28 enero 2022

Sobre el cuco (18) - aparecía el vendaval, un gran mugidor, el toro de los vientos, el «ventus validus»

 En la muerte de un bosque

Algunos de mis lectores recordarán que más de una vez he escrito acerca del bosque de Silva. Un bosque que en mi Mondoñedo yo veía todas las mañanas al levantarme y escuchaba todas las noches, cuando el vendaval lo sobresaltaba. El bosque cubría una colina antigua. Pravias, álamos, chopos, abedules, algunos robles y castaños mezclaban sus ramas en él. Al pie de la colina, regando parvos prados, va el Sixto, un regato claro, que más abajo, antaño, será el foso junto a la cerca de la ciudad. Entre el bosque y el río sube el camino viejo a Lugo, descalzo por las torrenteras. En marzo yo escuchaba en el bosque el cuco agorero, que despertaba a un tiempo para amores y para profecías. El mirlo andaba todo el año volando desde el bosque a los huertos vecinos, donde el abrigo del norte son parras vetustas y fecundas. Los cuervos cubrían con su grave vuelo la distancia que hay entre el bosque y los agros alcantarinos del Sabelo. Al caer la tarde, palomas torcaces regresaban a sus nidos. Y en la hora vespertina, en el verano, en el enorme silencio saludé una vez respetuosamente al encantador serótino:
Quita a monteira, amigo
que xa o reiseñor
vai cantando no bosque,
ferido de amor!
Pero la hora más hermosa del bosque de Silva llegaba cuando mediaba otoño y grandes manchas rojas y doradas sustituían al verde en la espesura forestal. Una mañana cualquiera, con grandes y oscuras nubes en el cielo, aparecía el vendaval, un gran mugidor, el toro de los vientos, el «ventus validus», en la plenitud de su poder, y con sus manos abiertas se llevaba todas las hojas secas. Y quedaba en el bosque desnudo. Pero los días en que habitaba el otoño en las copas de los árboles, yo tenía vecino, visto desde mi ventana, un país profundo de Claudio de Lorena, uno de aquellos bosques en los que la imaginación europea aprendió a contemplar precisamente el otoño —invención tardía de la sensibilidad occidental.
Pues ese bosque vecino mío lo han ido talando. Descubierta queda la corona de la colina castrexa, y yacen en la ladera los troncos, que los leñadores han descortezado lentamente. Tengo la triste sensación de haber perdido un gran amigo, un compañero de ocios. Y como le imaginaba al bosque mío todos los misterios que son propios de las selvas, aprendidos en mil relatos, ¡ah, Brocelandia de Arturo y de Merlín!, he perdido también la estampa que me servía para poner de fondo en las historias que más amé, y amo todavía. Para mí el bosque de Silva lo era todo, y especialmente Sangri-la, es decir, la espesura que en su corazón ocultaba un claro con una fuente, el jardín de la Edad de Oro.
Está visto que no le dejan a uno envejecer en paz. Y he durado yo más que el bosque. Quisiera encontrar palabras para los versos de una elegía, en la que poder decirle al bosque, al oído, que existe la resurrección de las verdes ramas, allá, en el Paraíso.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Una ventana con flores

Córdoba, tres días de un octubre

27 enero 2022

Sobre el cuco (17) - En abril me gusta escuchar el cuco agorero

 El ruiseñor

En abril me gusta escuchar el cuco agorero, con su voz amarga madrugando en el bosque. Y ahora, en agosto, el ruiseñor. Lo escuché hace cuatro o cinco días en un valle ourensano de viñas, en un otero, un pazo con dos cipreses en el jardín. «Palomar y ciprés, pazo es», dice el refrán, enseñándole al viajero la calidad de la casa que contempla desde una vuelta del camino. Hubo un pintor inglés que le gustó mucho a Dickens, un pintor fantástico. Se llamó Francisco Oliverio Finch. Uno de sus cuadros se titulaba «El castillo de la Indolencia», y se aseguró que adormilaba al contemplador. Yo tuve durante muchos años en una carpeta una reproducción de un cuadro de Finch, una lámina recortada de una revista. Se titulaba el cuadro «Ideal landscape from Keats’ Ode to the Nightingale», «Paisaje ideal para la oda de Keats al ruiseñor», y escuchando el cantor vespertino en aquel pequeño valle recordé el cuadro de Finch y me pareció que el país era el mismo, tan vestido de verde, tan hondo hacia Levante, el río en sus vueltas y revueltas imitando lagunas plateadas y el sol ciñendo de oro las fatigadas cumbres que cierran el valle. Creo recordar que en el cuadro de Finch había un hombre que contemplaba, desde la puerta de una casa, en primer término, el valle donde cantaba el ruiseñor. Donde cantaban el ruiseñor y Keats. Tenía un sombrero azul en la mano —¿lo tenía o sueño que lo tenía?—. Escuché durante un rato el ruiseñor, tan melancólico como suele, y recordé un verso de mocedad: «reiseñor, corazón do meu silencio fonte»… («ruiseñor, corazón, de mi silencio fuente»…).

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Se recogen aquí gran parte de los artículos publicados por Álvaro Cunqueiro en la revista catalana Destino entre 1961 y 1976. Aunque su colaboración comenzó en 1938, se reúnen en este volumen sólo aquellos artículos que no han visto la luz en formato de libro. En total, se presentan casi trescientos artículos, clasificados en las siguientes secciones: «En la ruta de la seda», un itinerario que transcurre entre Venecia, Córdoba y China; «Florilegio» recoge publicaciones de tema literario, de Sherlock Holmes al caballero de Olmedo; «Onírica», un conjunto de textos mágicos donde habitan brujas, demonios y unicornios; «Retratos de hermosas», con cinco visiones femeninas, desde la bailarina Cléo de Mérode a la reina de Saba; en «Del lejano país» surge el mundo gallego, con sus tópicos revisitados (lobos, curanderos) y el Camino de Santiago; unas «funestas lentejas» o una «teoría e iluminaciones del aguardiente» son ejemplos, en «De lo coquinario y vinícola», del Cunqueiro gastrónomo; «De santos y otras gentes», un recorrido por las vidas de santos y otros personajes singulares; «El variado mundo», artículos de la década de 1970 donde se analiza la actualidad; por último, «En tiempo de adviento» recorre las tierras gallegas en busca de las tradiciones paganas y religiosas de la Navidad.

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

26 enero 2022

Sobre el cuco (16) - En Galicia creemos que al cuco le gusta que le den el don y le llamen con nombre de humano.

El cuco
Creo recordar que el año pasado, por estas mismas fechas, les dije a ustedes que había llegado el cuco a esta orilla de la ría viguesa, y que yo había, pasando cerca de una robleda, escuchado cantar al ave que todo Occidente tiene por agorera. Un poeta inglés salió una vez al campo y, en mañana de lluvia, vio que se abrían las nubes para dejar paso un rayo de sol, y escuchó el cuco cantar. Se dijo, emocionado: «¡grandes y hermosos son los tiempos! ¡Hasta el Paraíso quizá no me sea dado asistir a nada semejante!». Yo iba anteayer distraído, y me sorprendió el monótono canto. Puedo decir que me dio un vuelco el corazón, y me quedé un rato escuchando la voz que venía del bosque. En Galicia creemos que al cuco le gusta que le den el don y le llamen con nombre de humano. Martiño, es decir, Martín, por ejemplo. Hace años viajaba yo a Ourense con un amigo y sus hijos, pequeñuelos de ocho y diez años; paramos junto a un bosque y, siendo abril, me extrañó no escuchar cuco en la dulce mañana. Por si estaba dormido, me puse a despertarlo a grandes voces:
—Ei, señor cuco! Ei, don Martiño!
Y desde los robles y los castaños vino la respuesta:
—¡Cu có! ¡Cu có! ¡Cu có!
Fue como un milagro, de aquellos que hacían los santos que hablaban con los pájaros, antaño.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Se recogen aquí gran parte de los artículos publicados por Álvaro Cunqueiro en la revista catalana Destino entre 1961 y 1976. Aunque su colaboración comenzó en 1938, se reúnen en este volumen sólo aquellos artículos que no han visto la luz en formato de libro. En total, se presentan casi trescientos artículos, clasificados en las siguientes secciones: «En la ruta de la seda», un itinerario que transcurre entre Venecia, Córdoba y China; «Florilegio» recoge publicaciones de tema literario, de Sherlock Holmes al caballero de Olmedo; «Onírica», un conjunto de textos mágicos donde habitan brujas, demonios y unicornios; «Retratos de hermosas», con cinco visiones femeninas, desde la bailarina Cléo de Mérode a la reina de Saba; en «Del lejano país» surge el mundo gallego, con sus tópicos revisitados (lobos, curanderos) y el Camino de Santiago; unas «funestas lentejas» o una «teoría e iluminaciones del aguardiente» son ejemplos, en «De lo coquinario y vinícola», del Cunqueiro gastrónomo; «De santos y otras gentes», un recorrido por las vidas de santos y otros personajes singulares; «El variado mundo», artículos de la década de 1970 donde se analiza la actualidad; por último, «En tiempo de adviento» recorre las tierras gallegas en busca de las tradiciones paganas y religiosas de la Navidad.

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

25 enero 2022

Sobre el cuco (15) - la llamada del cuclillo desde los montes de robles

RESUELTO, PERO LLENO de aprensiones, Noel se detuvo a tomar aliento en el primer rellano de la escalera. Abrió una ventana y miró hacia el mundo. Era, sin duda, un mundo familiar. Sobre ese mismo paisaje había abierto su ventana, sólo veinticuatro horas antes, pues el día anterior había madrugado para galopar hacia Horton Down.

Dos largas manchas grises se movían a lo lejos en el parque. Una era la niebla, arrastrándose, arremolinándose y dispersándose en la atmósfera; la otra, el rebaño, que empezaba a pastar en la pradera cubierta de rocío.

El día anunciaba ya su reino. El aroma de las lilas, denso como el de los azahares, se escapaba de los jardines. El coro en sordina de la aurora se aguzaba en notas ya distintas. Eran las currucas con su monótono canto descendente, y los pinzones con el suyo jubiloso. Eran los efectos de suspenso a cargo sólo de los reyezuelos, indecisos entre callar o responder. Y dominador e insistente, como si temiera ser condenado al silencio por una quincena o por una semana, la llamada del cuclillo desde los montes de robles. Para Noel, que salvo algunas pocas variedades conocidas de los brezales sólo consideraba a los pájaros como ingenuos poetas de la naturaleza y emisarios de las doncellas, estos sones llegaban confundidos. Pero esa simple sensación integral resultábale perturbadora, y miró casi con ansiedad alrededor buscando un signo cualquiera, indicador de que todo había cambiado.

Y el signo estaba allí. Estaba allí bajo la forma de un rizo de humo que se elevaba, una hora antes de lo habitual, en medio del panorama. Era Mrs. Manley, en la verja sur, sabedora de que el cielo se había desplomado, y dispuesta a afrontar lo desconocido adelantando la rutina del día. Estaba allí, más evidente aún, en la figura de los policías de guardia. Y estaba también encarnado en ese pequeño grupo que subía a la cumbre de la colina de Horton, precedido por una silueta gesticulante, y seguido por otro grupo cargado con cámaras, esta vez al parecer de tipo cinematográfico y telescópico.

Y también estaba, aunque Noel no lo supiera, en el par de automóviles que volaba por la pendiente de la carretera de Horton: era la prensa, que se bebía los vientos por llegar a Scamnum Court.

Y estaba igualmente allí, aunque lo ignorara también, en esa lejana pincelada blanca sobre el horizonte. Porque ése era el humo del expreso que llevaba las noticias de Londres hacia el sur y el oeste; y la historia de Scamnum figuraba impresa en dos pulgadas de tinta roja en todos los periódicos. Es decir, en todos excepto en el Despatch Record, cuyo redactor había contado con algunos minutos suplementarios para dedicarle una columna entera en letras llameantes, que fue el comentario de Fleet Street durante varios días.

Noel se inclinó un poco más sobre el alféizar de la ventana, calculó automáticamente la posibilidad de escupir sobre el casco de un policía apostado debajo, y luego volvió rápidamente la vista a la fachada este. En la más remota lejanía se divisaba una fugitiva línea azul.

—«El mar —cantó— yace risueño a lo lejos…».

Saludó con la mano al policía, estupefacto.

—«Y en las praderas y en los campos bajos

queda toda la dulzura de todas las auroras…».

Y luego de haberse reanimado con procedimiento tan peculiar, cerró de golpe la ventana, trepó los escalones que le faltaban y golpeó enérgicamente la puerta de Diana Sandys.

—¡Hola! —saludó Diana, que estaba sentada en la cama, con un lápiz de oro detrás de la oreja, y comiendo bombones de chocolate—. Entre.

Miró con cierta vacilación a su visitante.

—Puede usted sentarse en la cama —invitó, por último, con decisión.

Noel se sentó a los pies de la cama. Hubo una pausa que pudo resultar incómoda si tanto Noel como Diana no hubieran sabido que por lo menos uno de los dos no se sentía incómodo.

—A esto le llamo yo una nochecita —dijo Noel al cabo de un momento.

—Una noche de todos los diablos.

El lenguaje de Diana era a veces un poco efectista y las Terborgs, sin duda, lo desaprobaban.

—Sin embargo, no la ha dejado anémica —prosiguió Noel galantemente.

—¿No me ha dejado qué? Tome un bombón.

Michael Innes
¡Hamlet, venganza!
John Appleby - 2
El séptimo círculo - 34
Selecciones Séptimo Círculo - 14

En el transcurso de la representación del drama shakespeariano, Polonio, oculto tras los cortinajes, muere de un disparo de pistola. En «¡Hamlet, venganza!», así pues, la ficción se funde con la realidad y el teatro isabelino con la novela policiaca dentro de la sorprendente y original estructura que la maestría de Michael Innes logra articular.

Enriketa ve un fantasma