23 febrero 2022

Sobre el cuco (44) - Bajaron las escaleras, cruzaron el claustro y caminaron bajo la cálida luz del sol, rodeados por el ensordecedor coro de aves y el fuerte canto del cuco

Gerard dijo enérgicamente:
—Hora de irse. Dejaré un sobre para el asistente de Levsquit.
A Rose le habría gustado volver a Londres con Gerard, pero había llevado su coche, en parte porque Gerard había dicho que iba a llevar a Jenkin, y en parte porque ella quería tener la opción de irse antes si se hubiera sentido cansada. Recogió el abrigo, que había dejado en el dormitorio de Levsquit. Hicieron una limpieza rápida y superficial de la estancia, sin poner verdadero empeño. Bajaron las escaleras, cruzaron el claustro y caminaron bajo la cálida luz del sol, rodeados por el ensordecedor coro de aves y el fuerte canto del cuco.
Gulliver estaba teniendo un sueño maravilloso. Una chica preciosa, de ojos negros, enormes y oscuros, pestañas largas y espesas, y boca húmeda y sensual, se inclinaba hacia él. Sintió su aliento cálido y dulce cuando los suaves labios de la chica tocaron su mejilla y su boca. Se despertó. Había una cara junto a la suya, y unos ojos negros y preciosos le devolvían la mirada. Un ciervo que se había topado con aquel bulto ovillado al pie de un árbol le había acercado su hocico negro y húmedo. Gulliver se incorporó de golpe. El ciervo retrocedió, le dedicó una última mirada y se alejó con un trote digno. Gulliver se frotó la cara, que el ciervo había humedecido con su hocico. Se puso en pie. Se encontraba fatal, y su aspecto era el fiel reflejo del malestar que sentía. Echó a caminar. Estaba tan mareado que veía luces brillantes danzando a su alrededor y una especie de jeroglíficos negros cuando miraba hacia los lados.

Iris Murdoch.
El libro y la hermandad.

Calles de Ribadesella

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22 febrero 2022

Sobre el cuco (43) - De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado

 Suelo comer y cenar en el zaguán, en una mesa pequeña, cerca de los hombres que vuelven del trabajo del campo. Estos lo hacen por orden: los mayorales de mula y muleros, sentados; los chicos que llaman burreros, de pie. Rezamos todos al empezar y al concluir de comer.

No pinto, no escribo, no hago nada, afortunadamente. De noche oigo el canto tranquilo, filosófico de un cuco y el grito burlón y extraño de un pavo real que siempre está en el tejado.

¡Cuánta vida y cuánta vida en germen se ocultará en estas noches! —se me ocurre pensar. Los pájaros reposarán en las ramas, las abejas en sus colmenas; las hormigas, las arañas, los insectos todos, en sus agujeros. Y mientras estos reposan, el sapo, despierto, lanzará su nota aflautada y dulce en el espacio; el cuco, su voz apacible y tranquila; el ruiseñor, su canto regio; y en tanto la tierra, para los ojos de los hombres, oscura y sin vida, se agitará, estremeciéndose en continua germinación, y en las aguas pantanosas de las balsas y en las aguas veloces de las acequias brotarán y se multiplicarán miríadas de seres.

Y, al mismo tiempo de esta germinación eterna, ¡qué terrible mortandad! ¡Qué bárbara lucha por la vida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay que lamentar nada. Vivir y vivir…, esa es la cuestión.


Pío Baroja. 

Camino de perfección. 
Pasión mística. 
La Vida Fantástica - 2.

Calles de Ribadesella

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21 febrero 2022

Sobre el cuco (42) - Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.

—¿Este es el camino de Navarra?—Sí.
La muchacha iba hasta un caserío llamado Herburu, y yo fui con ella.
Encontré a un aduanero francés, a quien le dije me indicara el camino de España. Me miró con desconfianza y me mostró un sendero.
Siguiéndolo, llegué a un bosque bastante cerrado, con una venta, la venta de Inzola. Estaba en territorio español. Pedí en la venta que me pusieran algo de comer, y con un gran trozo de pan, de chorizo y de queso y una botella de vino, me senté en la hierba, en un prado. Brillaban las margaritas y las flores del brezo; una serpentaria mostraba su mazorca roja entre lo verde. Corría allá un vientecillo del mar fresco y agradable; el cielo estaba muy azul; en Francia se veía la llanura y la costa; hacia España, un laberinto de montes ceñudos y sombríos. Unos grillos amenizaban la soledad y un cuco lanzaba su voz irónica entre los árboles.
Devoré mis provisiones, y después dirigí un toast elocuente a la vieja España de Don Quijote, y del Cid, y de San Ignacio de Loyola. Añadí a Loyola, para probarme a mí mismo, que este Amadís de Gaula, católico y papista, no sólo no irritaba mis sentimientos de protestante de raza, sino que veía en él un hermoso manantial de energía y de tesón. Después de este toast hice mi segunda libación brindando por las damas españolas, los caballeros, las majas, los toreadores, los gitanos, los corchetes, los alguaciles y los alcaldes, y, sobre todo, por la bella entre las bellas, Mary la de Biriatu. Como me quedaba más vino en la botella y no era desagradable, tuve que brindar por el mar, por el cielo azul, y hasta por la Cosa en sí, y me quedé un momento dormido.

Pío Baroja
La ruta del aventurero
EL VIAJE SIN OBJETO
Memorias de un hombre de acción - 6

Calles de Ribadesella

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¡A volar!