28 julio 2022

De JORGE GALÁN: MINIATURA ASOMBROSA

MINIATURA ASOMBROSA
Alguien puso semillas en mi mano
treinta árboles mañana,
un bosque cincuenta años más tarde.
Aves encontrarán el sur en esos árboles
y lobos encontrarán cobijo
y las hormigas crecerán como un cuerpo
entre las raíces ciegas y soñolientas
y alguna vez una casa y otra casa
construirán esas maderas
y el invierno bajará en sedimentos
y el otoño con su total hastío
pondrá sus pies pesados
sobre los troncos gruesos y no los vencerá.
Nada hará que se quiebren.
Y dentro de cien años cien hombres
serán hombres felices amando a sus mujeres
bajo esos techos amplios,
un perfume de bosque flotará todavía
en los hijos que lleguen,
el mundo será el mundo y la noche la noche
las lechuzas de entonces tendrán ojos más grandes
y comerán gorriones lo mismo que alacranes
y el ratón será mínimo como un insecto extraño,
su pálida pelambre lo volverá invisible
de noviembre a febrero, y no tendrá enemigo
ni el águila ni el hombre, si acaso, la serpiente.
Treinta árboles mañana,
flores malvas y rojas creciendo en ese bosque…
Ayer, unas semillas que alguien puso en mi mano
y que yo lancé al cielo.

JORGE GALÁN
San Salvador (El Salvador, 1973)

Hinojo

JBM

27 julio 2022

De Álvaro Cunqueiro, EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO

 EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO

Antes de llegar a las ruinas del puente viejo, el río se parte en dos brazos: uno angosto y profundo y otro ancho y lodanero. Entre ambos, una lengua de arena negruzca y piedra rodada hace de isla. Cabe el pilar del puente que se asienta en ella vegeta un tejo, un solitario antiguo y rugoso, en cuyo tronco retorcido se abren grietas negras y húmedas. En abril le brotan hojas verdinegras, y en los meses de estío, bajo el entramado de su corona puntiaguda, se goza de una sombra fresca.

Paréceme que el tejo pasa ya de los mil años, a juzgar por la guinda que presenta. Entre sus raíces medran herbazas y pan del diablo, que forman, con los mazorros de espadaña colorada y las matas de cardosa, toda la flora de la isla. En invierno, cuando el río va creciendo, visitan la isla los busardos, que gustan de grandes y pausados vuelos y que por veces recuerdan los mascatos atlánticos, cuando se dejan caer desde las grises nubes a las oscuras aguas del Osar para tronzar con su pico de hierro la presa apetecida. A la isla le llaman la Salgueira. El puente lo quebraron los años, que se llevaron los arcos, ayudados de las riadas. Sólo quedaban, siendo yo rapaz, dos en extraño equilibrio y tres o cuatro muñones de pilares. Los viajeros que no querían bajar hasta Candás, cruzaban el río en la barca: una chalana remendada, despintada, sin nombre y que, no obstante, por ser la primera barca que vi sobre el agua, me parecía una hermosura. El barquero se pasaba las horas en la taberna de la Cruz; esperando viajes, la mano en el vaso, dormitaba siempre. Era un hombre a la vez melancólico y fantástico. Le llamaban Felipe de Amancia. De sus labios supe estas historias que hoy cuento. Hacíamos siesta juntos en la Salgueira, por los calores de agosto, a la sombra del tejo y al acuno del cantar del río.


Álvaro Cunqueiro

Flores del año mil y pico de ave

Mariposa

mariposa

26 julio 2022

De Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana la primera serranilla

Serranilla I

I

Serranillas de Moncayo,

Dios vos dé buen año entero,

pues de muy torpe lacayo

faríades caballero.

II

5Ya se pasaba el verano,

al tiempo que uno se apaña,

con la ropa a la tajaña,

encima de Vozmediano;

vi serrana sin argayo

10andar al pie del otero

más clara que sale en Mayo

el alba ni su lucero.

III

Díjele: Dios nos mantenga,

serrana de buen donaire.

15Respondió como en desgaire:

¡Ay!, que en hora buena venga

aquel que para San Payo

desta irá mi prisionero.

Y vino a mí, como un rayo,

20diciendo: Preso, montero.

IV

Díjele: Non me matedes,

serrana, sin ser oído;

pues yo no soy del partido

de esos por quien vos lo avedes,

25aunque me vedes tal sayo,

en Agreda soy frontero

y no me llaman Pelayo,

aunque me vedes señero.

V

Desque oyó lo que decía

30dijo: Perdonad, amigo;

mas folgad ora conmigo,

y dejad la montería.

A este zurrón que trayo

quered ser mi parcionero,

35pues me falleció Mingayo,

que era conmigo ovejero.

FINIDA

Entre Torellas y el Payo

pasaremos el Febrero.

Díjele: De tal ensayo,

40serrana, soy placentero.


Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana

Serranillas, canciones y decires

Mariposa

mariposa

25 julio 2022

De Cunqueiro. Las historias gallegas


REINALDO Novo era cazador de nutrias. Curtía las pieles y las iba a vender a Lugo a un tal Yáñez. Pero teniendo nutria fresca la comía asada, después de dejarla un par de días en adobo, con ajo, pimentón, vinagre y laurel. Y en tazas de barro guardaba la grasa de la nutria, que era remedio excelente para el reuma, y también servía para frotar con ella el pecho de los catarrosos, y aun de los tísicos. Reinaldo, al tiempo que cazador de nutrias, era meteorólogo y predecía en enero el tiempo para todo el año, por el sistema tan conocido por muchos labriegos gallegos de as sortes e resortes. La mayor satisfacción que podía dársele a Reinaldo Novo, era mostrarle el Repertorio Zaragozano o el Gaiteiro de Lugo, con los temporales corregidos por las predicciones de Reinaldo. Donde don Mariano del Castillo, en el Zaragozano, decía lluvias, los parciales de Reinaldo tachaban y ponían soleado. Algunos le llevaban cualquiera de estos almanaques, el Zaragozano o el Gaiteiro, y por siete pesetas, con su clara y grande letra, Reinaldo corregía. Un día en el que intentaba sujetar por la cabeza, con una horquilla de madera una nutria que había caído en el cepo, resbaló y la nutria lo mordió en una pantorrilla. Nunca más curó de los dientes de la nutria. Andaba con la pierna vendada y secaba la mordedura de la nutria con polvos de regaliz. Era pequeño, ancho, cerrado de barba, muy ligero, casi felino de movimientos, y tenía el gesto de llevar la mano derecha al entrecejo mientras miraba para ti con sus pequeños ojos negros. Cuando le preguntaban por qué hacía ese gesto con la mano, respondía que lo había aprendido de los cazadores del Canadá, a los que había visto en una película en un cine de La Coruña.
Cuando ya andaba por los cincuenta, descubrió que el lobo sabía que el rayo solía, en el monte, buscar un árbol. Así que si había tormenta, el lobo salía a descampado y se tumbaba pegado al suelo. Por eso, si en la sierra de la Corda alguna vez en sus caminatas de cazador había encontrado zorros y jabalíes muertos por la chispa, nunca había encontrado un lobo, como él decía «electrizado». Contaba que un día de San Pedro, a las tres de la tarde, caminando hacia Montouto, vio un lobo tumbado junto a una leira de centeno. Reinaldo se acercaba pero el lobo no se movía. Reinaldo no llevaba escopeta, y pensó que quizás dándose cuenta de esto el lobo, se dejaba estar. Era un hermoso día de sol, pero de pronto, Reinaldo se dio cuenta de que surcaban bajas, aparecidas súbitamente, unas nubes negras, que ya estaban encima mismo de él y del lobo, y surgían de ellas fulguras terribles seguidas de espantosos truenos. Reinaldo contaba que el lobo hizo una seña, y el cazador se tumbó panza abajo a su lado, y allí se dejó estar golpeado por el granizo hasta que cesó la tormenta. Vuelta la calma, el lobo se levantó y se fue. Reinaldo también se levantó e hizo con la mano derecha el gesto de los cazadores del Canadá.
—Usted, don Álvaro, —me decía—, lo cree o no lo cree, pero el lobo, antes de meterse en la fraga, se subió a una peña y respondió con el mismo gesto, sólo que él lo hizo levantando la mano izquierda. ¡Sería zurdo!

Álvaro Cunqueiro
Las historias gallegas

Serie: azulejos