03 enero 2021

3 de enero

Cuando la Convención Nacional eligió a Orbegoso en vez de Bermúdez, la guarnición de Lima, a instigación de Gamarra y de la Mariscala, dio, el 3 de enero de 1834, un cuartelazo. Pero tuvo éxito sólo parcial, porque Orbegoso, con parte del ejército, consiguió salir de Lima para organizar la resistencia. El país se dividió en dos bandos, según las guarniciones se pronunciaban en favor de Orbegoso o de Bermúdez. Cusco y Puno, con el general San Román a la cabeza, tomaron partido por el golpe, es decir, por Bermúdez, es decir, por Gamarra y la Mariscala. Arequipa, en cambio, se decidió por Orbegoso, el presidente legítimo, y bajo el mando militar del general Nieto se dispuso a resistir el ataque de los sublevados. 

Días divertidos, ¿verdad, Florita? Sumida en la excitación por lo que ocurría, ella no se sintió nunca en peligro, ni siquiera durante la batalla de Cangallo, que, tres meses después de iniciada la guerra civil, decidió la suerte de Arequipa. Una batalla que Flora contempló, como una función de ópera, con un largavista, desde la terraza-azotea de su tío don Pío, mientras éste y sus parientes, y toda la sociedad arequipeña, se apiñaban en los monasterios, conventos e iglesias, temerosos, más que de las balas, del saqueo de la ciudad que inevitablemente seguía a las acciones guerreras, fuera quien fuera el vencedor. 

Para entonces, milagrosamente, Flora y don Pío habían hecho las paces. Una vez que su sobrina aceptó que no podía emprender acción legal alguna contra su tío, éste, asustado del escándalo con que ella lo había amenazado el día de la pelea, amansó a Florita, movilizando a su mujer, hijos, sobrinas, y sobre todo al coronel Althaus, para que la hicieran desistir de su propósito de dejar la casa de los Tristán. Debía permanecer aquí, donde sería siempre tratada como la sobrinita querida de don Pío, objeto de la solicitud y cariño de la parentela. Nunca le faltaría nada y todos la querrían. Flora —qué te quedaba— consintió. 

No lo lamentabas, desde luego. Qué pena hubiera sido perderse esos tres meses de efervescencia, trastornos, convulsiones y agitación social indescriptible en que vivió Arequipa desde el estallido de la revolución hasta la batalla de Cangallo.

Mario Vargas Llosa 
El Paraíso en la otra esquina

Flora Tristán y Paul Gauguin arrojaron su inconformismo a la faz de un siglo que les contestó con su desprecio. Pero, qué sería de nosotros si ya no supiéramos soñar lo que no existe. Qué sería del mundo sin el impulso de todos los anhelos incumplidos, sin el esfuerzo baldío de los que se sintieron generosos, sin el contagio tardío de las promesas del iluminado. En qué clase de infierno viviríamos si ya no hubiera nadie capaz de entrever los paraísos que juegan al escondite por las esquinas del universo. 



El tapón de corcho y el gollete ámbar

el tapón de corcho y el gollete

02 enero 2021

2 de enero

Ariel ha reclinado el asiento y trata de dormir. En la zona de preferente el espacio es amplio y a su lado un hombre de traje lee la prensa económica color salmón mientras bebe a sorbitos un jerez. Como en la ida, el pasaje va repleto de familias instaladas en España que han vuelto a Argentina por Navidad. En la fila de acceso al avión se mezclaban publicitarios, profesores universitarios, cierta burguesía, con viajeros más humildes con grandes bolsas y gesto de tensión cuando han de mostrar el pasaporte. Es día 2 de enero y el principio de año siempre establece una especie de esperanza generalizada, como una página en blanco. 

En la última fila de preferente, estirado cuan largo es, con antifaz en los ojos, entre ronquidos estruendosos, duerme Humberto Hernán Panzeroni, portero de un equipo andaluz que vino a saludar efusivo a Ariel al coincidir en el vuelo. 

Humberto es grande, veterano de la liga española, donde lleva casi seis años. Llegó a ser tercer portero de la selección en los pasados Mundiales. Se sentó en el brazo del asiento de Ariel para hablarle y cada vez que cruzaba a su lado una azafata se volvía, no se sabía muy bien si para facilitarle el paso o para cortejarla. Odio viajar en primera, acá mandan a las azafatas veteranas, las más tiernitas van en turista, el mundo al revés. Tenía un incisivo de un blanco distinto al resto de la dentadura y Ariel recordó que perdió un diente en un choque contra uno de sus defensas, lo vio en la televisión. 

Atrás tengo a la mujer con los tres niños, en primera te sacan un ojo de la cara. Por el bebito que no tiene ni asiento te cobran mil euros. Hablaron un rato de la actualidad de su profesión, del estado del país y luego le anunció que comenzaba a sentir los efectos de las pastillas y se echó a dormir. 

Los días en Buenos Aires han sido intensos y le devolvieron a Ariel todo aquello que echaba de menos. Ha pensado en Sylvia, incluso hablaron por teléfono. Eran las cuatro de la mañana en Buenos Aires y Sylvia recibió la llamada con una mezcla de alegre euforia y nerviosismo.

David Trueba
Saber perder 

Sylvia cumple dieciséis años el día en que comienza esta novela. Para celebrarlo organiza una falsa fiesta que sólo tiene un invitado. Horas después sufrirá un accidente que significará su entrada en la vida adulta. Su padre, Lorenzo, es un hombre separado que trata de superar el abandono de su mujer y el fracaso laboral. Ariel Burano es un joven jugador de fútbol que deja Buenos Aires para fichar por un equipo español. Con su superdotada pierna izquierda, será cuestión de tiempo que el estadio coree su nombre. Y tiempo es lo que no tiene el anciano Leandro, que vive en esa época donde casi todo se derrumba. 

Éstos son los cuatro personajes principales de Saber perder. Con las relaciones entre ellos se trenza un relato de supervivientes, de poderosa pegada narrativa y rico en matices. Una mirada capaz de extraer humor y emoción en cada curva del camino, pero que reivindica, por encima de todo, la maravillosa aventura de vivir.


La palmatoria y el cabo de vela cerca de su extinción

la palmatoria con el cabo de vela

01 enero 2021

1.º de Enero

Su matrimonio con el polvorista había sido hasta entonces infecundo: malos partos, y pare usted de contar. Vivía con la pareja el padre de él, Hipólito Valiente, vigilante de consumos, soldado viejo, que estuvo en la campaña de África; el grande amigo del ciego Rafael del Águila, que gozaba lo indecible oyéndole contar sus hazañas, las cuales, en boca del propio héroe de ellas, resultaban tan fabulosas como si fuera el mismísimo Ariosto quien las cantase. Si se llevara cuenta de los moros que mandó al otro mundo en los Castillejos, en Monte Negrón, en el llano de Tetuán y en Wad-Ras, no debía quedar ya sobre la tierra ni un solo sectario de Mahoma para muestra de la raza. Había servido Valiente en Cazadores de Vergara, de la división de reserva mandada por D. Juan Prim. Se batió en todas las acciones que se dieron para proteger la construcción del camino desde el Campamento de Oteros hasta los Castillejos; y luego allí, en aquella gloriosa ocasión… ¡Cristo!, empezaba el hombre y no concluía. Cazadores de Vergara siempre los primeritos, y él, Hipólito Valiente, que era cabo segundo, haciendo cada barbaridad que cantaba el misterio. ¡Qué día, qué 1.º de Enero de 1860! El batallón se hartó de gloria, quedándose en cuadro, con la mitad de la gente tendida en aquellos campos de maldición. Hasta el 14 de Enero no pudo volver a entrar en fuego, y allí fue otra vez el hartarse de escabechar moros. ¡Monte Negrón! También fue de las gordas. Llega por fin el gloriosísimo 4 de Febrero, el acabose, el nepusuntra de las batallas habidas y por haber. Bien se portaron todos, y el general O'Donnell mejor que nadie, con aquel disponer las cosas tan a punto, y aquella comprensión de cabeza, que era la maravilla del universo. 

Estas y las subsiguientes maravillas las oía Rafael con grandísimo contento, sin que lo atenuara la sospecha de que adolecían del vicio de exageración, cuando no del de la mentira poética forjada por el entusiasmo. Desde que desembarcó en Ceuta hasta que volvió a embarcar para España, dejando al perro marroquí sin ganas de volver por otra, todo lo narraba Valiente con tanta intrepidez en su retórica como en su apellido, pues cuando llegaba a un punto dudoso, o del cual no había sido testigo presencial, metíase por la calle de enmedio, y allí lo historiaba él a su modo, tirando siempre a lo romancesco y extraordinario. Para Rafael, en el aislamiento que le imponía su ceguera, incapaz de desempeñar en el mundo ningún papel airoso conforme a los impulsos de su corazón hidalgo y de su temple caballeresco, era un consuelo y un solaz irreemplazables oír relatar aventuras heroicas, empeños sublimes de nuestro ejército, batallas sangrientas en que las vidas se inmolaban por el honor. ¡El honor siempre lo primero, la dignidad de España y el lustre de la bandera siempre por cima de todo interés de la materia vil! Y oyendo a Valiente referir cómo, sin haber llevado a la boca un triste pedazo de pan, se lanzaban aquellos mozos al combate, ávidos de hacer polvo a los enemigos del nombre español, se excitaba y enardecía en su adoración de todo lo noble y grande, y en su desprecio de todo lo mezquino y ruin. ¡Batirse sin haber comido! ¡Qué gloria! ¡No conocer el miedo, ni el peligro; no mirar más que el honor! ¡Qué ejemplo! ¡Dichosos los que podían ir por tales caminos! ¡Miserables y desdichados los que se pudrían en una vida ociosa, dándose gusto en las menudencias materiales! 

Entrando en el corral, lo primero que preguntó Rafael, al sentir la voz de Bernardina, que a su encuentro salía, fue: «¿Está hoy tu padre franco de servicio?». 

—Sí, señor… Por ahí anda, componiéndome una silla. 

—Llévale con tu padre —le dijo Cruz—, que le entretendrá contándole lo de África; y entremos tú y yo en tu casa, que tenemos que hablar.

Benito Pérez Galdós
Torquemada en la cruz 
Torquemada - 02

La tetralogía de Torquemada cuenta a lo largo de sus páginas, unas veces con piedad y otras con ironía, la historia de un usurero que pasó a ser universal. Quizá este personaje de ficción dibujado con vitriolo por Benito Pérez Galdós naciera a partir de otros de Balzac o Dickens, como Gobseck o el Scrooge de Cuento de Navidad, pero Torquemada está, sin duda, a la altura de éstos, y hoy todavía nos parece vivo y muy real. Su propio creador, al comprender tiempo después de la publicación de la primera novela su relevancia, le hizo protagonizar otras tres obras más, que forman uno de los más importantes ciclos galdosianos; un ciclo admirado y elogiado por nombres tan distintos como César M. Arconada, Luis Buñuel o Sergio Pitol, quien ha señalado recientemente, con motivo de la concesión del Premio Cervantes, que «las novelas de Torquemada» fueron fundamentales en su formación como lector y escritor. 

Esta segunda novela, gira en torno al matrimonio de conveniencia entre Torquemada y Fidela del Águila, miembro de una noble familia reducida a extrema pobreza.Torquemada ingresa en su círculo social e intenta adquirir las habilidades y la educación propias del estatus de sus nuevas amistades, entre las que destaca Donoso Cortés, modelo ideal de nuestro usurero en lo que respecta a las formas y las buenas maneras propias de la alta sociedad. La cruz del título se refiere a Cruz del Águila, futura cuñada de Torquemada, quien accede a realizar el sacrificio de ver a su familia emparentada con una persona vulgar, plebeya y sin educación con tal de lograr la supervivencia económica.


Feliz Año 2021

Año Nuevo 2021

31 diciembre 2020

31 de diciembre

A los señores Stoker y Hansell 

Cárcel de Su Majestad, Reading, 
31 de diciembre de 1896 

Caballeros: 

Por la presente les autorizo a actuar como mis abogados con referencia a mis asuntos familiares, tanto respecto a mi usufructo de los bienes de mi esposa como a la tutela de mis hijos, y les solicito que informen a los señores Hargrove & Son, Victoria Street, 16, Westminster Abbey, SW, de que deseo que cualquier comunicación que deban hacerme sea a través de ustedes. 

Supongo que no yerro al afirmar que el señor More Adey, o alguien en su nombre, les ha comunicado a grandes rasgos el asunto en cuestión, pero estoy ansioso por expresarles claramente, de mi puño y letra, mis propios deseos y pareceres a fin de guiarles y satisfacerles, así como a mí mismo. 

Creo que es bastante acertado que se otorgue la tutela de mis hijos a mi esposa, y que ella tenga derecho a nombrar tutores para ellos en caso de que falleciera. Siendo así, considero que yo debería estar autorizado a tratar con ellos «a intervalos razonables en ocasiones autorizadas por los tutores». En el primer caso, estaría dispuesto a dejar el asunto en manos de mi esposa, y a comprometerme a no hacer ningún intento de ver a mis hijos en contra de sus deseos, o de comunicarme con ellos de ningún modo salvo a través de ella. Acepto sin objeciones que lleven un apellido que no sea el mío; el apellido, de hecho, que ha elegido ella, que es un antiguo apellido de su familia. Por mi parte, no desearía vivir en la misma ciudad que ellos. Tengo la intención de vivir, si vivo en algún lugar, en Bruselas. He escrito todo esto a mi esposa, y también se lo he expresado al señor Hargrove. 

Con respecto a las cuestiones de dinero, la oferta que me ha hecho mi esposa de ciento cincuenta libras esterlinas al año es, por supuesto, extremadamente escasa. Desde luego, esperaba que se fijara en doscientas libras. Entiendo que mi esposa alega como una de las razones para que se elija la suma de ciento cincuenta libras que desea liquidar una deuda de quinientas libras que tengo con su hermano, el señor Otho Lloyd, a razón de cincuenta libras al año. Considero, al igual que el señor Adey, que debería recibir doscientas libras si debo saldar esa deuda. Sin embargo, no deseo regatear los términos, aunque, por supuesto, me parecen muy escasos. Los ingresos de nuestro acuerdo matrimonial eran de unas mil libras esterlinas al año, y tras la muerte de la madre de la señora Wilde la suma se acrecentará. 

Con respecto a mi usufructo, espero sinceramente que al menos la mitad se adquiera en mi nombre. Mi esposa no se da cuenta de que en caso de que yo la sobreviva y viva hasta una edad avanzada, sería verdaderamente perjudicial para mis hijos tener un padre desgraciado que viviera en la penuria, y que tal vez se viera obligado a pedirles ayuda. Semejante estado de las cosas sería indeseable e indecoroso. En caso de que yo sobreviva a mi esposa, quisiera no tener la necesidad de importunar a mis hijos para sustentarme. Tenía la esperanza de que al menos la mitad de mi usufructo ya estaría asegurado, pero una carta del señor Hargrove, que adjunto, me ha sacado del error. En cuanto a la otra mitad, si pudiera conseguirla me permitiría cedérsela de inmediato a mis hijos como prueba del afecto que les tengo y de la autenticidad de la postura que estoy tomando con respecto a su futuro bienestar. 

Debería mencionar que mi esposa vino a verme a la cárcel de Wandsworth y por aquel entonces (octubre del año pasado) me escribió una carta muy conmovedora y afectuosa. Además, al morir mi madre, lady Wilde, vino a darme la noticia en persona y mostró mucha ternura y afecto, pero ya casi hace un año que no la he visto, y la larga ausencia, combinada con influencias hostiles a mí que la rodean, le han hecho tomar cierta postura respecto a mi usufructo y mis ingresos mientras ella viva. Es bastante consciente del profundo afecto que existe entre mis hijos y yo, y en su última carta (21 de noviembre) expresa la esperanza de que «cuando sean mayores se enorgullezcan de reconocerme como padre» y de que reconquiste la posición intelectual que he perdido, así como otros deseos clementes. En una de sus cartas, el señor Hargrove afirmó que tendría que renunciar a las ciento cincuenta libras al año si rompía alguna de las condiciones de la propuesta. Se trata, lo reconozco, de una posición dolorosa y humillante como para desearla. Creo que mi solemne acuerdo debería ser suficiente. La felicidad de mis hijos es mi único objetivo y deseo. 

¿Podrían pedir al señor Adey, por favor, que haga todo lo posible para verme aquí él mismo? Tengo mucho de lo que hablar con él. Díganle también que entiendo perfectamente que los libros eran un regalo de mi amigo el señor Humphreys, el editor. También que el señor Alexander no tiene los derechos franceses de El abanico de lady Windermere (una de mis comedias), pero que estaré encantado de que me represente. 

Para concluir, espero que me permitan expresarles mi agradecimiento por asumir este delicado y difícil asunto en mi lugar. Ello me alivia mucho de la ansiedad mental y la angustia que me aquejan, intensificadas por las violentas y severas cartas del señor Hargrove. Saludos cordiales, 

OSCAR WILDE


Oscar Wilde

De profundis y otros escritos de la cárcel


«Nada de lo que me ocurrió en ningún período de mi vida tuvo la menor importancia en comparación con el arte». 

En 1895 Oscar Wilde se encontraba en la cumbre de su carrera, pero ese mismo año, tras un escandaloso proceso, fue condenado a dos años de prisión y a trabajos forzados. Allí escribió De profundis, una epístola confesional que ilustra su proceso interior durante el encarcelamiento y uno de los textos más descarnados de la historia de la literatura. 

Esta edición incluye también las cartas que escribió antes y después a sus seres queridos, entre ellos su amante, lord Alfred Douglas. Completa el volumen «La balada de la cárcel de Reading», un revelador poema acerca de un hombre sentenciado a la horca.

Enriketa ve un fantasma