24 enero 2021

24 de enero



Sentado entre monseñor Airoldi y fray Giuseppe Vella, se hallaba don Gioacchino Requesens, para enterarse de las maravillas del Consejo de Sicilia.

—Os quiero leer —dijo en determinado momento monseñor— una cosa que os causará placer… En vuestra familia, si no recuerdo mal, tenéis el título del condado de Racalmuto…

—Nos viene por vía de los del Carretto —respondió don Gioacchino—. Una del Carretto se casó…

—Os la quiero leer —interrumpió monseñor—, os la quiero leer.

Se puso de pie; después de unos minutos de búsqueda, extrajo un quinterno de la pila que reposaba sobre la mesa. Satisfecho, volvió a sentarse. Sonreía como quien está a punto de hacer un regalo por sorpresa.

—Aquí está… os la leeré…: «Oh amo mío poderoso y venerable, el siervo de su grandeza con el rostro en tierra le besa las manos y le dice que el emir de Giurgenta me ha dado orden de que emprendiese el cuidado de contar la población de Rahal-Almut y de que luego me ocupara de escribir una relación a su grandeza y de enviarla a Palermo. Los he contado a todos para hallar entonces que en dicha población viven cuatrocientos cuarenta y seis hombres, seiscientas cincuenta y cinco mujeres, cuatrocientos noventa y dos niños y quinientas dos niñas. Todas estas criaturas, ya sean musulmanas o cristianas, aún no han llegado a la edad de quince años. Hecha esta relación, con el rostro en tierra le beso las manos y me identifico así, el gobernador de Rahal-Almut Aabd Aluhar por voluntad de Dios siervo del emir Elihir de Sicilia…». Luego está la fecha ¿lo veis?: 24 del mes de reginal, 385 de Mahoma, lo que vale decir 24 de enero de 998… ¿Qué os parece?, ¿qué decís?

—Interesante —respondió con frialdad don Gioacchino.

Se produjo un silencio embarazoso. Monseñor Airoldi se sentía desilusionado frente a la extraña actitud contenida de don Gioacchino.

—¿Eso aparece en el Consejo de Sicilia? —preguntó al cabo de unos instantes Requesens.

—Sí, en el Consejo de Sicilia —respondió, sin ocultar su disgusto, monseñor.

—¿Y en el Consejo de Egipto? —inquirió don Gioacchino.

—En el Consejo de Egipto, ¿qué? —preguntó, a su vez, monseñor, con cierta brusquedad.

Pero fray Giuseppe ya había comprendido la situación: don Gioacchino, justamente, se preocupaba por aquellas noticias que, acerca del condado de Racalmuto, pudiesen aparecer en el Consejo de Egipto. Y la nueva aventura de fray Giuseppe tomaba especial nota de preocupaciones semejantes.

—Me refiero a si en el Consejo de Egipto habrá alguna otra noticia relacionada con este condado o con las demás tierras que pertenecen a mi familia.

—No lo sé —respondió monseñor y con actitud interrogante se volvió hacia fray Giuseppe.

—Ni siquiera yo lo sé aún —explicó fray Giuseppe—. Apenas he comenzado el trabajo —pero lo dijo con un tono tal que don Gioacchino quedó sumergido en el convencimiento de que en el Consejo de Egipto habría lo suficiente como para reducir a los Requesens, según el pensamiento literal de don Gioacchino, a «cubrirse el culo con la mano», o sea como para reducirlos a la total desnudez.

—Comprendo —exclamó monseñor, con la cara cubierta por una repentina luz; para lograr que fray Giuseppe también comprendiese, le explicó—: Mira, nuestro amigo don Gioacchino se preocupa al pensar que podría surgir la prueba o la sospecha de una usurpación en lo tocante a alguna de las tierras y posesiones de su familia.

—Oh —exclamó fray Giuseppe, con aire de fingido estupor e inocencia.

—De verdad no me preocupo —dijo don Gioacchino—. Estoy seguro de que acerca de las posesiones de mi familia no puede surgir ni tan sólo la sombra de semejante sospecha… Pero ya sabéis qué es lo que sucede a menudo: una equivocación, un quid pro quo…

—Ese peligro no existe —aseguró monseñor.

—No existe —se hizo eco fray Giuseppe.

—Comprendo —dijo don Gioacchino.

Creía ser el primero, entre los nobles de Palermo, que había advertido el peligro que representaban el Consejo de Egipto y el astuto hombre que lo traducía. Con el viento que soplaba desde Nápoles, con aquel loco del virrey…

En realidad muchos otros habían comprendido ya esto mismo. La casa de fray Giuseppe se había convertido en meta de una procesión de pesebre: en el huerto balaban los corderos, una enorme jaula estaba tan llena de pollos que las pobres aves no podían moverse dentro de ella, y los frutos, quesos y dulces se acumulaban en todos los rincones de la casa… Sin hablar de los presentes en onzas sonantes, y las invitaciones a comer que llovían desde todas partes.

Leonardo Sciascia
El Consejo de Egipto

El Consejo de Egipto es la historia de una impostura. En el siglo XVIII, en una alejada Palermo hasta la que también llegan los aires y las luces de la Razón, un orondo personaje, el abate Vella, va a poner en entredicho los más conservadores y arraigados cimientos de la sociedad siciliana. Para congraciarse con la Sacra Real Majestad de Nápoles, el clérigo, ávido de riquezas, finge traducir un códice de la época de la dominación árabe en Sicilia. Lo que está haciendo, sin embargo, es inventar, con talento de escritor y conocimientos de humanista, El Consejo de Egipto, documento que va a sembrar el terror entre los nobles al descubrir al mundo que los privilegios de la aristocracia carecen de legitimidad histórica. Como en tantas otras ocasiones, la anécdota de la formidable estafa servirá a Leonardo Sciascia para llevar a cabo una irónica y siempre lúcida reflexión sobre la naturaleza y contradicciones de los hombres.


Almacén rural

construcción rural

23 enero 2021

23 de enero

En medio de la pequeña orgía de aquella noche, Jesús Aguirre pronunció con mucha decisión estas palabras: «Voy a conquistar el poder», una frase que repitió tres veces mirando a las estrellas. Javier Pradera no pudo evitarla ironía. Le propuso instalar un trampolín en la terraza, no para arrojarse al vacío sino para impulsarse hacia la Moncloa o al palacio de la Zarzuela, y a cambio de esta idea le pidió bolígrafos, calendarios y gomas de borrar de su negociado como única contrapartida. A altas horas de la noche sonó de nuevo el teléfono. El teniente coronel Ángel Prats le preguntó: «¿Quieres o no quieres mi apellido?». Jesús contestó a su padre, muy alto y enorme: «Me llamo Aguirre y Ortiz de Zarate, con siete apellidos más, alaveses y bilbaínos, y a partir de hoy vas a oír hablar mucho de mí». No sería la primera vez que se iba a conquistar el poder desde una tortilla de patatas: también lo haría, un grupo de amigos socialistas en Sevilla. Aguirre recordó que Churchill tenía sobre la mesa del despacho un pequeño cartel con esta consigna: «Acción ahora mismo».

Ese año de 1977 había comenzado con una manifestación por la amnistía en que al grito de «¡Viva Cristo Rey!» había sido baleado y muerto el estudiante Arturo Ruiz. Sucedió el 23 de enero y no más de veinticuatro horas después fueron asesinados en un despacho de la calle Atocha los abogados laboralistas. Los sicarios fascistas Cerra, Lerdo de Tejada y García Julia habían vaciado a mansalva el cargador de sus pistolas Super-Star largas de 9 mm sobre los allí reunidos y dejaron amontonados cinco cadáveres y cuatro heridos. Lola González se había librado de la muerte con un balazo en la cara puesto que se había desplomado un segundo antes bajo el montón de cadáveres. Aquella mujer extraordinaria estaba muy metida en el corazón de Jesús Aguirre desde los tiempos en que fue novia de Enrique Ruano. Tal vez por eso en el entierro de los abogados, que fue la puesta en escena en la calle del Partido Comunista, aparece Jesús Aguirre llorando entre la multitud en torno al palacio de Justicia. Después de este entierro, la legalización del Partido Comunista sólo era cuestión de poco tiempo y de muchas agallas, cosa que sucedió en Sábado Santo, antiguamente llamado de Gloria. A medianoche, en la hora en que se supone que Cristo saltó de la tumba del Gólgota como un tapón de champán para inaugurar una era de nuestra historia, comenzaron a flamear banderas rojas junto a la sede en la calle Virgen de los Peligros de Madrid, ante el pánico de los burgueses que salían del teatro Alcázar y del Reina Victoria.

El año de la ascensión de Jesús Aguirre a los palcos del Teatro Real, el país estaba envuelto en una violencia extrema. Algunos militares levantiscos zarandeaban públicamente al ministro de Defensa Gutiérrez Mellado y otros le negaban la mano al presidente Suárez durante una revista a la tropa. ETA asesinaba a un ciudadano cada tres días y los GRAPO redondeaban la cuenta. Ya sin peluca, Carrillo había entrado y salido de la cárcel; había aceptado la bandera española, y después de las elecciones de junio entraron en el palacio de las Cortes los rojos. En el salón de los pasos perdidos hacia la cafetería del Congreso se cruzaban Fraga con Dolores Ibárruri, Calvo Sotelo con Rafael Alberti, Ramón Tamames con Felipe González y todos pedían un café cortado con leche en taza mediana, único propósito en que entonces estaban de acuerdo.

Manuel Vicent
Aguirre, el magnífico

Chinche zapatero sobre líquenes de árbol

Chinche zapatero sobre líquenes de árbol

22 enero 2021

22 de enero

 (Formias, 22 de enero del 49)

Tulio saluda efusivamente a su querida Terencia y a su dulce hija, así como el hijo Cicerón a su madre y a su hermana.

Es preciso, vidas mías, que examinéis una y otra vez con atención, así lo creo, qué os conviene hacer: si permanecer en Roma, estar a mi lado o bien quedaros en algún lugar seguro. Es ésta una decisión no exclusivamente mía, sino también vuestra.

Así veo las cosas: en Roma podéis quedar a salvo gracias a Dolabela y a un tiempo esta decisión nos puede resultar ventajosa si comenzasen a producirse actos de violencia y saqueos. En cambio, me impulsa en sentido contrario el comprobar que todos los hombres de bien abandonan Roma acompañados por sus mujeres. Además en esta región en la que me encuentro hay tanto poblaciones como villas ligadas a mi persona, de modo que podríais estar acompañándome largo tiempo y, cuando me tuviera que ausentar, quedaríais cómodamente y en una posesión nuestra. Todavía no tengo suficientemente claro cuál de las dos opciones es mejor. Mirad vosotras qué hacen las demás mujeres de vuestro entorno y cuidad no os resulte imposible la huida cuando lo pretendáis. Quisiera que lo examinarais con atención una y otra vez entre vosotras y con las amistades.

Ordenad a Filótimo que disponga defensas y guardias en la casa. Desearía además que organicéis un servicio de correos de confianza para recibir cada día alguna carta vuestra. Pero sobre todo poned cuidado en atender a vuestra salud, si queréis que la nuestra sea buena.

Formias, 22 de enero.

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(Minturnas, 23 de enero del 49)

Tulio saluda efusivamente a sus querida Terencia y a su hija Tulia, sus dos corazones, así como el hijo Cicerón a la mejor de las madres y a la más dulce de las hermanas.

Nosotros estamos bien en la medida en que lo estéis vosotras.

La decisión sobre lo que debéis hacer es ahora vuestra, no sólo mía. Si César piensa ser moderado al entrar en Roma, podéis permanecer con razón por el momento en casa; en cambio, si, en su locura, se dispone a entregar la ciudad al saqueo, me temo que ni el propio Dolabela nos pueda ser de ayuda. Tengo miedo además de que pronto nos quedemos incomunicados de modo que, cuando lo pretendáis, no os sea posible escapar. Queda por considerar, y nadie mejor que vosotras para hacerlo, si permanecen en Roma damas de vuestra condición; en caso contrario, debe mirarse si podéis quedaros con decoro. Lo cierto es que, tal como van por el momento las cosas —y a condición de que podamos retener las zonas que ocupamos—, podréis muy bien o estar conmigo o quedaros en una de nuestras fincas. Está además el temor a que en poco tiempo aparezca la hambruna en Roma. Quisiera que vuestra reflexión sobre todo esto la compartierais con Pomponio, con Camilo y con quien os parezca oportuno. En definitiva, tened buen ánimo.

Labieno ha mejorado nuestra situación. También contribuye Pisón ya que abandona la ciudad e incrimina a su propio yerno.

Vosotras, vidas mías bien amadas, informadme con la mayor frecuencia posible sobre vuestras actividades y sobre los sucesos de Roma. Os saludan los dos Quintos, padre e hijo, así como Rufo. Adiós.

Minturnas, 23 de enero.


Marco Tulio Cicerón

Cartas III. Cartas a los familiares

Frente a la solemnidad y gravedad de sus tratados y discursos, la producción epistolar de Cicerón ha recibido una consideración menor. Sin embargo, el conjunto de cartas (más de ochocientas) que envió y recibió (de las que se han conservado casi un centenar, de autores y estilos muy distintos) puede ser la parte de su legado que el lector contemporáneo sienta más próxima, debido a su viveza y frescura y por el hecho de constituir una fuente excepcional para conocer uno de los periodos más apasionantes de la historia de Roma, el fin del periodo republicano. Por añadidura, Cicerón se nos muestra más íntimamente que cualquier otro personaje del mundo antiguo, pues en ellas consigna su carácter y sus acciones.

Las Epistulæ ad familiares («cartas a sus amigos», aunque la colección también contiene misivas recibidas por Cicerón) fueron conservadas y editadas por el secretario de Cicerón, Tiro. Las 435 cartas se dividen en dieciséis libros y se agrupan por destinatarios. Abarcan un periodo de veinte años, del 62 al 43 a. C., de suma importancia para la historia de la República romana, que se relata con gran precisión y minuciosidad, y resultan (por la gran diversidad de destinatarios y remitentes) muy variadas, con multitud de perspectivas. Las cartas varían mucho en cuanto a contenido, interés y estilo: hay de índole literaria o política e histórica, referentes a situaciones cruciales en la historia de Roma o en la vida de Cicerón, y otras que son poco más que textos formales. Poseen un interés enorme tanto como retrato de la transición de la República al Imperio como por reflejar la rica cultura y vida privada de su autor; junto con las Cartas a Ático (también publicadas en esta colección) son uno de los exponentes fundamentales de la literatura epistolar en toda la literatura clásica.


Setas no comestibles

Setas

21 enero 2021

21 de enero

El dilema de Jackson se publicó y las críticas fueron muy negativas e hirientes. A. S. Byatt fue hasta sarcástica: según su análisis, la última novela de la escritora era un relato «donde ninguna persona tenía su yo y, por lo tanto, ni hay historia ni hay novela».

Apenas un año después de la publicación se le diagnosticó a la autora alzhéimer. Y cada año que pasara, aquel diagnóstico sería cada vez más evidente. La autopsia lo certificó por completo.

Ahora sus novelas no sólo son obras queridas y apreciadas por los británicos (pese a ser irlandesa de origen), sino que algunas de ellas, como Bajo la red, su primera y rompedora novela, o su gran El mar, el mar, suelen aparecer entre los listados de las novelas más estimadas por editores, críticos y lectores en el Reino Unido. Pero, más allá de la literatura, sus obras constituyen también un excelente campo de estudio para entender cómo el implacable y cruel alzhéimer se desarrolla, crece y termina por hacer completamente invisible a alguien, borrando su personalidad primero y, por fin, sus palabras.

La revista Brain publicó el 21 de enero de 2005 un estudio científico donde un grupo de investigadores había digitalizado varias obras de Iris Murdoch, concretamente las tres mencionadas arriba, Bajo la red, El mar, el mar y El dilema de Jackson, para ver si realmente se podía comprobar el impacto de la enfermedad en la escritura de esta autora. Un hecho adicional hacía que este material fuera particularmente valioso para dicho estudio: Iris Murdoch se negaba a que las editoriales le corrigieran nada. Sus novelas tenían que ser publicadas tal y como ella las escribía, no importaba si había repeticiones, oraciones confusas o expresiones poco claras. Las discusiones podían ser enormes, pero su resistencia era numantina. Ni siquiera lo hizo cuando el alzhéimer la devoraba por dentro y cuando le costaba recordar palabras. Aun así terminó una novela completa. Puede que El dilema de Jackson no sea una obra maestra, pero me gustaría ver de qué era capaz una crítica como A. S. Byatt con un alzhéimer creciente como el que Iris Murdoch tenía cuando la escribió.

Pero volvamos a la visita del doctor amigo de la familia de la escritora.

Wilson se sentó con Iris aquella mañana y miraron por la ventana del jardín. Llovía. A Wilson le llamaron la atención los hermosos árboles de aquella nueva casa a la que se habían mudado sus amigos y le preguntó a Iris por el nombre de aquellos árboles. Él apenas sabía nada de botánica.

Iris Murdoch sonrió. Dejó la taza de té sobre la mesa y habló con serenidad.

—Consultaremos a John sobre este importante asunto.

Wilson ni dijo nada ni pensó en nada extraño en aquel momento, no hasta años más tarde, cuando escribía un comentario en Brain sobre el artículo dedicado al avance del alzhéimer en la mente de su amiga Iris Murdoch; en dicho estudio, Wilson confesó que en aquel momento, en aquella conversación aquella mañana de lluvia, se debería de haber dado cuenta: Iris conocía perfectamente todo tipo de árboles y aquella evasiva sólo podía significar que, en aquel instante, ella no era capaz de recordar los nombres de ninguno y, simplemente, no deseaba admitirlo. De hecho, en retrospectiva, Wilson concluyó que Iris Murdoch desarrolló toda una amplia variedad de técnicas para evitar admitir que no era capaz de recordar una palabra concreta en un momento dado. El estudio científico demostró que de novela en novela, especialmente en la última, la escritora había perdido una enorme cantidad de vocabulario, pero que como empezó con un punto de partida tan alto que luego amplió en sus primeras obras hasta picos muy por encima de la media, este margen le permitió mantener su capacidad literaria hasta bien avanzada la enfermedad. No sólo eso, sino que fue capaz de usar la sintaxis y la gramática para explicar con circunloquios palabras que ya no recordaba.

La película Iris, con Kate Winslet como Murdoch de joven y una magnífica Judi Dench como la autora en la última y más dura etapa de su existencia, recrea toda la vida de la escritora. Su marido, John Bayley, escribiría dos libros muy interesantes sobre su vida con Iris Murdoch mientras la enfermedad la iba haciendo desaparecer como ser humano, escritos con la ternura de quien la ha amado como pocas veces se ama a alguien.

Wilson asistió a una de las sesiones de revisión de la que entonces ya era Gran Dama de las Letras Británicas y Dama del Imperio Británico Iris Murdoch. Un médico le enseñó a Iris la fotografía de un animal australiano. Ella sólo tenía que decir el nombre.

Iris sonrió.

—Es esa preciosa criatura que salta.

Santiago Posteguillo 
El séptimo círculo del infierno 
Escritores malditos, escritoras olvidadas

El KGB, el régimen nazi, la Inquisición, las guerras, el FBI, el gobierno chino, el hambre, la pérdida de un ser querido, la enfermedad, el exilio, la censura… Muchos son, en efecto, los infiernos de la literatura a los que se han tenido que enfrentar escritores y escritoras de todos los tiempos. 

¿Cuál es el séptimo círculo de este universo infernal? Para Kipling su infierno fue la muerte de su hija Josephine, y de ese infierno surgió una obra tan vital y esperanzadora como El libro de la selva. Para Imre Kertész su infierno fue ser víctima del holocausto, pero también del desprecio por parte de los suyos. Y de ahí salió Sin destino. Carson McCullers, la gran olvidada, la mejor autora estadounidense del siglo XX, menospreciada por ser mujer. 

Con la elegancia y el tino literario de las obras que homenajea, de los autores y autoras que reivindica, navegando entre viajes, anécdotas, episodios y experiencias propias, Santiago Posteguillo consigue contagiarnos su amor por los libros y en especial por los autores cuyo genio y talento hizo que del infierno salieran con obras que aún hoy nos elevan a los altares.

Enriketa ve un fantasma