31 agosto 2021

31 de agosto

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Ésta es la conclusión de un relato en el que se negarán a creer las gentes más acostumbradas a no asombrarse de nada. Pero estoy curtido de antemano contra la incredulidad humana.
Fuimos recibidos por los pescadores estrombolianos con las atenciones debidas a los náufragos. Nos dieron ropas y víveres. Tras cuarenta y ocho horas de espera, el 31 de agosto, un pequeño speronare nos condujo a Mesina, donde varios días de descanso nos repusieron de todas nuestras fatigas.
El viernes 4 de septiembre embarcábamos a bordo del Volturne, uno de los paquebotes-correo de las mensajerías imperiales de Francia, y tres días más tarde desembarcábamos en Marsella con una sola preocupación en nuestra mente: la de nuestra maldita brújula. Este hecho inexplicable no dejaba de preocuparme profundamente. El 9 de septiembre por la noche llegábamos a Hamburgo.
Renuncio a describir la estupefacción de Marthe y la alegría de Graüben.
—Ahora que eres un héroe —me dijo mi querida prometida—, ya no tendrás necesidad de abandonarme, Axel.
La miré: lloraba al mismo tiempo que sonreía. Imagínense si el regreso del profesor

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

30 agosto 2021

30 de Agosto

 De la misma al mismo

Ugoibea, 30 de Agosto.
«Querido León: No hagas caso de mi carta de ayer, que se ha cruzado con la tuya que acabo de recibir. La ira y los pícaros celos me hicieron escribir una serie de desatinos. Me avergüenzo de haber puesto en el papel tantas palabras tremebundas mezcladas con puerilidades gazmoñas… pero no me avergüenzo, me río de mí misma y de mi estilo y te pido perdón. Si yo hubiera tenido un poco de paciencia para esperar tus explicaciones… otra tontería… ¡Celos, paciencia!, ¿quién ha visto esas dos cosas en una pieza? Veo que no acaban aún mis desvaríos; y es que después de haber sido tonta, siquiera por un día, no vuelve a dos tirones una mujer a su discreción natural.
»Mientras recobro la mía, allá van paces y más paces y un propósito firme de no volver a ser irascible, ni suspicaz, ni cavilosa, ni inquisidora, como tú dices. Tus explicaciones me satisfacen completamente: no sé por qué veo en ellas una lealtad y una honradez que se imponen a mi razón, y no dan lugar a más dudas, y me llenan el alma, ¿cómo decirlo?, de un convencimiento que se parece al cariño, que es su hermano y está junto con él, abrazados los dos, en el fondo, en el fondo… no sé acabar la frase; pero ¿qué importa? Adelante. Decía que creo en tus explicaciones. Una negativa habría aumentado mis sospechas; tu confesión las disipa. Declaras que, en efecto, amaste… No, no es esta la palabra… que tuviste relaciones superficiales, de colegio, de chiquillos, con la de Fúcar; que la conoces desde la niñez, que jugabais juntos… Yo recuerdo que me contabas algo de esto en Madrid, cuando por primera vez nos conocimos. ¿No era esa la que te acompañaba a recoger azahares caídos debajo de los naranjos, la que tenía miedo de oír el chasquido de los gusanos de seda cuando están comiendo, la que tú coronabas con florecillas de Don Diego de Noche? Sí; me has referido muchas monadas de esa tu compañera de la infancia. Ella y tú os pintabais las mejillas con moras silvestres y os poníais mitras de papel. Tú gozabas cogiendo nidos y ella no tenía mayor placer que descalzarse y meter los pies en las acequias, andando por entre los juncos y plantas de agua. Un día, casi a la misma hora, tú te caíste de un árbol, y ella fue mordida por un reptil. Era la de Fúcar, ¿no es verdad? Mira qué bien me acuerdo. Si sería yo capaz de escribir tu historia.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

29 agosto 2021

29 de agosto

 III · En territorio enemigo

Tomé el tren expreso de las 15 en Paddington; iba a Fishguard y, con la precipitación de cualquier muchacho estudiante, llegué a la estación uno o dos minutos antes de la partida. Lo hice adrede. En uno de los compartimientos había un asiento libre, coloqué mi mochila en el portaequipajes y me instalé con el ostensible propósito de leer el Times. Tras sus páginas, que me sirvieron de escudo protector, reflexioné sobre mi situación.
Se imponía la decisión de tratar de entrar en Irlanda del modo más abierto y franco. Si fracasaba, siempre me quedaba el recurso de los «habituales métodos» de Parsonage. Si tenía éxito, podría cumplir mi cometido con menos probabilidades de interferencia por parte del contraespionaje irlandés. Todo esto me hizo pensar que, aunque todavía estábamos en Inglaterra, la aventura había comenzado ya. Sin duda, los irlandeses tenían gente en el tren, gente que vigilaba a los pasajeros y hablaba con ellos, hombres expertos en la tarea de separar las ovejas de los cabritos, lo cual no es —al fin y a la postre— tarea difícil. El menor paso en falso que ahora cometiera podía conducirme al desastre cuando, dentro de unas horas, tuviera que correr el riesgo de pasar por las aduanas irlandesas.

Ruinas romanas de Carranque

En las ruinas romanas de Carranque

Serie: azulejos