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19 noviembre 2024

19 de noviembre

 19 de noviembre de 1909

44 Fontenoy Street, Dublín

Hoy recibí dos cartas muy amables de ella, de manera que tal vez, a pesar de todo, aún me tenga cariño. Anoche estaba totalmente desesperado cuando le escribí. Su palabra más insignificante tiene un enorme poder sobre mí. Me pide que olvide a la ignorante muchacha de Galway que se cruzó en mi vida, y dice que soy demasiado amable con ella. ¡Alocada muchacha generosa! ¿Es que no se da cuenta de que soy un inútil y loco traidor? Quizás la ciega su amor por mí.
Nunca olvidaré su breve carta de ayer que me hirió en lo más vivo. Sentí que había abusado demasiado de su bondad, y que al final ella me devolvía su sereno desprecio.
Hoy fui al hotel en el que vivía cuando la encontré por primera vez. Antes de entrar me detuve en el sombrío portal, tan excitado como estaba. Aunque no he dado mi nombre, tengo la sensación de que saben quién soy. Esta noche estaba sentado en una mesa del comedor, al final de la sala, con dos italianos a la hora de la cena. No comí nada. Una muchacha pálida esperaba en una mesa, quizás su sucesora.
El sitio es muy irlandés. He vivido tanto tiempo fuera y en tantos países, que puedo distinguir inmediatamente la voz de Irlanda en cualquier cosa. El desorden de la mesa era irlandés, el asombro de las cosas también, los ojos curiosos de la propia dueña y de su camarera. Es una tierra extraña para mí, a pesar de haber nacido en ella y llevar uno de sus antiguos apellidos.
He estado en la habitación en la que tantas veces estuvo con un extraño sueño de amor en su joven corazón. ¡Dios mío, mis ojos están llenos de lágrimas! ¿Por qué lloro? Lloro por lo triste que es pensar en ella moviéndose por esta habitación, comiendo poco, vestida con sencillez, espontánea y expectante, y llevando siempre con ella en su secreto corazón la pequeña llama que enciende las almas y los cuerpos de los hombres.
También lloro de lástima por ella, por haber elegido un amor tan pobre e innoble como el mío: y de lástima por mí mismo, por no ser digno de ser amado por ella.
Una tierra extraña, una casa extraña, unos ojos extraños, y la sombra de una muchacha extraña que permanecía silenciosa junto al fuego, o contemplaba el brumoso parque del College a través de la ventana. ¡Qué belleza tan misteriosa cubre cada uno de los lugares en que ella ha vivido!
Anoche mientras escribía estas frases brotaron sollozos de mis labios.
En ella he amado la imagen de la belleza del mundo, el misterio y la belleza de la propia vida, la belleza y el destino de la raza de la que soy hijo, las imágenes de pureza y compasión espiritual en las que creí de niño.
¡Su alma! ¡Su nombre! ¡Sus ojos! Me parecen como raras y hermosas flores silvestres azules, creciendo en algún seto enmarañado y empapado por la lluvia. Y yo he sentido temblar su alma junto a la mía, y he pronunciado suavemente su nombre en la noche; y he llorado viendo cómo la belleza del mundo pasa tras sus ojos.

James Joyce
Cartas de amor a Nora Barnacle

A juicio de Richard Ellmann, biógrafo de Joyce y editor de las Cartas, éstas «exigen respeto por su intensidad y sinceridad y porque cumplen la confesada determinación de Joyce: expresar todo lo que pensaba. Su objetivo fue lograr satisfacción sexual e inspirarla a Nora, y por momentos se adhieren voluntariamente a algunas particularidades de conducta que pueden ser técnicamente consideradas perversas. Muestran indicios de fetichismo, analidad, paranoia y masoquismo, pero antes de confinar a Joyce en tales categorías y consignarlo a su tiranía, debemos recordar que en su obra fue capaz de ridiculizarlas como engaños de Circe y convertirlas en rutinas de teatro de revista».

18 octubre 2022

El aire de la habitación le heló los hombros. Se estiró cuidadosamente bajo las sábanas y descansó junto a su mujer. Uno por uno convertidos en sombras. Mejor pasar temerariamente a ese otro mundo, en plena gloria de alguna pasión, que decaer y ajarse funestamente con la edad. Pensó en cómo la que yacía junto a él había guardado en el corazón aquella imagen de los ojos de su amante al decirle que no deseaba vivir.

Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Jamás había sentido algo parecido hacia mujer alguna, pero sabía que tal sentimiento había de ser amor. Las lágrimas se hicieron más espesas en sus ojos, y en la penumbra imaginó que veía la imagen de un joven bajo un árbol goteante. Había otras formas cercanas. Su alma había alcanzado esa región en la que moran las vastas huestes de los muertos. Era consciente de ello pero incapaz de aprehender sus aviesas y vacilantes existencias. Su propia identidad se disolvía en un mundo gris intangible: el mismísimo sólido mundo en el que esos muertos se habían erguido y donde habían vivido, se borraba y consumía.

Unos roces en el cristal le hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado de nuevo a nevar. Contempló somnoliento los copos, plateados y oscuros, cayendo oblicuamente contra la luz de la farola. Había llegado el momento de que emprendiera el viaje hacia el oeste. Sí, los periódicos tenían razón: nevaba de igual modo sobre toda Irlanda. La nieve caía sobre todos los lugares de la oscura llanura central, sobre las colinas sin árboles, caía dulcemente sobre el Pantano de Allen y, más hacia el oeste, caía suavemente en las oscuras olas amotinadas del Shannon. Caía también sobre todos los lugares del solitario cementerio en la colina donde Michael Furey yacía enterrado. Yacía apelmazada en las cruces y lápidas torcidas, en las lanzas de la pequeña cancela, en los abrojos estériles. Su alma se desvaneció lentamente al escuchar el dulce descenso de la nieve a través del universo, su dulce caída, como el descenso de la última postrimería, sobre todos los vivos y los muertos. (LOS MUERTOS)

James Joyce

Dublineses

Título original: Dubliners

James Joyce, 1914

Traducción: Eduardo Chamorro, 1993


Argumento de la película "Los muertos" sobre el cuento
El día de la Epifanía (6 de enero) de 1904, las señoritas Morkan celebran, como cada año, una cena en su casa de Dublín, a la que acuden personajes importantes de la ciudad, entre ellos Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas, y su esposa Gretta, que será quien acabe centrando la atención de la historia tras recordar un amor pasado.​
Durante la velada se suceden los bailes, las conversaciones, los poemas y los discursos, pero será una canción, «The lass of Aughrim», interpretada por uno de los personajes, la que cambie el rumbo de la narración. Sucede en el momento en que Gabriel y Gretta se disponen a abandonar la casa, y desde el piso de arriba suena la voz de Bartell D'Arcy tenor local, que hará a Gretta recordar un viejo amor truncado mientras permanece inmóvil en las escaleras.​
A partir de aquí la película se convierte en una reflexión sobre el amor, el paso del tiempo, la vida y la muerte.​ Lo que para muchos es la representación de los pensamientos de John Huston en la recta final de su vida.

19 noviembre 2021

19 de noviembre

En ella he amado la imagen de la belleza del mundo, el misterio y la belleza de la propia vida, la belleza y el destino de la raza de la que soy hijo, las imágenes de pureza y compasión espiritual en las que creí de niño.

19 de noviembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín

Hoy recibí dos cartas muy amables de ella, de manera que tal vez, a pesar de todo, aún me tenga cariño. Anoche estaba totalmente desesperado cuando le escribí. Su palabra más insignificante tiene un enorme poder sobre mí. Me pide que olvide a la ignorante muchacha de Galway que se cruzó en mi vida, y dice que soy demasiado amable con ella. ¡Alocada muchacha generosa! ¿Es que no se da cuenta de que soy un inútil y loco traidor? Quizás la ciega su amor por mí.
Nunca olvidaré su breve carta de ayer que me hirió en lo más vivo. Sentí que había abusado demasiado de su bondad, y que al final ella me devolvía su sereno desprecio.
Hoy fui al hotel en el que vivía cuando la encontré por primera vez. Antes de entrar me detuve en el sombrío portal, tan excitado como estaba. Aunque no he dado mi nombre, tengo la sensación de que saben quién soy. Esta noche estaba sentado en una mesa del comedor, al final de la sala, con dos italianos a la hora de la cena. No comí nada. Una muchacha pálida esperaba en una mesa, quizás su sucesora.
El sitio es muy irlandés. He vivido tanto tiempo fuera y en tantos países, que puedo distinguir inmediatamente la voz de Irlanda en cualquier cosa. El desorden de la mesa era irlandés, el asombro de las cosas también, los ojos curiosos de la propia dueña y de su camarera. Es una tierra extraña para mí, a pesar de haber nacido en ella y llevar uno de sus antiguos apellidos.
He estado en la habitación en la que tantas veces estuvo con un extraño sueño de amor en su joven corazón. ¡Dios mío, mis ojos están llenos de lágrimas! ¿Por qué lloro? Lloro por lo triste que es pensar en ella moviéndose por esta habitación, comiendo poco, vestida con sencillez, espontánea y expectante, y llevando siempre con ella en su secreto corazón la pequeña llama que enciende las almas y los cuerpos de los hombres.
También lloro de lástima por ella, por haber elegido un amor tan pobre e innoble como el mío: y de lástima por mí mismo, por no ser digno de ser amado por ella.
Una tierra extraña, una casa extraña, unos ojos extraños, y la sombra de una muchacha extraña que permanecía silenciosa junto al fuego, o contemplaba el brumoso parque del College a través de la ventana. ¡Qué belleza tan misteriosa cubre cada uno de los lugares en que ella ha vivido!
Anoche mientras escribía estas frases brotaron sollozos de mis labios.
En ella he amado la imagen de la belleza del mundo, el misterio y la belleza de la propia vida, la belleza y el destino de la raza de la que soy hijo, las imágenes de pureza y compasión espiritual en las que creí de niño.
¡Su alma! ¡Su nombre! ¡Sus ojos! Me parecen como raras y hermosas flores silvestres azules, creciendo en algún seto enmarañado y empapado por la lluvia. Y yo he sentido temblar su alma junto a la mía, y he pronunciado suavemente su nombre en la noche; y he llorado viendo cómo la belleza del mundo pasa tras sus ojos.

James Joyce
Cartas de amor a Nora Barnacle

A juicio de Richard Ellmann, biógrafo de Joyce y editor de las Cartas, éstas «exigen respeto por su intensidad y sinceridad y porque cumplen la confesada determinación de Joyce: expresar todo lo que pensaba. Su objetivo fue lograr satisfacción sexual e inspirarla a Nora, y por momentos se adhieren voluntariamente a algunas particularidades de conducta que pueden ser técnicamente consideradas perversas. Muestran indicios de fetichismo, analidad, paranoia y masoquismo, pero antes de confinar a Joyce en tales categorías y consignarlo a su tiranía, debemos recordar que en su obra fue capaz de ridiculizarlas como engaños de Circe y convertirlas en rutinas de teatro de revista».

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...