Transcurrió así todo el día, sin que el capitán Nemo me honrara con su visita. No se descubrieron los cristales de observación, como si se quisiera evitar que nuestros sentidos se mellaran en la costumbre de tan bello espectáculo.
La dirección del Nautilus se mantuvo al Este-Nordeste; su velocidad, en doce millas, y su profundidad, entre cincuenta y sesenta metros.
Al día siguiente, 10 de noviembre, se nos mantuvo en el mismo abandono, en la misma soledad. No vi a nadie de la tripulación. Ned y Conseil pasaron la mayor parte del día conmigo, desconcertados ante la inexplicable ausencia del capitán. ¿Se hallaría enfermo aquel hombre singular? ¿O tal vez se proponía modificar sus proyectos respecto a nosotros?
Después de todo, como observó Conseil, gozábamos de una entera libertad y se nos tenía abundante y delicadamente alimentados. Nuestro huésped se había atenido hasta entonces a los términos de lo estipulado, y no podíamos quejarnos. Además, la singularidad de nuestro destino nos reservaba tan hermosas compensaciones que no teníamos derecho a reprocharle nada.
Fue aquel mismo día cuando comencé a escribir el diario de estas aventuras. Esto es lo que me ha permitido narrarlas con una escrupulosa exactitud. Como detalle curioso, diré que escribí este diario en un papel fabricado con zostera marina.
En la madrugada del 11 de noviembre, la expansión del aire fresco por el interior del Nautilus me reveló que habíamos emergido a la superficie del océano para renovar la provisión de oxígeno. Me dirigí a la escalerilla central y subí a la plataforma.
Eran las seis de la mañana. El cielo estaba cubierto y el mar gris, pero en calma, apenas mecido por el oleaje. Tenía la esperanza de encontrarme allí con el capitán Nemo, pero ¿vendría? Vi únicamente al timonel, encerrado en su jaula de vidrio.
Sentado en el saliente que formaba el casco del bote, aspiré con delicia las emanaciones salinas. Poco a poco, la bruma iba disipándose bajo la acción de los rayos solares. El astro radiante se elevaba en el horizonte. El mar se inflamó bajo su mirada como un reguero de pólvora. Esparcidas por el cielo, las nubes se colorearon de tonos vivos y llenos de matices, y numerosas «lenguas de gato» anunciaron viento para todo el día.
Jules Verne
Veinte mil leguas de viaje submarino
Viajes extraordinarios
Obra narrada en primera persona por el profesor francés Pierre Aronnax, notable biólogo que es hecho prisionero por el Capitán Nemo y es conducido por los océanos a bordo del submarino Nautilus, en compañía de su criado Conseil y el arponero canadiense Ned Land. La historia comienza con una expedición a bordo de un buque de la marina de guerra estadounidense que busca dar caza a un extraño cetáceo que había ocasionado la desaparición misteriosa de diversas embarcaciones. Durante la expedición, los protagonistas se ven lanzados por la borda del buque como resultado de una embestida del animal, son rescatados y logran llegar a nado a un lugar seguro. Una vez a salvo, descubren que no se encuentran realmente en una isla, sino sobre una estructura metálica: un submarino. En el interior del misterioso artefacto conocen al Capitán Nemo, personaje desgraciado y brillante, con un oscuro pasado y de grandes aptitudes científicas y artísticas. Éste les muestra toda la nave, el Nautilus, y les da notables explicaciones sobre su ingeniería. El capitán les informa de que, al haber conocido su existencia, no puede dejarlos volver a la superficie. A lo largo del viaje, les son revelados muchos secretos, y recorren diversos lugares, entre los que se menciona la mítica Atlántida, las islas de la Polinesia, el Mar Rojo, las costas del Lejano Oriente, el Mediterráneo, etc. A través de su personaje Aronnax, Jules Verne señala varios posibles inventos: escafandras autónomas de buceo, fusiles de balas eléctricas, máquinas para producir aire respirable, etc.