14 febrero 2022

Sobre el cuco (35) - yo me levanté e imité el cuco

Bajaron sin prisa desde los montes a la vallina. Antes de iniciar la bajada, en lo más alto de los pastizales, por donde va el camino real, Ulises se detuvo a contemplar la casa y las tierras de Penélope. Las miró como parte corporal de ésta, con amor, y se prometió recorrerlas paso a paso para poder poner estampas a las palabras de Penélope cuando en Ítaca le contase memorias, acaso añorante. Quería saber de qué fuente bebía, y en qué cerezo las cerezas más dulces.—¿La conociste hace mucho tiempo? —preguntó Pretextos.
—No. Fue hoy la mirada primera.
—¡Ah, un pronto de asombro! ¡Me gusta a mí eso! En Esmirna estuve en una comedia en la que una muchacha llamada Felisa veía desembarcar a un corredor de medía legua vallas, que traía una cinta azul por la frente, y a la hermosa se le caía de las manos un florero que estaba limpiando. El atleta, sorprendido, levantaba la cabeza y dejaba allí el corazón. Ya se pone en los papeles de la comedia, al margen: «Un pronto de asombro». A ella querían casarla con un pregonero de edictos imperiales, que era viudo, pero sacaba un sobresueldo con una parada que tenía, con garañón calabrés, y siempre estaba en la farsa alabando el garañón, que si era muy humano, y muchos maridos debían tomar apuntes de miramientos, y que no se mareara desde Catania a Famagusta de Chipre, que era donde pasaba la pieza. Cuando se representó por segunda vez, entrando el viudo a tratar las bodas, y ponía en la mesa una bolsa con dinero, y la Felisa estaba dentro de un armario abrazando a su corredor, y el armario estaba abierto por detrás con arte, para que el público viera las caricias, yo me levanté e imité el cuco. Fui muy aplaudido y el teniente veneciano que presidía me mandó vino y pastelillos de nuez.
Pretextos humedecía con la gorda lengua el labio roto, e imitaba el cuclillo de mayo.
—¡Cu-cóo! ¡Cu-cóo!
Con ellos, con el frío hocico pegado a sus espaldas, bajó desde la montaña la niebla, pisando lentamente los pastizales y los trebolares, y deshilándose en las retorcidas ramas de los olivos. Allá abajo, en un abierto, estaba la polis, dorada por el sol poniente: el mar era una verdiclara túnica ondeante. Ulises le señaló a Pretextos aquel hermosísimo campo de luz.

Álvaro Cunqueiro
Las mocedades de Ulises

Córdoba, tres días de un octubre

Córdoba, tres días de un octubre

13 febrero 2022

Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques

 CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.

—Aquella torre fue de los Bracciaforte —contaba el signor Capovilla, indicándole a Fanto una que en un espolón sobre el río se alzaba octogonal, rodeado de una docena de pequeñas casas cuyos rojos tejados asomaban por entre las copas de los cipreses—, que eran los más avaros de los toscanos, siempre buscando donde meter el oro que atesoraban, que no lo vieran ni el sol ni la luna, y uno de ellos, llamado Latino Bracciaforte dal Piccino, porque no lo heredase un primo que tenía, que era su único pariente, se aconsejó con un médico judío que purgaba en Siena en menguante contra la doctrina de Padua, y por receta de este puso en polvo todo el oro de la familia, y cuatro veces al día, bebía una ración de él con leche de cabra, y el messer Isaac de Siena le fabricara un compuesto sutil que no dejaba salir el oro del cuerpo, ni por orina ni por mayores, que quedaba chapándole las interioridades. El día en que tomó la última onza áurea, murió ser Latino de repente, y el primo, que era un Montefosco de Malapredda, que son todos tuertos del derecho y zurdos, desde una abuela galicosa que tuvieron, tuvo el soplo de la muerte (hay quien dice que por un cuervo que amaestrara de correo), y se presentó en la torre con un esquilador que tenía un juego de raspadores catalanes comprados en la feria de Tortosa, y ambos se encerraron con el cadáver en una cuadra, y al cabo de dos días dieron por terminado el raspado del estómago y del trípodo, limpiándolas del oro allí acumulado, que estaba dispuesto como escamas de pez, y fundido dio siete libras genovesas. Relucían los lingotes, pero hedían como si fuese excremento humano y hubo que fundirlos varias veces, y el Montefosco se pasaba las mañanas lavándolos con lirio de Pisa y aguas de anís, para que los banqueros florentinos no descubriesen que aquel era el oro del último Bracciaforte.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.

VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Calle de las Flores

Córdoba, tres días de un octubre

12 febrero 2022

Sobre el cuco (33) - imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.

 GATAMELATTA: «La gata melosa», un famoso condottiero de los que inventaron, en la Italia del Quinientos, el arte militar. Mandaba pintar de oro los genitales de su caballo, y como le molestaban las moscas, andaba siempre seguido de un paje que llevaba un sombrero embadurnado con miel, al que aquellas acudían, dejándolo a él tranquilo, imaginando marchas al amanecer, el cuco a la siniestra.


VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Índice onomástico
Álvaro Cunqueiro

Calle de las Flores

Córdoba, tres días de un octubre

11 febrero 2022

Sobre el cuco (32) - en Carpi, donde nos saludó el cuco

 VERO dei Pranzi se dirigió hacia donde tenían los suyos atado a un roble a Fanto Fantini della Gherardesca, y durante largo rato contempló a este en silencio. Vero se había puesto sus mejores ropas, con cintas de colores en la esclavina, y llevaba tras él a uno de sus pajes, dándole aire en la amolletada y colorada nuca. Era casi enano, mofletudo de rostro, estrecho de frente bajo la que, pasando un selvático bosque de cejas, se hundían unos ojos negros que las más de las veces miraban coléricos. Los brazos, en demasía largos, le llegaban hasta las rodillas, balanceándolos al andar, con lo cual parecía que marchaba tordeando un borracho. Le hacían zapatos de tacón doble en Bolonia, y para dar más alto, usaba además sombrero de pico con plumas, una moda que trajo a Italia aquel inglés Giovanni Acutto. Que anduvo con Catalina de Siena en las batallas que devolvieron el papa a Roma desde su palacio de Aviñón. Vero dei Pranzi era un capitán de reconocida dureza, cruel en los saqueos, generoso con sus soldados, sufriendo con ellos la aspereza del campo, pero sin ahorrarles la muerte. Vero mismo podía exhibir una docena larga de cicatrices. Se decía que estaba casado en tres lugares diferentes. Andaría por los cuarenta años. Los suyos habían entrado, nocturnos, en una granja, a robar un ternero para asarlo en el campo, que era dos días después la fiesta de San Crisógono de Aquilea, que es santo a la jineta, y tropezaron con Fanto, que iba secreto a Borgo San Sepolcro, y dormía a pierna suelta. Nito había llevado, en Lionfante, al can Remo, a que le curasen unas anginas en Parma, y el capitán estaba solo, que dejara su gente en Rávena, en cuarteles de invierno venecianos. Fanto amaba pasar, cuando podía, en su ciudad natal los últimos días del otoño, no regresando a sus tropas hasta que cataba el vino nuevo.

—Corren por ahí noticias, amigo Fanto —dijo Vero al prisionero—, de que has hecho dos canciones, una en la que alabas la hermosura de tu dama en un campo, en mayo, despidiéndote para la guerra, y otra en la que comparas tu vida con las hojas del bosque en otoño, que el viento lleva de aquí para allá. Busca en tu memoria la primavera pasada, porque otra ya no verás. ¿Por dónde andabas?

Fanto recordó, y sonrió.

—Por Adria, cabalgando por caminos entre cerezos, pasando el río de Julieta por vados en cuyas orillas florecía el manzano, cargando en Copparo contra los señores de Guastalla, y haciendo paces por Venecia en el claro de una robleda, en Carpi, donde nos saludó el cuco. Florecían las viñas, y los prados de Viadana eran una alfombra verde bordada en oro y carmesí.

—No verás otra, Fanto. Tengo para ti en los montes más allá del Paso della Cisa, una torre cuadrada. Antes, pasaba a sus pies un río que iba tumultuoso al Secchia, pero lo desviaron los duques de Módena para hacer leguas abajo, y a media jornada de su ciudad, un jardín de septiembre. La torre se llama Aquilasola. Y habiéndose ido el agua, todo el país es de tierra arenisca donde no nace una hierba. No volverás a ver verde en tu vida. Ya no hay prados en la vallina, y han muerto los chopos de la ribera. ¡Tierra rojiza, arenisca, tierra y solamente tierra! Te dejaremos allí con víveres para un mes. Oveja salpresa, claro, y un jarro de agua que administrarás prudentemente.

Vero rió, rieron los suyos.

—Las propias ratas abandonaron Aquilasola, Fanto, por ir a cualquier lugar de fuentes.


VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Enriketa ve un fantasma