12 julio 2023

LA ESTACIÓN DEL AMOR. Fiestas populares de mayo a san Juan. Julio Caro Baroja

PRÓLOGO

El libro que publiqué durante la primavera del año 1965 acerca de El Carnaval constituía la primera parte, remozada, de mi tesis de doctorado. La segunda parte de mis investigaciones sobre ciertas fiestas populares españolas queda incluida en esta que saco ahora a luz y que se refiere a fiestas primaverales. No creo que formen, en sí, un ciclo tan dramático como las fiestas de invierno: pero ofrecen la misma homogeneidad que aquéllas en vastas porciones de Europa, de suerte que tienen un interés general mayor que el que pudiera suponerse de primera intención. El criterio histórico-cultural adoptado en él es el mismo que se siguió al redactar la obra anterior y el que he tenido en cuenta en otras investigaciones y escritos.

Es evidente que a lo largo de la Edad Media se han ido constituyendo en los campos de Europa una serie de ritos y se ha dado fe a una serie de creencias, estrechamente ligadas con los intereses vitales de sus habitantes.

Es evidente también que hoy están en crisis, después de haber existido durante siglos. Parece que algunos estados se interesan por la defensa del patrimonio folklórico de los países sobre los que ejercen su autoridad. Nunca la propaganda turística ha hecho mayor uso que hoy de las fiestas populares, los bailes, los trajes y usos en general. Pero la realidad es que el Folklore está desacreditado entre la misma masa popular. La tesis difícil de probar o demostrar de que una fiesta antigua no es despreciable, frente a otra moderna, no puede mantenerse de modo individual, aunque el que escribe estas líneas presenta sus materiales con el fin de defenderla en gran parte. No en balde piensa que en todo hecho de los llamados folklóricos hay que conceder máxima atención al elemento o ingrediente estético y aun hedonístico. Por otro lado, existe alguna razón para conceder una clara superioridad a estas fiestas y diversiones que luego se describen, frente a la mayoría de las actuales. En efecto, aunque se sujeten a patrones muy rígidos, siempre tienen un carácter activo. La diversión de hoy es pasiva. El hombre, o la mujer, reciben todo hecho, sea por el televisor, sea mediante la radio, sea en el cine o en el estadio. Lo que oye, lo que ve, hasta lo que come o bebe, es tan «prefabricado» con arreglo a medidas y normas exteriores a él, que no le queda nada por hacer, una vez que acepta el «programa» festivo o alimenticio. En las fiestas y diversiones antiguas tenía que crear, que participar en su preparación o elaboración. Podían salir muy bien o muy mal, según la circunstancia: como puede salir muy bien o muy mal o regular una misma obra de teatro, una ópera, o si se quiere, un modesto guiso casero. Hemos pasado, así, de una cultura o civilización teatral, a una civilización cinematográfica. El hombre, convertido en sombra, contempla inquieto lo que hacen otras sombras en la pantalla. No hay lugar para acciones dramáticas o poéticas. Los viejos dramas no conmueven. Tengo yo jóvenes colegas, sociólogos, economistas, etc., que consideran un gran bien la desruralización de la sociedad y que la gente llegue a la «civilización» que, por antonomasia, es cosa de «ciudad», «civitas», a través de los artefactos al uso y de los programas que se organizan mediante tales artefactos. No es cosa de discutir con ellos. Pero acaso confundan en su furor reformista, la civilización con algo que se puede llamar «suburbanización», algo que no ocurre en la ciudad, o «urbe», y que no tiene nada que ver con la «civilitas» o «urbanitas» propia de ella, sino con los usos del suburbio, de la «banlieue» o incluso de los «bidonvilles», que es, en suma, producto grosero y desquiciado del Capitalismo y del Estatismo modernos.

Y a la vuelta de unos años, cuando ya no existan aldeas, ni villas regulares y la vida de la gente esté matematizada y programada de acuerdo con las exigencias tiránicas de la técnica, en su marcha ciega hacia la «felicidad», de la técnica creada en los sitios más lejanos y heteróclitos, veremos si la tendencia destructora actual en que están de acuerdo tanto las sociedades como los que de ellas hacen objeto de estudio, es tan útil, natural y necesaria como se dice y repite. Lejos de mí la idea de preconizar una campaña «reconstructora»; quede eso para arqueólogos y restauradores. Lo único que quiero es señalar que un apartamiento como el que realizan los hombres actuales de la Naturaleza y de los ambientes naturales puede traer graves consecuencias y que de las exaltaciones naturalistas de las sociedades antiguas podemos y debemos extraer más de una lección.

Ya pasó el Carnaval turbulento y misterioso, ya se fundieron los hielos y las nieves. Los campos reverdecen y los brotes tiernos de árboles y arbustos toman matices distintos. Ha llegado la primavera. No sólo el poeta, también el sencillo hombre del campo siente su mágica influencia. Vamos, lector amigo, al campo con ellos, mientras los cines de barriada se llenan, mientras sombrías colas de empleados y oficinistas sienten la necesidad de convertirse en sombras, que contemplan gestos «prefabricados» o «programados».

LA ESTACIÓN DEL AMOR. Fiestas populares de mayo a san Juan.
Julio Caro Baroja

Julio Caro Baroja (1914-1995) fue un antropólogo, historiador, lingüista y ensayista español. Es considerado como el iniciador en España del llamado enfoque histórico-cultural. Nació el 13 de noviembre de 1914 en Madrid y era sobrino del escritor Pío Baroja. Su extensa producción abarca 48 libros publicados, cientos de artículos y varias colecciones de ensayos

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