13 abril 2021

13 de abril

Los tártaros avanzaron en hordas innumerables, cuyo número no podría dar aunque era por lo menos diez mil. Una patrulla avanzó en reconocimiento de nuestras líneas y atravesó el terreno frente a nosotros. Al advertir que estaban a distancia de tiro, nuestro jefe ordenó que las dos alas avanzaran con suma rapidez y les hicieran una descarga cruzada, lo cual se efectuó de inmediato. Se alejaron entonces a todo galope, probablemente para informar a los otros de la recepción que acababa de serles brindada; y no me cabe duda de que ese saludo les enfrió notablemente la sangre, pues el ejército hizo alto como para deliberar, y dando después media vuelta abandonó su designio y no supimos más de él. Es de imaginar la alegría que nos causó semejante retirada, ya que nos habíamos sentido muy poco seguros de nuestras probabilidades contra un número tan abrumador de enemigos.

Dos días después arribamos a la ciudad de Naun o Naum. Agradecimos al gobernador el cuidado que había tenido de nosotros e hicimos una colecta por valor de unas cien coronas que repartimos entre los soldados que nos habían escoltado, quedándonos todo un día en el lugar. Se trataba de una guarnición donde se concentraban novecientos hombres y la razón de tal defensa era que antaño las fronteras moscovitas se encontraban mucho más cercanas al fuerte que en la actualidad. Parece que los rusos abandonaron más tarde aquellos territorios en una extensión de doscientas millas al oeste de Naun por considerarlos desolados e impropios para los cultivos, fuera de que su alejamiento los tornaba difíciles de defender; conviene decir aquí que aún nos hallábamos a más de dos mil millas de la Moscovia propiamente dicha.

Siguiendo el viaje, cruzamos varios grandes ríos y dos horrorosos desiertos, uno de los cuales insumió dieciséis días de viaje, mereciendo como he dicho que se llamara la Tierra de Nadie. El 13 de abril llegamos por fin a las fronteras del dominio moscovita. Creo que la primera ciudad, pueblo o fortaleza —como quiera llamársele— perteneciente al zar de Moscovia era el llamado Argunsk, en la orilla izquierda del río Argun.

No pude menos de manifestar la profunda satisfacción que me causaba haber llegado por fin a un país de cristianos o, por lo menos, a un país gobernado por cristianos. Cierto que en mi opinión apenas merecen los moscovitas tal denominación, aunque pretendan serlo y a su manera se muestren sumamente devotos.

Saludé entonces al bravo comerciante escocés de quien he hablado más arriba y tomándole la mano exclamé:

—¡Bendito sea el Señor! ¡Por fin estamos otra vez entre cristianos!

Sonriéndose, me contestó:

—No os regocijéis tan pronto, compatriota. Estos moscovitas son una rara especie de cristianos. Ya veréis que aparte del nombre, pasarán varios meses de viaje sin que descubráis el espíritu del cristianismo en esta tierra.

—De todas maneras —observé—, mejor es eso que el paganismo y la adoración de demonios.

—Os diré —declaró mi compañero— que exceptuando a los soldados rusos de las guarniciones, así como algunos habitantes de las ciudades que encontraremos de paso, todo el resto del país en una extensión superior a mil millas en redondo está poblado por los más ignorantes y peores paganos imaginables.

Daniel Defoe
Robinson Crusoe

Robinson Crusoe naufraga y acaba en una isla desierta. Allí tendrá que hacer uso de su inteligencia y perspicacia para defenderse de los peligros que esconde el lugar, deshabitado solo en apariencia. Publicada en 1719, está considerado uno de los clásicos más leídos de todos los tiempos, y en rigor, se trata de la primera de las grandes novelas inglesas, un texto fundacional. Además de un libro de aventuras, lleno de inolvidables personajes, Robinson Crusoe es una de las primeras reflexiones narrativas sobre la soledad, la sociedad y las relaciones humanas.

Dichorisandra thyrsiflora o Jengibre azul

Dichorisandra thyrsiflora o Jengibre azul

12 abril 2021

12 de abril

AZAÑA NO QUERÍA QUE FUERAN A LAS MUNICIPALES

En febrero, el Gobierno Berenguer, que había fracasado en el intento de celebrar elecciones generales en vista de que todos los partidos dijeron que no acudirían a ellas, fue sustituido por el del almirante Aznar. Se celebró el Consejo de Guerra contra los líderes republicanos que fueron absueltos.

No hay por qué insistir sobre algo que ha sido contado tantas veces. Incluso por los propios protagonistas.

Lo chocante —eso todavía no nos lo ha explicado nadie— es por qué razón los mismos que se habían negado a acudir a las elecciones generales por no fiarse de un Gobierno al que consideraban ilegítimo, decidieran acudir a las municipales convocadas por otro Gobierno, muy semejante.

Con motivo de la apertura de la campaña electoral hubo que restablecer las garantías constitucionales. Se suprimió la censura de Prensa, se abrió el Ateneo, empezaron a darse mítines, se llenaron los periódicos de fotografías de los capitanes Galán y García Hernández. En fin, que la marea subió enormemente en muy pocos días.

Muchos republicanos pensaban que aquella euforia iba a terminar peor que la primera intentona. Salir derrotados en unas elecciones, aunque quede el recurso de decir que han sido falseadas, es peor para una causa cualquiera que someterse ante la fuerza. Bueno, en realidad no es peor, pero sí es menos airoso.

El escondite de Azaña, siempre tenido en secreto, era menos hermético. De vez en cuando, en un sitio o en otro, le visitaba algún amigo:

—¿Qué dice don Manuel de esto de las elecciones? —pregunté un día en secreto a un amigo de quien me constaba que había estado con él en casa de Amos Salvador o en no sé qué sitio.

—Pues… qué quieres que diga… Le parece de todo punto ridículo que el Presidente del Gobierno de la República se conforme con un puesto de concejal por el Distrito de Chamberí y se exponga a que encima le derroten…

En efecto, don Niceto Alcalá Zamora se presentaba por el distrito de Chamberí, el suyo. Se había hecho un frente llamado Conjunción Republicano-Socialista y todos los grandes líderes —Besteiro, Largo Caballero, Andrés Saborit—, así como otros destacados socialistas y republicanos, a excepción de los que estaban escondidos o en el extranjero —Lerroux, Prieto, Azaña— figuraban en las candidaturas de Madrid.

Todos los taxis de Madrid, de Barcelona, de Valencia, de Sevilla y muchos coches particulares, entre ellos algunos de gran lujo, salieron a la calle llevando en todos los cristales letreros rojos que decían en letras negras muy gruesas: «Conjunción Republicano-Socialista». Nada más. Pero ya era bastante para dar una impresión de fuerza arrolladora.

—Azaña dice que el Gobierno no puede ser tan tonto como para dejarse ganar estas elecciones.

El domingo, 12 de abril, por la mañana estuvimos dando una vuelta por Madrid. Nos llevó un ateneísta que tenía coche.

—Ha dicho el doctor Cárceles, ese viejecito que conoció la otra República, que Cuatro Caminos parecía el cantón de Cartagena en sus mejores días.

—Oye, pues es una comparación como para no llegar hasta allí. Por lo menos, démonos prisa. No vaya a ser que lleguemos antes de que hayan empezado los cañonazos —dijo Luis de Tapia, que no era pesimista como Azaña, pero tenía gracia y reaccionaba con viveza cuando oía alguna tontería como la del cantón de Cartagena.

A pesar de todo, bastaba ir por cualquier colegio electoral para sacar la impresión de que todo el mundo votaba republicano.

Un ateneísta dijo al mediodía que él no había votado.

—Pues dese usted prisa. Porque si esto sigue así, antes de las cuatro meterán los caballos de la Guardia de Seguridad en los colegios electorales. Yo, del Gobierno, haría eso o tomaría esta noche el tren para Hendaya. Son las dos soluciones incruentas que le quedan.

Josefina Carabias
Azaña. Los que le llamábamos Don Manuel

Retrato humano y cordial de un hombre con ideas que tropezó con la amarga realidad de España.

Ahora, en el centenario del nacimiento de Manuel Azaña, la aportación testimonial de este expresivo libro es particularmente valiosa. Josefina Carabias lo conoció en el Ateneo de Madrid, en 1930, cuando él no era todavía un político importante, ni ella se había convertido aún en pionera del periodismo femenino.

Azaña, en el tiempo en que era, simplemente, don Manuel, hizo muchas confidencias a Josefina Carabias. Pero ella nunca difundió lo que sabía, porque no estaba autorizada.

Dio prioridad a su lealtad como amiga, sacrificando su condición de periodista. Sin embargo, según declara en el libro, se propuso no llevarse nada a la tumba, y contarlo todo cuando a él ya no pudiera importarle. Es particularmente emocionante y significativo que esta haya sido su obra póstuma, el brillante colofón de una vida dedicada a informar con honestidad e ingenio. En este libro, reconstrucción evocativa de un momento crucial de nuestra historia, aparecen muchas figuras interesantes: Valle-Inclán, Largo Caballero, Prieto, Miguel Maura… Es como verlos de nuevo en la calle, en el Congreso, en el Ateneo, en los cafés… o veraneando en El Escorial.

MUJA

MUJA

11 abril 2021

11 de abril

11 de abril, 1970

Hoy es no sé si el 11 o el doce de abril, sábado. Después de dos días de mi regreso, me pongo a grabar para matar el aburrimiento y hacerme la ilusión de que mato la soledad. Llegué anteayer por la noche y ocupo un lugar que se llama «Albert Hall», o cosa así, un departamento que, bien tenido, sería precioso, pero que está completamente abandonado, a pesar de lo cual es habitable. Ayer asistí a la Universidad y me acosté muy temprano. Hoy estoy despierto desde las cuatro, levantado desde las cinco. A las ocho quise ir a la Universidad, esperé el autobús durante media hora y a poco me muero de frío; regresé, y salvo escribir una carta a Vergés, no puedo decir que haya hecho nada, salvo la comida y este reposo relativo al que estoy entregado. Ahora son poco más de las doce; a la una, quizás a las dos, intentaré volver hacia allá, y no ya a la Universidad, sino a mi casa, a ver si hago algo con los cuadros. Estoy cansado y en una situación inestable que, ya lo sé, me impedirá hacer nada positivo. ¡Si por lo menos atiendo mis cartas y termino el arreglo de mi equipaje, me consideraré satisfecho! Escribir, ni pensarlo, pero estoy tan alejado de mis temas que hasta esas ocurrencias inesperadas, a veces tan frecuentes, han desaparecido por completo. Si Dios lo quiere, el día 8 de mayo regresaré a España definitivamente, y para volver aquí habré de pensarlo mucho y tendrán que irme allá las cosas muy mal. He pasado quince días casi feliz: hacía buen tiempo, apenas hubo acontecimientos más o menos perturbadores. Fui con Fernanda a El Ferrol, a Santiago y a Vigo: tres viajes distintos. El resumen, muy bueno. El viaje de regreso, excelente. He venido leyendo la última novela de Vargas Llosa Conversaciones en la Catedral que me parece buena, pero no excelente. Llena de trucos, le falta ese algo que le empuja a uno a meterse en un mundo y a no dejarse salir de él. Aquí no me siento inferior. He leído también una antología de Octavio Paz publicada por «Barral»: me parece un poeta mediano y, lo que es peor, agotado, aunque sigue siendo un buen ensayista. He leído también un libro de Chomsky muy interesante sobre lingüística cartesiana. Algo más compré, pero no lo leí.

Y ahora aquí, tumbado, viendo cómo se está oscureciendo la luz, quizá porque el sol se haya toldado. Hablo poco porque no sé qué decir; tengo la cabeza tan vacía que ni siquiera se me ocurren palabras para ir matando minutos y llenando cintas: ésta es mi situación. Cuando me encuentre en casa, estaré tan desentrenado que me va a costar trabajo volver a escribir. Probablemente me lo costará también volver a pensar, y, sin embargo, todo es necesario, dramáticamente necesario. Tengo que escribir la novela, tengo que escribir el otro libro, tengo que escribir artículos para poder seguir viviendo, porque el dinero que voy a ganar allá más bien será poco.

Continúo una hora después, y después quiere decir también sin hacer nada. Tarde a perros como tantas tardes. Estoy en la cama, son ya las ocho. Pronto tendré sueño y hablo para oírme, quizá para desdoblarme, para acompañarme a mí mismo. En realidad hoy es un día en que no he cruzado una sola palabra con nadie, y espero que mañana me suceda otro tanto. Cuando se despiden de uno el viernes, dicen «buen fin de semana»: mis fines de semana son silenciosos y lo serían más si yo no hablase para engañarme. Estuve oyendo unas cintas y leyendo unos papeles; fui a mi casa y me traje el manuscrito de La Saga Fuga de J. B., empecé a leer y abandoné la lectura porque no me gusta, no me gusta. Me da la impresión de que tengo que empezar por el principio, tengo que rehacer el libro desde la primera línea o, mejor dicho, desde la segunda, porque la primera sigue siendo aquella de «¡Veciños, veciños, roubaron o Corpo Santo!» y yo creo que es lo único estable de la novela. Por el momento, lo único estable: ¡Quién sabe si dejará de serlo! Si fuese capaz de trabajar, debería repasar todas esas notas y hacer unos extractos de lo que hay en cada una de ellas de positivo; ordenarlas y decidir de una vez qué materiales voy a usar y cómo los voy a usar. Decidirlo de una vez, porque en realidad todavía no lo sé. Creo recordar que la última ordenación después del capítulo inicial, consistía en dos partes paralelas, independientes. Una de ellas, en el mundo de Barallobre y, otra, en el mundo de Bastida. La primera contada en primera persona del presente, perdón, en tercera persona del presente; y la otra, en primera persona del pasado; pero ninguna de las dos está escrita, sino sólo iniciadas. Bueno, no he vuelto a preocuparme de esto porque mi preocupación última y actual es seguir inventando disparates para atribuírselos a don Torcuato del Río, a la tía Celinda y a todos estos personajes de la narración de Bastida, y efectivamente no tengo por qué distraerme de esta parte pensando en otras, aunque hoy se me haya ocurrido algo acerca de la necesidad de introducir en ese capítulo nada más que proyectado, ni siquiera empezado, en que J. B. cuenta su vida, que es la vida de todos los J. B., dar consistencia a la infancia de Bendaña y de Barallobre y a su adolescencia. También he decidido últimamente que Barallobre no sea catedrático en activo, sino suspenso de empleo y sueldo. No sé por qué se me ha ocurrido eso de pronto, y me pareció bueno; posiblemente se trate de un truco inconsciente para eliminar la descripción del Instituto, que por otra parte no tiene el menor interés en la novela. Lo tenía antes, cuando había una primera parte remota y una segunda parte próxima, y cuando el protagonista de la segunda parte era un catedrático de francés; pero, ahora se ha eliminado todo esto, el mundo del Instituto no hace más que estorbarme. Claro que me hace falta cuando Taladriz acude a la cita, pero esto se puede arreglar de otra manera sin necesidad de meter el Instituto por medio. Ya veré, ya veré. Yo no sé si tengo apuntada en alguna parte la explicación que da don Torcuato de la evolución, y menos aún sé si tengo apuntado que esta explicación la da en mitad del discurso de inauguración de la Tabla Redonda: consiste en que en un principio los hombres tenían todos los sentidos —la vista, el olfato, el gusto—, muy juntos y muy próximos al orificio de defecación, vulgo ano, que no era el ano actual; y entonces hay una emigración iniciada por la nariz o quizá por el ojo delantero, seguido de la nariz, que van recorriendo la parte anterior del cuerpo hasta quedar instalados uno encima de otro, de donde procede el gigante monóculo; pero no es monóculo, puesto que el segundo ojo abandona su lugar, dejando, como el primero, un orificio, que es precisamente el ano. Recorre la espalda hasta llegar al cuello, y permanece allí durante mucho tiempo, durante todo el tiempo que los hombres tienen una doble visión, delantera y posterior. Cuando se deciden por la visión binocular, el ojo rodea el cuello y acaba instalándose a un lado de la nariz. Como hace feo, el otro ojo desciende un poco hasta situarse simétricamente. Yo no sé si he inventado algo más estos últimos tiempos atribuible a don Torcuato, como no sea una nota que está precisamente en este mismo carrete acerca de esa novela en cartas encontrada por Bastida. Esta novela precisamente puede llevar un prólogo en que el autor anónimo, a la vez protagonista, según Bastida, dice que publica la novela para mostrar a don Juan Valera cómo se escribe, es decir, que no se pueden ocultar ciertos acontecimientos que el señor Valera escamotea al describir el amor del protagonista por Pepita Jiménez. Si usted no ha hablado para nada del sexo, ¿no encuentra un poco forzado que acaben en la cama? Naturalmente hay un sofisma y precisamente por ser sofisma es por lo que Bastida cree que se trata de un mero subterfugio. Bueno, tengo sueño y dada la hora que es, será inevitable que vuelva a despertarme a las cuatro de la mañana, que intente dormir, que no lo consiga y que pierda las primeras horas de la madrugada. Voy sin embargo a ver si logro leer un poco y prolongar algo más este tiempo para no despertarme tan temprano.

Gonzalo Torrente Ballester
Cuadernos de un vate vago

En Los cuadernos de un vate vago Torrente da cuenta de cómo nacieron algunas de sus novelas. Entre 1961 y 1976, Torrente recogió gran parte de sus notas trabajo en cintas magnetofónicas. Al magnetófono le contaba sus problemas durante la escritura, le hablaba acerca de la gestación de varias de sus obras o de sus miedos y sus alegrías. A veces, incluso, le contaba al magnetófono la historia y luego la transcribía. En este volumen se recogen, tal cual se narraron y con la mínima corrección, este conjunto de soliloquios. Se trata de una obra de características inéditas en las letras españolas, y posiblemente universales, por la técnica empleada en ella; y en un texto de gran dimensión literaria: paso de la literatura oral a la literatura escrita, en una bellísima y contundente prosa.

MUJA

MUJA

Serie: azulejos