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09 abril 2008

Valle Inclán, novelista por entregas

«Pues, señor, hace unos cuantos años llegó a Madrid un gallego que, como el del cuento, no venía dando. Traía el tal, larga y aceitosa melena, copiada de Daudet, enorme chisterón de alas planas, copiado de Willy, y descomunal cuello de camisa copiado de cualquier clown Augusto. Con tal atavío, y ayudándose de algunos gestos y contorsiones, logró en breve adquirir cierta popularidad callejera; los golfos le seguían, diciéndole chirigotas, los madrileños le enseñaban a sus amigos llegados de provincias. Un día se presentó en las tablas de la Comedia, y el público se rió de él sin compasión. Pronto sus contorsiones, su chistera, su cuello y su greña no produjeron efecto. Garibaldi, el popularísimo Garibaldi, le arrebató la gloria que en la calle había ganado, y le sustituyó con ventaja, y comprendiendo que aquello no daba más de sí, el pobre hombre de las melenas se metió a escritor, forjándose una personalidad literaria a la que contribuyeron principalmente su sombrerero, su camisero y su peluquero. Inspirándose en el procedimiento artístico de los apreciables sujetos que imaginan opíparos banquetes sin más que colocarse ante el escaparate de Lhardy, aquel desdichado comenzó a escribir historias de príncipes y princesas, copiados y copiadas de libros franceses baratos, y como buen provinciano, que en su vida las ha visto más gordas, llegó a creerse un refinado, un perverso, un decadentista, y andaba por ahí tan contento, silbando desdeñosamente y llamando pobres hombres y desdichados a Dickens, a Balzac y a todos los escritores españoles desde Cervantes hasta Pío Baroja, siendo este último uno de los más favorecidos por los desdenes y menosprecios del hombre de las melenas.
Y, nada, que un día a Gedeón se le antojó decir que ese señor ha escrito dos cuentos buenos y dos malos, y como el hombre cree que toda la Humanidad está obligada a admirarle incondicionalmente, se ha apresurado a declarar que Gedeón es un pobre hombre, un desdichado (lo mismo que Cervantes, Balzac, Dickens y Baroja) y que Gedeón no es capaz de comprenderle a él. Lo mismo le sucede a casi todo el público; no, no comprendemos al señor de las melenas, y en ello cifra el pobrecillo su mayor vanagloria. Tiene un público escaso, reducido, como que se ve precisado, ¡pobre infeliz!, a vender sus satánicas y dorevillescas novelas a la Diputación provincial de Lugo o de Orense, que le compran las ediciones enteras, pagándolas con los fondos de Beneficencia. Ya sabemos, pues, quiénes son los que admiran la literatura decadente: los diputados provinciales... gallegos... y los de la Baticola, pues claro está que quien escribe para que le entiendan pocos no debe tener por maestro a Flaubert, sino al ilustre Novejarque, el de las charadas y los logogrifos. ¡Lástima es que ... ... ... SIGUE AQUÍ




11 diciembre 2007

NOCHEBVENA

Era en la montaña gallega. Yo estudiaba entonces gramática latina con el señor Arcipreste de Celtigos, y vivía castigado en la rectoral. Aún me veo en el hueco de una ventana, lloroso y suspirante. Mis lágrimas caían silenciosas sobre la gramática de Nebrija, abierta encima del alféizar. Era el día de Nochebuena, y el señor Arcipreste habíame condenado a no cenar hasta que supiese aquella terrible conjugación: "Fero, fers, tuli, latum".
Yo, perdida toda esperanza de conseguirlo, y dispuesto al ayuno como un santo ermitaño, me distraía mirando al huerto, donde cantaba un mirlo que recorría a saltos las ramas de un nogal centenario. Las nubes, pesadas y plomizas, iban a congregarse sobre la Sierra de Celtigos en un horizonte de agua, y los pastores, dando voces a sus rebaños, bajaban presurosos por los caminos, encapuchados en sus capas de juncos. El arco iris cubría el huerto, y los nogales oscuros y los mirtos verdes y húmedos parecían temblar en un rayo de anaranjada luz. Al caer la tarde, el señor Arcipreste atravesó el huerto: Andaba encor­vado bajo un gran paraguas azul: Se volvió desde la cancela, y viéndome en la ventana me llamó con la mano. Yo bajé tembloroso. El me dijo:
-¿Has aprendido eso?
-No, señor.
-¿Por qué?
-Porque es muy difícil.
El señor Arcipreste sonrió bondadoso:
-Está bien: Mañana lo aprenderás. Ahora acompáñame a la iglesia.
Me cogió de la mano para resguardarme con el paraguas, pues comenzaba a caer una ligera llovizna, y echamos camino adelante. La iglesia estaba cerca. Tenía una puerta chata de es­tilo románico, y, según decía el señor Arcipreste, era fundación de la Reina Doña Urraca. Entramos. Yo quedé solo en el pres­biterio, y el señor Arcipreste pasó a la sacristía hablando con el monago, recomendándole que lo tuviese todo dispuesto para la misa del gallo. Poco después volvíamos a salir. Ya no llovía, y el pálido creciente de la luna comenzaba a lucir en el cielo triste e invernal. El camino estaba oscuro, era un camino de herradura, pedregoso y con grandes charcos. De largo en largo hallábamos algún rapaz aldeano que dejaba beber pacíficamente a la yunta cansada de sus bueyes. Los pastores que volvían del monte trayendo los rebaños por delante, se detenían en las re­vueltas y arreaban a un lado sus ovejas para dejarnos paso. To­dos saludaban cristianamente:
-¡Alabado sea Dios!
-¡Alabado sea!
- Vaya muy dichoso el señor Arcipreste y la su compaña.
-¡Amén!
Cuando llegamos a la rectoral era noche cerrada. Micaela, sobrina del señor Arcipreste, trajinaba disponiendo la cena. Nos sentamos en la cocina al amor de la lumbre: Micaela me miró sonriendo:
-¿Hoy no hay estudio, verdad?
-Hoy, no
- Arrenegados latines, ¿verdad?
- ¡Verdad! El señor Arcipreste nos interrumpió severamente:
- No sabéis que el latín es la lengua de la Iglesia...
Y cuando ya cobraba aliento el señor Arcipreste para edi­ficarnos con una larga plática llena de ciencia teológica, sonaron bajo la ventana alegres conchas y bulliciosos panderos. Una voz cantó en las tinieblas de la noche:
¡Nos aquí venimos,
Nos aquí llegamos,
Si nos dan licencia
Nos aquí cantamos!
El señor Arcipreste les franqueó por sí mismo la puerta, y un corro de zagales invadió aquella cocina siempre hospitalaria. Venían de una aldea lejana: Al son de los panderos cantaron;
Falade ven baixo,
Andade pasiño,
Porque non desperté
O noso meniño.
O noso meniño,
O noso Jesús,
Que durme nas pallas
Sen verce [berce] e sen luz.
Callaron un momento, y entre el júbilo de las conchas y de los panderos volvieron a cantar:
Si non fora porque teño
Esta cara de aldeán,
Déralle catro biquiños
N’esa cara de mazan.
Vamos d' aquí par'a aldea
Que xa vimos de ruar,
Está Jesús a dormir
E podémolo espertar.
Tras de haber cantado, bebieron largamente de aquel vino agrio, fresco y sano que el señor Arcipreste cosechaba, y refocilados y calientes, fuéronse haciendo sonar las conchas y los panderos. Aún oíamos el chocleo de sus madreñas en las escaleras del patín, cuando una voz entonó:
Esta casa é de pedra,
O diaño ergueuna axiña,
Para que durmixen xuntos
O Alcipreste e sua sobrina.
Al oír la copla, el señor Arcipreste frunció el ceño. Micaela enderezóse colérica, y abandonando el perol donde hervía la clásica compota de manzanas, corrió a la ventana dando voces:
-¡Mal hablados!... ¡Mal enseñados!... ¡Así vos salgan al camino lobos rabiosos!
El señor Arcipreste, sin desplegar los labios, se paseaba picando un cigarro con las uñas y restregando el polvo entre las palmas, Al terminar llegóse al fuego y retiró un tizón, que sirvió de candela. Entonces fijó en mí sus ojos enfoscados bajo las cejas canas y crecidas. Yo temblé. El señor Arcipreste me dijo:
-¿Qué haces? Anda a buscar el Nebrija.
Salí suspirando. Así terminó mi Nochebuena en casa del señor Arcipreste de Celtigos, Q. E. S. G.
H.


Cuento de Don Ramón María del Valle-Inclán en JARDÍN VMBRÍO

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...