16 diciembre 2007
15 diciembre 2007
Calles de Valdemoro: una farola
AYER TE BESÉ EN LOS LABIOS...
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
de Pedro Salinas
14 diciembre 2007
de la cencellada del año 2005
Por fin llegó el día en que todo cambió por completo; el sol rompió impetuosamente las nubes y abrevó la tierra, ese viejo niño, con la leche de sus rayos; las montañas se estremecieron de alegría, y corrieron en abundancia sus lágrimas de nieve; crujieron y se rompieron las cubiertas de hielo de los lagos; abrió la tierra sus azules ojos, de su seno brotaron las flores amantes y los bosques sonoros, verdes palacios de los ruiseñores: la Naturaleza toda sonrió, y esta sonrisa se llama la primavera.
Entonces una nueva primavera comenzó también en mí; nuevas flores abrieron sus botoncillos en mi corazón, sentimientos de libertad brotaron como rosas, y secretos deseos, como tempranas violetas, entre las que no faltan seguramente alguna inútil ortiga. Sobre la tumba de mis deseos extendió de nuevo la esperanza su apacible verdor, volvieron las melodías poéticas, cual las aves de paso que, después de haber invernado en el cálido Mediodía, vuelven a visitar el abandonado nido del Norte, y el abandonado corazón del Norte resuena y florece como en otro tiempo...; solamente yo ignoro cómo ocurrió todo esto.
De Enrique Heine CUADROS DE VIAJE
13 diciembre 2007
De la Celestina de Fernando de Rojas
SEMPRONIO. Señor, querría ir por cumplir tu mandado; querría quedar por aliviar tu cuidado. Tu temor me aqueja; tu soledad me detiene. Quiero tomar consejo con la obediencia, que es ir y dar priesa a la vieja. ¿Más cómo iré? Que, en viéndote solo, dices desvaríos de hombre sin seso, suspirando, gimiendo, mal trovando, holgando con lo escuro, deseando soledad, buscando nuevos modos de pensativo tormento, donde, si perseveras, o de muerto o loco no podrás escapar, si siempre no te acompaña quien te allegue placeres, diga donaires, tanga canciones alegres, cante romances, cuente historias, pinte motes, finja cuentos, juegue a naipes, arme mates, finalmente que sepa buscar todo género de dulce pasatiempo para no dejar trasponer tu pensamiento en aquellos crueles desvíos que recibiste de aquella señora en el primer trance de tus amores.
CALISTO. ¿Cómo, simple? ¿No sabes que alivia la pena llorar la causa? ¡Cuánto es dulce a los tristes quejar su pasión! ¡Cuánto descanso traen consigo los quebrantados suspiros! ¡Cuánto relievan y disminuyen los lagrimosos gemidos el dolor! Cuantos escribieron consuelos no dicen otra cosa.
SEMPRONIO. Lee más adelante, vuelve la hoja. Hallarás que dicen que fiar en lo temporal y buscar materia de tristeza que es igual género de locura. Y aquel Macías, ídolo de los amantes de los amantes del olvido porque le olvidaba, se quejaba. En el contemplar está la pena de amor, en el olvidar el descanso. Huye de tirar coces al aguijón. Finge alegría y consuelo y serlo ha. Que muchas veces la opinión trae las cosas donde quiere, no para que mude la verdad; pero para moderar nuestro sentido y regir nuestro juicio.
12 diciembre 2007
Valdemoro, hace un año. Navidad 2006
En el intercambio recíproco no se especifica cuánto o qué exactamente se espera recibir a cambio ni cuándo se espera conseguirlo, casa que enturbiarla la calidad de la transacción, equiparándola al trueque o a la compra y venta. Esta distinción sigue subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las capitalistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar de forma desinteresada y sin ceremonia, en un espíritu de generosidad. Los jóvenes no pagan con dinero por sus comidas en casa ni por el uso del coche familiar, las mujeres no pasan factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian regalos de cumpleaños y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrío, la expectativa de que nuestra generosidad sea reconocida con muestras de agradecimiento. Allí donde la reciprocidad prevalece realmente en la vida cotidiana, la etiqueta exige que la generosidad se dé por sentada. Como descubrió Roben Dentan en sus trabajos de campo entre los Semais de Malasia central, nadie da jamás las gracias por la carne recibida de otro cazador. Después de arrastrar durante todo un día el cuerpo de un cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el cazador permite que su captura sea dividida en partes iguales que luego distribuye entre todo el grupo. Dentan explica que expresar agradecimiento por la ración recibida indica que se es el tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que recibe. "En este contexto resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a entender que se ha calculado el valor de lo recibido y, por añadidura, que no se esperaba del donante tanta generosidad." Llamar la atención sobre la generosidad propia equivale a indicar que otros están en deuda contigo y que esperas resarcimiento. A los pueblos igualitarios les repugna sugerir siquiera que han sido tratados con generosidad.
Richard Lee nos cuenta cómo se percató de este aspecto de la reciprocidad a través de un incidente muy revelador. Para complacer a los Kung, decidió comprar un buey de gran tamaño y sacrificarlo como presente. Después de pasar varios días buscando por las aldeas rurales bantúes el buey más grande y hermoso de la región, adquirió uno que le parecía un espécimen perfecto. Pero sus amigos le llevaron aparte y le aseguraron que se había dejado engañar al comprar un animal sin valor alguno. "Por supuesto que vamos a comerlo", le dijeron, "pero no nos va a saciar, comeremos y regresaremos a nuestras casas con rugir de tripas". Pero cuando sacrificaron la res de Lee, resultó estar recubierta de una gruesa capa de grasa. Más tarde sus amigos le explicaron la razón por la cual habían manifestado menosprecio por su regalo, aun cuando sabían mejor que él lo que había bajo el pellejo del animal:
Sí, cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. Por esto siempre decimos que su carne no vale nada. De esta manera atemperamos su corazón y hacemos de él un hombre pacífico.
De MARVYN HARRIS en “Jefes, cabecillas, abusones”
11 diciembre 2007
NOCHEBVENA
Yo, perdida toda esperanza de conseguirlo, y dispuesto al ayuno como un santo ermitaño, me distraía mirando al huerto, donde cantaba un mirlo que recorría a saltos las ramas de un nogal centenario. Las nubes, pesadas y plomizas, iban a congregarse sobre la Sierra de Celtigos en un horizonte de agua, y los pastores, dando voces a sus rebaños, bajaban presurosos por los caminos, encapuchados en sus capas de juncos. El arco iris cubría el huerto, y los nogales oscuros y los mirtos verdes y húmedos parecían temblar en un rayo de anaranjada luz. Al caer la tarde, el señor Arcipreste atravesó el huerto: Andaba encorvado bajo un gran paraguas azul: Se volvió desde la cancela, y viéndome en la ventana me llamó con la mano. Yo bajé tembloroso. El me dijo:
-¿Has aprendido eso?
-No, señor.
-¿Por qué?
-Porque es muy difícil.
El señor Arcipreste sonrió bondadoso:
-Está bien: Mañana lo aprenderás. Ahora acompáñame a la iglesia.
Me cogió de la mano para resguardarme con el paraguas, pues comenzaba a caer una ligera llovizna, y echamos camino adelante. La iglesia estaba cerca. Tenía una puerta chata de estilo románico, y, según decía el señor Arcipreste, era fundación de la Reina Doña Urraca. Entramos. Yo quedé solo en el presbiterio, y el señor Arcipreste pasó a la sacristía hablando con el monago, recomendándole que lo tuviese todo dispuesto para la misa del gallo. Poco después volvíamos a salir. Ya no llovía, y el pálido creciente de la luna comenzaba a lucir en el cielo triste e invernal. El camino estaba oscuro, era un camino de herradura, pedregoso y con grandes charcos. De largo en largo hallábamos algún rapaz aldeano que dejaba beber pacíficamente a la yunta cansada de sus bueyes. Los pastores que volvían del monte trayendo los rebaños por delante, se detenían en las revueltas y arreaban a un lado sus ovejas para dejarnos paso. Todos saludaban cristianamente:
-¡Alabado sea Dios!
-¡Alabado sea!
- Vaya muy dichoso el señor Arcipreste y la su compaña.
-¡Amén!
Cuando llegamos a la rectoral era noche cerrada. Micaela, sobrina del señor Arcipreste, trajinaba disponiendo la cena. Nos sentamos en la cocina al amor de la lumbre: Micaela me miró sonriendo:
-¿Hoy no hay estudio, verdad?
-Hoy, no
- Arrenegados latines, ¿verdad?
- ¡Verdad! El señor Arcipreste nos interrumpió severamente:
- No sabéis que el latín es la lengua de la Iglesia...
Y cuando ya cobraba aliento el señor Arcipreste para edificarnos con una larga plática llena de ciencia teológica, sonaron bajo la ventana alegres conchas y bulliciosos panderos. Una voz cantó en las tinieblas de la noche:
El señor Arcipreste les franqueó por sí mismo la puerta, y un corro de zagales invadió aquella cocina siempre hospitalaria. Venían de una aldea lejana: Al son de los panderos cantaron;
Falade ven baixo,
Andade pasiño,
Porque non desperté
O noso meniño.
O noso meniño,
O noso Jesús,
Que durme nas pallas
Sen verce [berce] e sen luz.
Callaron un momento, y entre el júbilo de las conchas y de los panderos volvieron a cantar:
Si non fora porque teño
Esta cara de aldeán,
Déralle catro biquiños
N’esa cara de mazan.
Vamos d' aquí par'a aldea
Que xa vimos de ruar,
Está Jesús a dormir
E podémolo espertar.
Tras de haber cantado, bebieron largamente de aquel vino agrio, fresco y sano que el señor Arcipreste cosechaba, y refocilados y calientes, fuéronse haciendo sonar las conchas y los panderos. Aún oíamos el chocleo de sus madreñas en las escaleras del patín, cuando una voz entonó:
Esta casa é de pedra,
O diaño ergueuna axiña,
Para que durmixen xuntos
O Alcipreste e sua sobrina.
Al oír la copla, el señor Arcipreste frunció el ceño. Micaela enderezóse colérica, y abandonando el perol donde hervía la clásica compota de manzanas, corrió a la ventana dando voces:
-¡Mal hablados!... ¡Mal enseñados!... ¡Así vos salgan al camino lobos rabiosos!
El señor Arcipreste, sin desplegar los labios, se paseaba picando un cigarro con las uñas y restregando el polvo entre las palmas, Al terminar llegóse al fuego y retiró un tizón, que sirvió de candela. Entonces fijó en mí sus ojos enfoscados bajo las cejas canas y crecidas. Yo temblé. El señor Arcipreste me dijo:
-¿Qué haces? Anda a buscar el Nebrija.
Salí suspirando. Así terminó mi Nochebuena en casa del señor Arcipreste de Celtigos, Q. E. S. G. H.
Cuento de Don Ramón María del Valle-Inclán en JARDÍN VMBRÍO