10 febrero 2022

Sobre el cuco (31) - Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.

 El campamento dormía. Dormía quizá desde hacía siglos, esperando el regreso de César. Seguiría durmiendo mientras él no dijese que había regresado. Acaso conviniese dejar pasar el otoño y el invierno, y esperar a la primavera. Entonces, desde el podio, situado a nueve pasos de su tienda, a la sombra de las águilas, César, armado de hierro, de nostalgia y de gloria, diría: «¡Ahora son los idus de abril!». Florecerían los cerezos, cantaría el cuco en el bosque y relincharía Primaleón.


EL AÑO DEL COMETA CON LA BATALLA DE LOS CUATRO REYES
AUDIENCIA CON JULIO CÉSAR. FINAL
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

09 febrero 2022

Sobre el cuco (30) - —¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés.

 CERDEIRA DO MARCO

JOSÉ Onega Viador, conocido por Cerdeira do Marco, pasó toda la vida deseando tener un loro hablador. Cerdeira era un casi albino, esmirriado, friolento, metido debajo de un sombrero negro de ala ancha. Casara con una de las herederas de Sirmunde, la señora Eugenia, alta, pechugona, blanca. Parece ser que hubiera un desliz en el tiempo de varear las castañas, y por ello se hizo tal boda. Cuando murió la señora Eugenia y Cerdeira se encontró dueño del capital, decidió que habían llegado los días de comprar el loro. Además, que no le habían quedado hijos del matrimonio. En Lugo le dieron la dirección de una casa de Barcelona que mandaba, de puerta a puerta, loros, papagayos y toda clase de aves exóticas. Cerdeira escribió pidiendo precios, y le contestaron que precisamente en aquel momento tenían dos loros que hablaban francés, y que los vendían a buen precio, ya el par, ya por pieza. Le mandaban a Cerdeira la fotografía en colores de los dos loritos, y un folleto sobre la cría de estas aves, alimentación, enfermedades más propias, etc. Uno de los loros se llamaba Briand y el otro Calumet, y eran haitianos. Cerdeira fue a consultarse con Domingo de Moure, agrimensor y capador de cerdos, con licencia por León. Cerdeira se inclinaba por Briand, pero Domingo prefería a Calumet.

—¡Tiene levantada la cabeza! ¡Parece más honrado!

—¡Tira algo a soberbio! —apuntaba Cerdeira.

—¡En un forastero no está mal mirado! —sentenció Domingo.

Cerdeira se vino a razones y compró el loro Calumet. Llegó a Lugo sin novedad por La Camerana. Era pequeño, muy inquieto y en un ojo tenía una nube roja. No bien lo sacaron de la caja comenzó a saludar:

—Bon jour, mesdames et messieurs! Mon biscuit, s’il vous plait!

—Biscuit es bizcocho —dijo el maestro del Marco, que estaba presente y era alicantino.

—¡Está aviado! —comentó Cerdeira—. ¿No le serán lo mismo unas sopas en vino con azúcar?

—Voulez-vous une soupe de vin sucre? —le preguntaba el alicantino al loro.

—Landru aupoteau! —se puso a gritar este.

El maestro le explicó a Cerdeira quien fuera Landru. Después, con Domingo de Moure, discutieron cómo ir acostumbrando el loro a la cocina gallega y que se dejase de bizcocho. Calumet estaba calladito, y de vez en cuando se buscaba los piojos con el pico. Aquella jornada le dieron una galleta María mojada en leche y medio melocotón en almíbar.

—¡Sale algo caro este Calumet! —dijo Cerdeira.

El loro durmió en su percha, que la hiciera el propio Cerdeira, quien carpinteaba algo. Antes de apagar la luz, Cerdeira se quedó a solas con el loro y le advirtió:

—¡Yo soy José Onega, tu amo!

—Bon soir, papa! —le respondió Calumet.

A Cerdeira le hizo gracia lo de papá. Soñó que aprendía francés y hablaba con el loro, y este le contaba de su familia, de cómo eran la América Central y Barcelona. Pero, a la mañana siguiente, cuando Cerdeira fue a darle los buenos días al loro, este había desaparecido. Me lo contaba el propio Cerdeira:

—¡Ni rastro del loro!

Durante muchos días, mañana, tarde y noche, Cerdeira buscó a Calumet por la robleda de Eirís, por los castañares de Vilega, en las casas de los vecinos. ¡Nada! Y Cerdeira no sabía consolarse de aquella pérdida. Pasaron dos, tres años, y todavía se recordaba de Calumet.

—¡Qué pronto se había dado cuenta de que yo era su amo! Bon soir, papa!

Y se echaba a llorar. Compró un diccionario francés-español por si Calumet volvía. Un día fue Cerdeira a Lugo, y se sentó donde dicen Vilares a esperar el autobús, a la sombra de unos álamos. Levantó la cabeza porque muy cerca cantaba el cuco.

—¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés. ¡No me explico bien, quizás! Cantaba con el acento mismo de Calumet. ¿Andaría por allí? ¿Dicen algo los libros de si puede haber cría de loro y cuca?

Cerdeira nunca se consoló, repito, de la pérdida de Calumet. Cada vez aparecía más sumergido debajo del sombrero negro. Andaba con el diccionario franco-español debajo del brazo. Pescó una pulmonía y murió. Sus sobrinos me regalaron el diccionario, dentro del cual estaba la fotografía de Calumet que le mandaran de Barcelona a Cerdeira, un loro con la cabeza levantada, y encima de ella un letrero que decía On parte frangais.


SEMBLANZAS Y NARRACIONES BREVES
Álvaro Cunqueiro

Un rincón cordobés

 Córdoba, tres días de un octubre

08 febrero 2022

Sobre el cuco (29) - y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño

 SEBASTIÁN DE CORNIDE

TRABAJABA en Barcelona en un taller de carrocerías y habiéndose comprado una chaqueta azul y pantalón gris, amén de media docena de corbatas se echó una novia murciana que se llamaba Fuensanta. Sebastián era alto y más bien flaco, y la novia era pequeña y regordeta. Era muy cariñosa y calladita, y siempre le estaba pidiendo a Sebastián que le contase algo. Sebastián era también más bien callado, y pocas cosas tenía que contar como no fuese de su aldea de Cornide, de su hermano cazador, de ir a bañarse en verano al río, de las vacas, de la feria de Monterroso, del pulpo, de un loco que había en Beade y que escupía lagartijas, y de las siembras y las cosechas, y de los pájaros del país, a los que imitaba muy bien, comenzando por el cuco y terminando por el mirlo y el ferreiriño. La murciana, por esto de la imitación de los pájaros por parte de Sebastián, andaba diciendo que tenía un novio músico. Lo que más sorprendía a Fuensanta de la aldea de Cornide, es que no hubiese sandías y no se fabricase allí el pimentón. Fuensanta, escuchándole a Sebastián como se preparaba el pulpo, sugirió que si ellos, ya casados, montaban un negocio de pimentón en Cornide, que surtían a Galicia toda y se harían ricos. Tanto pensaron en el pimentón y en lo solazadamente que vivirían, y lo que viajarían en vacaciones, y tanto se abrazaban y besaban cuando descubrían una nueva ventaja del asunto pimentonero, que tuvieron un niño. El niño nació cuando le habían mandado a Fuensanta desde su Murcia natal un catálogo de pimientos con las instrucciones para su cultivo. El niño nació con una mancha en la mejilla derecha. Una mancha rojiza, del tamaño de un duro, y en forma de pimiento morrón.

Sebastián dudó entre casarse o no con Fuensanta, porque él quería regresar a su aldea, que estaba cansado de Barcelona y unos tíos suyos lo llamaban ofreciéndole la herencia, y ella no estaba dispuesta a venir a Galicia si no se montaba la fábrica de pimentón. Una manía como otra cualquiera. Sebastián considerando lo de la mancha de la mejilla derecha del niño, dijo que no era bueno que el crío creciese sin padre. Hubo boda, con mucha asistencia de murcianos, y mucha guitarra y canciones. Sebastián pasaba la mayor parte de su tiempo libre intentando convencer a Fuensanta de que lo mejor era que se fuesen a vivir a Cornide, y que ya allí verían si se daban los pimientos, y si era rentable el fabricar pimentón. Y al fin decidió la Fuensanta. A la murciana le gustó Cornide, que está en un alto, y por eso allí no podía haber inundaciones del Segura, que tanto le asustaron de niña en su pueblo de Murcia. Plantó pimientos, que no se dieron muy bien, y con lo que sabía del arte de hacer pimentón, logró así como media libra para el consumo doméstico. La murciana tenía una cierta disposición para el dibujo, y con lápices de colores dibujó y coloreó una especie de etiquetas, con las que envolvió el bote en el que guardó el pimentón casero. La etiqueta decía: «Pimentón dulce de Cornide. Marca El Niño del Pimiento». Y rodeado por el letrero, apareció el hijo, con su carita redonda, y en la mejilla derecha un pimentón rojo que llegaba desde la oreja hasta el mentón. En la fiesta del patrón, sacaba el bote a la mesa, y la murciana era muy felicitada.


LAS HISTORIAS GALLEGAS
Álvaro Cunqueiro

En las calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

Enriketa ve un fantasma