Cuando Godfrey Cass volvió de la fiesta de la señora Osgood, a media noche, no lo sorprendió mucho el saber que Dunsey no había vuelto a la casa. Quizá no habría vendido a Relámpago esperando otra ocasión; quizá, a causa de la niebla de la tarde, había preferido refugiarse en la posada del León Rojo de Batterley, para pasar allí la noche, si la cacería lo había retenido en las cercanías, porque no era muy probable que se sintiera muy contrariado por dejar a su hermano en la incertidumbre. El espíritu de Godfrey estaba muy absorbido por los atractivos y maneras de Nancy para con él, demasiado lleno de exasperación contra sí mismo y contra su suerte—exasperación que no dejaba nunca de producirse en él, a la vista de aquella joven—, para que pensara mucho en Relámpago y en la conducta probable de Dunstan. SIGUE AQUÍ
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