EN LA MUERTE DE OTO.  Arrastró su vejez el pobre Oto,  
casi ciego y paralítico, y no aullaba.  
Más si le atendías con tu mirada,  
movía la cola como cuando era joven,  
y te daba su alegría entera  
Todavía la guardas en su ausencia. 
(Los cuadernos de Rembrandt. Pg. 213. José Jiménez Lozano. 2008)
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