31 diciembre 2022
30 diciembre 2022
29 diciembre 2022
Demasiado caro
Demasiado caro
(relato verídico inspirado en Maupassant)
Existe un reino pequeñito, minúsculo, a orillas del Mediterráneo, entre Francia e Italia. Se llama Mónaco y cuenta con siete mil habitantes, menos que un pueblo grande. La superficie del reino es tan pequeña que ni siquiera tocan a una hectárea de tierra por persona. Pero, en cambio, tienen un auténtico reyecillo, con su palacio, sus cortesanos, sus ministros, su obispo y su ejército.
Éste es poco numeroso, en total unos sesenta hombres; pero no deja de ser un ejército. El reyecillo tiene pocas rentas. Como por doquier, en ese reino hay impuestos para el tabaco, el vino y el alcohol y existe la capitación. Aunque se bebe y se fuma, el reyecillo no tendría medios de mantener a sus cortesanos y a sus funcionarios ni podría mantenerse él, a no ser por un recurso especial. Ese recurso se debe a una casa de juego, a una ruleta que hay en el reino. La gente juega y gana o pierde; pero el propietario siempre obtiene beneficios. Y paga buenas cantidades al reyecillo. Las paga, porque no queda ya en toda Europa una sola casa de juego de este tipo. Antes las hubo en los pequeños principados alemanes; pero hace cosa de diez años, las prohibieron porque traían muchas desgracias. Llegaba un jugador, se ponía a jugar, se entusiasmaba, perdía todo su dinero y, a veces, incluso el de los demás. Y luego, en su desesperación, se arrojaba al agua o se pegaba un tiro. Los alemanes prohibieron a sus príncipes que tuvieran casas de juego; pero no hay quien pueda prohibir esto al reyecillo de Mónaco: por eso sólo allí queda una ruleta.
28 diciembre 2022
cuando el señor Pickwick se inclinó sobre la balaustrada del puente de Rochester
Claro y agradable estaba el cielo, perfumado el
aire y hermoso el aspecto de todas las cosas en torno, cuando el señor Pickwick
se inclinó sobre la balaustrada del puente de Rochester, contemplando la
naturaleza y esperando la hora del desayuno. La escena, en efecto, podía muy
bien haber hechizado una mente mucho menos reflexiva que aquella ante la cual
se presentaba.
A la izquierda del
espectador quedaba la muralla ruinosa, rota en muchos puntos y, en algunos,
dominando la estrecha ribera con sus rudas y pesadas masas. Grandes matas de
hierbajos pendían entre las melladas y puntiagudas piedras, temblando a cada
soplo del viento, y la verde hiedra trepaba lúgubremente en torno a las almenas
sombrías y derruidas. Tras de estas se elevaba el viejo castillo con sus torres
sin tejados y sus macizas paredes desmigajándose, pero hablándonos orgullosamente
de su antiguo poder y fuerza, cuando, setecientos años antes, resonaba con el
entrechocar de las armas o retumbaba con el ruido de los festines y orgías. A
un lado o a otro, las riberas de Medway, cubiertas de campos de trigo y pastos,
con algún molino de viento acá y allá, o una iglesia lejana, se extendían en
todo lo que alcanzaba la mirada, presentando un paisaje rico y variado,
embellecido aún por las sombras cambiantes que pasaban rápidamente sobre él al
alejarse y deshacerse las leves nubes a medio formar bajo la luz del sol
mañanero. El río, reflejando el claro azul del cielo, brillaba y resplandecía
en su corriente sin ruido; y los remos de los pescadores se sumergían en el
agua con un ruido claro y límpido, mientras sus barcas, pesadas pero
pintorescas, se deslizaban lentamente río abajo. (Cap.V)
Charles Dickens
Los papeles póstumos del Club Pickwick
27 diciembre 2022
Niebla.
La
humedad que deja la niebla en el tronco de los árboles, en la madera cortada
para la chimenea, y en el barro del ladrillo y de las tejas, es como un barniz
admirable mientras el sol se inclina, como lo hace en invierno, de un modo
amable y dulce, sin llamar la atención realmente. (p.12) LA LUZ DE UNA
CANDELA. José Jiménez Lozano (1989)
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