30 abril 2025

La salud de un recién nacido

 La salud de un recién nacido

 

Aun por la salud de un recién nacido se puede profanar el sábado con trabajos. Un sábado profanado por salvarle la vida le dará una vida en la cual podrá observar muchos sábados.


Rafael Cansinos Assens (traductor)

BELLEZAS DEL TALMUD 

(ANTOLOGÍA HEBRAICA)

¿Qué horas de llegar son estas?

¿qué horas de llegar son estas?

29 abril 2025

Las dos luces

 Las dos luces

 

El alma fue comparada con la luz; y con la luz fue comparada la ley.

Dice Dios a Israel: «A ti te está encomendada mi luz, a mí la tuya. ¿Guardas con cuidado la mía? Yo guardaré tu luz. ¿Dejas apagar mi luz? Yo dejaré apagar la tuya.»


Rafael Cansinos Assens  

BELLEZAS DEL TALMUD 

(ANTOLOGÍA HEBRAICA)

 

Petirrojo

petirrojo

28 abril 2025

Serie de mundos

 Serie de mundos

 

Y era noche. No era sino la primera noche, pero una serie de siglos la había ya precedido. Pues en el curso de la eternidad Dios creaba mundos y los volvía a la nada. Estos —decía— tendrán vida; aquellos otros no la tendrán.


Rafael Cansinos Assens  

BELLEZAS DEL TALMUD 

(ANTOLOGÍA HEBRAICA)

 

 

Paisaje

paisaje

20 abril 2025

Un cuento gótico de Copilot IA-AI

 

 

 

 

En el umbral del ocaso, mientras la ciudad de Nínive languidecía bajo la amenaza de la profecía de Jonás, un aura inquietante se cernía sobre las murallas del antiguo enclave. Las sombras caían como presagios, y la luna, encendida como una lámpara cruel, iluminaba el espeso aire cargado de voces de advertencia y susurros apagados. Las calles desiertas, donde los adoquines, desgastados por la angustia de incontables pasos, contenían historias insondables, se estremecían bajo una fuerza invisible.

En una de esas noches en que el tiempo parecía detenerse, Rahab, una mujer joven y atormentada por un pasado que desconocía, caminaba por un estrecho pasadizo que la llevaba más allá de los límites de la ciudad. Su vestido gris se confundía con la penumbra, y sus manos apretaban un medallón, único legado de su difunta madre, quien había muerto susurrando palabras que Rahab jamás logró descifrar.

El medallón, grabado con figuras serpenteantes y leoninas, recordaba inquietantemente a las criaturas que adornaban las paredes del templo, imágenes que se asemejaban mucho a los horrores plasmados en el Beato. Rahab había sentido durante toda su vida que algo la conectaba con esas ilustraciones, como si fueran un espejo de su alma inquieta.

Aquella noche, algo diferente la impulsaba a caminar hacia las colinas fuera de Nínive. Allí, bajo el cielo estrellado, encontraba un ruinoso santuario que los habitantes habían evitado durante generaciones. El lugar, cubierto de maleza y sellado con leyendas de maldiciones y espectros, parecía llamarla con un susurro mudo. La entrada era una arcada de piedra adornada con símbolos que coincidían extrañamente con los grabados de su medallón.

Dentro del santuario, el aire era aún más denso, como si el tiempo se hubiera acumulado en una espiral infinita. Los muros, recubiertos de frescos desgastados, narraban historias olvidadas. Entre estas, una destacaba: una batalla apocalíptica entre un profeta y criaturas deformes que se asemejaban a los seres del medallón. Rahab sentía que las imágenes la observaban con una intensidad que traspasaba lo humano.

A medida que se adentraba más, encontró una inscripción tallada en el suelo. El texto, en lengua antigua, hablaba de la "Liberación de la Furia", una leyenda sobre una criatura serpiente y leonina que había sido sellada por un profeta para evitar la perdición de Nínive. Rahab sintió un escalofrío cuando comprendió que el medallón encajaba perfectamente en una oquedad situada en el centro de la inscripción.

La ciudad de Nínive, ajena a los actos de Rahab, comenzaba a ser azotada por tormentas. El cielo se teñía de rojo, y las visiones de los habitantes se llenaban de criaturas que emergían de las mismas profundidades de las ilustraciones. La profecía de Jonás resonaba en cada esquina, mientras el pueblo se sumía en el pánico y la desesperación.

Rahab, decidida, colocó el medallón en la oquedad. Una fuerza invisible la empujó hacia atrás, y un rugido ensordecedor llenó el santuario. Desde las sombras emergió la criatura, serpenteante y leonina, con sus ojos como brasas y su cuerpo envuelto en oscuridad. La ciudad comenzó a desmoronarse, como si el despertar de la criatura marcara el principio del fin.

Sin embargo, Jonás, guiado por su misión divina, llegó al santuario. Con voz firme y palabras llenas de poder, confrontó a la criatura mientras Rahab permanecía paralizada por el temor y la culpa. El profeta, con una valentía que desafiaba su mortalidad, selló nuevamente a la criatura utilizando el medallón, que ahora brillaba con una luz cegadora.

Rahab, aunque salvada, nunca volvió a ser la misma. La ciudad, reconstruida sobre las ruinas de su pasado, vivió con el recuerdo del día en que la profecía casi se cumplió. Las ilustraciones, ahora más vivas que nunca, se convirtieron en testigos de una era en que el destino humano y lo sobrenatural se cruzaron, dejando marcas imborrables en el tiempo.

Creado por Copilot IA a partir de una imagen del Beato de Liébana

Un día después, en el huerto de Getsemaní

Un día después, en el huerto de Getsemaní

15 abril 2025

LA SUBLIME PUERTA

 LA SUBLIME PUERTA

 

Llevaba muerta ya seis años, cuando los Señores Inquisidores ordenaron desenterrarla para quemar sus huesos e infamar su memoria. Durante toda su vida había sido considerada como una alta dama, espejo de casta limpia. Llevaba un alto apellido y estaba emparentada por vía materna, con los Láscaris y Comnenos bizantinos, y entre sus familiares había quienes habían muerto en defensa de Constantinopla, y en su palacio tenía una hermosísima capilla con iconos, y cuya cúpula acababa en forma de cebolla recubierta de oro y lapislázuli.

 

Sus antepasados todos, desde que se tenía memoria, habían sido fieles grecocatólicos romanos, pero el capellán de la casa en vida de la dama, que luego había sido arzobispo en tierras orientales, parece que había sostenido doctrinas arriesgadas desde el punto de vista teológico y adoptado posiciones políticas extrañas y sospechosas. Y no faltaron tampoco rumores de que el palacio de la dama era un nido de herejía y costumbres de una muy sofisticada depravación.

 

Sus señorías los Señores Inquisidores fueron recomponiendo durante años aquella vida privada de la alta dama y su pequeña corte y servidumbre en la cual parecía probado que había algunas personas de origen turco, y desde la casa se escribían cartas a la Sublime Puerta, y de allí se recibían. Y, al final de su inquisición, sus señorías encontraron probados dos delitos sustanciales, un crimen de herejía y otro delito de costumbres relacionado con ella.

 

En el primer caso, se tenían examinados y convenientemente señalados varios libros de la biblioteca de la dama y algunas pinturas extrañas en la misma capilla como lo era un cuadro de una imagen de Cristo dormido ante la esfera del mundo que sigue girando como por sí mismo. Una pintura, por cierto que parecía la expresión de lo expresado en uno de los pliegos escritos de mano del antiguo capellán, y corregidos luego por la propia dama, en los que aparecía la idea de que Cristo, mirando el rodar del mundo, había quedado tan colmado de tedio, acedia y tristeza que se había quedado postrado y amortecido, y ausente por tanto, de nuestro mundo y de nosotros mismos. O bien era el mundo el que consideraba que se podía gobernar por sí solo, y había pintado dormido a Cristo como quien no entendía nada de él y había quedado anclado en su tiempo.

 

Y escandalosa y reprobable del todo había sido la conducta de la dama que tenía a su servicio algunas doncellas turcas y, sobre todo, un muchachito igualmente turco, una verdadera belleza, que tenía libre acceso a la mayor intimidad de la dama y al que esta prodigaba tactos y caricias que en los papeles se llamaban de «las seis sensaciones» o deliquios, en relación con ciertas enfermedades y de los que se tenía alguna noticia en los libros de los físicos, que los consideraban orientales refinamientos y perversiones. Y, gracias a los cuales, los restos del cadáver mismo de la dama o, más bien sus huesos, exhalaban un extraño y delicado aroma; y, naturalmente también se había ordenado hacer una efigie o estatua de la condenada para ser quemada igualmente, pero se determinó no hacerlo, porque, siendo de una extremada belleza la estatua como lo era la pintura o retrato de los que se había copiado la estatua, se temió que, en vez de pena y castigo de la herejía y costumbres perversas, pareciera alabanza, ya que la hermosura entra por los sentidos e inficiona el razonamiento. Y por ello finalmente tampoco se quemaron los huesos, pero en especial, porque a última hora se tuvieron testimonios muy seguros y detallados, según los cuales la dicha alta dama había muerto durante una epidemia de peste al haber asistido con sus propias manos, y en su propio palacio, a los apestados; y por haber descubierto también un tratado de oración escrito por su mano, y titulado «La Sublime Puerta o Cancel de la Oración y Práctica de la Humildad» que es de una relumbrante ortodoxia y piedad sin igual.

 

El caso de la dama y el expediente donde constaba fue así archivado y prohibida su lectura bajo las penas más graves, salvo licencia del Señor Inquisidor General o a favor de quien él autorizase en el futuro; de aquí que en esta escritura no se pueda afirmar nada seguro. Y no dan más luces los papeles sobre este asunto tan oscuro y contradictorio, que ha pasado los siglos.


LA QUERENCIA DE LOS BÚHOS

CUENTOS

JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO

 

¿Se han ido?

¿se han ido?

14 abril 2025

PRIMAVERA

PRIMAVERA

Antiguamente, cuando
la luna nueva alzaba su memoria
de nuevos pastos en lejanos valles,
ellos sacrificaban un cordero
y ponían en marcha a sus rebaños.
Pero la sangre es roja
y, al alzarse la luna nuevamente,
crucificaron luego a un hombre:
abril, el viento largo, la tardía
helada, y desolación nos punzan.
Mas se lavan las manchas,
y la luna ilumina los amores
lascivos, y los otros, sonoras primaveras,
dulces de narrar como se narra el árbol
o las lilas difunden su violeta hermosura.
No recordamos nada, o sólo esos enlaces
del cuerpo, y humedad de hierba,
ardiente el sol, los senos, y los ojos.


JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
TIEMPO DE EURÍDICE

 

Tiempos fríos

bajo la fría nevada