25 enero 2022

Sobre el cuco (15) - la llamada del cuclillo desde los montes de robles

RESUELTO, PERO LLENO de aprensiones, Noel se detuvo a tomar aliento en el primer rellano de la escalera. Abrió una ventana y miró hacia el mundo. Era, sin duda, un mundo familiar. Sobre ese mismo paisaje había abierto su ventana, sólo veinticuatro horas antes, pues el día anterior había madrugado para galopar hacia Horton Down.

Dos largas manchas grises se movían a lo lejos en el parque. Una era la niebla, arrastrándose, arremolinándose y dispersándose en la atmósfera; la otra, el rebaño, que empezaba a pastar en la pradera cubierta de rocío.

El día anunciaba ya su reino. El aroma de las lilas, denso como el de los azahares, se escapaba de los jardines. El coro en sordina de la aurora se aguzaba en notas ya distintas. Eran las currucas con su monótono canto descendente, y los pinzones con el suyo jubiloso. Eran los efectos de suspenso a cargo sólo de los reyezuelos, indecisos entre callar o responder. Y dominador e insistente, como si temiera ser condenado al silencio por una quincena o por una semana, la llamada del cuclillo desde los montes de robles. Para Noel, que salvo algunas pocas variedades conocidas de los brezales sólo consideraba a los pájaros como ingenuos poetas de la naturaleza y emisarios de las doncellas, estos sones llegaban confundidos. Pero esa simple sensación integral resultábale perturbadora, y miró casi con ansiedad alrededor buscando un signo cualquiera, indicador de que todo había cambiado.

Y el signo estaba allí. Estaba allí bajo la forma de un rizo de humo que se elevaba, una hora antes de lo habitual, en medio del panorama. Era Mrs. Manley, en la verja sur, sabedora de que el cielo se había desplomado, y dispuesta a afrontar lo desconocido adelantando la rutina del día. Estaba allí, más evidente aún, en la figura de los policías de guardia. Y estaba también encarnado en ese pequeño grupo que subía a la cumbre de la colina de Horton, precedido por una silueta gesticulante, y seguido por otro grupo cargado con cámaras, esta vez al parecer de tipo cinematográfico y telescópico.

Y también estaba, aunque Noel no lo supiera, en el par de automóviles que volaba por la pendiente de la carretera de Horton: era la prensa, que se bebía los vientos por llegar a Scamnum Court.

Y estaba igualmente allí, aunque lo ignorara también, en esa lejana pincelada blanca sobre el horizonte. Porque ése era el humo del expreso que llevaba las noticias de Londres hacia el sur y el oeste; y la historia de Scamnum figuraba impresa en dos pulgadas de tinta roja en todos los periódicos. Es decir, en todos excepto en el Despatch Record, cuyo redactor había contado con algunos minutos suplementarios para dedicarle una columna entera en letras llameantes, que fue el comentario de Fleet Street durante varios días.

Noel se inclinó un poco más sobre el alféizar de la ventana, calculó automáticamente la posibilidad de escupir sobre el casco de un policía apostado debajo, y luego volvió rápidamente la vista a la fachada este. En la más remota lejanía se divisaba una fugitiva línea azul.

—«El mar —cantó— yace risueño a lo lejos…».

Saludó con la mano al policía, estupefacto.

—«Y en las praderas y en los campos bajos

queda toda la dulzura de todas las auroras…».

Y luego de haberse reanimado con procedimiento tan peculiar, cerró de golpe la ventana, trepó los escalones que le faltaban y golpeó enérgicamente la puerta de Diana Sandys.

—¡Hola! —saludó Diana, que estaba sentada en la cama, con un lápiz de oro detrás de la oreja, y comiendo bombones de chocolate—. Entre.

Miró con cierta vacilación a su visitante.

—Puede usted sentarse en la cama —invitó, por último, con decisión.

Noel se sentó a los pies de la cama. Hubo una pausa que pudo resultar incómoda si tanto Noel como Diana no hubieran sabido que por lo menos uno de los dos no se sentía incómodo.

—A esto le llamo yo una nochecita —dijo Noel al cabo de un momento.

—Una noche de todos los diablos.

El lenguaje de Diana era a veces un poco efectista y las Terborgs, sin duda, lo desaprobaban.

—Sin embargo, no la ha dejado anémica —prosiguió Noel galantemente.

—¿No me ha dejado qué? Tome un bombón.

Michael Innes
¡Hamlet, venganza!
John Appleby - 2
El séptimo círculo - 34
Selecciones Séptimo Círculo - 14

En el transcurso de la representación del drama shakespeariano, Polonio, oculto tras los cortinajes, muere de un disparo de pistola. En «¡Hamlet, venganza!», así pues, la ficción se funde con la realidad y el teatro isabelino con la novela policiaca dentro de la sorprendente y original estructura que la maestría de Michael Innes logra articular.

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

24 enero 2022

Sobre el cuco (14) - a lo lejos el cuclillo lanzó de nuevo su grito loco y lascivo.

Los rayos del sol adormilado, que penetraban sesgados por la parte frontal de la casa, formaban alargados rectángulos color de oro en el marchito papel floreado que cubría las paredes de la gran estancia embaldosada que servía de comedor durante los fines de semana. La puerta principal estaba abierta de par en par, y por ella penetraban los distantes gritos de los cuclillos. Más allá del sendero de grava bordeado de hierba, más allá de la descendente explanada cubierta de césped recién cortado y del erecto seto de frambuesos, se divisaba el mar azul plata, de un color demasiado delgado y transparente para poderle llamar metálico, con calidad de papel de plata delgado como la piel; y el mar se alzaba y, en un punto indeterminado, se fundía con el pálido y esplendente azul del cielo de verano. En lo dorado y polvoriento del sol y en la etérea delgadez del mar había ya sugerencias de anochecida.

...

Ahora avanzaban a lo largo de una estrecha senda, encajonada entre altos márgenes de pronunciada pendiente, en los que las blancas florecillas de las ortigas formaban como una red, y la hierba se alzaba con fatiga sobre un musgo alto y amarillo que, a la luz del sol ardiente, presentaba un aspecto tan seco y polvoriento que difícilmente se hubiera dicho que pertenecía al reino vegetal. Reinaba allí un denso olor a polvo y vejez, que quizá procedía del musgo. Cerca, en el bosque, sonó el canto de un cuclillo, un canto frío, preciso, vacío, loco. Kate cogió la mano de Ducane, y dijo:

—Me parece que no te acompañaré en la visita a Willy. Últimamente ha estado un tanto deprimido, y estoy segura de que más valdrá que le veas a solas. Me parece que Willy nunca se suicidará. ¿Tú qué crees, John?

...

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

23 enero 2022

Sobre el cuco (13) - cuando un cuco macho se aparea, lo hace con un cuco hembra

  El libro genético de los muertos

Recuerda la sabiduría de los viejos días… *
W.B. Yeats, The Wind Among the Reeds [El viento entre las cañas] (1899)
* Remember the wisdom out of the old days…
La primera redacción escolar que puedo recordar llevaba por título «El diario de un penique». Uno tenía que imaginar que era una moneda y contar su historia, de cómo pasó cierto tiempo en un banco hasta que fue entregada a un cliente, cómo sintió el tintineo de las demás monedas en el bolsillo, cómo fue entregada en pago de alguna compra, cómo fue entregada a otro cliente como cambio, y después… bueno, seguro que el lector escribió también una redacción similar alguna vez. Es útil pensar del mismo modo en un gen que viaja no de un bolsillo a otro, sino de un cuerpo a otro a través de las generaciones. El primer punto que la analogía de la moneda deja claro es que, por supuesto, no hay que tomar la personificación del gen al pie de la letra, del mismo modo que cuando teníamos siete años de edad no pensábamos que nuestras monedas pudieran hablar. La personificación es a veces un artificio útil, y el que algunos críticos nos acusen de tomarla al pie de la letra es casi tan estúpido como el hecho mismo de tomar la personificación al pie de la letra. Los físicos no están literalmente «encantados» por sus partículas, y el crítico que les acusara de ello sería un fastidioso pedante.
Llamamos «acuñación» de un gen a la mutación que lo hizo nacer por alteración de un gen previo. Sólo una de las muchas copias de un gen en la población se modifica (por un evento de mutación, pero una mutación idéntica puede modificar otra copia del mismo gen en el acervo genético en algún otro momento). Las demás continúan produciendo copias del gen original, que ahora puede decirse que compite con la forma mutante. Producir copias es, desde luego, algo que los genes, a diferencia de las monedas, hacen extraordinariamente bien, y nuestro diario de un gen debe incluir las experiencias no de los átomos concretos que constituyen el ADN, sino las experiencias del ADN en forma de múltiples copias a lo largo de generaciones sucesivas. Como vimos en el capítulo anterior, gran parte de la «experiencia» de un gen de las generaciones anteriores consiste en interactuar con otros genes de su misma especie, y ésta es la razón por la que cooperan de manera tan amigable en la empresa colectiva de construir cuerpos.

En Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

22 enero 2022

Sobre el cuco (12) - La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos

Hállanse numerosas especies de aves en las verdeantes llanuras que rodean a Maldonado. Hay allí varias especies de una familia que por su conformación y sus hábitos se aproxima mucho a nuestro estornino; una de esas especies (Molothrus niger) tiene unas costumbres muy notables. Con frecuencia puede verse a muchos de sus individuos posados en los lomos de un caballo o de una vaca; cuando se encaraman sobre un seto, limpiándose las plumas al sol, intentan algunas veces cantar o más bien silbar. El sonido que emiten es singularísimo: se asemeja al ruido que haría el aire saliendo por un pequeño orificio debajo del agua, pero con fuerza suficiente para producir un sonido agudo. Según Azara, este ave deposita sus huevos en los nidos de otras, como hace el cuco. Los campesinos me han dicho varias veces que hay ciertamente un ave que tiene esta costumbre; mi ayudante, persona muy cuidadosa, encontró un nido del gorrión de este país (Zonotrichia matutina), nido que contenía un huevo mayor que los otros, de color y forma diferentes también. Hay otra especie de Molothus en la América del Norte (Molothrus pecoris) que tiene esa misma costumbre del cuco y que desde todos los puntos de vista se asemeja mucho a la especie del Plata, hasta en el insignificante detalle de posarse en el lomo de las reses; sólo difiere de ella en ser un poco más pequeña, y en que su plumaje y sus huevos tienen un tinte algo diferente. Esta semejanza chocante de conformación y de costumbres en especies representativas que habitan en los dos extremos de un gran continente, tiene siempre sumo interés, aunque se encuentra con frecuencia.

Mr. Swainson ha advertido con mucha razón que, excepto el Molothrus pecoris (al cual conviene añadir el Molothrus niger), los cucos son las únicas aves que realmente pueden llamarse parásitas, es decir «que se adhieren, digámoslo así, a otro animal vivo, animal cuyo calor hace desarrollarse a su cría, que alimenta a sus hijuelos y la muerte del cual causaría la de éstos». Es muy de notar que algunas especies del cuco y del molotro, aunque no todas, hayan adoptado esta extraña costumbre de propagación parásita, cuando difieren casi todas sus otras costumbres. El molotro es un ave esencialmente sociable, como nuestro estornino, y vive en llanuras abiertas sin tratar de esconderse o de ocultarse; por el contrario (como todo el mundo lo sabe), el cuco es tímido en extremo, no frecuenta sino los matorrales más retirados y se alimenta de frutos y de orugas. Estos dos géneros tienen también una conformación muy diferente. Se han propuesto muchas teorías, llegándose a invocar hasta la frenología, para explicar el origen de ese tan curioso instinto que induce al cuco a poner sus huevos en los nidos de otras aves. Creo que sólo las observaciones de M. Prévost han dado alguna luz respecto a este problema. La hembra del cuco pone lo menos cinco o seis huevos; según la mayor parte de los observadores; y, según M. Prévost, tiene que ayuntarse con el macho cada vez que ha puesto uno o dos huevos. Pues bien, si la hembra se viese obligada a incubar sus propios huevos, tendría que incubarlos todos juntos, y por consiguiente, los de las primeras puestas quedarían abandonados tanto tiempo que se pudrirían, o tendría que ir incubando cada huevo por separado, inmediatamente después de ponerlo; y como el cuco permanece en nuestro país mucho menos tiempo que ninguna otra ave emigrante, la hembra no dispondría del necesario para ir incubando uno tras otro todos sus huevos durante su permanencia. El hecho de que el cuco se ayunta varias veces y la hembra pone los huevos con intervalos, parece explicar que los deposite en los nidos de otras aves y los abandone a los cuidados de sus padres postizos. Estoy tanto más dispuesto a aceptar esta explicación, cuanto que, como pronto se verá, he llegado de una manera independiente a adoptar las mismas conclusiones respecto a los avestruces de la América meridional, cuyas hembras son parásitas unas de otras, si así puede decirse; en efecto, cada hembra deposita varios huevos en los nidos de otras hembras, y el macho se encarga de todos los cuidados de la incubación, como los padres postizos respecto al cuco.

Charles Darwin,
Viaje de un naturalista alrededor del mundo

Serie: azulejos