05 septiembre 2021

5 de septiembre

Morrel e hijos

El que hubiera abandonado Marsella algunos años antes, conociendo a fondo la casa de Morrel, y hubiese vuelto en la época a que hemos llegado con nuestros lectores, la habría encontrado muy cambiada.

En vez de ese aroma de vida, de felicidad y de holgura que exhalan, por decirlo así, las casas en estado próspero, en lugar de aquellos alegres rostros que se veían detrás de los visillos de los cristales, en vez de aquellos corredores atareados que cruzaban por los pasillos con la pluma detrás de la oreja, en vez de aquel patio lleno de fardos, retumbando a los gritos y a las carcajadas de los mozos, hallara a primera vista un no sé qué de triste, un no sé qué de muerto.

En aquellas oficinas sólo quedaban dos de los numerosos empleados. Uno era un joven de veintitrés o veinticuatro años, llamado Manuel Raymond, que enamorado de la hija de Morrel, permanecía en el escritorio, a pesar de todos los esfuerzos que hacía en contrario su familia. El otro era un viejo empleado en la caja; llamábase por apodo Cocles, apodo que le habían dado los jóvenes que en otro tiempo henchían aquella casa poco menos que desierta, y apodo en fin, que había sustituido tan por completo a su propio nombre, que según todas las probabilidades no habría vuelto ahora la cabeza si le llamaran por aquél…

Cocles permanecía al servicio del señor Morrel, habiéndose verificado en la situación de aquel hombre un cambio muy singular. Había ascendido a cajero y descendido a criado. No por esto dejaba de ser siempre el mismo Cocles, bueno, leal, sufrido, pero inflexible en cuanto a la aritmética, en lo cual se las tenía tiesas hasta con el mismo señor Morrel, aunque no conociese otra teoría que su tabla de Pitágoras, que se sabía de memoria, ya de corrido, ya salteado, y a pesar de cuantas artimañas se emplearan para hacerle cometer un error.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

04 septiembre 2021

4 de septiembre

Pero la nave no ha abordado todavía en las costas patrias. Se arrastra con sus gimientes junturas, lenta, cansada, prodigando las últimas fuerzas. ¡Pobre Victoria! De los camaradas que salieron en ella de las islas de las especias sólo quedan a bordo dieciocho, y de los ciento veinte brazos sólo treinta y seis trabajan, precisamente ahora que tanta falta hacen los puños vigorosos. Porque ya a punto de llegar al término, les amenaza una nueva catástrofe. Las viejas tablas del barco se desencajan y el agua se filtra sin interrupción. Intentan remediarlo por medio de una bomba. Pero no les sirve. Lo más eficaz sería echar al agua, como lastre inútil, algo de los setecientos quintales de especias, para evitar el calado excesivo. Pero Elcano no quiere desperdiciar los bienes del Emperador. Relévanse día y noche, al pie de las dos bombas, los hombres cansados en su áspera labor de presidiario, pero al mismo tiempo las velas exigen que alguien las cuide, y el timón alguien que lo gobierne, y alguien que ocupe los sitios de los vigías, y así sucesivamente las cien ocupaciones cotidianas. Llega el agotamiento. Los tripulantes andan titubeando como sonámbulos después de noches y más noches en sus puestos sin conocer el sueño, «tanto debizi quanto mai uomzni furono» —cansados como jamás lo estuvieron seres humanos—. Así escribe Elcano al Emperador. A pesar de lo cual, cada uno ha de hacer doble o triple servicio. Lo hacen, exhaustos, con la esperanza de la llegada. El 13 de julio salieron de Cabo Verde los dieciocho héroes; por fin, el 4 de septiembre de 1522, casi tres años después de haber salido del hogar, un grito ronco de júbilo parte de la gavia. Alguien ha avistado Cabo San Vicente. Para nosotros acaba la tierra europea en este cabo, mas para ellos, los navegantes que han rodeado el mundo, empieza allí Europa, el hogar. Va brotando de las ondas el áspero peñasco, a la par que el ánimo en su corazón. ¡Adelante! ¡Sólo les falta soportar dos días y dos noches! ¡Sólo dos noches y un día! ¡Sólo una noche y un día! ¡Sólo una noche, una sola noche… y por fin, todos se precipitan y se apiñan con un escalofrío de felicidad! Se ve una franja plateada que surca la tierra; el Guadalquivir, que desemboca en el mar junto a Sanlúcar. De aquí zarparon hace tres años los barcos conducidos por Magallanes: los cinco barcos con sus doscientos sesenta y cinco hombres. Ahora es un solo barco de poca monta el que llega. Ancla en la misma orilla, y dieciocho hombres salen de él dando traspiés, doblándoseles las rodillas, y besan la tierra patria, la bondadosa, la firme. En este 6 de septiembre del año 1522 fue coronado el hecho más grande de la navegación. El primer deber que cumple Elcano al pisar tierra es mandar una carta al Emperador con la mala noticia. Sus hombres cogen, entre tanto, con manos codiciosas el pan caliente y tierno que les brindan; hacía años que no habían sentido el tacto blando de la miga del bendito pan, ni gustado el vino, la carne, los frutos de su tierra. Mirábanlos todos impresionados, como si los vieran llegar del Hades. No quieren creer el prodigio. Pero apenas se han confortado caen pesadamente sobre la cama y duermen, duermen por primera vez toda una noche, como antaño, sin cuidados, con el corazón apretado contra el de su patria.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

03 septiembre 2021

3 de septiembre

 La piedra de afilar

La sucursal que la Banca Tellsone había establecido en París ocupaba en el barrio de Saint Germain el ala izquierda de un palacio inmenso situado al fondo de un gran patio, y una recia y alta pared separaba este patio de la calle; en ella se abría, además, una puerta para carruajes de una resistencia a toda prueba. El noble a quien pertenecía este palacio lo había habitado hasta el momento en que huyó a toda prisa de la capital disfrazado con el traje de su cocinero rumbo hacia la frontera más próxima. Aunque podía compararse al ciervo aterrado que huye al oír el primer grito de la caza, no dejaba de ser este noble en su metempsícosis el gran señor que en otro tiempo, para llevarse el chocolate a los labios, exigía la cooperación de cuatro hombres robustos, sin contar el que lo fabricaba.
Después de su marcha, sus robustos criados se absolvieron del crimen de haber recibido su salario y se declararon dispuestos a cortarle el cuello en el altar de la naciente República Una e Indivisible de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad, o la Muerte. Su palacio había sido confiscado. Las cosas iban tan deprisa, y los decretos se sucedían con tanta rapidez, que el 3 de septiembre por la noche algunos emisarios de la ley habían tomado ya posesión del inmueble, lo habían adornado con una bandera roja y bebían aguardiente en sus lujosos salones.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

02 septiembre 2021

2 de septiembre

 Todavía importante miembro del partido whig (liberal) y prominente intelectual durante esta edad dorada de los salones, Stanhope consultó primero con matemáticos y astrónomos. A continuación llevó la causa a los dirigentes de su partido, empezando por su viejo colega Thomas Pelham (1693-1768), secretario de Estado y futuro primer ministro.

Pelham, al principio, acogió fríamente la idea, como más tarde contaría Stanhope. «Se alarmó ante una empresa tan audaz —escribió Stanhope—, y me conminó a que no revolviera asuntos largo tiempo tranquilos, añadiendo que no le gustaban las novedades». Otra versión de este encuentro, debida al revisor y preparador de las memorias de Pelham, William Coxe, dice que el futuro primer ministro no se entusiasmó. «Al noble secretario le afectaba mucho la máxima favorita de sir Robert Walpole —escribió Coxe—, tranquilla non movere [no mover las cosas en reposo], para entusiasmarse por la propuesta, que probablemente agitaría los prejuicios civiles y religiosos del pueblo».
Para vencer esta inercia, Stanhope quiso poner en evidencia a sus paisanos, señalando a todo el que quisiera escucharle lo último que había escrito en una carta a su hijo: que además de Inglaterra, también Rusia y Suecia seguían sin calendario reformado. «No era, en mi opinión, muy honorable para Inglaterra seguir manteniendo un enorme y reconocido error, sobre todo en semejante compañía, el inconveniente del cual sentían igualmente todos los que tenían correspondencia con el extranjero, tanto política como comercial». Stanhope también llevó la propuesta a un medio que no había estado disponible para Cristóbal Clavio ni para John Dee a fines del siglo XVI: la prensa popular. Escribió con seudónimo varios artículos divertidos e informativos para un periódico londinense de la época, The World. El afable conde también habló del cambio en los salones londinenses de moda, en antecámaras parlamentarias, en salas de fumadores y fincas rurales.

¡A volar!