28 septiembre 2021

28 de septiembre

Sábado, 28 de septiembre
Hemos estado en el Círculo de Bellas Artes haciendo la foto multitudinaria para el libro Cuentos de cine, organizado todo por Juan Cruz. Se han hecho unas cuantas fotos distintas, todas multitudinarias, porque los cuentos que se publicarán en el libro son casi cuarenta. Emma está un poco decepcionada, porque pensaba verse incluida en una selección de quince o veinte. Confieso que yo también.
Después de las fotos y una copita servida en la sala de juntas —que habría valido muy bien para la de la película Pesadilla— Juan Cruz nos ha llevado a unos cuantos a comer a La Estrecha. Lo he pasado bastante bien oyendo las invenciones que ha contado Manuel Vicent.
Al volver a casa, trozos de películas y fútbol en la tele.
Lectura de El jinete polaco.
Veo dos trozos de películas, una española y otra alemana, a cuál más rara. ¿O será que estamos ya, como me dijo hace tiempo Gutiérrez Aragón, fuera de órbita?

Fernando Fernán Gómez
El tiempo amarillo
Memorias ampliadas (1921-1997)

El tiempo amarillo brinda al lector una nueva y personalísima mirada sobre varias décadas de nuestro país, y también, y sobre todo, una profunda mirada de Fernando Fernán-Gómez sobre sí mismo; una mirada distanciada y cercana a la vez, y que cristaliza en un lenguaje preciso que transmite y contagia sinceridad y emoción.

Flores: lirios

 Jardines y flores

27 septiembre 2021

27 de septiembre

Borrallo de Lagóa

Creo que solamente he visto a Borrallo de Lagóa sin zamarra, una vez, en el San Bartolomé de Espasande, que es en Miranda el día más caluroso del año, que siempre andaba abrigándose con ella, con un par de chalecos y una bufanda colorada. Era albino. Por el país se cree que los albinos ven mejor que nadie, en la noche, el oro perdido en los caminos. Los albinos no pueden echar el mal de ojo, y no hay noticia de que hubiese caído el rayo en casa en la que viva mujer albina. Borrallo era pequeño y delgado, y andaba siempre como escurriéndose o agazapándose. Citaba a los enfermos en los sitios más imprevisibles, en una fuente que hay a una legua de Pacios, o al pie de un tejo que hay en Vilarin, o en el atrio de Reigosa, a la anochecida. Curaba locos, morriñosos inapetentes, y tipos con los huesos cansados, enojados de la vida, o con la paletilla caída. Lo dejaban solo en el campo o en la era, con locos iracundos, y no le hacían nada, que le obedecían y se quedaban quietos y pacíficos. Lo primero que hacía con un loco era cambiarle de nombre. Le decía al loco, que por casualidad se llamaba Secundino:

—Tú eres Pepito. ¡No contestes a nadie más que por Pepito!

Después, arrancando del Pepito, le inventaba a Secundino una vida nueva. A uno que nunca saliera de Bretoña le hacía creer que estuviera en La Habana, y que allí tomara café con sus vecinos Fulano y Mengano, y que pusiera una carbonería o una bodega, y que se retratara en Santa Clara 31, donde había un fotógrafo que era de Ribadeo, junto a un tren de lavado… Y Borrallo le enseñaba al nuevo Pepito una fotografía, y el loco se reconocía en ella. El loco dejaba de pensar en sus temas, de rascar en ellos, y se ponía en los asuntos del ficticio Pepito, que le caían algo más lejos. Todos atestiguan que Borrallo hacía calmos a los locos más furiosos, y que poco a poco a muchos los volvía a la vida cotidiana, y al oficio. Aunque a muchos, al cambiarles el nombre, también les cambiaba el trabajo.

A los que en otras partes de Galicia llaman alganados o ensumidos, por Miranda y Pastoriza les dicen afrixoados. Es gente que entristece, enflaquece, se cansa, desgana la comida, y muere aburrida y callada en un rincón, la piel color de cera, y a veces quejándose de puntos fríos que andan vagabundos por su cuerpo, cuando en el pecho, cuando en la espina. Borrallo estaba especializado, porque él mismo fuera un afrixoado, y se autocuró. Vendió una tierra y fue a pasar un mes a Orense, donde aprendió a leer. Volvió como nuevo. Contaba y no paraba de los cafés cantantes y de las Burgas, las famosas fuentes de aguas cálidas. A los afrixoados hay que convencerlos de que no lo son, de que tienen algo de estómago, o puesta la molleja, —la gente gallega cree que el hombre tiene molleja, como gallo, aunque los médicos titulados, ni aun los de Santiago, sepan de qué lado cae—, o una piedra de ijada, o un catarro de dentro, con flema. Si se logra convencerlos de que no están afrixoados, entonces se inquietan, se animan, se ponen en cura, comen algo, compran las medicinas.

A uno que le llamaban Listeiro, de los Parciales de Úbeda, que se dejaba morir, y se hiciera blasfemo, le dijo Borrallo:

—¡Aún me has de llevar en brazos al San Cosme de Galgao!

Listeiro, haciendo un esfuerzo para levantarse del escaño de la cocina, juró que no llegaba a tal fiesta, que la vida era una mierda, dispensando, y que si no se colgaba era por no darle por el gusto a una nuera que tenía, que estaba esperando a que muriese para comprar mobiliario nuevo. Borralo lograba llevar todas las tardes a Listeiro a dar paseos, que llegaron a ser de una legua, y si se les hacía noche durante el regreso, en los meses veraniegos se quedaban a dormir en una posada o en un pajar. Listeiro se fue aficionando a aquella vagancia. A la hora de la merienda bebían algo. Listeiro se animaba. Borrallo, mientras paseaban, le enseñaba a leer en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Blasco Ibáñez, que comprara en Orense. Listeiro curó. El 27 de septiembre de 1934, Listeiro entró en el campo de la Xesta, donde se celebra la romería de San Cosme de Galgao, llevando en brazos a Borrallo, como este había profetizado. A un Borrallo con tres chalecos y dos bufandas, que en aquel alto siempre soplan fríos nordestes. La nuera se fue a servir a Barcelona y se arrimó a un dependiente que echaba discursos. Borrallo, en el verano del 36, apareció muerto en una cuneta, de un tiro en la cabeza. A Borrallo se le recuerda mucho.

—¡Valía más que Conxo!, me dice un amigo de él.

De niño enseñó a comer del mismo zatico de pan a un ratón y a un mirlo. Me parece estar viéndolo en la farmacia de mi padre, encogido, sentado en un rincón, escuchando cantar un canario, y esperando a que le despachasen pastillas de clorato de potasa, y cinco pesetas de aguardiente alemán.

Álvaro Cunqueiro
Tertulia de boticas y escuela de curanderos

Álvaro Cunqueiro, que ha estado poniendo en zapatillas de andar por casa a buena parte de la mitología clásica, empieza con este libro a mitificar personajes cotidianos.

En la primera parte, «Tertulia de boticas prodigiosas» dice aprovechar los saberes adquiridos en la rebotica de la farmacia paterna para hacer un repaso irónico y socarrón a la farmacopea tradicional, a la legendaria y a la literaria, sazonándolas —con Cunqueiro nunca se sabe hasta qué punto— con remedios salidos de su prodigiosa imaginación.

En la segunda parte, «Escuela de curanderos», hace desfilar a una serie de curanderos, cada uno con su especialidad, sus técnicas y sobre todo su humanidad y sentido común. Estos curanderos pueden parecer inventados, y puede que lo sean, pero los gallegos sabemos que existen, aunque los conozcamos con otros nombres y en otras épocas.

Un libro que se lee con una media sonrisa constante y algunas buenas carcajadas y una nueva oportunidad para disfrutar de la ironía y el delicioso castellano galleguizante de Álvaro Cunqueiro.

Flores: lirios

Jardines y flores

26 septiembre 2021

26 de septiembre

26 de septiembre, domingo, Odesa.

Asamblea del ozet judío convocada para las cinco. Comienza a las siete. Un público increíble. Ni una sola muchacha bonita. No hay proletariado judío. Solo una plebeya pequeña burguesía, raza incorrupta. Partiendo de la rudeza de su naturaleza saca la conclusión de que pertenece al proletariado. Con lo noble que puede ser un judío noble, ¡y qué rudo, basto y odioso puede ser uno vulgar! En las personas sencillas de viejas razas no se da ninguna nobleza natural. El proletariado ario puede ser noble. Entiendo el arquetipo del plebeyo de la Antigüedad clásica. Era un plebeyo, no un proletario. Las razas mediterráneas quizá generen esta clase de hombres. Los pañuelos de bolsillo parecen ser una característica oriental. (Los negros también los llevan). Y probablemente todos los pueblos que, por naturaleza, anden descalzos. La impertinencia es la característica principal del judío. Qué desagradable el restaurante judío Gobermann, en el que sirven las mesas el propio hostelero y su hija. Para que uno no crea que son camareros, se comportan con arrogancia. Allí donde vive junta una masa de judíos, esta sigue procreando, con la endogamia, sus malas características: las multiplican por diez y por cien. No es por eso que surge el antisemitismo. Pues los instintos que se dejan sentir en la masa judía son igual de rudos que los antisemitas. El antisemita debería encontrarse entre las masas judías como en casa. Pero el antisemitismo, me parece a mí, no es sino una variante del odio general que la persona ordinaria siente hacia la buena.

Esta tarde he sido invitado por el dentista Freund. Me aburre. Pienso todo el día en Friedl, en por qué no ha contestado a mi telegrama. Tal vez no esté en Viena. Todavía no ha llegado el correo recibido en Moscú.

Desde hace algunos días amo a Friedl con más fuerza que nunca. Sí, empiezo a amarla.

Era una muchachita cuando yo era un joven que estaba aún muy verde. ¿Ha crecido conmigo? A veces me parece que ha crecido más rápidamente que yo. Su foto me dice demasiado poco. He olvidado qué aspecto tiene. Pero hoy me parece que posee un encanto increíble. Siento curiosidad por conocerlo.

Joseph Roth
Viaje a Rusia

En 1926 el Frankfurter Zeitung propuso a Joseph Roth ir a la Unión Soviética y relatar su experiencia. Roth aceptó de buen grado el encargo puesto que el periplo que estaba a punto de emprender representaba la ocasión para conocer de cerca un país por el que siempre se había sentido atraído y que, tras la revolución, suscitaba también el interés de la mayoría de intelectuales europeos. Tras prepararse intensamente para el más largo de sus viajes como reportero, Roth partió al término del verano. Curioso, atento, avisado testimonio, visitó las grandes ciudades, siguió el curso del Volga y llegó hasta el mar Caspio. Los textos aquí reunidos son sagaces y apasionados, reflejo fiel de sus impresiones. Este libro, además, marca un momento importante en la evolución personal y política de Roth. Tal como él mismo afirmó en una carta que envió desde Odesa: «Es una suerte que haya emprendido este viaje, de otra forma no me habría conocido jamás».

Flores: peonias

 Jardines y flores

Enriketa ve un fantasma