25 julio 2024

25 de julio

Continué mi lectura de Rob Roy mientras el marinero seguía arrojando la sonda. «Usted debe recordar bien a mi padre; como usted era miembro de la casa mercantil, lo conoció desde niño. Pero no lo vio en sus mejores días, antes de que los años y los achaques doblegaran su ardiente espíritu de empresa y cálculo». Pensé en mi padre tendido en la bañadera con la ropa puesta (como después lo tenderían en su ataúd de Boulogne) y dándome sus instrucciones imposibles de cumplir. Y me pregunté por qué sentiría afecto hacia él, mientras no sentía ninguno hacia mi intachable madre, que me había educado con rígido esmero y me había conseguido mi primer empleo en el banco. Nunca había construido el pedestal en el jardín. Y antes de irme, había tirado la urna vacía. De pronto volvió a mí el recuerdo de una voz enfurecida. Me había despertado, como solía ocurrirme, con el temor de haber quedado abandonado en la casa incendiada. Había salido de la cama para ir a sentarme en el último escalón, tranquilizado por la voz que subía. Poco me importaba su furia: la voz estaba allí, y yo no estaba solo, y la casa no olía a incendio. «Vete, si quieres», decía la voz, «pero yo me quedaré con el niño».

Una voz baja y serena, que reconocí como la de mi padre contestó:

—Yo soy su padre.

Y la mujer que para mí era mi madre contestó como una puerta que se cierra de golpe:

—¿Y quién puede decir que yo no soy su madre?

—Buenos días —dijo O’Toole, sentándose junto a mí—. ¿Ha dormido bien?

—Sí. ¿Y usted?

Sacudió la cabeza.

—Me lo pasé pensando en Lucinda —dijo.

Tomó su libreta y se puso a escribir sus misteriosas columnas de cifras.

—¿Sigue con su investigación? —pregunté.

—Oh, este no es asunto oficial.

—¿Ha hecho una apuesta sobre la velocidad del barco?

—No, no. No me gusta apostar. Nunca he hablado de esto con nadie, Henry —agregó, con una de sus habituales miradas de melancolía y ansiedad—. A mucha gente le parecería algo muy cómico. La verdad es que cuento los segundos mientras orino. Después anoto el tiempo que me ha tomado y la hora. ¿Se da cuenta de que pasamos más de un día por año orinando?

—Qué barbaridad —dije.

—Puedo probárselo, Henry. Mire.

Abrió su libreta y me mostró una página. Las anotaciones eran más o menos estas:


28 de julio

7,15 0,17

10,45 0,37

12,30 0,50

13,15 0,32

13,40 0,50

14,05 0,20

15,45 0,37

18,40 0,28

10,30 Olvidé tomar el tiempo

4 minutos y 31 segundos


—No hay que multiplicar por siete —dijo—. El resultado es media hora por semana. Veintiséis horas por año. Desde luego, la vida en un barco no es la normal. Se bebe más entre comidas. Y la cerveza es muy diurética. Mire este tiempo, aquí… un minuto y cincuenta y cinco segundos. Es más que lo corriente, pero yo me había despachado dos gins. Hay muchas otras variaciones que también he tomado en cuenta. Y en adelante, registraré la temperatura. Mire el 25 de julio: seis minutos y nueve segundos, inc. (es la abreviatura de incompleto: salí a comer en Buenos Aires y olvidé mi libreta). Y aquí está el 27 de julio: solo tres minutos y doce segundos en total, pero si usted recuerda, ese día hubo un viento muy frío del sur y salí a comer sin mi abrigo.

—¿Ha llegado a alguna conclusión? —pregunté.

—Esa no es mi tarea. No soy experto. Solo recojo los hechos y los datos que parecen tener importancia, como por ejemplo el gin y el tiempo. A otros corresponde sacar conclusiones.

—¿Y usted es un individuo término medio?

—Sí. Estoy completamente sano, Henry. Tengo que estarlo, en mi trabajo. Me tienen al trote sin parar…

—¿La CIA?

—No bromee, Henry. No es posible que crea a esa chiquilina.

Al pensar en ella, enmudeció, apoyando el mentón en la mano. Una isla en forma de cocodrilo gigantesco flotó corriente abajo con el hocico extendido sobre el agua. Barcos pesqueros de un verde desvaído bogaban a favor de la corriente con más velocidad de la que conseguían nuestras máquinas en contra de la corriente. Pasaban rápidos como pequeños autos de carrera. Cada pescador estaba rodeado de pedazos de madera flotante a los cuales aseguraban las líneas. Hacia el brumoso interior se ramificaban ríos más anchos que el Támesis en Westminster, pero no parecían ir a ninguna parte.

—¿De veras se llama Tooley ahora?

—Sí, Tooley.

—Me pregunto si se acordará de mí, de cuando en cuando —dijo con una especie de dudosa esperanza.


Graham Greene
Viajes con mi tía

Viajes con mi tía, que según el mismo Graham Greene es un libro triste, e incluso trágico, que trata de la muerte y de las diversas actitudes que pueden adoptarse ante ella, es también una novela extraordinariamente cómica, de aventuras a menudo desopilantes.

Henry Pulling, jubilado, soltero, vive dedicado al cultivo de las dalias en un pueblo inglés. El encuentro con la tía Augusta, de 75 años, bebedora, viajera, que se gana la vida en negocios poco claros y que tiene un joven amante negro, trastorna por completo el ordenado sistema de vida de Henry. La tía Augusta revela ante todo a Henry que no es hijo de su madre, y que su padre no era el hombre serio y prudente que aparentaba ser.

Arrastrado al vértigo de los viajes por esta mujer desenvuelta y excéntrica, Henry se libera de sí mismo, de todos los prejuicios y ataduras del pasado, y renace a una vida nueva.

de las memorias de Sir Tom Tyn: reunión para comentar la añada de los vinos=98/% positiva

de las memorias de Sir Tom Tyn

24 julio 2024

24 de julio de 1937

24 de julio de 1937
Al conde Wiser, Bad Eilsen

Cuando un chino desea dirigirse a un interlocutor de una manera que sus palabras expresen a la vez simpatía y estimación, ternura y respeto, le dice «mi hermano mayor».
Este es el tratamiento que quisiera darle en este día, siempre y cuando no lo considere una impertinencia. Una salud tolerable con pocos trastornos, vigor y entusiasmo para el trabajo y en el corazón la serenidad con la que una persona que siempre ha estado empeñada en aspirar a la perfección puede contemplar el curso del mundo al llegar a su vejez. Yo creo que no sólo debe contemplar con esta serenidad el curso del mundo, sino también el más allá y las diversas concepciones e ideas sobre la materia. Yo no creo que vayamos a perdernos en la nada. Del mismo modo creo que nuestros esfuerzos y zozobras por aquello que nos pareció bueno y justo no fueron en vano. Puedo imaginar por cierto muchas cosas acerca de las formas en que el todo nos anima y conserva partes, pero no admitir una opinión sustentada de manera dogmática. La fe es confianza, no ansias de saber.
Le saluda cordialmente y le desea todo lo mejor, su agradecido amigo H. H.
Le ruego transmitir mis saludos a su apreciada esposa.

Hermann Hesse
Cartas escogidas

«He escrito muchos millares de cartas, sin pensar en guardar copia de ellas. No fue sino a partir de 1927, en colaboración con mi mujer, cuando comenzamos a guardar ocasionalmente cartas cuyo contenido nos pareció relevante o en las cuales encontramos formulado con particular precisión un problema de interés general».
Así escribió Hermann Hesse en 1951, en el epílogo para la segunda edición alemana de este volumen. En el ínterin, a varios años de su muerte, se ha podido valorar la magnitud de su correspondencia. Hesse contestó más de treinta mil cartas. A partir de ese inmenso material de valor inapreciable se ha hecho la presente selección, iniciada por el propio Hermann Hesse. Contiene esencialmente las cartas en que el autor se pronuncia respecto de problemas de su época, las relaciones conflictivas entre el individuo y la sociedad, cuestiones de política, religión, arte y psicología. Cartas escogidas es, así, un documento fundamental para abarcar el pensamiento de Hermann Hesse e iluminarlo en la multitud de sus facetas.

Paseillo de agradecimiento por tanta libación gratis de la ribera del Duero a la derecha según desemboca

de las memorias de Sir Tom Tyn

¡A volar!