20 marzo 2021

20 de marzo

Quizá pueda confirmarse nuestra interpretación de la costumbre azteca de desollar seres humanos, y permitir o exigir que otras personas se exhiban públicamente con las pieles de las víctimas, examinando el festival durante el cual este extraño rito era observado a gran escala, y que muy elocuente mente recibía el nombre de festival de la desolladura de hombres (Tlacaxipehualiztli). Se celebraba en el segundo mes del calendario azteca, que correspondía a los últimos días de febrero y los primeros días de marzo. El día exacto del festival era el 20 de marzo, de acuerdo con un piadoso cronista, quien nota con unción cómo el sangriento rito tenía lugar apenas un día después de la fiesta que la Santa Iglesia consagra en honor del glorioso san José. El dios al que los aztecas veneraban en esta extraña forma se llamaba Xipe, «El desollado», o Tótec, «Nuestro Señor». Para esta festividad recibía además el solemne nombre de Yohuallahuan, «Aquel que bebe de noche». Su imagen era de piedra, en forma humana y con la boca abierta como si estuviera hablando; de un lado su cuerpo estaba pintado de amarillo y del otro de color pardo; vestía la piel de un hombre desollado, con las manos de la víctima colgando a la altura de sus muñecas. En la cabeza llevaba un tocado muy colorido, y a la cadera unas enaguas verdes que le llegaban hasta las rodillas con un fleco de pequeñas conchas. Con ambas manos sostenía una sonaja parecida a la cabeza de una adormidera con las semillas dentro; sobre el brazo izquierdo llevaba un escudo amarillo con el borde rojo. Durante su festival los aztecas mataban a todos los prisioneros capturados en la guerra, hombres, mujeres y niños. El número de las víctimas era muy grande. Un historiador español del siglo XVI estimaba que en México moría más gente sacrificada en el altar que de muerte natural. Todos aquellos sacrificados en honor de Xipe, «El dios desollado», eran también desollados, y hombres que habían hecho votos especiales en honor del dios se ponían las pieles de las víctimas y recorrían la ciudad bajo esta apariencia por 20 días, durante los cuales eran recibidos en todas partes y reverenciados como imágenes vivas de la deidad. De acuerdo con el historiador Diego Durán, 40 días antes del festival se elegía a un hombre para que personificase al dios; lo ataviaban con todas las insignias de la divinidad, y lo exhibían en público, haciéndole tan ta reverencia todos estos días como si de verdad se tratase de quien pretendía ser. De hecho, cada feligresía de la capital hacía lo mismo; cada una tenía su propio templo y designaba a su propio representante humano de la deidad, quien durante 40 días era venerado y adorado por su comunidad.

James George Frazer
La rama dorada
Magia y religión

Edición en castellano de las teorías más audaces de Frazer contextualizadas con un nuevo aparato crítico, introducción y notas.
Uno de los temas en el libro de Frazer es el tabú, ese fenómeno extraño, bien conocido entre la sociedad victoriana y, no obstante, llamado así a partir de una misteriosa costumbre de las islas Tonga. A Frazer le interesaba el tema, entre otras razones, porque sabía que a veces los libros son tabú, tal como a veces lo son las palabras o aun los pensamientos. Sabía muy bien, además, que en ciertos grupos la religión es un objeto tabuado, tanto entre aquellos que la dan por hecho como entre quienes la rechazan de manera automática. Frazer no era ni lo uno ni lo otro. En cambio, era tan profunda su fascinación por la religión que le resultaba imposible adherirse a un credo en particular. A finales del siglo XIX, a este tipo de personas se les solía llamar librepensadores. Para Frazer la mejor respuesta al dilema consistía en iluminar los espacios oscuros: investigar las fuentes de la religión y, de ese modo, las causas fundamentales del tabú.

Gijón

Gijón

19 marzo 2021

19 de marzo

PAISÁ PAISANO

LOS COMPAÑEROS

… Desde octubre hasta junio, con los albañiles, los camioneros, los obreros y los estudiantes de Puente Milvio y Tor di Quinto. Con los empleados y los «doctores» del barrio Flaminio. Había, entre mis compañeros, gente de Acquacetosa y ribereños.

NINO

Uno de estos, Nino, vivía en una choza a orillas del Tíber. Choza, pero imaginaos lo peor. Y dentro de esta, mujer e hijos. En invierno, el viento se cuela por los intersticios, la humedad sube de la tierra. Por más datos, cuando pasáis por la ribera del Tíber, donde están los edificios que siguen al Ministerio de Marina, las hermosas casas con galerías y los baños revestidos de mayólicas; mirad hacia la orilla opuesta, donde el río describe una curva y es salvaje y anchuroso, petrarquesco: en aquella choza vivió Nino durante veinte años. Aquellos veinte años. Con la mujer y, a medida que iban llegando, los niños. Y con ellos estuvieron, durante meses, las armas que se pudieron juntar los días de setiembre. Los fusiles, las bombas. De noche, una vez o dos por semana, Nino engrasaba los obturadores, los hacía disparar. Iba y venía por el río, en su barca de pescador; llevaba las cajas de bombas a mano, los cargadores calibre 7,65, los días que hacían falta. Los llevaba a lo largo del río, lo más cerca posible del lugar en que habrían de usarse. Era un hombre de mediana estatura, tardo en los gestos y sin embargo ágil, dos ojos celestes de niño, dos manos fuertes que saludaban apretando hasta lastimar. Decían: «Ce la famo, ce la famo» [lo lograremos, lo lograremos]. Para que aceptase un cigarrillo había que gastar palabras. No faltaba a ninguna reunión, a ninguna cita. Luego volvía a su barca, y pescaba para redondear almuerzo y cena, para él y los suyos. Estaba tostado por el sol hasta en febrero. Miraba en la cara a quien le hablaba; si se quedaba con la mirada fija y torcía las narices, quería decir que pedía la palabra. «Quisiera que se me aclarase…». Un día, sin que yo lo advirtiese, me regaló unas papas, echándome dos en cada bolsillo.

19 DE MARZO

Vasco Pratolini
Las amigas

Clara, Jone, Cora, Lida, Blanca, Gloria, Mara, Vanda, Alda… Las amigas de la juventud, los contactos femeninos que fueron apareciendo sucesivamente en su existencia, después de su primera aventura, vacilante y fugaz, protagonizada entre el parapeto del puente y su voluminosa valija. El adolescente de quince años que se independiza y adquiere ante su padre el status igualitario de un amigo, comienza su vida propia jalonando sus etapas con el amor de la compañera del taller, plácida emoción de iniciador; con las confidencias fraccionarias de la vecina del otro piso, que desaparece súbitamente dejando a su novio, el soldado, envuelto en su prolongada mentira; con los besos de la provincianita astuta, que saben a serbas; con el intrigante misterio de la niña que canta en las calles con acompañamiento de guitarra y con quien sólo habla al cabo de muchos años, sin saber si es la misma; y finalmente con las que son sus amantes, y a las que el destino va arrancando de su lado con trágica pertinacia.

Vasco Pratolini, el laureado autor italiano contemporáneo cuyas obras fueron traducidas a casi todos los idiomas del mundo, presenta en estos magníficos relatos —que fueron los que tuvieron la virtud de revelarlo a los lectores de su patria—, una historia donde la amable picardía de Las muchachas de Sanfrediano deja su lugar a la ternura sencilla y conmovedora, saturada, con el vigor característico de toda su producción, de un realismo palpitante y natural como la vida misma.

Cimadevilla, Gijón

Cimadevilla, Gijón

18 marzo 2021

18 de marzo

PARÍS, 18 DE MARZO DE 1905, SÁBADO

Anoche hablé con Marcel. Le pregunté si me echaría terriblemente de menos si decido abandonarle. Quizá fue una pregunta estúpida. Quizá sea imposible mantener una comunicación sincera sobre un asunto semejante. Él vaciló al principio y después declaró que siempre ha sido una criatura de costumbres. «¿Sabes, Maman?, si alguien muy cercano como Reynaldo o Albu muriera, al principio me sentiría desolado, incapaz de lidiar con la vida sin sus visitas o sin contar con sus servicios de prestos mensajeros, diciéndole a un amigo que deseo verle o yendo a buscar un libro a Calmann, pero la aburrida naturaleza de mi solitaria vida no tardaría en cerrarse sobre la pérdida como la piel se cierra sobre una herida, y al final sabría arreglármelas sin él». Sé que para muchos su respuesta puede parecer cruel, pero entiendo que pretende tan solo tranquilizarme, asegurándome que sobrevivirá y así evitarme la ansiedad. Y, como una de esas parejas que llevan muchos años casada, ambos sabemos que soy consciente de que esa es su estratagema. Aunque no hablemos de mi partida, ahora sé que cuento con su permiso.

Kate Taylor
Madame Proust y la cocina kosher

Madame Proust y la cocina kosher es una novela en cuyo interior se entrelazan tres historias muy diferentes entre sí pero con un nexo común. En dos de ellas este vínculo se adivina fácilmente desde las primeras páginas pero la tercera parece totalmente ajena y mientras lees no puedes evitar preguntarte qué tiene que ver esa historia con el resto de la novela, interrogante que finalmente encuentra respuesta cuando ya hemos avanzado bastante en la lectura.

En el París de fin de siècle, Jeanne Proust, una culta mujer judía casada con un médico católico, escribe en sus libretas todo tipo de acontecimientos personales y generales, aunque el tema más recurrente es su hijo Marcel, a quien sus altas aspiraciones sociales, sus insatisfechas ambiciones literarias y su delicada salud impiden terminar de encajar de la vida burguesa de la época. En la relación de los desvelos de Madame Proust irrumpe el relato de las insatisfacciones de Marie Prévost, traductora de los diarios, cuya obsesión por el documento será un bálsamo contra su amor no correspondido hacia el enigmático Max.

La tercera historia que se entrelaza en la trama de esta apasionada novela es la de Sarah Bensimon, una refugiada parisina a quien sus padres enviaron de niña a Canadá para escapar del terror nazi. Instalada definitivamente en Toronto y cada vez más alejada de su marido y de su hijo adolescente, Sarah se refugia en su cocina, donde batalla por reconciliar sus esperanzas y decepciones y por curar las profundas heridas provocadas por la Historia.


Árbol de las trompetas

árbol de las trompetas

17 marzo 2021

17 de marzo. Día de San Patricio

Una tarde fue Carol a jugar al bridge en Las Alegres Diecisiete. Había adquirido las primeras nociones del juego en casa de los Clark, y jugó tranquila y bastante mal.

No expresó su opinión acerca de una cosa tan interesante como los trajes interiores de lana, tema sobre el que disertó durante cinco minutos la señora de Howland. Sonreía con frecuencia y gorjeó como un canario dirigiendo cumplidos a la señora de la casa, que era la de Dave Dyer.

Solamente sintió cierta inquietud cuando la conversación recayó sobre los maridos.

Aquellas jóvenes amas de casa discutieron las intimidades domésticas con una franqueza y una minuciosidad que aterró a Carol. Juanita Haydock explicó el modo de afeitarse de Harry y su afición por la caza de ciervos. La señora de Gougerling informó a la concurrencia del disgusto que le producía el hecho de que a su marido no le agradase el hígado ni el tocino. Maud Dyer relató los trastornos digestivos de Dave; citó una discusión que había tenido con su marido en la cama hacía poco tiempo acerca de la ciencia cristiana, los calcetines y el modo de coser los botones del chaleco; anunció que no pensaba tolerarle más tiempo que acariciase a las muchachas y que luego se pusiera hecho una furia de celos cuando ella bailaba; y, por último, no hizo más que insinuar los diferentes modos de besar de Dave.

Tan dulcemente escuchaba Carol y tan palpable era, por fin, su deseo de ser una de ellas, que todas la miraron afectuosamente, instándole a que contase los detalles más interesantes de su luna de miel. Carol se sintió azorada más que ofendida, e intencionadamente tergiversó las cosas. Habló hasta aburrirlas de los chalecos de Kennicott y de sus ideales médicos. A todas les pareció agradable, pero inocente.

Hasta el fin se esforzó en tenerlas contentas. Dijo a Juanita, la presidenta del club, que quería invitarlas una tarde. «Sólo que —añadió— no sé si podré ofrecerles un refrigerio tan delicado como la ensaladilla de la señora Dyer o aquel dulce tan exquisito que tomamos en su casa, amiga mía».

—¡Espléndido! Precisamente necesitábamos alguna que diese alguna fiesta el 17 de marzo. ¿Verdad que sería muy original que celebráramos el día de San Patricio jugando al bridge? Me gustaría mucho ayudarla a usted. Me alegro de que haya aprendido usted a jugar al bridge. Al principio, yo no estaba muy segura de que le fuera a gustar Gopher Prairie, pero ahora es encantador ver lo bien que se encuentra usted con nosotras. Quizá no seamos tan distinguidas como las de las ciudades, pero nos divertimos mucho, y vamos a nadar en el verano, y a bailar, y lo pasamos muy bien. Somos un grupo muy simpático, siempre que se nos tome tal y como somos.

—Estoy convencida de eso. Le agradezco muchísimo la idea que me ha dado de celebrar el día de San Patricio jugando al bridge.

—¡Oh! ¡No tiene importancia! Siempre he creído que en nuestro club nos sobran las ideas originales. Si conociera usted otras ciudades como Wakamin, Joralemon y otras por el estilo, se convencería de que Gopher Prairie es la más animada y más distinguida de todo el Estado. ¿Sabía usted que Percy Bresnahan, el famoso fabricante de automóviles, es de aquí? Sí; me parece que una fiesta el día de San Patricio será una cosa muy original y muy divertida, sin que le tenga que chocar a nadie, ni mucho menos.

Sinclair Lewis
Calle Mayor

«Calle Mayor» (1920) es la novela de Lewis donde se condensan con mayor brillantez los múltiples elementos de interés que dotan a toda su obra de una altura literaria poco habitual. Se narran las desventuras de Carlo Kennicott, una joven rebelde, casada con el médico de una pequeña ciudad estadounidense, que verá cómo todos sus intentos de convertir esa inhóspita aldea en una agradable ciudad se ven truncados por la cerrazón de los caciques locales y la envidia de sus mujeres, llegando a contagiarse ella misma de esa manera de pensar. La lucha de la protagonista contra el resto de la ciudad adquiere unas dimensiones épicas en esta deslumbrante novela de corte clásico que nos trae a la memoria aquellas grandes narraciones donde el individuo en solitario emprende la lucha más sincera posible: la reivindicación de su identidad a través de la defensa de aquello que considera justo y necesario.

Serie: azulejos