Madame Récamier había llegado desde hacía dos días para hacer una visita a la reina de Holanda. Yo esperaba a madame de Chateaubriand, que venía a reunirse conmigo en Lucerna. Me proponía estudiar si no sería preferible establecerse primero en Suavia, sin perjuicio de ir luego a Italia.
En la deteriorada ciudad de Constanza, nuestro hotel era muy alegre; se estaban haciendo los preparativos de un banquete de bodas. Al día siguiente de mi llegada, madame Récamier quiso ponerse al abrigo de la alegría de nuestros anfitriones; tomamos una barca en el lago, y, atravesando la extensión de agua de la que nace el Rin para convertirse en río, atracamos en la orilla de un parque.28 agosto 2021
27 agosto 2021
27 de agosto
—¡Amadísimos hermanos! —clama con su bien timbrada voz—. Hoy habréis encontrado esta casa del Señor engalanada e iluminada como si fuera el Corpus o el Domingo de Resurrección. Ello se debe a que celebramos un día especial —larga pausa teatral. Mirada circular al tendido—. Hoy conmemoramos —prosigue— un gozoso acontecimiento que deberemos inscribir con letras de oro en nuestros católicos corazones: el pasado 27 de agosto, nuestro glorioso e invicto caudillo Franco, al que Dios guarde muchos años para bien de la Religión y la Patria, firmó un concordato con la Santa Madre Iglesia. ¡Imaginaos, amadísimos hermanos, España y la Santa Sede concordadas «en el nombre de la Santísima Trinidad»! Quizá alguno de vosotros se pregunte: «¿Y qué es un concordato? ¿Qué significa esa misteriosa palabra que hasta ahora nunca oímos en el Evangelio?». Pues bien, amadísimos hermanos: un concordato es, ni más ni menos, un contrato entre el Estado y su Iglesia, un pacto de santidad que asegurará su hermandad y su colaboración por los siglos de los siglos.
26 agosto 2021
26 de agosto
Analizar las sensaciones de peligro y de miedo era mi manera de hacerlas tolerables: «En mí mismo», anotaba el 26 de agosto, «descubro que la reacción nerviosa es una curiosa apetencia del peligro que se apodera de mí. Cuando cae un obús, quiero que caiga otro más cerca, todavía más cerca. Siento la necesidad de embriagarme más y más con un buen bombardeo. A cada momento quiero volver a jugarme el todo por el todo con la Muerte… y mientras dura, me siento más vivo que nunca… siento que nunca he vivido hasta ahora. Todavía se pueden ver en mi piel las marcas de los pañales. Mañana he de apurar la vida hasta las heces, o si no moriré hoy.»
Es posible acostumbrarse a todo. En cierto sentido, el punto culminante de la ofensiva de Avocourt fue para mí el día en que me sorprendí abriendo tranquilamente una lata de sardinas en la parte de atrás de un puesto de socorro mientras a un pobre diablo le cortaban una pierna en la mesa de operaciones al otro lado de la sala. Dios sabe que todavía me afectaban morbosamente los sufrimientos de otras personas, pero había aprendido a vivir en el mundo sin desfallecer.