12 abril 2008

Ávila: puerta del Alcázar

Ávila: puerta del Alcázar

Silas Maner de GEORGE ELIOT (Cap-7)

Un momento después, sin embargo, pareció que los fantasmas fueran de naturaleza más condescendiente que lo que pretendía el señor Macey, porque de pronto se vio la figura pálida y flaca de Silas Marner. De pie entre la luz cálida de la pieza, no profería palabra, pero giraba por la asamblea la mirada de sus ojos extraños y sobrenaturales. Las largas pipas hicieron un movimiento simultáneo, como el de las arterias de insectos asustados. Todos los presentes, sin exceptuar al escéptico herrador, tuvieron la impresión de que veían a un aparecido y no a Silas Marner en carne y hueso. En efecto, la puerta por que había entrado Silas estaba oculta por los bancos de alto respaldar, y nadie había advertido su llegada. SIGUE AQUÍ

09 abril 2008

Luvia sobre la calle grande

tormenta sobre la calle grande

Valle Inclán, novelista por entregas

«Pues, señor, hace unos cuantos años llegó a Madrid un gallego que, como el del cuento, no venía dando. Traía el tal, larga y aceitosa melena, copiada de Daudet, enorme chisterón de alas planas, copiado de Willy, y descomunal cuello de camisa copiado de cualquier clown Augusto. Con tal atavío, y ayudándose de algunos gestos y contorsiones, logró en breve adquirir cierta popularidad callejera; los golfos le seguían, diciéndole chirigotas, los madrileños le enseñaban a sus amigos llegados de provincias. Un día se presentó en las tablas de la Comedia, y el público se rió de él sin compasión. Pronto sus contorsiones, su chistera, su cuello y su greña no produjeron efecto. Garibaldi, el popularísimo Garibaldi, le arrebató la gloria que en la calle había ganado, y le sustituyó con ventaja, y comprendiendo que aquello no daba más de sí, el pobre hombre de las melenas se metió a escritor, forjándose una personalidad literaria a la que contribuyeron principalmente su sombrerero, su camisero y su peluquero. Inspirándose en el procedimiento artístico de los apreciables sujetos que imaginan opíparos banquetes sin más que colocarse ante el escaparate de Lhardy, aquel desdichado comenzó a escribir historias de príncipes y princesas, copiados y copiadas de libros franceses baratos, y como buen provinciano, que en su vida las ha visto más gordas, llegó a creerse un refinado, un perverso, un decadentista, y andaba por ahí tan contento, silbando desdeñosamente y llamando pobres hombres y desdichados a Dickens, a Balzac y a todos los escritores españoles desde Cervantes hasta Pío Baroja, siendo este último uno de los más favorecidos por los desdenes y menosprecios del hombre de las melenas.
Y, nada, que un día a Gedeón se le antojó decir que ese señor ha escrito dos cuentos buenos y dos malos, y como el hombre cree que toda la Humanidad está obligada a admirarle incondicionalmente, se ha apresurado a declarar que Gedeón es un pobre hombre, un desdichado (lo mismo que Cervantes, Balzac, Dickens y Baroja) y que Gedeón no es capaz de comprenderle a él. Lo mismo le sucede a casi todo el público; no, no comprendemos al señor de las melenas, y en ello cifra el pobrecillo su mayor vanagloria. Tiene un público escaso, reducido, como que se ve precisado, ¡pobre infeliz!, a vender sus satánicas y dorevillescas novelas a la Diputación provincial de Lugo o de Orense, que le compran las ediciones enteras, pagándolas con los fondos de Beneficencia. Ya sabemos, pues, quiénes son los que admiran la literatura decadente: los diputados provinciales... gallegos... y los de la Baticola, pues claro está que quien escribe para que le entiendan pocos no debe tener por maestro a Flaubert, sino al ilustre Novejarque, el de las charadas y los logogrifos. ¡Lástima es que ... ... ... SIGUE AQUÍ




Serie: azulejos