Jonás era un profeta muy pequeño. Es decir, que, además de ser hombre más bien bajito y delgadito, ejercía como profeta muy pocas veces, y se pasaban años enteros sin que dijese esta boca es mía, e incluso cuando pronunciaba una profecía, ésta era minúscula. Por lo que respectaba al porvenir, era muy prudente, y, si pronosticaba grandes calores para el verano, siempre apostillaba que, sin embargo, no sólo por las noches habría un vientecillo de refrigerio, sino que, al caer el sol o por las mañanitas, habría días en que convendría echarse algo a la espalda. Y cuando criticaba la situación política, o los abusos sociales, o los desmanes de los poderosos, siempre lo hacía con mucha mesura, y decía por ejemplo:
—¡Hombre, no! ¡Esto no! Esto es un abuso y una indignidad, y no puede ser.
Entonces se ponía su túnica de profeta, cogía su cayado con empuñadura de plata que había comprado en una joyería de Nínive verdaderamente esplendorosa que se llamaba Tiffany’s, y era mayor y estaba mejor surtida que el mejor bazar de toda Babilonia, y así se sentía con mayor seguridad en sí mismo para ir a donde tuviese que ir de ordinario, naturalmente, a ver a sátrapas o a sus cortesanos que habían ordenado o cometido aquellos desaguisados. Y a veces estos sátrapas y cortesanos le recibían, y otras no. Algunas veces incluso pasó desde la sala de audiencia de ellos a un calabozo, y allí quedaba encerrado un tiempo, y otras le oían como si oyeran llover. Pero un día, en Nínive, hacía algunas lunas, le detuvieron unos esbirros en la calle misma, simplemente porque no tuvo la suficiente prudencia, y cuando todo el mundo decía que corría una brisa muy fresca e incluso bastante fría, Jonás comentó sin pensárselo dos veces:
—Pues esto en mi pueblo se llama aire solano y bochornoso.
Nunca lo hubiera dicho. Enseguida vio el espanto en el rostro de los que estaban con él, y uno de ellos le reconvino:
—¿Es que no sabes que el sátrapa ha dicho que hace un día muy frío, y hemos llegado a un consenso en cuanto lo ha dicho? ¿Cómo te atreves a mover la lengua de otro modo?
Y Jonás ya había comenzado a pedir excusas, pero no encontraba bien las palabras adecuadas para decir que efectivamente aquel viento solano era más bien fresco, cuando se presentaron dos esbirros, y, en cuanto se enteraron de lo que Jonás había dicho, le ordenaron de mal temple que se fuera de la ciudad inmediatamente, y no volviera por allí, para nada, nunca jamás.
—O te flagelaremos con juncos llenos de nudos.
—O te asaremos a una parrilla como a un cordero.
—O te despellejaremos.
Y Jonás contestaba:
—¡Hombre, no! ¡No lo decís en serio!
Echaron mano de él entonces de muy malos modos, y le retorcieron el brazo; y además se hizo un esguince en un tobillo cuando salió corriendo ya de la muralla para afuera, al tropezar con un pedrusco. Así que, cuando estaba a cierta distancia, alzó su mano derecha haciendo un puño, se besó el pulgar y dijo:
—¡Pues punto y raya con esta Nínive de las fosas nasales! ¡A mí ya como si baja fuego del cielo y deja a este maldito poblachón como la palma de la mano!