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16 noviembre 2022
Barcas y el zorro
15 noviembre 2022
¿Leyó Frankenstein alguna vez el Quijote?
Era el verano de 1816. Mary Shelley y su esposo, el también escritor Percy Bysshe Shelley, acudieron a Suiza, a una hermosa casa en las montañas que su amigo lord Byron tenía en aquel lugar. Allí disfrutaban todos los invitados de un maravilloso verano alpino henchido de bosques, valles y senderos por los que a menudo caminaban para ejercitarse, al tiempo que así admiraban los espectaculares paisajes de aquel territorio. Pero un día, en uno de esos frecuentes cambios meteorológicos propios de las zonas montañosas, las nubes taparon el sol y las lluvias interrumpieron sus excursiones. Y no sólo por una jornada o dos, sino que la lluvia pareció encontrarse cómoda entre aquellas laderas verdes y decidió instalarse por un largo período. Byron, el matrimonio Shelley y el resto de los invitados optaron entonces por reunirse a la luz de una hoguera que ardía en una gran chimenea de la casa en la que se habían instalado y allí, entre copa y copa de vino, deleitarse en la lectura en voz alta que Percy Shelley realizaba de diferentes clásicos de la literatura universal.
Percy Shelley era un reconocido poeta que, como Byron, había tenido que escapar de Inglaterra por el revolucionario tono de muchos de sus poemas contra el gobierno conservador británico que se oponía, entre otras cosas, a cambios en una vetusta ley electoral que impedía que los barrios obreros tuvieran los mismos representantes parlamentarios que las zonas rurales más conservadoras. El caso es que Percy sabía leer en público o declamar de modo que agitaba los corazones o despertaba la imaginación de quien le escuchara.
Lo sabemos con detalle porque todo esto nos lo cuenta la propia Mary Shelley, su esposa: por un lado, en el prólogo a su obra Frankenstein y, por otro, en su propio diario personal, en donde, día a día, la intrépida autora se tomaba la molestia de dejar constancia de todo aquello que había hecho cada jornada: unos escritos que ahora constituyen una pequeña gran joya para críticos literarios y curiosos de toda condición (entre los que me incluyo). Así, Mary nos describe cómo lord Byron, uno de esos interminables días de tormenta veraniega, sin posibilidad de poder salir a la montaña o realizar cualquier otra actividad en el exterior de la casa, se levantó y lanzó un gran reto. Como no podía ser de otra forma, teniendo en cuenta a muchos de los allí presentes, se trataba de un reto literario.
—Os propongo un concurso.
—¿Qué tipo de concurso? —preguntó Percy intrigado y poniendo palabras a la curiosidad de todos los presentes.
14 noviembre 2022
Adiós ríos, adiós fontes
adiós regatos pequeños,
adiós vista dos meus ollos,
non sei cándo nos veremos.
Miña térra, miña térra,
térra donde me en criei,
hortiña que quero tanto
figueiriñas que prantei,
prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
casiña do meu contento,
muíño dos castañares,
noites craras de luar,
campaniñas trimbadoras
da igrexiña do lugar,
amoriñas das silveiras
que eu lle daba ó meu amor,
camiñinos antre o millo,
¡adiós para sempre adiós!
¡Adiós groria! ¡Adiós contento!
¡Deixo a casa onde nacín,
deixo a aldea que conoso
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por estraños,
deixo a veiga polo mar,
deixo, en fin, canto ben quero.
¡Quén pudera nond deixar!
……………………
Mais son probe e, mal pecado,
a miña térra n’é miña,
que hastra lle dan de prestado
a beira por que camiña
ó que naceu desdichado.
Teñovos, pois, que deixar,
hortiña que tanto amei,
fogueiriña do meu lar,
arboriños que prantei,
fontiña do cabañar.
Adiós, adiós, que me vou,
herbiñas do camposanto
donde meu pai se enterrou,
herbiñas que biquei tanto,
terriña que os criou.
Adiós Virxe da Asunción,
branca como un serafín:
lévovos no corasón;
pedídelle a Dios por min,
miña Virxe da Asunción.
Xa se oien lonxe, moi lonxe,
as campanas do Pomar;
para min, ¡ai!, coitadiño,
nunca máis han de tocar.
Xa se oien lonxe, máis lonxe…
Cada balada é un dolor;
voume soio, sin arrimo…
Miña térra, ¡adiós!, ¡adiós!
¡Adiós tamén, queridiña…!
¡Adiós por sempre quizáis…!
Digoche este adiós chorando
desde a beiriña do mar:
Non me olvides, queridiña,
si morro de soidás…
Tantas légoas mar adentro…
¡Miña casiña!, ¡meu lar!
Adiós ríos, adiós fuentes,
adiós regatos pequeños,
adiós vista de mis ojos,
no sé cuándo nos veremos.
Tierra mía, tierra mía,
tierra donde me crié,
huertecita que amo tanto,
higueritas que planté,
prados, ríos, arboledas,
pinares que mueve el viento,
pajarillos piadores,
casita de mi contento,
noches con claro de luna,
molino del castañar,
campanitas timbradoras
de la iglesia del lugar,
moritas de los zarzales
que yo le daba a mi amor,
caminos entre maizales,
¡adiós, para siempre, adiós!
¡Adiós gloria! ¡Adiós contento!
¡Dejo casa en que nací
y la aldea que conozco
por un mundo que no vi!
Dejo amigos por extraños,
y la vega por el mar,
dejo, en fin, cuanto bien quiero…
¡Quién pudiera no dejar!…
……………………
Mas soy pobre y, ¡mal pecado
mi tierra mía no es,
que hasta le dan de prestado
la vera por que camina
al que nació desdichado.
Os tengo, pues, que dejar,
huerta que yo tanto amé,
lumbre que arde en mi lar
arbolillos que planté,
fontana del cabañar
Adiós, adiós, que me voy,
yerbitas del camposanto
do mi padre se enterró,
yerbitas que besé tanto,
tierrecita que os crió.
Adiós Virgen de Asunción,
blanca como un serafín:
os llevo en el corazón;
a Dios pedidle por mí,
mi Virgen de la Asunción.
Ya se oyen lejos, muy lejos,
las campanas del Pomar;
para mí, ¡ay!, desdichado,
nunca más han de tocar.
Ya se oyen lejos, más lejos…
cada toque es un dolor;
me voy solo, sin arrimo…
Tierra mía, ¡adiós, adiós!
¡Adiós también, queridiña!…
Adiós por siempre quizá…
Dígote este adiós llorando
desde la orilla del mar:
No me olvides, queridiña
si muero de soledad…
Tantas leguas mar adentro…
¡Casita mía!, ¡mi hogar!
*