El 29 de mayo Napoleón salió de Dresde, donde había pasado tres semanas, rodeado de una corte integrada por príncipes, duques, reyes y hasta un emperador. Antes de partir, se mostró cariñoso y agradecido con el Emperador y los príncipes y reyes que lo merecían y regañó a los reyes y príncipes de quienes estaba descontento; regaló perlas y diamantes propios —es decir, joyas arrebatadas a otros soberanos— a la emperatriz de Austria y abrazó tiernamente a la emperatriz María Luisa, dejándola —según cierto historiador— entristecida por aquella separación que, según decía, no podría soportar. María Luisa se consideraba esposa de Bonaparte, aunque el Emperador hubiera dejado otra esposa en París. A pesar de que los diplomáticos estaban firmemente convencidos de la posibilidad de la paz y trabajaran celosamente por ella; aun cuando Napoleón escribiera personalmente una carta al emperador Alejandro, llamándolo Monsieur mon frère y asegurándole que no quería en modo alguno la guerra y que lo amaría y estimaría siempre, Bonaparte viajaba en dirección a su ejército y a cada nueva etapa daba órdenes para activar el avance de las tropas hacia el este. Salió de Dresde en una carroza de seis caballos, rodeada de pajes, ayudantes de campo y escolta, por el camino de Posen, Thorn, Dantzig y Koenigsberg. En cada una de esas ciudades, miles de personas salían a su encuentro, entusiasmadas y felices.
10 junio 2021
09 junio 2021
9 de junio
El día 6 de mayo de 1709, me despedí solemnemente de su majestad y de todos mis amigos. Este príncipe tuvo la gentileza de ordenar que una guardia me llevase a Glanguenstald, puerto real situado al suroeste de la isla. A los seis días encontré un barco dispuesto a embarcarme para Japón y tardé quince días hacer en el viaje. Desembarcamos en un pueblecito marinero llamado Xamoschi, en la parte sureste de Japón; dicho pueblo está en la punta oeste, donde hay una estrecha bocana que da acceso a un largo brazo de mar, al noroeste del cual se alza Yedo, la metrópoli. Al bajar a tierra enseñé a los oficiales de la aduana la carta del rey de Luggnagg para su majestad imperial. Conocían perfectamente el sello, que era ancho como la palma de la mano. Su impresión representaba a un rey levantando del suelo a un mendigo tullido. Los magistrados del pueblo, al ser informados de mi carta, me recibieron como a un ministro público; me proveyeron de carruaje y criados, y llevaron mis bultos a Yedo, donde fui recibido en audiencia y entregué la carta, que fue abierta con gran ceremonia, y explicada al emperador a través de un intérprete, quien me pidió, por orden de su majestad, que expusiese mi petición, la cual, fuera la que fuese, me sería concedida en atención a su real hermano de Luggnagg.
08 junio 2021
8 de junio
Ahora me gustaría mostrar otra carta que trata de un problema de identificación con la madre. La escribe una pintora, víctima de fuertes crisis de asma. Aquí me serví del elemento onírico que utiliza la artista en su propia pintura. Además, esta carta también es interesante porque presenta el caso de una persona que ya había recurrido a la psicomagia y se había sentido aparentemente curada hasta sufrir una recaída, que requirió un nuevo acto. A veces un acto puede hacer desaparecer una dificultad sin extirparla de raíz, y entonces es conveniente prescribir un nuevo acto:
...Le pregunté por qué, después de visitar un osario de apestados en Nápoles, sufrí una fuerte crisis de asma, al cabo de un año de no haber tenido recaídas. También le pregunté por qué, desde el día de la inauguración de mi exposición sobre los «ángeles», que tuvo lugar casualmente el 8 de junio, víspera del vigésimo aniversario de la muerte de mi madre, había vuelto a tener crisis de asma frecuentes y
07 junio 2021
7 de junio
¿A qué se debe, pues, que, desde Platón, todos los constructores de filosofías hayan edificado en falso? ¿Cómo es posible que todo amenace ruina? ¿Cómo se encuentra reducido a escombros lo que los filósofos consideraban más duradero que el bronce? ¡Qué equivocada es, desgraciadamente, la respuesta que se sigue dando a esta pregunta!: que «todos se olvidaron de cuestionar la hipótesis, de examinar el fundamento, de someter a crítica a toda la razón».
Esta funesta contestación de Kant no nos ha conducido a los filósofos a un terreno más sólido y menos inseguro; pero, dicho sea de pasada, ¿no era un poco extraño pedirle a un instrumento que criticase su propia aptitud y perfección? ¿No era absurdo exigirle a la razón que ella misma calculara su valor, su fuerza y sus límites? Por el contrario, la verdadera respuesta hubiera sido que todos los filósofos, tanto Kant como los anteriores a él, han construido sus edificios sobre la seducción de la moral; que su
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