07 septiembre 2021

7 de septiembre

Se ha dicho que procrear no es tan difícil; solo hace falta que dos se pongan a ello; pues bien, no, tienen que ser tres; un hombre, una mujer y Dios entre ellos. Si el pensamiento de Dios es ajeno a su éxtasis, harán un niño, pero no harán un hombre.

George Sand, Histoire de ma vie

No basta, hijo mío, con ablandarse como un pedazo de buey en el caldo del sentimentalismo, hay que pasar a la acción.

¡En cuestiones de amor soy asquerosamente pragmático!

Adolphe Gaiffe, Corsaire, 7 de septiembre de 1852

Unas caricias que hubieran hecho saltar hasta el firmamento a todos los seminaristas de la Tierra.

Raymond Brucker, Mensonge, p. 430

Es menester que la enemistad social se oceanice en la copa de la anarquía, pues la necesidad de verdad está en el fondo del vaso y hay que beber hasta la última gota antes de poder llegar a ese sedimento tan necesario.

Colins

La siega es el desenlace del drama agrícola.

Auguste Desplaces

Me parece que esta noche tengo en mí el alma de Napoleón que me inspira y me manda grandes cosas: en la rue du Coq he comprado un sombrero.

Gérard de Nerval, «Aurelia o el sueño de la vida»,

Revue de Paris, 15 de febrero de 1855

Epígrafe para encabezar esta colección:

He aquí a estos hombres soberbios,

unos sobre los otros tumbados;

así palpitan entre las hierbas

los peces que se han pescado.

Ponsard, poema de Homero, Revue de Paris,

15 de diciembre de 1854

Gustave Flaubert
Bouvard y Pécuchet
Penguin Clásicos

Los mejores libros jamás escritos. Verdadera enciclopedia de la estupidez humana y retrato sangrante y bilioso de la burguesía en estado puro, Bouvard y Pécuchet inaugura de algún modo la literatura del siglo XX. La más entretenida e hilarante farsa filosófica de la historia, novela póstuma (1881) y quijotesco testamento de Gustave Flaubert, nos cuenta las andanzas de Bouvard y Pécuchet, dos almas gemelas reunidas por el azar. Una herencia y el sueño de un retiro contemplativo donde cultivar la sabiduría harán que se abismen en todas las áreas del conocimiento humano de la jardinería al teatro, de la medicina a la religión, para encontrar en todas ellas solo escepticismo y desazón.

Firma la espléndida introducción Jordi Llovet, sutil conocedor de todo lo que rodea al ermitaño de Croisset, y también reúne aquí, dándole a su edición un carácter único, los materiales que preparó el propio Flaubert para la segunda parte (inacabada) de la novela: el «Estupidiario», el «Diccionario de ideas corrientes» o la imposible colección de citas, entre otros textos.

«¡Pensándolo bien, es una buena idea! ¡Dios mío, pues sí! ¿Por qué no?»

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

06 septiembre 2021

6 de septiembre

Aquella mañana, por primera vez, Fähmel estuvo descortés con ella, casi grosero. La telefoneó a eso de las once y media, y ya el timbre de su voz le hizo presentir algo desagradable; no estaba acostumbrada a aquellas modulaciones, y precisamente porque sus palabras se mantenían perfectamente correctas, la asustó el tono de la voz: toda su cortesía quedaba reducida a fórmulas, como si, en lugar de agua, le hubiese ofrecido H2O.

—Por favor —dijo—, ¿quiere buscar en su escritorio la tarjeta encarnada que le di hace cuatro años? Con la mano derecha, Leonore tiró del cajón de su escritorio, empujó a un lado una tableta de chocolate, el paño de lana y el limpiametales, y sacó la tarjeta encarnada. —Por favor, lea en voz alta lo que dice la tarjeta—. Y ella leyó con voz temblorosa: «Estoy en todo momento a disposición de mi madre, mi padre, mi hija, mi hijo y el señor Schrella; no estoy para nadie más».

—¿Quiere repetir la última frase, por favor? —y ella repitió—: No estoy para nadie más. Y además, ¿cómo sabía usted que el número de teléfono que le di era el del hotel Prinz Heinrich? —Leonore no contestó—. Perdone, pero insisto en que se atenga usted a mis indicaciones aunque se las diera hace cuatro años…, por favor.

Ella no contestó.

—Fue una tontería… —¿Se había olvidado de añadir esta vez «por favor»?

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

05 septiembre 2021

5 de septiembre

Morrel e hijos

El que hubiera abandonado Marsella algunos años antes, conociendo a fondo la casa de Morrel, y hubiese vuelto en la época a que hemos llegado con nuestros lectores, la habría encontrado muy cambiada.

En vez de ese aroma de vida, de felicidad y de holgura que exhalan, por decirlo así, las casas en estado próspero, en lugar de aquellos alegres rostros que se veían detrás de los visillos de los cristales, en vez de aquellos corredores atareados que cruzaban por los pasillos con la pluma detrás de la oreja, en vez de aquel patio lleno de fardos, retumbando a los gritos y a las carcajadas de los mozos, hallara a primera vista un no sé qué de triste, un no sé qué de muerto.

En aquellas oficinas sólo quedaban dos de los numerosos empleados. Uno era un joven de veintitrés o veinticuatro años, llamado Manuel Raymond, que enamorado de la hija de Morrel, permanecía en el escritorio, a pesar de todos los esfuerzos que hacía en contrario su familia. El otro era un viejo empleado en la caja; llamábase por apodo Cocles, apodo que le habían dado los jóvenes que en otro tiempo henchían aquella casa poco menos que desierta, y apodo en fin, que había sustituido tan por completo a su propio nombre, que según todas las probabilidades no habría vuelto ahora la cabeza si le llamaran por aquél…

Cocles permanecía al servicio del señor Morrel, habiéndose verificado en la situación de aquel hombre un cambio muy singular. Había ascendido a cajero y descendido a criado. No por esto dejaba de ser siempre el mismo Cocles, bueno, leal, sufrido, pero inflexible en cuanto a la aritmética, en lo cual se las tenía tiesas hasta con el mismo señor Morrel, aunque no conociese otra teoría que su tabla de Pitágoras, que se sabía de memoria, ya de corrido, ya salteado, y a pesar de cuantas artimañas se emplearan para hacerle cometer un error.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

04 septiembre 2021

4 de septiembre

Pero la nave no ha abordado todavía en las costas patrias. Se arrastra con sus gimientes junturas, lenta, cansada, prodigando las últimas fuerzas. ¡Pobre Victoria! De los camaradas que salieron en ella de las islas de las especias sólo quedan a bordo dieciocho, y de los ciento veinte brazos sólo treinta y seis trabajan, precisamente ahora que tanta falta hacen los puños vigorosos. Porque ya a punto de llegar al término, les amenaza una nueva catástrofe. Las viejas tablas del barco se desencajan y el agua se filtra sin interrupción. Intentan remediarlo por medio de una bomba. Pero no les sirve. Lo más eficaz sería echar al agua, como lastre inútil, algo de los setecientos quintales de especias, para evitar el calado excesivo. Pero Elcano no quiere desperdiciar los bienes del Emperador. Relévanse día y noche, al pie de las dos bombas, los hombres cansados en su áspera labor de presidiario, pero al mismo tiempo las velas exigen que alguien las cuide, y el timón alguien que lo gobierne, y alguien que ocupe los sitios de los vigías, y así sucesivamente las cien ocupaciones cotidianas. Llega el agotamiento. Los tripulantes andan titubeando como sonámbulos después de noches y más noches en sus puestos sin conocer el sueño, «tanto debizi quanto mai uomzni furono» —cansados como jamás lo estuvieron seres humanos—. Así escribe Elcano al Emperador. A pesar de lo cual, cada uno ha de hacer doble o triple servicio. Lo hacen, exhaustos, con la esperanza de la llegada. El 13 de julio salieron de Cabo Verde los dieciocho héroes; por fin, el 4 de septiembre de 1522, casi tres años después de haber salido del hogar, un grito ronco de júbilo parte de la gavia. Alguien ha avistado Cabo San Vicente. Para nosotros acaba la tierra europea en este cabo, mas para ellos, los navegantes que han rodeado el mundo, empieza allí Europa, el hogar. Va brotando de las ondas el áspero peñasco, a la par que el ánimo en su corazón. ¡Adelante! ¡Sólo les falta soportar dos días y dos noches! ¡Sólo dos noches y un día! ¡Sólo una noche y un día! ¡Sólo una noche, una sola noche… y por fin, todos se precipitan y se apiñan con un escalofrío de felicidad! Se ve una franja plateada que surca la tierra; el Guadalquivir, que desemboca en el mar junto a Sanlúcar. De aquí zarparon hace tres años los barcos conducidos por Magallanes: los cinco barcos con sus doscientos sesenta y cinco hombres. Ahora es un solo barco de poca monta el que llega. Ancla en la misma orilla, y dieciocho hombres salen de él dando traspiés, doblándoseles las rodillas, y besan la tierra patria, la bondadosa, la firme. En este 6 de septiembre del año 1522 fue coronado el hecho más grande de la navegación. El primer deber que cumple Elcano al pisar tierra es mandar una carta al Emperador con la mala noticia. Sus hombres cogen, entre tanto, con manos codiciosas el pan caliente y tierno que les brindan; hacía años que no habían sentido el tacto blando de la miga del bendito pan, ni gustado el vino, la carne, los frutos de su tierra. Mirábanlos todos impresionados, como si los vieran llegar del Hades. No quieren creer el prodigio. Pero apenas se han confortado caen pesadamente sobre la cama y duermen, duermen por primera vez toda una noche, como antaño, sin cuidados, con el corazón apretado contra el de su patria.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...