que responderéis de lo contrario con vuestro peligro, que de ninguna manera ofendáis o molestéis a nuestros amigos o aliados, sus barcos o súbditos, por el color o matiz de estas presentes o la autoridad otorgada por ellas. En testimonio de lo cual ordenamos sea fijado nuestro gran sello de Inglaterra a estas presentes. Dado en nuestra corte de Kensington, el día 26 de enero de 1696, séptimo año de nuestro reinado.

  ----------UNAS PÁGINAS MAS ADELANTE FINALIZA LA HISTORIA ------------

Cuando le preguntaron a Kidd si tenía algo que decir por lo que no debiese aplicársele la sentencia, contestó que no tenía nada que decir, sino que habían testificado en contra suya gentes malvadas y perversas. Y cuando fue leída la sentencia dijo: «Señor, es una sentencia muy dura. Por mi parte, soy el más inocente de todos, sólo que han testificado en contra mía gente que son perjuros».

Por consiguiente, una semana después, el capitán Kidd, Nicholas Churchill, James How, Gabriel Loff, Hugh Parrot, Abel Owen y Darby Mullins fueron ejecutados en el muelle de ejecuciones, y después colgados en cadenas, a cierta distancia unos de otros, sobre el río, donde sus cuerpos permanecieron expuestos durante muchos años.

Daniel Defoe
Historias de piratas

Las Historias de piratas de Defoe son una de las mejores fuentes para adentrarse por el mundo de la piratería, para conocer a unos lobos de mar valientes y pendencieros, inteligentes, duros y no exentos de maldad, a los que a veces les aguardaba la cárcel y la horca.

Luanco. Asturias

 el color de los bares del puerto

10 diciembre 2021

10 de diciembre

Antiyanquis

Recién en 1866, a los 47 de edad, consiguió un empleo estable como inspector de Aduana en los muelles de Nueva York. Herman Melville conocía el trabajo desde los 12 y medio, obligado por la muerte de su padre: eran cuatro hermanas y cuatro hermanos con madre viuda y solamente los dos mayores podían sostener a la familia. El autor de esa obra maestra titulada Moby Dick empezó como mandadero en el New York State Bank, siguió de empleado en el comercio de pieles de su hermano mayor, fue luego cuidador de la granja de un tío y hasta maestro rural pese a su escasa escolaridad. A los 20 eligió navegar.

A bordo del ballenero Acushnet fue marcado por la dureza de la vida marinera. Lo abandona en las islas Marquesas y se interna en el valle de los typis, tribu de caníbales que respetaron su carne otorgándole calidad de huésped/prisionero. Melville dice que pasó allí cuatro meses. Los biógrafos afirman que sólo tres semanas. Sea como fuere, de tal experiencia nace su primera novela, Typee (1846), que explora esa convivencia desde su misterio y no con ojos de ciudadano occidental. Los editores desconfían, la creen demasiado fantasiosa, pero cuando finalmente se publica en Londres tiene éxito inmediato. De su paso por el ballenero australiano Lucy Ann surge Omoo (1847): allí Melville noveliza sus peripecias como amotinado —tenía derecho a un porcentaje de los beneficios, pero el viaje había sido improductivo— que, como buena parte de la tripulación, termina en una cárcel de Tahití. De ésta se evade fácilmente, aunque no de la marca que la vida nativa imprimió en su subjetividad.

Ciertos críticos subrayan en esas obras lo que Edward Carpenter apuntó, tan temprano como en 1894 —tres años después de la muerte de Melville—, en un ensayo significativamente titulado Amor homogénico: citando el texto de Omoo informa que el autor de Benito Cereno fue testigo de amistades masculinas «extravagantes» en Tahití. El mismo Hemingway consideró que las novelas de Melville tratan sobre «hombres sin mujeres». No falta quien asevera que el interés que E. M. Forster, W. H. Auden y Benjamin Britten prodigaron a esas dos novelas se debe al soplo homosexual que las recorre. Parece una visión miope. Melville, como más tarde Thomas Mann, registró con anticipación temas que los movimientos gay han puesto hoy sobre el tapete. Por otro lado, es clara en Omoo la crítica al colonialismo y a la labor de los misioneros cristianos, empeñados uno y otros en desnaturalizar una cultura ancestral que Paul Gauguin amó.

En 1843 Melville se engancha en la Marina yanqui y embarca como simple marinero en la fragata United States. Lo dan de baja al año siguiente y en White-Jacket (1850) denuncia los abusos padecidos en la fuerza naval. El libro es aclamado en un país partido en dos entre el Norte industrial y el Sur esclavista y Melville puede comprar casa propia para su mujer, hija y dos hijos. Sus novelas iban exactamente en contra de la visión idílica que imaginaba que la pujanza económica de Estados Unidos abría el camino para la redención de la humanidad. Quiso, como Emerson, creer en la bondad humana, pero no pudo conciliar ese ideal con su comprobación de la miseria de los inmigrantes explotados, el materialismo de una cultura que se iba edificando sobre aquélla y proclamaba —con cierta pudibundez entonces— al dinero como único Dios. Su literatura chocaba con el ámbito social de un país que invadía Nicaragua y Cuba y se robaba un tercio del territorio de México. Y tan feliz, tan convencido de su «destino manifiesto».

Pierre, publicada en 1852, habla de un artista alejado —con rechazo nunca explícito— por el empujón utilitario. Este texto, impregnado del padecimiento que provocan las respuestas humillantes a la pobreza y a la desocupación, denunciador del doble discurso del poder, cayó en el vacío. A sus 33 años, la carrera literaria de Melville —antes saludado como «el nuevo Robinson Crusoe»— entró en la oscuridad. Siguió escribiendo: Israel Potter (1855), El hombre de confianza (1857), sátira de un Estados Unidos anestesiado por el sueño de la riqueza rápida, Benito Cereno, cargado de desesperanza y desprecio por la hipocresía humana. Y luego, poesía: Hechos de batalla y aspectos de la guerra (1866), John Marr y otros marinos (1888), el póstumo Timoleon. Se había jubilado tres años antes de morir y vivía sostenido por amigos. Entonces dijo: «Después de casi 20 años de funcionario en la Aduana entré sólo hace poco en posesión de un ocio libre, pero esto ocurre cuando, dado el curso natural de las cosas, declina sensiblemente mi vigor. Lo poco que de él me resta lo reservo para ciertas cuestiones incompletas y que tal vez nunca pueda completar». Una de esas «cuestiones» era Billy Budd, publicada 33 años después de su fallecimiento.

Que un solo obituario registró, y ése de pocas líneas, en la prensa. Había pasado de la oscuridad al anonimato. En Billy Budd dejó escrita su visión del mal y del bien. El último triunfa destruyéndose. Melville había encontrado paz en la resignación.

10 de diciembre de 2002

Juan Gelman
Miradas
De poetas escritores y artistas

Originalmente aparecidas en las páginas de un diario porteño, las 77 crónicas que Juan Gelman recoge en este libro se distinguen por la mirada inconforme y puntual, irreverente y erudita que las alimenta esa misma que ha hecho de su autor uno de los poetas más singulares y universales de la lengua. A distancia de los estereotipos que suelen gobernar nuestros acercamientos al arte y la cultura, Gelman explora en estas páginas las soterradas contingencias que están en el origen de ciertas obras y que, por caminos a menudo misteriosos, han orientado su recepción entre el público y, en ocasiones, el destino de su creador.

Está que arde

 está que arde

09 diciembre 2021

9 de diciembre

 Reina desde la cuna. 1542-1548

María Estuardo tiene seis días cuando se convierte en reina de Escocia; ya desde el principio se cumple la ley de su vida: recibirlo todo del destino demasiado pronto, y sin la alegría de ser consciente de ello. En ese sombrío día de diciembre de 1542 en el que nace en el castillo de Linlithgow, su padre, Jacobo V, yace al mismo tiempo en su lecho de muerte en la vecina fortaleza de Falkland, con sólo treinta y un años de edad y sin embargo ya quebrado por la vida, cansado de la corona, cansado de luchar. Había sido un hombre bravo y caballeroso, al principio alegre, apasionado amigo de las artes y de las mujeres, familiarizado con el pueblo; a menudo había ido, disfrazado, a las fiestas de las aldeas, había bailado y bromeado con los campesinos, y algunas de las canciones y baladas escocesas que escribió han seguido viviendo mucho tiempo en la memoria de su patria. Pero ese desdichado heredero de una desdichada estirpe había nacido en una época salvaje, en un país rebelde, y estaba destinado de antemano a una trágica suerte. Un vecino desconsiderado y de fuerte voluntad, Enrique VIII, le apremia a implantar la Reforma, pero Jacobo V se mantiene fiel a la Iglesia, y enseguida los nobles escoceses, siempre inclinados a crear dificultades a su soberano, aprovechan la disputa y empujan sin cesar, contra su voluntad, a ese hombre alegre y pacífico al disturbio y la guerra. Ya cuatro años antes, cuando Jacobo V pretendía por esposa a María de Guisa, había descrito claramente la fatalidad que supone tener que ser rey contra esos clanes tercos y rapaces: «Madame —había escrito en esa carta de petición de mano, conmovedoramente sincera—, sólo tengo veintisiete años, y la vida me agobia ya tanto como mi corona… huérfano desde la infancia, he sido prisionero de nobles ambiciosos; la poderosa casa de los Douglas me ha esclavizado durante largo tiempo, y odio ese nombre y todo recuerdo suyo. Archibald, conde de Angus, Georg, su hermano, y todos sus parientes desterrados, incitan sin cesar al rey de Inglaterra contra nosotros, no hay un noble en mi reino al que no haya seducido con sus promesas o corrompido con dinero. No hay seguridad para mi persona, ni garantía de que se haga mi voluntad y de que se cumplan las justas leyes. Todo esto me espanta, madame, y espero de vos fuerza y consejo. Sin dinero, limitado tan sólo a los apoyos que recibo de Francia o a los escasos donativos de mis ricos clérigos, trato de adornar mis castillos, mantener mis fortificaciones y construir barcos. Pero mis barones consideran un rival insoportable a un rey que realmente quiera ser rey. A pesar de la amistad del rey de Francia y del apoyo de sus tropas y a pesar del afecto de mi pueblo, temo no ser capaz de alcanzar la decisiva victoria sobre mis barones. Superaría todos los obstáculos para despejar el camino de la justicia y la paz para esta nación, y quizá alcanzaría mi meta, si los nobles de mi país estuvieran solos. Pero el rey de Inglaterra siembra la discordia sin cesar entre ellos y yo, y las herejías que ha plantado en mi reino avanzan devoradoras hasta en los círculos de la Iglesia y el pueblo. Desde siempre, mi fuerza y la de mis antepasados ha estado únicamente en la burguesía de las ciudades y en la Iglesia, y me veo obligado a preguntarme: ¿Seguirá mucho tiempo esta fuerza a nuestro lado?».

Enriketa ve un fantasma