19 abril 2021

19 de abril

Claud había escrito para decirle a Flora que probablemente la invitación llegaría alrededor del 19 de abril. Así que la mañana de aquel día 19 bajó a la cocina a desayunar con una agradable sensación de nerviosismo no exento de esperanza.

Eran las ocho y media de la mañana. La señora Beetle había terminado de fregar el suelo y estaba sacudiendo el felpudo en el patio, inundado de sol. (A Flora siempre le sorprendió ver que el sol pudiera brillar en el patio de Cold Comfort; tenía la sensación de que el ambiente de la casona era suficiente para cortocircuitar los rayos justo en el exterior de los muros).

—¡Buenos días! —graznó la señora Beetle, tras lo cual añadió que se las arreglarían bastante bien con que lo fueran sólo un poco.

Flora aceptó los saludos con una sonrisa, y cruzó la cocina hasta la alacena para coger su pequeña tetera verde (un regalo de la señora Smiling) y la lata de té chino. Se asomó para echar un vistazo al patio y se alegró al ver que ninguno de los varones Starkadder rondaba por allí. Elfine había salido a dar un paseo. Judith probablemente estaba llorando desesperada sobre su cama, mirando con ojos plomizos el techo en el que las primeras moscas del año estaban comenzando a dar vueltas y a zumbar monótonamente.

De repente, el toro bramó con su mugido áspero y granate. Flora se quedó quieta, con la tetera en la mano, y miró pensativamente al otro lado del patio, hacia el establo.

—Señora Beetle —dijo con severidad—, creo que habría que sacar al toro de ahí. ¿Podría ayudarme? ¿Le dan miedo los toros?

—Sí —dijo la señora Beetle—. Me dan miedo los toros. Así que mejor que no lo saque de ahí, señorita, a no ser que quiera que me quede aquí hasta la medianoche. Ni por todo el oro del mundo, señorita Poste: no saldría aunque eso me matara.

—Podemos sacarlo por la puerta con la horca, o como se llame eso —sugirió Flora, señalando la herramienta que permanecía colgada por dos ganchos al lado del establo.

—No, señorita —dijo la señora Beetle.

—Bueno, pues abriré la cancela e intentaré que salga —dijo Flora, que tenía un miedo horroroso de los toros, y de las vacas también, en realidad—. Usted agítele el delantal para que salga, señora Beetle, y grite.

—Sí, señorita. Subiré y me asomaré por la ventana de su habitación —dijo la señora Beetle—, y le gritaré al toro desde allí. El sonido llegará mejor desde la ventana…

Y se metió para dentro como un rayo antes de que Flora pudiera detenerla. Unos instantes después Flora la oyó gritar y chillar desde la ventana que había en el piso superior de la casona.

—¡Vamos, señorita Poste, ya estoy aquí!

Flora estaba bastante asustada. La situación parecía haberse desarrollado mucho más deprisa de lo que ella misma habría podido imaginar. Estaba sencillamente aterrorizada. Se quedó allí, paseando inútilmente de un lado para otro con la tetera en la mano, e intentando recordar todo lo que había leído a propósito de los toros. Atacaban a las cosas rojas. Bueno, al menos no la embestiría a ella: aquella mañana iba de verde. También había leído que eran bestias de tendencias salvajes, especialmente en primavera (estaban a mediados de abril, y los árboles estaban ya verdeando). Te podían cornear…

Gran Negocio volvió a mugir. Era un sonido áspero y lúgubre; pudo distinguir antiguos lamentos y bramidos podridos en aquellos mugidos. Flora cruzó el patio y empujó la cancela que daba a los anchos campos frente a la granja, y la ató para que permaneciera abierta. Entonces descolgó la horca o comoquiera que se llamase aquel artefacto, y, situándose a una cómoda distancia del establo, retiró el tranco con la herramienta, y vio cómo el portón se balanceaba lentamente y se abría.

Y entonces apareció Gran Negocio. La cosa fue bastante menos espectacular de lo que Flora había supuesto. Durante unos instantes el toro permaneció allí, un tanto desconcertado por la luz, balanceando su gran cabezota como un estúpido. Flora no se movió.

—¡Eeeeeh, eeeeh, toro! ¡Vamos, vamos, pedazo de animal! —chilló la señora Beetle.

El toro avanzó por el patio, aún con la cabeza gacha, y cruzó la cancela. Flora lo siguió con precaución, con la horca en ristre. La señora Beetle le gritó que por el amor de Dios que tuviera cuidado. En un momento dado, Gran Negocio se volvió hacia ella, y Flora hizo un movimiento resuelto con la horca. Entonces, para su alivio, el toro cruzó la cancela de la granja y se adentró en el prado; entonces ella cerró la cancela y la atrancó antes de que el animal tuviera siquiera tiempo de darse la vuelta.

Stella Gibbons
La hija de Robert Poste

Brutalmente divertida, dotada de un ingenio irreverente, narra la historia de Flora Poste, una joven que, tras haber recibido una educación «cara, deportiva y larga», se queda huérfana y acaba siendo acogida por sus parientes, los rústicos y asilvestrados Starkadder, en la bucólica granja de Cold Comfort Farm, en plena Inglaterra profunda.

Una vez allí, Flora tendrá ocasión de intimar con toda una galería de extraños y taciturnos personajes: Amos, llamado por Dios; Seth, dominado por el despertar de su prominente sexualidad; Meriam, la chica que se queda preñada cada año «cuando florece la parravirgen»; o la tía Ada Doom, la solitaria matriarca, ya entrada en años, que en una ocasión «vio algo sucio en la leñera». Flora, entonces, decide poner orden en la vida de Cold Comfort Farm, y allí empezará su desgracia.

Begonia x hybrida 'Griphon',

Begonia x hybrida 'Griphon'

18 abril 2021

18 de abril, dieciocho de abril,

En la mañana del dieciocho de abril, Yaafar sabiamente decidió que no podía permitirse más bajas, y se retiró hasta las posiciones de Semna, mientras las tropas descansaban. Siendo viejo amigo de colegio del comandante turco, le envió una carta con bandera blanca, intimándolo a rendirse. La réplica fue que nada le gustaría más, pero que tenía órdenes de resistir hasta el último cartucho. Yaafar le ofreció un respiro, para que agotaran sus últimas reservas, pero los turcos siguieron vacilando hasta que Yemal Pachá pudo reunir tropas de Amman, reocupar Yerdún e introducir un convoy con alimentos y municiones en la ciudad sitiada. El ferrocarril permaneció sin funcionar durante semanas.

Inmediatamente tomé un coche para ir a reunirme con Dawnay. Me sentía incómodo sabiendo que era la primera intervención de un regular en una batalla de guerrillas, con un arma tan complicada como el carro blindado. Dawnay, además, no era arabista, y ni Peake, su experto en camellos, ni Marshall, su doctor, lo hablaban con fluidez. Sus tropas eran mixtas, compuestas por británicos, egipcios y beduinos. Los dos últimos componentes sentían mutua antipatía. Así que llegué a su campamento, situado al norte de Tell Shahm, pasada la medianoche, y me ofrecí, delicadamente, como intérprete.

Afortunadamente, me recibió bien, y me llevó a dar una vuelta por sus líneas. Un hermoso espectáculo. Los carros se hallaban aparcados en formación geométrica; los carros blindados por un lado, y los centinelas y piquetes por otro, con sus ametralladoras dispuestas. Hasta los árabes ocupaban una posición táctica tras la colina, como formación de apoyo, pero fuera de la vista y de la escucha; con ciertas artes mágicas, el jerife Hazaa y yo conseguimos retenerlos donde se les colocó. En la punta de la lengua se me quedó decir que lo único que faltaba allí era el enemigo.

T. E. Lawrence
Lawrence de Arabia
Los siete pilares de la sabiduría

Los siete pilares de la sabiduría es el último libro de Thomas Edward Lawrence, donde relata su experiencia militar y humana durante la guerra de británicos, franceses y árabes contra turcos y alemanes, durante la Primera Guerra Mundial.

Begonia x hybrida 'Griphon'

Begonia x hybrida 'Griphon'

17 abril 2021

17 de abril

Abril

S. Martinho de Anta, 17 de abril de 1938. ¡Este Trás-os-Montes de mi alma! Es pasar el Marão y sentirse uno en el paraíso. O, al menos, puede uno ver a Nuestro Señor Jesucristo en carne y hueso, y viajar con él en el coche de línea. Va conduciendo el Gaiteras. Y Jesucristo, que va a actuar en Sabrosa, saca el billete en Taboada y se sienta a mi lado. Lleva el pelo largo como un poeta, y ya le queda poco. Sujeta la caja del maquillaje sobre las rodillas va muy serio. En Constantim se baja para beber un vaso de tinto y tener así sangre por la noche en el Calvario. Todo tal y como viene en los Evangelios, que dicen: ésta es mi sangre.

¡Y que todavía haya algunos por ahí, por del país, que se las den de librepensadores!

MIGUEL TORGA
Diario (1932-1987)

El primer volumen de los diarios de Miguel Torga, que recoge una amplia y significativa selección, abarca los años transcurridos entre 1932 y 1987 y constituye un testimonio excepcional del devenir de la historia y la cultura contemporáneas.
La selección recoge reflexiones sobre grandes hechos históricos y culturales, la experiencia como médico y sus primeros pasos como escritor, su estrecha relación con España -un portugués hispánico, así se definió el autor de La creación del mundo- y América...
Espejo en el que su autor se mira, reflexión sobre la realidad externa y el paisaje interior, libro de viajes, colección de poemas, todo eso y más es este diario excepcional en el que el hombre y el escritor van dando cuenta ante sí y ante los demás de una intimidad compartida.

Miguel Torga, seudónimo de Adolfo Correia da Rocha (São Martinho de Anta, Trás-os-Montes, 12 de agosto de 1907-Coímbra, 17 de enero de 1995), fue un novelista, articulista y poeta portugués. Asimismo destacan sus Diarios​ y su largo libro de memorias, La creación del mundo.

Philodendron bipinnatifidum, güembé

Philodendron bipinnatifidum, güembé

16 abril 2021

16 de abril

16 de abril

Alejandro Sierra nos cuenta que por este tiempo, en los meses de abril y mayo, se queda horas mirando el cielo a la espera del paso de las grullas que vienen del sur y viajan hasta Siberia. De pronto, nos dice, se oye a lo lejos un graznido metálico y tumultuoso, y a los pocos minutos aparecen ellas, como reinas de Saba, volando en forma de delta, como una ciudad imposible. También nos habla de las cigüeñas que regresan para la fiesta de san Blas y se las puede ver recién ubicadas en los techos y en los campanarios.

Elvira, que como él goza del paso de las estaciones, queda entusiasmada en la conversación, mientras yo miro con admiración a este amigo, que como los grandes intelectuales españoles, nunca abandona el cable a tierra; la abstracción en ellos mantiene los filamentos arraigados.

En España, aún las reuniones con intelectuales suelen comenzar y terminar tomando algo en un bar, y en las casas, con alguna partida de «mus».

Acá las ideas no se abstraen de las cosas que nombran, muy diferente a Francia y su intento de claridad. Elvira me recuerda que para Heidegger el arte está hecho de tierra y mundo; la tierra, mientras es inconquistable, guarda en su oscuridad la posibilidad de la vida, como el vientre de la madre. Cerrada, oscura, pero fecunda.

Pienso en el corazón del hombre, en eso que aún hoy a mis noventa años permanece incomprensible para mí. Y no hablo del inconsciente, hablo de algo más misterioso, más allá de cualquier conocimiento. Como si el origen de la vida se nos escapara como se nos van los sueños cuando los queremos despertar; o al menos se cubrieran para defenderse de nuestra pretenciosa abstracción.

Busco lo que escribí en la década de los cincuenta, en Hombres y engranajes, y que se ha cumplido, trágicamente.

La deshumanización es el resultado de dos fuerzas dinámicas y amorales: el dinero y la razón. Con ellas el hombre conquista el poder secular. Pero —y ahí está la raíz de la paradoja— esa conquista se hace mediante la abstracción: desde el lingote de oro hasta el clearing, desde la palanca hasta el logaritmo, la historia del creciente dominio del hombre sobre el universo ha sido también la historia de las sucesivas abstracciones. El capitalismo moderno y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una abstracta fantasmagoría de la que también forma parte el hombre, pero no ya el hombre concreto e individual sino el hombre masa, ese extraño ser todavía con aspecto humano, con ojos y llanto, voz y emociones, pero engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Éste es el destino contradictorio de aquel semidiós renacentista que reivindicó su individualidad, proclamando su voluntad de dominio y transformación de las cosas. Ignoraba que también él llegaría a transformarse en cosa.

¿Cómo saltar de este mecanismo en que está encerrada gran parte de la humanidad, que se expande junto a las guerras y a esa aplastante tragedia que es «el pensamiento único»? Es utópico, sí, pero es la pregunta que debiéramos hacernos a toda hora.

Ernesto Sàbato
España en los diarios de mi vejez

La experiencia de Ernesto Sàbato por España durante los dos últimos viajes es el eje vertebrador de este cuaderno de bitácoras intimo y vital. Sàbato emprende el viaje a principios del 2002, cuando la Argentina parecía derrumbarse para siempre. Entonces, fiel a su estilo, a sus obsesiones y a su situación personal, su mirada se hace más aguda y su reflexión necesaria. Estas páginas permiten visitar a un Sàbato más cercano y viajar en su compañía.

Éste libro que se lee con el deleite de quien sacia la sed. Un texto hecho de pinceladas de infancia, de lecturas, de anécdotas que constituyen el perfecto retrato del artista, de reflexiones sobre la creación literaria o la vejez y el olvido, sobre temas eternos y actuales —desde la doble naturaleza del hombre hasta la globalización, la migración, la marginación y la injusticia—, o de comparaciones entre la Argentina y España, agudas y cariñosas, pero siempre llenas de contrastes.

«España en los diarios de mi vejez es a la vez un documento de gran dignidad moral y un texto literario de arte supremo, que arroja particular vislumbre sobre un mundo en descomposición; en este sentido, la alianza entre rotundidad expresiva, emotividad, y lucidez ética lo convierte en un testimonio de enorme valor intelectual.» PERE GIMFERRER


Serie: azulejos