«Pues, señor, hace unos cuantos años llegó a Madrid un gallego que, como el del cuento, no venía dando. Traía el tal, larga y aceitosa melena, copiada de Daudet, enorme chisterón de alas planas, copiado de Willy, y descomunal cuello de camisa copiado de cualquier clown Augusto. Con tal atavío, y ayudándose de algunos gestos y contorsiones, logró en breve adquirir cierta popularidad callejera; los golfos le seguían, diciéndole chirigotas, los madrileños le enseñaban a sus amigos llegados de provincias. Un día se presentó en las tablas de la Comedia, y el público se rió de él sin compasión. Pronto sus contorsiones, su chistera, su cuello y su greña no produjeron efecto. Garibaldi, el popularísimo Garibaldi, le arrebató la gloria que en la calle había ganado, y le sustituyó con ventaja, y comprendiendo que aquello no daba más de sí, el pobre hombre de las melenas se metió a escritor, forjándose una personalidad literaria a la que contribuyeron principalmente su sombrerero, su camisero y su peluquero. Inspirándose en el procedimiento artístico de los apreciables sujetos que imaginan opíparos banquetes sin más que colocarse ante el escaparate de Lhardy, aquel desdichado comenzó a escribir historias de príncipes y princesas, copiados y copiadas de libros franceses baratos, y como buen provinciano, que en su vida las ha visto más gordas, llegó a creerse un refinado, un perverso, un decadentista, y andaba por ahí tan contento, silbando desdeñosamente y llamando pobres hombres y desdichados a Dickens, a Balzac y a todos los escritores españoles desde Cervantes hasta Pío Baroja, siendo este último uno de los más favorecidos por los desdenes y menosprecios del hombre de las melenas.
Y, nada, que un día a Gedeón se le antojó decir que ese señor ha escrito dos cuentos buenos y dos malos, y como el hombre cree que toda la Humanidad está obligada a admirarle incondicionalmente, se ha apresurado a declarar que Gedeón es un pobre hombre, un desdichado (lo mismo que Cervantes, Balzac, Dickens y Baroja) y que Gedeón no es capaz de comprenderle a él. Lo mismo le sucede a casi todo el público; no, no comprendemos al señor de las melenas, y en ello cifra el pobrecillo su mayor vanagloria. Tiene un público escaso, reducido, como que se ve precisado, ¡pobre infeliz!, a vender sus satánicas y dorevillescas novelas a la Diputación provincial de Lugo o de Orense, que le compran las ediciones enteras, pagándolas con los fondos de Beneficencia. Ya sabemos, pues, quiénes son los que admiran la literatura decadente: los diputados provinciales... gallegos... y los de la Baticola, pues claro está que quien escribe para que le entiendan pocos no debe tener por maestro a Flaubert, sino al ilustre Novejarque, el de las charadas y los logogrifos. ¡Lástima es que ... ... ... SIGUE AQUÍ
Y, nada, que un día a Gedeón se le antojó decir que ese señor ha escrito dos cuentos buenos y dos malos, y como el hombre cree que toda la Humanidad está obligada a admirarle incondicionalmente, se ha apresurado a declarar que Gedeón es un pobre hombre, un desdichado (lo mismo que Cervantes, Balzac, Dickens y Baroja) y que Gedeón no es capaz de comprenderle a él. Lo mismo le sucede a casi todo el público; no, no comprendemos al señor de las melenas, y en ello cifra el pobrecillo su mayor vanagloria. Tiene un público escaso, reducido, como que se ve precisado, ¡pobre infeliz!, a vender sus satánicas y dorevillescas novelas a la Diputación provincial de Lugo o de Orense, que le compran las ediciones enteras, pagándolas con los fondos de Beneficencia. Ya sabemos, pues, quiénes son los que admiran la literatura decadente: los diputados provinciales... gallegos... y los de la Baticola, pues claro está que quien escribe para que le entiendan pocos no debe tener por maestro a Flaubert, sino al ilustre Novejarque, el de las charadas y los logogrifos. ¡Lástima es que ... ... ... SIGUE AQUÍ
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