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10 noviembre 2024

10 de noviembre

 Transcurrió así todo el día, sin que el capitán Nemo me honrara con su visita. No se descubrieron los cristales de observación, como si se quisiera evitar que nuestros sentidos se mellaran en la costumbre de tan bello espectáculo.

La dirección del Nautilus se mantuvo al Este-Nordeste; su velocidad, en doce millas, y su profundidad, entre cincuenta y sesenta metros.
Al día siguiente, 10 de noviembre, se nos mantuvo en el mismo abandono, en la misma soledad. No vi a nadie de la tripulación. Ned y Conseil pasaron la mayor parte del día conmigo, desconcertados ante la inexplicable ausencia del capitán. ¿Se hallaría enfermo aquel hombre singular? ¿O tal vez se proponía modificar sus proyectos respecto a nosotros?
Después de todo, como observó Conseil, gozábamos de una entera libertad y se nos tenía abundante y delicadamente alimentados. Nuestro huésped se había atenido hasta entonces a los términos de lo estipulado, y no podíamos quejarnos. Además, la singularidad de nuestro destino nos reservaba tan hermosas compensaciones que no teníamos derecho a reprocharle nada.
Fue aquel mismo día cuando comencé a escribir el diario de estas aventuras. Esto es lo que me ha permitido narrarlas con una escrupulosa exactitud. Como detalle curioso, diré que escribí este diario en un papel fabricado con zostera marina.
En la madrugada del 11 de noviembre, la expansión del aire fresco por el interior del Nautilus me reveló que habíamos emergido a la superficie del océano para renovar la provisión de oxígeno. Me dirigí a la escalerilla central y subí a la plataforma.
Eran las seis de la mañana. El cielo estaba cubierto y el mar gris, pero en calma, apenas mecido por el oleaje. Tenía la esperanza de encontrarme allí con el capitán Nemo, pero ¿vendría? Vi únicamente al timonel, encerrado en su jaula de vidrio.
Sentado en el saliente que formaba el casco del bote, aspiré con delicia las emanaciones salinas. Poco a poco, la bruma iba disipándose bajo la acción de los rayos solares. El astro radiante se elevaba en el horizonte. El mar se inflamó bajo su mirada como un reguero de pólvora. Esparcidas por el cielo, las nubes se colorearon de tonos vivos y llenos de matices, y numerosas «lenguas de gato» anunciaron viento para todo el día.

Jules Verne
Veinte mil leguas de viaje submarino
Viajes extraordinarios 

Obra narrada en primera persona por el profesor francés Pierre Aronnax, notable biólogo que es hecho prisionero por el Capitán Nemo y es conducido por los océanos a bordo del submarino Nautilus, en compañía de su criado Conseil y el arponero canadiense Ned Land. La historia comienza con una expedición a bordo de un buque de la marina de guerra estadounidense que busca dar caza a un extraño cetáceo que había ocasionado la desaparición misteriosa de diversas embarcaciones. Durante la expedición, los protagonistas se ven lanzados por la borda del buque como resultado de una embestida del animal, son rescatados y logran llegar a nado a un lugar seguro. Una vez a salvo, descubren que no se encuentran realmente en una isla, sino sobre una estructura metálica: un submarino. En el interior del misterioso artefacto conocen al Capitán Nemo, personaje desgraciado y brillante, con un oscuro pasado y de grandes aptitudes científicas y artísticas. Éste les muestra toda la nave, el Nautilus, y les da notables explicaciones sobre su ingeniería. El capitán les informa de que, al haber conocido su existencia, no puede dejarlos volver a la superficie. A lo largo del viaje, les son revelados muchos secretos, y recorren diversos lugares, entre los que se menciona la mítica Atlántida, las islas de la Polinesia, el Mar Rojo, las costas del Lejano Oriente, el Mediterráneo, etc. A través de su personaje Aronnax, Jules Verne señala varios posibles inventos: escafandras autónomas de buceo, fusiles de balas eléctricas, máquinas para producir aire respirable, etc.

29 octubre 2024

29 de octubre

 CAPÍTULO XIV

Durante la noche del 29 de octubre.
AUNQUE nos encontramos en una situación sumamente desesperada, todos han experimentado el horror de la tragedia que acaba de desarrollarse.
Ruby no existe ya; pero sus últimas palabras van a tener consecuencias muy funestas. Los marineros, que le han oído gritar, «¡El picrato, el picrato!», han comprendido que el buque puede saltar hecho pedazos de un momento a otro, y que no es sólo un incendio, sino una explosión lo que les amenaza.
Algunos, no pudiendo ya contenerse, quieren huir a todo trance y en seguida, y gritan:
—¡La canoa, la canoa!
Sin duda no ven o no quieren ver los insensatos que el mar está alborotado y que no hay lancha que pueda arrostrar el empuje de las olas embravecidas que se elevan a una altura prodigiosa. Nada puede contenerlos y ya no oyen la voz del capitán, quien se arroja en medio de ellos inútilmente. El marinero Owen excita a sus compañeros; se largan las trapas de la lancha y la embarcación es empujada al exterior.
Balancéase un instante en el espacio y, obedeciendo al movimiento del buque, va a chocar contra la vagara. Los marineros hacen otro esfuerzo y consiguen desprenderla, y, cuando ya está a punto de llegar al mar, una ola monstruosa la toma por debajo, la aparta momentáneamente y con fuerza irresistible la estrella contra el costado del buque.
Habiendo sido destruidas la chalupa y la canoa, sólo nos quedó ya una frágil y estrecha ballenera.
Los marineros, presa de estupor, permanecen inmóviles. No se oye más que los silbidos del viento entre las cuerdas y los ronquidos del incendio. El horno se abre profundamente en el centro del buque y por las escotillas brotan torrentes de vapor fuliginoso que ascienden al cielo. Desde el castillo de proa a la toldilla ya no se ve, y el Chancellor queda dividido en dos partes por una barrera de llamas.
Los pasajeros y dos o tres hombres de la tripulación van a refugiarse detrás de la toldilla. La señora Kear permanece tendida sin conocimiento sobre una de las jaulas de las gallinas, y la señorita Herbey se encuentra a su lado auxiliándola. El señor Letourneur se ha apoderado de su hijo y lo estrecha sobre su corazón; y yo soy víctima de una agitación nerviosa que me es imposible dominar.
Mientras tanto, el ingeniero Falsten consulta con tranquilidad su reloj y anota la hora en su libro de memorias.

10 noviembre 2021

10 de noviembre



Transcurrió así todo el día, sin que el capitán Nemo me honrara con su visita. No se descubrieron los cristales de observación, como si se quisiera evitar que nuestros sentidos se mellaran en la costumbre de tan bello espectáculo.
La dirección del Nautilus se mantuvo al Este-Nordeste; su velocidad, en doce millas, y su profundidad, entre cincuenta y sesenta metros.
Al día siguiente, 10 de noviembre, se nos mantuvo en el mismo abandono, en la misma soledad. No vi a nadie de la tripulación. Ned y Conseil pasaron la mayor parte del día conmigo, desconcertados ante la inexplicable ausencia del capitán. ¿Se hallaría enfermo aquel hombre singular? ¿O tal vez se proponía modificar sus proyectos respecto a nosotros?
Después de todo, como observó Conseil, gozábamos de una entera libertad y se nos tenía abundante y delicadamente alimentados. Nuestro huésped se había atenido hasta entonces a los términos de lo estipulado, y no podíamos quejarnos. Además, la singularidad de nuestro destino nos reservaba tan hermosas compensaciones que no teníamos derecho a reprocharle nada.
Fue aquel mismo día cuando comencé a escribir el diario de estas aventuras. Esto es lo que me ha permitido narrarlas con una escrupulosa exactitud. Como detalle curioso, diré que escribí este diario en un papel fabricado con zostera marina.
En la madrugada del 11 de noviembre, la expansión del aire fresco por el interior del Nautilus me reveló que habíamos emergido a la superficie del océano para renovar la provisión de oxígeno. Me dirigí a la escalerilla central y subí a la plataforma.
Eran las seis de la mañana. El cielo estaba cubierto y el mar gris, pero en calma, apenas mecido por el oleaje. Tenía la esperanza de encontrarme allí con el capitán Nemo, pero ¿vendría? Vi únicamente al timonel, encerrado en su jaula de vidrio.
Sentado en el saliente que formaba el casco del bote, aspiré con delicia las emanaciones salinas. Poco a poco, la bruma iba disipándose bajo la acción de los rayos solares. El astro radiante se elevaba en el horizonte. El mar se inflamó bajo su mirada como un reguero de pólvora. Esparcidas por el cielo, las nubes se colorearon de tonos vivos y llenos de matices, y numerosas «lenguas de gato» anunciaron viento para todo el día.

Jules Verne
Veinte mil leguas de viaje submarino
Viajes extraordinarios 

Obra narrada en primera persona por el profesor francés Pierre Aronnax, notable biólogo que es hecho prisionero por el Capitán Nemo y es conducido por los océanos a bordo del submarino Nautilus, en compañía de su criado Conseil y el arponero canadiense Ned Land. La historia comienza con una expedición a bordo de un buque de la marina de guerra estadounidense que busca dar caza a un extraño cetáceo que había ocasionado la desaparición misteriosa de diversas embarcaciones. Durante la expedición, los protagonistas se ven lanzados por la borda del buque como resultado de una embestida del animal, son rescatados y logran llegar a nado a un lugar seguro. Una vez a salvo, descubren que no se encuentran realmente en una isla, sino sobre una estructura metálica: un submarino. En el interior del misterioso artefacto conocen al Capitán Nemo, personaje desgraciado y brillante, con un oscuro pasado y de grandes aptitudes científicas y artísticas. Éste les muestra toda la nave, el Nautilus, y les da notables explicaciones sobre su ingeniería. El capitán les informa de que, al haber conocido su existencia, no puede dejarlos volver a la superficie. A lo largo del viaje, les son revelados muchos secretos, y recorren diversos lugares, entre los que se menciona la mítica Atlántida, las islas de la Polinesia, el Mar Rojo, las costas del Lejano Oriente, el Mediterráneo, etc. A través de su personaje Aronnax, Jules Verne señala varios posibles inventos: escafandras autónomas de buceo, fusiles de balas eléctricas, máquinas para producir aire respirable, etc.

29 octubre 2021

29 de octubre

 CAPÍTULO XIV

Durante la noche del 29 de octubre.
AUNQUE nos encontramos en una situación sumamente desesperada, todos han experimentado el horror de la tragedia que acaba de desarrollarse.
Ruby no existe ya; pero sus últimas palabras van a tener consecuencias muy funestas. Los marineros, que le han oído gritar, «¡El picrato, el picrato!», han comprendido que el buque puede saltar hecho pedazos de un momento a otro, y que no es sólo un incendio, sino una explosión lo que les amenaza.
Algunos, no pudiendo ya contenerse, quieren huir a todo trance y en seguida, y gritan:
—¡La canoa, la canoa!
Sin duda no ven o no quieren ver los insensatos que el mar está alborotado y que no hay lancha que pueda arrostrar el empuje de las olas embravecidas que se elevan a una altura prodigiosa. Nada puede contenerlos y ya no oyen la voz del capitán, quien se arroja en medio de ellos inútilmente. El marinero Owen excita a sus compañeros; se largan las trapas de la lancha y la embarcación es empujada al exterior.
Balancéase un instante en el espacio y, obedeciendo al movimiento del buque, va a chocar contra la vagara. Los marineros hacen otro esfuerzo y consiguen desprenderla, y, cuando ya está a punto de llegar al mar, una ola monstruosa la toma por debajo, la aparta momentáneamente y con fuerza irresistible la estrella contra el costado del buque.
Habiendo sido destruidas la chalupa y la canoa, sólo nos quedó ya una frágil y estrecha ballenera.

31 agosto 2021

31 de agosto

 45

Ésta es la conclusión de un relato en el que se negarán a creer las gentes más acostumbradas a no asombrarse de nada. Pero estoy curtido de antemano contra la incredulidad humana.
Fuimos recibidos por los pescadores estrombolianos con las atenciones debidas a los náufragos. Nos dieron ropas y víveres. Tras cuarenta y ocho horas de espera, el 31 de agosto, un pequeño speronare nos condujo a Mesina, donde varios días de descanso nos repusieron de todas nuestras fatigas.
El viernes 4 de septiembre embarcábamos a bordo del Volturne, uno de los paquebotes-correo de las mensajerías imperiales de Francia, y tres días más tarde desembarcábamos en Marsella con una sola preocupación en nuestra mente: la de nuestra maldita brújula. Este hecho inexplicable no dejaba de preocuparme profundamente. El 9 de septiembre por la noche llegábamos a Hamburgo.
Renuncio a describir la estupefacción de Marthe y la alegría de Graüben.
—Ahora que eres un héroe —me dijo mi querida prometida—, ya no tendrás necesidad de abandonarme, Axel.
La miré: lloraba al mismo tiempo que sonreía. Imagínense si el regreso del profesor

22 junio 2021

22 de junio

—¿Entonces eres feliz, Grip?

—¿Quieres que lo sea? Sí. Yo soy…

—Tú eres un animal.

Y Bob se alejó haciendo un gesto significativo.

La verdad es que Grip no vivía, pues no es vivir pasar el tiempo dándose de cabezadas por su partida, puesto que no se decidía a quedarse. Así llegó el 22 de junio.

Durante esta nueva ausencia de Grip, la casa Little boy realizó cierto negocio, aprobado por mister O’Brien, que debía reportar grandes beneficios; se trataba de un juguete que un inventor acababa de fabricar y del que Hormiguita adquirió la exclusiva. Este juguete tuvo tanto más furor, por ser la casa Little boy and Co., es decir nuestros dos jóvenes, los que habían monopolizado la venta.

18 febrero 2021

18 de febrero

Se acondicionó la bodega del Resolute para acomodar en ella el aerostato, que fue transportado con las mayores precauciones el día 18 de febrero. Se almacenó de la mejor manera posible para prevenir cualquier accidente, y en presencia del propio Fergusson se estibaron la barquilla y sus accesorios, las anclas, las cuerdas, los víveres y las cajas de agua que debían llenarse a la llegada. Se embarcaron diez toneladas de ácido sulfúrico y otras tantas de hierro viejo para obtener gas hidrógeno. Esta cantidad era más que suficiente, pero convenía estar preparado para posibles pérdidas. El aparato destinado a producir el gas, compuesto de unos treinta barriles, fue colocado al fondo de la bodega. 

Estos preparativos finalizaron al anochecer del día 18 de febrero. Dos camarotes cómodamente dispuestos aguardaban al doctor Fergusson y a su amigo Kennedy. Este último, mientras juraba que no partiría, se trasladó a bordo con un verdadero arsenal de caza, dos excelentes escopetas de dos cañones que se cargaban por la recámara, y una carabina de toda confianza de la fábrica de Purdey Moore y Dickson, de Edimburgo. Con semejante arma, el cazador no tenía ningún problema para alojar, a una distancia de dos mil pasos, una bala en el ojo de un camello. Llevaba también dos revólveres Colt de seis disparos para los imprevistos, su frasco de pólvora, su cartuchera, y perdigones y balas en cantidad suficiente, aunque sin traspasar los límites prescritos por el doctor. 

El día 19 de febrero se acomodaron a bordo los tres viajeros, que fueron recibidos con la mayor distinción por el capitán y sus oficiales. El doctor, preocupado por la expedición, se mostraba distante; Dick estaba conmovido, aunque no quería aparentarlo; y Joe, que brincaba de alegría y hablaba por los codos, no tardó en convertirse en la distracción de la tripulación, entre la que se le había reservado un puesto. 

El día 20, la Real Sociedad Geográfica ofreció un gran banquete de despedida al doctor Fergusson y a Kennedy. El comandante Pennet y sus oficiales asistieron al festín, que fue muy animado y abundante en libaciones halagüeñas. Se hicieron numerosos brindis para asegurar a todos los invitados una existencia centenaria. Sir Francis M… presidía con emoción contenida, pero rebosante de dignidad. 

Dick Kennedy, para su gran sorpresa, recibió buena parte de las felicitaciones báquicas. Tras haber bebido «a la salud del intrépido Fergusson, la gloria de Inglaterra», se bebió «a la salud del no menos valeroso Kennedy, su audaz compañero». 

Dick se puso colorado como un pavo, lo que se tomó por modestia. Aumentaron los aplausos, y Dick se puso más colorado aún. Durante los postres llegó un mensaje de la reina, que cumplimentaba a los viajeros y hacía votos por el éxito de la empresa. 

Ello requirió nuevos brindis «por Su Muy Graciosa Majestad». 

A medianoche los convidados se separaron, después de una emocionada despedida, sazonada con entusiastas apretones de manos. Las embarcaciones del Resolute aguardaban en el puente de Westminster. El comandante tomó el mando, acompañado de sus pasajeros y de sus oficiales, y la rápida corriente del Támesis les condujo hacia Greenwich. 

A la una todos dormían a bordo. 

Al día siguiente, 21 de febrero, a las tres de la madrugada, las calderas estaban a punto; a las cinco levaron anchas y el Resolute, a impulsos de su hélice, se deslizó hacia la desembocadura del Támesis. 

Huelga decir que, a bordo, las conversaciones no tuvieron más objeto que la expedición del doctor Fergusson. Tanto viéndole como oyéndole, el doctor inspiraba una confianza tal que, a excepción del escocés, nadie ponía ya en duda el éxito de la empresa. Durante las largas horas de ocio del viaje, el doctor daba un verdadero curso de geografía en la cámara de los oficiales. Aquellos jóvenes se entusiasmaban con la narración de los descubrimientos hechos durante cuarenta años en África. El doctor les contó las exploraciones de Barth, Burton, Speke y Grant, y les describió aquella misteriosa comarca objeto de las investigaciones de la ciencia. En el norte, el joven Duveyrier exploraba el Sáhara y llevaba a París a los jefes tuaregs. Por iniciativa del Gobierno francés se preparaban dos expediciones que, descendiendo del norte y dirigiéndose hacia el oeste, coincidirían en Tombuctú. En el sur, el infatigable Livingstone continuaba avanzando hacia el ecuador y, desde marzo de 1862, remontaba, en compañía de Mackenzie, el río Rovuma. El siglo XIX no concluiría ciertamente sin que África hubiera revelado los secretos ocultos en su seno por espacio de seis mil años.

Jules Verne
Cinco semanas en globo 

Primera obra del ciclo que el propio Julio Verne tituló «Viajes extraordinarios». Cinco semanas en globo reúne ya la mayor parte de los elementos que han hecho de su autor un clásico indiscutible. Con todo, por encima de la trama que atrapa al lector desde las primeras páginas, del vigor poético y simbólico que por momentos lo conecta con las principales corrientes literarias de su siglo, en la presente novela se aspira, indeleble, el aroma de la aventura, del descubrimiento de lo exótico y lo desconocido, de los espacios inexplorados donde la sorpresa aún es posible.