16 mayo 2021
15 mayo 2021
15 de mayo
Salió detrás de la mesa y lo condujo hacia dos gastados sillones de cuero. De inmediato surgió de la nada un ordenanza seguido por tres esclavos, cuatro personas para dos tacitas: uno de los esclavos sostenía la bandeja, otro vertía el café y el tercero ofrecía azúcar. Después de servir, los esclavos se retiraron retrocediendo, pero el ordenanza se cuadró entre los dos sillones. El gobernador era un hombre de mediana estatura, delgado, con profundas arrugas y escaso cabello gris. De cerca se veía mucho menos impresionante que a caballo, con sombrero emplumado, cubierto de medallas y la banda de su cargo cruzada en el pecho. Relais estaba muy incómodo en el borde del sillón, sosteniendo con torpeza la taza de porcelana que podía hacerse añicos de un soplido. No estaba acostumbrado a prescindir de la rígida etiqueta militar impuesta por el rango.
—Se estará preguntando para qué lo he citado, teniente coronel Relais —dijo Blanchelande revolviendo el azúcar del café—. ¿Qué piensa de la situación en Saint-Domingue?
14 mayo 2021
14 de mayo
14 de mayo
Lo he conocido. Me ha dado miedo conocerlo, a pesar de que es en efecto un tipo divertido. Estoy contenta de saber su nombre. Me gusta que se llame Martín Romaña y poder escribir desde ahora Martín en vez de «él». Le dije que no me gustaban las parejas que tienen problemas conyugales, pero ahora que lo pienso bien, recuerdo que me produjo cierta alegría saber que él y su esposa tenían «todos» los problemas de este tipo que existen. Así dijo Martín al despedirse, y yo lo encontré muy divertido y me dio cierta alegría saberlo.
Alfredo Bryce Echenique
La vida exagerada de Martín Romaña
Cuaderno de navegación en un sillón Voltaire
13 mayo 2021
13 de mayo
Padrón (II)
Faro de Vigo, 13 de mayo de 1952.
La vía por la ribera verde fue conmigo. Iba a contemplar cómo entran al Ulla las aguas del Sar, y a conocer las tierras de Laíño. Me imaginaba —cosas del cantar— que una menuda lluvia, la lluvia verlainiana, caería dulce y tibia: si la recogía en el cuenco de mis manos, sería como recobrar, de los celestiales manantiales, versos de Rosalía. Quizás mis pobres manos no alcanzasen a retener tan amorosa y tímida carga, un agua como un ave. Hubo un poeta en Francia que será siempre, mientras quede en el mundo una boca que pueda decir la poesía, recordado por dos versos: Tristán l’Hermite.
«Hazme beber en el cuenco de tus manos,si es que el agua no disuelve la nieve».
Éstos son los versos, y yo ensoñaba decirle algo semejante a la lluvia o cantar de Rosalía, que vería caer, digo, dulce y tibia en el hermoso valle de Laíño. Pero no llovía ni en Laíño ni en Lestrobe: un sol alegre y mozo lamía la tierra verde, y en el patio del pozo de Lestrobe jugaba con el agua de la labrada fuente: cuatro hermosos chorros que caen en la taza, que a su vez revierte por otros cuatro, largos y sonoros: los mecía a todos el viento, haciendo encajería de agua sobre la piedra verdidorada. Amigo como soy de las fuentes, me pasaría la tarde, como dicen que hacía Leonardo de Vinci, viendo correr el agua por las ocho bocas, amando «udir susurrar tante tingue», algún extraño e inmortal secreto.
De por aquí era aquel Álvaro Gómez que un día se fue a correr las Mariñas con Fernán Pérez, y Vasco da Ponte cuenta que en Miraflores arengaba a los suyos: «¡Cortar e queimar, que non han de ir a cortar a Laíño!». Pero el señor de las Mariñas, aquel Gómez Pérez que tan galán anduvo de justas y torneos en la Corte de Don Juan II, uno de los levantes de Galicia, «fuese a Santiago, e tomó gente suya e del Arzobispo, y fuele quemar la casa de Laíño, y cortóle la horta y corrióle la terra…». Quizás una tarde de sol como ésta, en un mayo tan gentil, ardían Manselle, Rial, Dodriño, Reboirás, Lestrobe, Rebixos…, y camino de Padrón, Gómez Pérez das Mariñas levantaba la visera para mejor contemplar cómo en las brañas de Dodro y en la verde valiña de Laíño todavía humeaban las hogueras de la venganza.
Éste el Ulla: viene desde el corazón del país, de las altas tierras luguesas. Yo lo conocí en Antas, un río mozo, con orillas viciosas de lúpulo silvestre y los sauces llorones de la huerta de Moirás, y el castañar de Fonsadela que llega hasta los prados de la orilla. Ahora lo veía irse al mar, darse a las ondas de la Arosa. Tienta escribir la vida de un río, desde la fuente en que nace a la mar en que muere: preguntarle a esta onda que pasa si recuerda haber mecido en Moirás las ramas del sauce o si en Fonsadela entró por la cal de aquellos molinos con hiedra en los muros, donde se muele el centeno: una harina negra y dulzona, como tierra antigua y maternal, la tierra del primer día de la Creación. Pero el río se va ahora, en la anochecida, silencioso, al mar. Desde el puente de Cesures lo veo marchar.
Me llevan a comer una segunda lamprea y a catar un albariño cambadés. Con la noche regresó la lluvia matinal, la lluvia que me había mojado en Herbón. Lloverá también por la banda de Laíño y por la banda de Lestrobe: quizás a esta hora, bajo esta dulce lluvia, está remontando el río, camino de Padrón, la Barca Apostólica. Quizá la lluvia que cae en Laíño y en Lestrobe murmure al oído de los árboles y del viento versos de Rosalía. Y ese can que ladra, quizá sea uno de los canes de Ardanlier. ¿Y no andará corriendo la tierra, a espada y hoguera, Gómez Pérez das Mariñas? Pero es rubia la moza que sirve la lamprea, y tiene los ojos reidores: una primavera azul que os contempla alegre. ¿Será acaso madama Lyessa, Juan Rodríguez? «Al batir el ala del primer gallo, pregonero del día», ¿vendrá Ardanlier a buscarla para bodas? (Ésta melancolía entra al ánimo: «porque eres rubia, no debes huir en la noche, porque muchos verán el sol», escribió Al Safir al Taliq, que también, como todos los omeyas cordobeses, las prefería rubias. Y digo todo esto no por erudito ni pedante, que no lo soy, sino porque de verdad me gustó aquella rapaza, y cada uno lleva consigo la soledad de sus sueños…) Camino de Santiago, Padrón dormía bajo la lluvia:
Padrón, ponliña verde,fada branca ó pé dun río…
Sólo veíamos unas luces mecidas por el viento. El Sar seguía su viaje en la noche. «La pequeña Francia», el país que cantó Rosalía, «el padrón» de la Barca Jacobea: dejábamos en la lluvia y el viento una de las más entrañables tierras gallegas.
Álvaro Cunqueiro
El pasajero en Galicia
Bajo el título El pasajero en Galicia, Álvaro Cunqueiro escribió, a comienzos de los años cincuenta, una serie de artículos para el periódico Faro de Vigo en los que, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, hacía la crónica turística y sentimental de su país natal. Constituye, así, una inmejorable guía de las tierras y leyendas realizada por el más sabio, ameno y cordial de los cicerones. El volumen, cuidadosamente editado por César Antonio Molina, contiene además dos crónicas de los viajes de Cunqueiro por las rutas de peregrinación, así como los artículos escritos para una serie que, con el título Introducción a una historia de las tabernas gallegas, el autor proyectaba ir publicando, y otros textos de diversa procedencia donde el célebre escritor se recrea en la geografía y las gentes de Galicia.
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