25 marzo 2021

25 de marzo

El 25 de marzo casi me atropella un coche en la calle Juan Bravo.

Venía andando con mi hermana Carolina desde el despacho de mi gestor financiero, de firmar unas facturas y de escuchar unas explicaciones laberínticas sobre formas de mejorar mis inversiones, menos mal que Carolina era muy lista y me evitaba tener que prestar mucha atención. Nos separamos porque ella tenía una cita y yo quería continuar estirando las piernas hasta la agencia de modelos para firmar un contrato. Después me vería con Elías en nuestro restaurante favorito, un marroquí con solo diez mesas y una lista de espera de casi un mes. Desde hacía un tiempo le costaba un poco salir de casa, decía que era donde mejor se cenaba y donde más relajado se encontraba, conmigo en el sofá quedándonos dormidos mientras veíamos la televisión. Solo le gustaba ir a las fiestas de su hasta ahora representante o a las exposiciones donde acudían críticos de arte. Creo que le parecía una pérdida de tiempo tener que ir hasta un restaurante para vernos los dos solos cuando podíamos vernos en casa, pero a veces lograba convencerle y me parecía que volvíamos al principio de nuestra relación, cuando podía pasarme una hora mirándole a los ojos entre un montón de gente.

La primavera comenzaba a asomar por fin con lluvias ligeras y sueltas como la de hoy. Había cambiado el abrigo por una cazadora de piel y un fular anudado al cuello con tres vueltas. Quizá el suelo estaba mojado. Quizá iba distraída y no esperé lo suficiente para cruzar la calle. No me di cuenta de que un coche venía hacia mí, y sobre todo no me percaté de las intenciones del conductor. De repente aceleró. Quería atropellarme. ¿Qué impulso, qué demonio le obligó a pisar el acelerador? Tuve que tirarme sobre la acera para que no me matara.

Clara Sánchez
El cielo ha vuelto

¿Puede una persona que se cruza por azar en nuestra vida decirnos algo que nos marque para siempre?

Patricia es una joven modelo de pasarela cuya vida parece marcada por el éxito. En un vuelo de trabajo conoce a Viviana, su compañera de asiento, que le advierte que tenga cuidado porque alguien de su entorno desea su muerte. Descreída y nada supersticiosa, cuando Patricia regresa a la felicidad de su hogar decide olvidarse de esta recomendación sin fundamento. Hasta que una serie de fortuitos accidentes, que afectan a su trabajo y a su vida privada, la llevan a buscar a Viviana para encontrar una explicación a estos sucesos.

Una intriga subyugante y sutil que nos habla del precio del triunfo y de cómo en ocasiones las personas más cercanas pueden ser las más dañinas.

Paseantes bajo la tenue lluvia

bajo la lluvia

24 marzo 2021

24 de marzo

La enemistad de Bonaparte y de Bernadotte venía de lejos: Bernadotte se había opuesto al 18 de brumario: posteriormente contribuyó, con conversaciones animadas y el ascendiente que ejercía sobre los espíritus, a esas discordias que llevaron a Moreau ante un tribunal de justicia. Bonaparte se vengó a su manera, procurando desacreditar a toda una personalidad. Tras el juicio de Moreau, le regaló a Bernadotte una casa, en la rue d’Anjou, que le había sido requisada al general condenado; por una debilidad entonces demasiado frecuente, el cuñado de José no se atrevió a rechazar esta munificencia poco honorable. Se hizo donación de Grosbois a Berthier. Tras haber puesto la fortuna el cetro de Carlos XII en manos de un compatriota de Enrique IV, Carlos Juan se opuso a la ambición de Napoleón; pensó que estaba más seguro teniendo como aliado a Alejandro, su vecino, que a Napoleón, enemigo lejano; se declaró neutral, aconsejó la paz y se propuso como mediador entre Rusia y Francia.

Bonaparte montó en cólera; exclamó: «¡Él, el miserable ese darme consejos a mí! ¡Quiere imponerme su ley! ¡Un hombre que todo cuanto tiene lo ha recibido de mi bondad! ¡Qué ingratitud! ¡Se va a enterar de cómo se acata mi voluntad soberana!» A raíz de estos accesos de violencia, Bernadotte firmó el 24 de marzo de 1812 el tratado de San Petersburgo.

No vale la pena siquiera preguntarse con qué derecho trataba Bonaparte a Bernadotte de miserable, olvidando que no era él, Bonaparte, de más alta cuna, ni tenía un origen distinto: la Revolución y las armas. Este lenguaje insultante no revelaba ni altura hereditaria del rango, ni grandeza de alma. Bernadotte no era en absoluto ingrato, porque no debía nada a la bondad de Bonaparte.

El emperador se había transformado en un monarca de antigua estirpe que se lo atribuye todo, que no habla más que de él, que cree recompensar o castigar declarándose que está satisfecho o descontento. Ni muchos siglos pasados bajo la corona, ni una larga serie de tumbas en Saint-Denis excusarían tales arrogancias.

Quiso la suerte traer de los Estados Unidos y del Norte de Europa a dos generales franceses al mismo campo de batalla para hacer la guerra a un hombre contra quien se habían juntado primero y que los había separado. Soldado o rey, nadie pensaba entonces que fuera un crimen querer derribar al opresor de las libertades. Bernadotte triunfó, Moreau sucumbió. Los hombres que desaparecen jóvenes son vigorosos viajeros; hacen deprisa un camino que unos hombres más débiles acaban a paso lento.

François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba

Epopeya extraordinaria de unos tiempos convulsos que François de Chateaubriand vivió como testigo y protagonista, las “Memorias de ultratumba” son un documento literario atemporal. Melancólico y desengañado, aristócrata que presenció la Revolución Francesa, que viajó a la joven República americana y conoció el esplendor y la falsía del Imperio napoleónico, así como la Restauración, Chateaubriand fue un hombre polifacético, hábil y vehemente, cuyas “Memorias” —«un templo de la muerte erigido a la luz de mis recuerdos»— nacieron como confrontación personal con la Historia, como revancha contra el tiempo. Un escritor maravilloso y de culto capaz de construir, como el profesor Fumaroli dice en el prólogo redactado para esta edición, «una reflexión profunda, de una actualidad sobrecogedora y de un alcance universal, sobre la era democrática inaugurada por la Revolución Americana y por la Revolución Francesa, sobre las grandes esperanzas que ella hizo nacer, sobre los peligros que llevaba en germen, y sobre las pruebas insólitas a las que exponía, en su expansión mundial, la libertad y la humanidad misma del hombre.»


Paseo bajo la lluvia

bajo la lluvia

23 marzo 2021

23 de marzo

Avanzando hasta la puerta de Atocha, sobre la eminencia de San Blas, están el Campo Santo o cementerio y El Observatorio Astronómico. La vista de Madrid es buena desde allí. El edificio de ladrillo y granito, con cúpula y pórticos, fue construido para Carlos III por Juan Villanueva. Al sur se encuentra un vestíbulo corintio. El observatorio fue diseñado a imitación de un templo jónico. Este edificio dedicado a la ciencia fue completamente destripado por los invasores, que pusieron en él cañones en lugar de telescopios. Según su Brillat Savarin, el mortal que descubre un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el que descubre una nueva estrella, aforismo gastronómico que Murat, que había sido camarero en un restaurante, comprendía muy bien y de acuerdo con él actuaba. Fernando VII hizo restaurar los destrozos sólo en parte; y es que la astronomía, delicia de los árabes, nunca ha prosperado entre los españoles, cuyo afecto se concentra en las cosas inferiores, es decir, de la tierra y terrenales. Bajo la colina está el convento de Atocha, fundado en 1523 para los dominicanos por Hurtado de Mendoza, confesor de Carlos V. Fue enriquecido por una sucesión de piadosos príncipes. Los techos fueron pintados por Lucca Giordano y las capillas llenadas de vasijas de oro y plata. Todas éstas fueron robadas y todo lo demás profanado y pillado por los invasores; y Fernando VII, a su vuelta, empleó a un cierto Velázquez (ni santo ni artista) para que lo reconstruyera. La parte conventual ha sido convertida desde entonces en cuartel.

En la capilla está la famosa Virgen, el paladión de Madrid y protectora especial de la real familia, que siempre la veneró los domingos. De esta manera, Fernando VII, cuando conspiraba contra sus padres, se inclinó primero ante la imagen y mendigó su ayuda. Y también cuando fue secuestrado por Savary, antes de salir para Bayona, tomó la cinta de la Inmaculada Concepción que llevaba al pecho y la colgó en el de la imagen. Y después de su restauración, lo primero que hizo al llegar a Madrid fue arrodillarse ante ella y darle las gracias por haber intercedido dándole la libertad. De la misma manera, su antecesor, Alonso VI, en 1083, en la primera reconquista de Madrid, puso su bandera a sus pies. Fernando ha sido puesto en ridículo por los que no saben nada de España y los españoles, por haber, durante su cautiverio en Francia, bordado una saya para la imagen (lo cual él no hizo, aunque sí su tío Antonio). Y, sin embargo, la noticia les llegó al corazón a todos los mariólatras, que honraron a un rey que mostraba ser el reflejo mismo de ellos. Y así, ante esta tutelar local, su viuda, Cristina, se inclinó el 23 de marzo de 1844, antes de entrar en Madrid a su regreso a España; no hizo tal cosa, sin embargo, en Barcelona, donde rezó ante Santa Eulalia, patrona de esa ciudad.

Esta Virgen suplanta en cierto modo a San Roque, el Esculapio español. Es la Minerva médica, la Αθηνη ύγιεια, a quien recurre la facultad médica cuando el soberano está peligrosamente enfermo y los médicos se ven impotentes, cosa que suele ocurrir, particularmente, en Madrid. Así vemos que Bassompière, en su parte del 27 de marzo de 1621, describe la enfermedad de Felipe III: «Les médécins en désesperent, depuis ce matin que l’on ha commencé a user des remedes spirituels, et faire transporter au palais l’image de N. D. de Athoche». El paciente murió tres días después de ser llamada la imagen a palacio, ubi incipit theologus desinet medicus.

Richard Ford
Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Madrid
Manual para viajeros por España y lectores en casa - 3

Existe una abundante bibliografía de libros de viajes por España. Pero ninguno ha alcanzado el prestigio y la justa fama que con los años ha ido ganando el que ofrecemos ahora, por primera vez en castellano, al público español. El «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa» constituye la segunda entrega de lo que será la edición completa del famoso manual de Ford («Manual para viajeros por España y lectores en casa»), publicado por primera vez en Londres en 1845.

Bajo el discreto título de «Manual» se esconde el más completo, más original, más profundo y mejor escrito entre los numerosos libros producidos por los viajeros románticos.

Richard Ford, hombre de cultura extraordinaria y estupendo escritor, además de dibujante, vino a vivir a Sevilla en 1831 para cuidar la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo miles de kilómetros por zonas de España completamente apartadas de las rutas habituales de los viajeros románticos. Su presente obra es más que un libro de viajes y más que un fresco impresionante y vivísimo de la España romántica: por sus extraordinarias dotes de escritor ha pasado a ocupar un sitio en la historia de la literatura inglesa.

La presente edición se acompaña de numerosas reproducciones de dibujos del propio Richard Ford y de grabados de David Roberts.


Iglesia en Villaviciosa, románica

 Iglesia en Villaviciosa, románica

22 marzo 2021

22 de marzo.

22 de marzo.

Querido tío y venerado maestro: Hace cuatro días que llegué con toda felicidad a este lugar de mi nacimiento, donde he hallado bien de salud a mi padre, al señor Vicario y a los amigos y parientes. El contento de verlos y de hablar con ellos, después de tantos años de ausencia, me ha embargado el ánimo y me ha robado el tiempo, de suerte que hasta ahora no he podido escribir a usted.

Usted. me lo perdonará.

Como salí de aquí tan niño y he vuelto hecho un hombre, es singular la impresión que me causan todos estos objetos que guardaba en la memoria. Todo me parece más chico, mucho más chico; pero también más bonito que el recuerdo que tenía. La casa de mi padre, que en mi imaginación era inmensa, es sin duda una gran casa de un rico labrador; pero más pequeña que el Seminario. Lo que ahora comprendo y estimo mejor es el campo de por aquí. Las huertas, sobre todo, son deliciosas. ¡Qué sendas tan lindas hay entre ellas! A un lado, y tal vez a ambos, corre el agua cristalina con grato murmullo. Las orillas de las acequias están cubiertas de yerbas olorosas y de flores de mil clases. En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas. Dan sombra a estas sendas pomposos y gigantescos nogales, higueras y otros árboles, y forman los vallados la zarzamora, el rosal, el granado y la madreselva.

Es portentosa la multitud de pajarillos que alegran estos campos y alamedas.

Yo estoy encantado con las huertas, y todas las tardes me paseo por ellas un par de horas.

Mi padre quiere llevarme a ver sus olivares, sus viñas, sus cortijos; pero nada de esto hemos visto aún. No he salido del lugar y de las amenas huertas que le circundan.

Es verdad que no me dejan parar con tanta visita.

Hasta cinco mujeres han venido a verme que todas han sido mis amas y me han abrazado y besado.

Todos me llaman Luisito o el niño de D. Pedro, aunque tengo ya veintidós años cumplidos. Todos preguntan a mi padre por el niño, cuando no estoy presente.

Se me figura que son inútiles los libros que he traído para leer, pues ni un instante me dejan solo.

La dignidad de cacique, que yo creía cosa de broma, es cosa harto seria. Mi padre es el cacique del lugar.

Apenas hay aquí quien acierte a comprender lo que llaman mi manía de hacerme clérigo, y esta buena gente me dice con un candor selvático que debo ahorcar los hábitos, que el ser clérigo está bien para los pobretones; pero que yo, soy un rico heredero, debo casarme y consolar la vejez de mi padre, dándole media docena de hermosos y robustos nietos.

Juan Valera
Pepita Jiménez

El joven seminarista don Luis de Vargas, de regreso a su pueblo natal para unas breves vacaciones antes de pronunciar sus votos, se encuentra con que su padre, don Pedro, se dispone a contraer nupcias con la joven Pepita Jiménez, de veinte años de edad, viuda de un octogenario, y de singular belleza y piedad. Los contactos entre el futuro sacerdote y la joven viuda son como baño de vida para el joven, que ha pasado su adolescencia entre místicos y teólogos, y que piensa dedicar el resto de sus días a la conversión de los infieles.

El joven acompaña a Pepita Jiménez en sus paseos por el campo, asiste a reuniones en su casa y, sin darse cuenta, cede poco a poco a una pasión que él considera pecaminosa, pero que se hace más fuerte que su vocación y que su amor para su padre, en el que ve secretamente un rival.


Serie: azulejos