06 septiembre 2022

El poder resucitar muertos

 Porque, he aquí otro aspecto fundamental del libro: su inmortalidad. Seres difuntos, si se quiere, colocados en nichos y a quienes uno tiene la posibilidad de resucitar a su antojo. El escritor, en este caso, establece con sus libros una relación de cualidades necrófagas y divinas. Es como si mediante el ejercicio de la lectura se alimentara de cadáveres para, acto seguido o después, durante la escritura, engendrar o procrear personajes vivos prestos a perecer a su vez y así sucesivamente en un ciclo irreversible y probablemente necesario para este tipo de labor creadora. Ya el mero atrevimiento de, como lector, ceñirse a la palabra impresa es una forma de morir o cuando menos de recordar y acompañar a los muertos preferidos. Rito doblemente aceptado cuando el escritor construye un santuario (la biblioteca) donde venerar día y noche a sus difuntos más queridos o bien, tratándose de escritores menos piadosos, el inevitable cementerio en el que aquellos reposen su merecida paz. La disposición de este santuario dependerá como es lógico de la religión y práctica de la misma que cada autor profese y también, como es propio de religiones, del legado que haya recibido de sus antecesores, practicantes o no del rito, padeciendo el heredero una variedad de matices que van desde el rechazo más definitivo a tener libros y menos, biblioteca alguna, a la devoción más ferviente y obsesiva hacia ellos. Aquellos escritores, que los hay, con aversión a poseer material impreso, por pequeño que este sea, pertenecerían entonces a la categoría de los rebeldes, como, y de seguir con este juego comparativo, existen también los tibios, los beatos, los practicantes, los hipócritas y los santos. Los agnósticos, por su parte, prefieren obviar el cariz sagrado en su biblioteca y le otorgan la apariencia y color de cementerios rupestres o encalados.

Si en algo manifiestan su total acuerdo los escritores que reconocen la fascinación del libro es en la vía que este proporciona hacia la felicidad. El culto del autor por su biblioteca no tiene ni tendría que ver con una devoción supersticiosa y fetichista. Allí aguarda en permanente vigilia la compañía sabia, íntima y por tanto placentera. O insistiendo, como también lo hace Sartre: «Yo había encontrado mi religión: nada me parecía más importante que un libro. En la biblioteca veía un templo».

 

Nuria Amat

El ladrón de libros
y otras bibliomanías

 

Pez de roca

Acuario de Gijón

05 septiembre 2022

Un chiste de largo recorrido

 Muchas de las historias de agudezas y bromas suyas que Macrobio recopiló muestran a Augusto bromeando con sus subordinados (cuando, por ejemplo, alguien dudaba si presentarle una solicitud y no dejaba de levantar la mano y retirarla, el emperador decía: «¿Crees que le estás dando una moneda [as] a un elefante?»). Pero también lo muestran aceptando las bromas que iban dirigidas contra él. Como hace Macrobio que comente uno de los personajes de sus Saturnales, «en el caso de Augusto, me suelen sorprender más los chistes que tuvo que aguantar que los que hizo él». Y, a continuación, cita varios ejemplos, entre los que se incluye un chiste muy famoso que, como veremos, ha tenido una larga vida posterior, pasando por Sigmund Freud hasta llegar a Iris Murdoch, además de una prehistoria que se remonta a la República Romana. «Una pulla [iocus asper] que soltó algún provinciano se hizo muy conocida. Había llegado a Roma un hombre que se parecía mucho al emperador y llamaba la atención de todos. Augusto ordenó que llevaran al hombre ante él y, una vez que le hubo echado un vistazo, le preguntó: “Dime, joven, ¿estuvo tu madre alguna vez en Roma?”. “No —contestó el otro, pero no contento con dejarlo ahí, añadió—: Pero mi padre sí estuvo, a menudo”». Augusto, en otras palabras, era la clase de hombre que podía aceptar un chiste sobre esa base del poder patriarcal romano: su propia paternidad.

MARY BEARD

LA RISA EN LA ANTIGUA ROMA
SOBRE CONTAR CHISTES, HACER COSQUILLAS Y REÍRSE A CARCAJADAS
Traducido del inglés por
Miguel Ángel Pérez Pérez

Lagarto verdinegro

lagarto verdinegro

03 septiembre 2022

Al partir de Paumanok

Saliendo de Paumanok, la isla en forma de pez donde nací,
Bien engendrado y criado por una madre perfecta,
Después de andar por muchas tierras, amante de populosas aceras, 
Habitante de Mannahattan, mi ciudad, o de las sabanas del sur,
O soldado en el campamento, llevando la mochila y el fusil, o minero en California,
O agreste en mi casa de los bosques de Dakota, mi comida la carne, mi bebida el agua del manantial,
O apartado para reflexionar y meditar en algún profundo retiro, 
Lejos del rumor de la multitud, arrebatado y feliz,
Consciente del Missouri que fluye, de su fresca y generosa corriente, consciente del poderoso Niágara,
Consciente de las manadas de búfalos que pacen en la llanura, del hirsuto toro de fuerte pecho,
De la tierra, rocas, flores de mayo conocidas, estrellas, lluvias, nieve, mi asombro,
Habiendo estudiado las notas del sinsonte y el vuelo del halcón de la montaña,
Y escuchado en el alba al incomparable, al tordo, entre los cedros de la ciénaga,
Solitario, cantando en el Oeste, anuncio un Mundo Nuevo.

Walt Whitman

Hojas de hierba

Serie: azulejos