18 febrero 2022

Sobre el cuco (39) - En la primavera es el cuco, como la voz de un niño burlón jugando entre las matas al escondite

Desde las ventanas altas de la galería, abiertas por encima de la muralla, se veía, en verano, el cielo uniformemente azul; en otoño, las nubes fantásticas de oro y de sangre del crepúsculo; en invierno, el horizonte gris y a veces amenazador y las turbonadas de viento con polvo y con hojas secas. En primavera los montes aparecían con las manchas verde-oscuras de los matorrales; en verano algunas flores silvestres: digitales rojas, retamas amarillas, alteas blancas se mostraban en los ribazos; en otoño y en invierno los pocos campos de alrededor se teñían del amarillo y del pardo de las plantas agostadas.
El suntuoso cortejo de las estaciones tiene siempre su carácter y su pompa; cada una de ellas, para el que sabe oírlas, canta su canción peculiar y típica e inconfundible: el día de primavera es la melodía joven, fresca y alada; el de otoño, el adagio melancólico y lánguido; el de invierno el recitativo rudo, poderoso y amenazador. La tarde de verano, con el cielo azul espléndido, la tierra seca, el paisaje con aire tembloroso de ingravidez y de irrealidad, es el himno violento y estridente en honor de las divinidades pánicas.
Esta canción peculiar de cada estación del año posee siempre muchas notas, muchos tonos, muchos matices.
En la primavera es el cuco, como la voz de un niño burlón jugando entre las matas al escondite; la alondra, en el aire, como una saeta de luz; la perdiz, rechoncha, con las patas rojas, que se pavonea coquetona; el seto verde, la flor en el almendro y la nube blanca en el cielo, de un azul de sueño.
En el verano es el calor, que resuena en el oído como un caracol sonoro; el trigal amarillento, con sus amapolas rojas y sus acianos azules; el grillo, que chirría en la tarde pesada y monótona, y la estrella que parpadea con más fulgor en la noche.
En otoño son las bandadas de grullas por el cielo gris, en forma de triángulo, gritando su adiós de despedida a las tierras frías, abandonadas; los pájaros, emigrantes, de colores; las avutardas voluminosas, con sus alas blancas, y los graznidos de los cuervos a lo lejos.
En invierno, el águila o el buitre sobre los cabezos de los montes cubiertos de nieve, y los gorriones aleteando cerca de los cristales, buscando la comida y un asilo contra el frío…
Para alguna de aquellas monjas de espíritu poético y soñador, el convento debía tener sus encantos.

Pío Baroja
La venta de Mirambel
Memorias de un hombre de acción - 20

Calles de Madrid, boca de metro

Calles de Madrid, boca de metro

17 febrero 2022

Sobre el cuco (38) - el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite

 El misticismo de Javier se armonizaba con el campo y el cielo y con la noche llena de estrellas. Le gustaba también ver desde lejos, desde algún monte, su amigo el mar. Tanto como salir de su casa, le agradaba quedarse en ella y acercarse una noche al pabellón de la huerta y oír la canción misteriosa del río próximo.

En la primavera se alejaba más. Veía las peñas desnudas, los barrancos sombríos, los tajos cortados a pico y los vallecitos verdes oscuros con árboles verdes claros. Los caminos del monte estaban llenos de brezos, de digitales y de zarzamoras y los prados cuajados de flores.

Se sentaba en el campo. Cualquier cosa le bastaba para distraerse: las nubes que cruzaban por el cielo, la variedad de hierbas, el tordo que cantaba entre las ramas y el cuco que daba una voz como de chico que juega al escondite. En los arroyos contemplaba las chipas, los peces diminutos que trazaban líneas brillantes en el agua; en los charcos, los renacuajos, y en la tierra pedregosa veía las evoluciones sabias de las hormigas, de las arañas y de los abejorros.

Esta época era de grandes trabajos en las huertas. En la suya, en todos los rincones donde la tapia estaba al descubierto, había puesto o mandado poner enredaderas, madreselvas, viña virgen o glicina.

—¡Pero si quita sitio para las alcachofas! —le decía Domingo el hortelano.

—No importa, la cuestión es que esté bonito.

A la tía Paula, aficionada a tomar un poco de sidra en la comida, la gustaba tener una barrica en casa. Como no tenían manzana bastante, compraban jugo sin fermentar y llenaban una bordelesa grande con él para dejarla en la cueva y a la primavera siguiente la comenzaban. También solían hacer una sidra ligera llamada en el país pitharra.

Pronto, en la bodega, hubo botellas de buenos vinos y de licores, algunos jamones y tarros con dulce. Las manzanas se extendían sobre una alfombra de hierba y las calabazas, las judías, las cebollas y patatas se amontonaban en el desván. Al final del invierno y al principio de la primavera la tía Paula hacía acopio de huevos, cuando estaban baratos, y los guardaba en tinajas sumergidos en agua de cal. Después, en el rincón de la huerta, pusieron un gallinero.


Pío Baroja
El cura de Monleón

La juventud perdida - 2

Calles de Madrid

Calles de Madrid

16 febrero 2022

Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio

Martín Shagua tenía ideas extrañas: creía que los caseríos estaban demasiado próximos el uno del otro y que siempre sería conveniente que hubiese por lo menos una legua de distancia entre ellos.Martín era algo creyente en el totemismo, porque, de oírse llamar ratón, pensaba que tenía algo de este roedor. Refería varios casos de fraternidad animal.
—Una vez —contó— me encontré con un tejón (azkonarrua) en medio del monte y fuimos los dos marchando en muy buena armonía, y antes de dejarle se despidió de mí saludándome muy cariñosamente.
Otra vez, en el campo, había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio, e inmediatamente se le presentó la sombra de un hombre, erguida, con la señal de la pedrada en la cabeza, y le dijo:
—¡Te arrepentirás de lo que has hecho, ratón!; y él, de sentimiento, estuvo inquieto unos días.
Martín Shagua era también buscador de tesoros; tenía un aparato fantástico inventado por él, con un nivel y una brújula que llamaba armona (imán) y lo que marcaba la brújula lo señalaba con una cruz en el campo. Después cavaba allí. Según él, se habían encontrado tesoros por aquellos barrancos y en cuevas entre dos piedras.
Shagua hablaba también de las lamias. Hacía ya mucho tiempo, según contaba, un pastorcito de un caserío próximo, que iba al monte con sus ovejas, vio en una campa verde a una lamia rubia y sonrosada, con una hermosa mata de cabellos destrenzados, montada en un carnero. Hablaron los dos, se enamoraron y decidieron casarse. El pastorcito, al volver del monte, contó el encuentro a su madre y esta, más suspicaz, le dijo:
—Antes de comprometerte, mira cómo esa mujer tiene los pies. No vaya a ser una lamia.
El pastorcito, al día siguiente, subió a la campa y vio a la muchacha sentada sobre el carnero, como la vez anterior. Se estaba peinando con un peine de oro.
—Vamos a correr por estos prados —le dijo él.
—Yo te seguiré montada en mi carnero.
Entonces el pastor, desconfiado, levantó con el palo el extremo de la falda de la muchacha y vio que tenía el pie como los gansos, con membranas entre los dedos.
El pastor, entristecido, volvió a su casa y murió de pena. Cuando se verificó su entierro, la lamia fue en el cortejo hasta la iglesia, y al llegar a la puerta, se escapó y ya no se la vio.
—¿Pero tú crees eso? —le preguntó Javier.
—¿Por qué no? Otras cosas tan difíciles de creer se cuentan y se creen.

Pío Baroja
El cura de Monleón
La juventud perdida - 2

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

Serie: azulejos