El 31 de mayo constituyó un típico día en nuestro cuaderno de bitácora: “Amanece con calma chicha. Hacia mediodía sopla un viento procedente del Noroeste y ponemos proa en forma más directa hacia Terranova. A continuación, los vientos se hacen del Sudoeste y nos detenemos, quedando prácticamente a la deriva. Sin novedad.”
El aburrimiento se hizo nuestro mayor enemigo. Una o dos veces pudimos ver suficiente sol como para colgar los sacos de dormir en el aparejo y poner a secar la ropa, aunque, en general, el tiempo era demasiado húmedo o hacía demasiada niebla como para alcanzar éxito alguno. Hacía tanto frío que el siguiente emigrante que aterrizó a bordo del Brendan, otra lavandera blanca, no logró pasar la noche y pereció.