24 marzo 2022
23 marzo 2022
Sobre el cuco . Se escuchaban los espantosos trinos de unos pájaros desconocidos y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco
Después de comerse casi todos los sándwiches de pepino, se había sentido milagrosamente mejor, todo rastro de borrachera se había esfumado al mismo tiempo que crecía dentro de él un frenético deseo de bailar. Deambuló no en busca de Tamar (se había olvidado de ella) sino de alguna chica cuya pareja se hubiera desmayado y yaciera debajo de algún seto presa de un sopor etílico. Sin embargo, las chicas, aunque estuvieran en un estado lamentable o borrachas como cubas, seguían llevando a sus parejas a remolque. El amanecer se abría paso; la tenue luz que no se había apagado del todo durante la noche volvía a ser la fuerte luz del día. Se escuchaban los espantosos trinos de unos pájaros desconocidos y, desde el bosque, llegaba el canto intermitente del cuco. En su intento desesperado de que la noche no acabara nunca, Gull fue a parar a la carpa del grupo pop, donde, pese a que la luz comenzaba a atravesar la lona, seguía reinando la oscuridad salpicada de luces parpadeantes y el ruido. El grupo ya se había ido y era un equipo de sonido el que reproducía sus canciones. Las cabriolas, más parecidas a acrobacias que a un simple baile, habían llegado a su fase más salvaje. Una suerte de desesperación se adueñó de los jóvenes cuando olfatearon el aire matutino. Los chicos se habían librado de sus chaquetas; algunos también de sus camisas. Las chicas se habían remangado los vestidos y bajado un poco las cremalleras. Tras la formalidad previa, el nuevo «atuendo» parecía de una elegancia desenfadada. Mirándose entre sí, con los ojos desorbitados y las bocas abiertas, las parejas brincaban, se agachaban, giraban, hacían muecas, meneaban los brazos, las piernas, componiendo una imagen, pensó Gulliver, más propia del Inferno de Dante que de una juventud despreocupada presa del gozo primaveral.
—¡Hola, Gull! ¡Baila conmigo! ¡Llevo bailando sola una hora por lo menos!
Era Lily Boyne.
Sus frágiles brazos lo apresaron, le rodearon la cintura, y juntos se sumergieron girando y revoloteando en el torbellino ensordecedor.
Gulliver había escuchado comentarios sobre Lily de boca de «los otros», pero ella nunca había despertado su interés, salvo, fugazmente, la vez en que oyó a alguien decir que era una cocotte.
El libro y la hermandad
22 marzo 2022
Sobre el cuco - Un cuco cantó en el huerto
—En
junio cambió de canto —dijo. «Cu», cantó el cuco lacónicamente. Violet les
habló de los cucos—: No construyen nidos. Los toman prestados. Ponen los huevos
disimuladamente en los nidos de otros pájaros, entre los demás huevos. La madre
cuco escoge a la madre adoptiva con mucho cuidado y aprovecha para poner los
huevos cuando la madre adoptiva ha ido a por comida. Y luego esta, tal vez un
mosquitero musical, o un escribano, alimenta al polluelo extraño como si fuese
suyo, incluso cuando crece hasta hacerse mucho más grande que ella y cuando
apenas cabe ya en el nido, él la llama pidiendo comida y ella responde…
—¿Y
qué les pasa a los hijos verdaderos? —preguntó Hedda.
—Tal
vez se marchen antes —respondió vagamente Violet.
—Los
echa fuera del nido —dijo Dorothy—. Lo sabes muy bien. Me lo enseñó Barnet, el
guarda forestal. Echa los otros huevos fuera del nido, y se rompen contra el
suelo, y lo mismo hace con los polluelos. Empieza a dar vueltas y vueltas y los
empuja con los hombros hasta echarlos abajo. Los he visto en el suelo. Y a
pesar de todo los padres siguen alimentándolo. ¿Cómo es posible que no se den
cuenta de que no es su hijo?
—Es
sorprendente lo mucho que ignoran los padres —repuso Violet—. Es sorprendente
cuántos animales no conocen a sus verdaderos padres. Igual que el patito feo de
Hans Andersen, que en realidad era un cisne. La madre naturaleza quiere que el
polluelo de cuco sobreviva y vuele con los demás cucos a África. Y cuida de él.
—Pero
no cuida de los mosquiteros musicales —replicó Dorothy—. Si yo fuese el
mosquitero lo dejaría morir de hambre.
—No
—objetó Violet—. Harías lo que es natural, que consiste en dar de comer a quien
pide comida. No es tan fácil decidir quiénes son tus verdaderos hijos.
—¿Qué
quieres decir con eso? —preguntó Dorothy, sentándose.
—Nada
—respondió Violet desdiciéndose. Luego, casi sotto voce, le dijo a la seta
donde zurcía los calcetines—. ¿Quién es la verdadera madre de un niño? ¿La que
le da de comer, lo lava y llega a conocer todas sus manías, o la que lo deja en
un nido ajeno para que se las arregle como pueda…?
Dorothy
adivinó lo que pensaba Violet, igual que antes había adivinado lo que pensaba
Philip. No era la primera vez que Violet hablaba de aquel modo. Respondió,
recurriendo a la ayuda de la ciencia:
—Es
solo el instinto natural. El de los cucos y el de los mosquiteros.
—Es
la bondad que hay en el fondo de las cosas —objetó Violet. Apuñaló el calcetín
con una aguja.
—Hay
muchos que no son los verdaderos padres de sus hijos, y otros que ignoran
quiénes son sus verdaderos padres, se oye decir constantemente… —dijo Charles
en voz baja pero audible.
—No
deberías prestar crédito a esas habladurías —repuso Violet con fuerzas
renovadas—. Y la gente no debería decirlas.
—No
tengo la culpa de tener oídos —replicó Charles.
Hedda
cogió sus muñequitos del zapato.
—Estos
no tienen ni padre ni madre, solo un zapato. Son míos y yo cuidaré de ellos.
La
situación resultaba bastante incómoda. Tom se sumergió en su latín. Griselda le
propuso a Dorothy ir a dar un paseo por el bosque. Charles se ofreció a
acompañarlas, y Tom también.
«Cu»,
dijo el cuco en el bosque. «Cu-cú, cu-cú».
—Es
curioso —observó Dorothy— que, cuando llega el momento de volar a África, sepa
que es un cuco y vuele con los demás cucos. Quisiera saber qué es lo que cree
ser él. No puede verse a sí mismo.
A. S. Byatt
El libro de los niños
El libro de los niños transcurre durante el lento y destellante crepúsculo
victoriano, esa apasionante época que va desde el final del siglo XIX hasta la
primera guerra mundial. La protagonista de la novela es Olive Wellwood, una
famosa escritora de libros infantiles. Ella y su numerosa familia viven en una
casa de campo formando una especie de sociedad dedicada al culto del arte, la
literatura, la conversación y la política. Cuando el hijo mayor de Olive
sorprende a otro niño, de origen humilde, en una sala del Museo Victoria and
Albert de Londres, dibujando un famoso candelabro, la vida de esas familias
empezará a cambiar. El niño será adoptado por los Wellwood e ingresará así en
un mundo deslumbrante, lleno de inquietantes misterios y fulgurantes
deslumbramientos.