26 julio 2021

26 de julio

Los diputados de la nueva Cámara habían llegado a París: de los doscientos veintiuno, doscientos dos habían sido reelegidos; la oposición contaba con doscientos setenta votos; el Gobierno, con ciento cuarenta y cinco: el partido de la Corona estaba, pues, perdido. El resultado natural era la dimisión del Gobierno: Carlos X se obstinó en desafiarlo todo, y se decidió el golpe de Estado.
Partí para Dieppe el 26 de julio, a las cuatro de la tarde, el mismo día en que se promulgaron las reales ordenanzas. Estaba bastante alegre, encantado de volver a ver pronto el mar, y me siguió, a algunas horas de distancia, una espantosa tormenta. Cené y pasé la noche en Ruán sin saber nada, lamentando no poder ir a visitar Saint-Ouen, y arrodillarme delante de la hermosa Virgen del museo, en recuerdo de Rafael y de Roma. Llegué al día siguiente, 27, a Dieppe, hacia el mediodía. Me hospedé en el hotel en el que el conde de Boissy, mi antiguo secretario de legación, me había reservado una habitación. Me vestí y fui a ver a madame Récamier. Ésta ocupaba un aposento cuyas ventanas daban a la playa. Pasé allí unas horas charlando y contemplando las olas. He aquí que de repente se presenta Hyacinthe, trayéndome una carta que había recibido monsieur de Boissy, y que anunciaba las reales ordenanzas con grandes elogios. Al cabo de un momento, entra mi viejo amigo Ballanche; acababa de bajar de la diligencia llevando en la mano los periódicos. Abrí el Moniteur y leí, sin dar crédito a lo que veían mis ojos, los documentos oficiales. ¡De nuevo un Gobierno que se arrojaba de motu proprio desde lo alto de las torres de Notre-Dame! Le dije a Hyacinthe que pidiera que engancharan los caballos, a fin de salir de regreso para París. Volví a montar en el coche, hacia las siete de la tarde, dejando a mis amigos en plena ansiedad. Hacía un mes que corrían algunos rumores sobre un golpe de Estado, pero nadie había hecho caso de ellos, pues parecían absurdos. Carlos X había vivido de las ilusiones del trono: se forma en torno a los príncipes una especie de espejismo que los engaña desplazando el objeto y haciéndoles ver en el cielo paisajes quiméricos.

Paisaje bajo la lluvia

Paisaje bajo la lluvia

25 julio 2021

25 de julio

Continué mi lectura de Rob Roy mientras el marinero seguía arrojando la sonda. «Usted debe recordar bien a mi padre; como usted era miembro de la casa mercantil, lo conoció desde niño. Pero no lo vio en sus mejores días, antes de que los años y los achaques doblegaran su ardiente espíritu de empresa y cálculo». Pensé en mi padre tendido en la bañadera con la ropa puesta (como después lo tenderían en su ataúd de Boulogne) y dándome sus instrucciones imposibles de cumplir. Y me pregunté por qué sentiría afecto hacia él, mientras no sentía ninguno hacia mi intachable madre, que me había educado con rígido esmero y me había conseguido mi primer empleo en el banco. Nunca había construido el pedestal en el jardín. Y antes de irme, había tirado la urna vacía. De pronto volvió a mí el recuerdo de una voz enfurecida. Me había despertado, como solía ocurrirme, con el temor de haber quedado abandonado en la casa incendiada. Había salido de la cama para ir a sentarme en el último escalón, tranquilizado por la voz que subía. Poco me importaba su furia: la voz estaba allí, y yo no estaba solo, y la casa no olía a incendio. «Vete, si quieres», decía la voz, «pero yo me quedaré con el niño».
Una voz baja y serena, que reconocí como la de mi padre contestó:
—Yo soy su padre.

Paisaje bajo la lluvia

Paisaje bajo la lluvia