20 octubre 2022

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?
CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y hacer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcanzase y en tan conveniente lugar que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcanzar tengo yo a Dios ofrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir. ¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como ahora el mío? Por cierto los gloriosos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en el acatamiento tuyo. Más ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar.
MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes esto, Calisto?
CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.
MELIBEA.- Pues aun más igual galardón te daré yo, si perseveras.
CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!
MELIBEA.- Mas desaventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras, Calisto, ha sido de ingenio de tal hombre como tú. ¿Haber de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo? ¡Vete! ¡Vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.
CALISTO.- Iré como aquel contra quien solamente la adversa fortuna pone su estudio con odio cruel.

Fernando de Rojas

La Celestina

Tragicomedia de Calisto y Melibea

Oviedo, adornos urbanos

 Oviedo, adornos urbanos

19 octubre 2022

Unas finas perlas de agua brillan en sus cejas. Ahora está perfecta. Por desgracia se me ha acabado el carrete.

A fin de cuentas, yo no soy en verdad más que un esteta. Imposible no sentirse emocionado al ver a una muchacha tan hermosa.
—¿Le puedo sacar una foto?
—¿Con mi paraguas abierto? —ha replicado ella al punto haciendo girar su pequeño paraguas rojo.
—Pero mi carrete es en blanco y negro.
No le he explicado que en realidad llevaba un carrete de profesional.
—No importa, las verdaderas fotografías artísticas se hacen siempre con carretes en blanco y negro.
Daba la impresión de saber de lo que hablaba.
Ha salido conmigo. Unos pequeños copos de nieve revoloteaban por los aires. Se protegía del viento con su paraguas de color rojo vivo.
Por más que estemos ya en el mes de mayo, la nieve de esta vertiente no se ha fundido por completo. En las zonas en que aún queda una poca, brotan por doquier las florecillas púrpura de la fritilaria, y a veces matas de telefios rojos; bajo las peñas desnudas, unas plantas de artemisia extienden sus tallos verdes vellosos en los que se abren pujantes flores amarillas.
—Póngase allí —le he ordenado.
En segundo término, las montañas nevadas que habían relumbrado por la mañana no eran más que siluetas en medio de la grisalla formada por los finos copos.
—¿Está bien así?
Ella inclina la cabeza, se pone en pose. El viento redobla su violencia y le impide mantener derecho su paraguas.
Está aún mejor así, tratando de resistir al viento.
Delante de nosotros discurre un riachuelo cuajado por el hielo. En la orilla, enormes botones de oro se abren en una extraordinaria exuberancia.
Ella ha exclamado señalando al río:
—¡Vayamos abajo!
Ella corre pugnando contra el viento con su paraguas. Yo he puesto el zoom. En contacto con su respiración, los copos se transforman en vaho. Sobre su pañuelo y su pelo resplandecen unas gotas de agua. Le he hecho una seña.
—¿Ya ha terminado? —exclama ella en medio del viento.
Unas finas perlas de agua brillan en sus cejas. Ahora está perfecta. Por desgracia se me ha acabado el carrete.
—¿Puede enviarme estas fotos? —me ha preguntado llena de esperanza.

Gao Xingjian
La montaña del alma

El protagonista de este cuento de cuentos es un escritor chino a quien el azar le muestra su destino en un vagón de tren.
A través de un desconocido descubre la existencia de la Montaña del Alma. Se propone entonces dedicar su tiempo, su aliento y su vida a encontrar esa montaña para conquistarla y desvelar sus secretos, abandonándose a los recodos del camino, al polvo de los vehículos, a las fábulas de los viejos moradores de las aldeas y a la ensoñación que preña las brumas de los altos picos.
En su largo recorrido, el autor avanzará por la geografía, la tradición y la cultura chinas en pos de un objetivo tan sublime como inalcanzable: descifrar el sentido de nuestra identidad… Gao Xingjian fue testigo y víctima de la Revolución Cultural China.
Su obra fue objeto de censura por parte del gobierno chino a mediados de la década de los ochenta y hubo de emigrar a Francia.
En el año 2000 recibió el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en el primer escritor chino en conseguirlo.

 

Oviedo, adornos urbanos

 Oviedo, adornos urbanos

18 octubre 2022

El aire de la habitación le heló los hombros. Se estiró cuidadosamente bajo las sábanas y descansó junto a su mujer. Uno por uno convertidos en sombras. Mejor pasar temerariamente a ese otro mundo, en plena gloria de alguna pasión, que decaer y ajarse funestamente con la edad. Pensó en cómo la que yacía junto a él había guardado en el corazón aquella imagen de los ojos de su amante al decirle que no deseaba vivir.

Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Jamás había sentido algo parecido hacia mujer alguna, pero sabía que tal sentimiento había de ser amor. Las lágrimas se hicieron más espesas en sus ojos, y en la penumbra imaginó que veía la imagen de un joven bajo un árbol goteante. Había otras formas cercanas. Su alma había alcanzado esa región en la que moran las vastas huestes de los muertos. Era consciente de ello pero incapaz de aprehender sus aviesas y vacilantes existencias. Su propia identidad se disolvía en un mundo gris intangible: el mismísimo sólido mundo en el que esos muertos se habían erguido y donde habían vivido, se borraba y consumía.

Unos roces en el cristal le hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado de nuevo a nevar. Contempló somnoliento los copos, plateados y oscuros, cayendo oblicuamente contra la luz de la farola. Había llegado el momento de que emprendiera el viaje hacia el oeste. Sí, los periódicos tenían razón: nevaba de igual modo sobre toda Irlanda. La nieve caía sobre todos los lugares de la oscura llanura central, sobre las colinas sin árboles, caía dulcemente sobre el Pantano de Allen y, más hacia el oeste, caía suavemente en las oscuras olas amotinadas del Shannon. Caía también sobre todos los lugares del solitario cementerio en la colina donde Michael Furey yacía enterrado. Yacía apelmazada en las cruces y lápidas torcidas, en las lanzas de la pequeña cancela, en los abrojos estériles. Su alma se desvaneció lentamente al escuchar el dulce descenso de la nieve a través del universo, su dulce caída, como el descenso de la última postrimería, sobre todos los vivos y los muertos. (LOS MUERTOS)

James Joyce

Dublineses

Título original: Dubliners

James Joyce, 1914

Traducción: Eduardo Chamorro, 1993


Argumento de la película "Los muertos" sobre el cuento
El día de la Epifanía (6 de enero) de 1904, las señoritas Morkan celebran, como cada año, una cena en su casa de Dublín, a la que acuden personajes importantes de la ciudad, entre ellos Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas, y su esposa Gretta, que será quien acabe centrando la atención de la historia tras recordar un amor pasado.​
Durante la velada se suceden los bailes, las conversaciones, los poemas y los discursos, pero será una canción, «The lass of Aughrim», interpretada por uno de los personajes, la que cambie el rumbo de la narración. Sucede en el momento en que Gabriel y Gretta se disponen a abandonar la casa, y desde el piso de arriba suena la voz de Bartell D'Arcy tenor local, que hará a Gretta recordar un viejo amor truncado mientras permanece inmóvil en las escaleras.​
A partir de aquí la película se convierte en una reflexión sobre el amor, el paso del tiempo, la vida y la muerte.​ Lo que para muchos es la representación de los pensamientos de John Huston en la recta final de su vida.

Oviedo, adornos urbanos. La Regenta

Oviedo, adornos urbanos

17 octubre 2022

y no haciendo más ruido su muerte que la de la nieve cayendo sobre la nieve

Hoy -dice Christian Bobin, en su libro, La lumière du monde- numerosos escritores pretenden amar el infierno, lo que muestra únicamente que no lo conocen. El odio de Proust por el sol, o el de Sartre por los árboles parece muy revelador de esta sociedad enferma. Se hace de la desgracia una cosa literaria que funciona muy bien."
Desde que André Gide dijo aquello de que la buena literatura no se hace con buenos sentimientos, que es una verdad muy obvia, es una inmensa cantidad de basura y horror la que se ha producido; pero se quiere ir más allá por ese camino en pos de "la Gran Literatura".
Lo inadmisible, en cualquier caso, es encontrarse con la bondad humana, y el propio Bobin, en Ressusciter nos hace un soberbio retrato de ella, cuando habla de "Mademoiselle J. Esta mujer, "a quien muchos llamaban 'Mademoiselle, aunque tenía ya setenta años, trabajaba como bibliotecaria en un centro cultural, forrando con plástico pesados libros de arte que ningún lector venía a pedir en préstamo. Sus gustos, su humor y los tonos de sus vestidos: todo en ella parecía frágil y un poco desusado, como una acuarela en la que el color rosa ha dominado. Una dulzura y recogimiento cernían los ojos de quien, porque no había causado el mal a nadie, había atravesado esta vida sobre la punta de los pies, sin que nadie la viera, y no haciendo más ruido su muerte que la de la nieve cayendo sobre la nieve. Quizás el mundo es continuamente salvado de la ruina a la que tiende por estos seres que nadie jamás nota".
Sin duda ninguna es así. Y es una dicha y un don el encontrar a seres humanos similares y, si hemos tenido algún trato con ellos, aunque sea por un tiempo brevísimo, ya no salen de nuestra ánima. Y, a veces, el disfraz de esta clase de ángeles sostenedores del mundo es un poco ridículo, pero diríamos que es así como ocultan sus alas para pasar inadvertidos.
Los demás mortales, como también dice Bobin, "nos hacemos mucho daño los unos a los otros, y luego, un día, morimos". (pp. 133-134)
José Jiménez Lozano
Los cuadernos de Rembrandt

Sonriures per a una tardor

Sonriures per a una tardor I MAKING OF AMERICA El cementiri d'Edgar Poe Aquí rau el seu cor  envoltat per la gespa verda  d'una esgl...