Historia del Almirante
Crónicas de América
El 8 de Diciembre tuvimos otra defunción del beri-beri, la del soldado Rafael Alonso Medero. Sin embargo, como era día tan señalado para la Infantería española, y convenía desvanecer el mal efecto de aquella nueva pérdida, mandé hacer buñuelos y café para la tropa, dándoles además una lata de sardinas por individuo. Poco valía este modesto refrigerio, porque ya he dicho el mal estado de los víveres, pero allí todo lo que rompía lo monotonía diaria, con cierto aspecto de novedad y desahogo, confortaba los ánimos. Por esto, aún cuando los buñuelos, como es de suponer, salieron hechos unos verdaderos buñuelos, el café un aguachirle y cada lata una pequeñez aprovechable, todo se tuvo por apetitoso extraordinario, que todo es relativo en el mundo, y la guarnición de Baler celebró dignamente la fiesta de su Patrona inmaculada: en lo religioso, con el sepelio del compañero fallecido y los rezos por el descanso de su alma; en lo positivo, con el simulacro de banquete, y en lo militar, con su acerada resignación a todo ello.
En el campo insurrecto debían de meditar constantemente, no ya el envite serio, descubierto y a fondo que nos hubiera indudablemente aniquilado, sino el recurso que, bordeando los peligros de un combate de frente, acabase por intimidarnos y abatirnos. De aquí el estruendo con que por entonces dieron en acompañar sus ataques. No bastándoles con el de sus cañones, que ya era muy sobrado, tomaron el sistema de acompañarlo con formidable griterío y unas lluvias de piedras, que, al caer sobre los tejados de la iglesia, de zinc y poco sólidos, ensordecían con sus redobles del infierno.
Saturnino Martín Cerezo